Un día de 1846, el 22 de agosto,aparece publicada en una revista londinense de literatura, ciencia y bellas artes, una carta con el título de “Folk-Lore” firmada por Ambrose Merton. Esta revista se llamaba“The Atheneum” -“El Ateneo”- y en su edición 982 William John Thoms, tal el verdadero nombre del autor de la carta, proponía sustituir una serie de denominaciones un tanto imprecisas como “antigüedades populares” o “literatura popular” por una palabra: “Folk-lore”. ¿A qué le llamaban “antigüedades populares”?  Desde la llegada de los europeos a nuestras tierras -el mal llamado “descubrimiento de América”- volvieron a multiplicarse en el Viejo Mundo, coleccionistas, no solo interesados en productos exóticos, sino también en objetos del propio pasado nacional. Junto a estos anticuarios surgieron recolectores de leyendas, cuentos populares, costumbres, creencias, romances vigentes en sus propios países: hechos culturales que llamaban “de los tiempos antiguos”. En este sentido,es posible nombrar a Perrault en Francia; Boccacio en Italia; Thoms en Inglaterra; los hermanos Grimm en Alemania; el Padre Feijoó en España; Krohn en Finlandia y otros en Hungría, Rusia, Bohemia, Portugal o Eslavonia.

El surgimiento del Romanticismo y su inclinación por lo exótico y lo popular, entre otros rasgos, llevó a los intelectuales europeos a interesarse por el estudio de los “otros” de su propio país: los campesinos, los aldeanos, los “rústicos”. Así, en este contexto, proliferó la recopilación de materiales que no tenían una denominación específica. William John Thoms propuso, entonces, un término para nombrarlas: Folk, pueblo; Lore, saber: el saber del pueblo, el saber popular. En la misma carta hace referencia al estudio de los usos, las costumbres, las ceremonias, las creencias, los romances, los refranes, etc., “de los tiempos antiguos”. Thoms acuña una palabra para designar un tipo de conocimiento: el saber tradicional de las clases populares de las naciones civilizadas. Cabe mencionar que el 22 de agosto, fecha de publicación de este artículo, fue instituido como el “Día Internacional del Folklore”.

 

El Folklore como disciplina

Resultará extraño pensar al Folklore como una disciplina y ubicarla dentro de las Ciencias Humanas tales como la Antropología, la Sociología, la Historia, la Etnología, la Lingüística. Para muchos es un género musical, un tipo específico de danza o lo asocian al gaucho y sus costumbres. Sin embargo, el Folklore es una disciplina científica que conlleva una serie de características que la diferencian de las demás ciencias humanas y que, también, la ubican junto a las disciplinas artísticas.

El mismo origen del término generó muchas confusiones ya que, durante mucho tiempo, se utilizó la palabra concebida por Thoms para nombrar al objeto de estudio (el folklore), a la ciencia que lo estudia (el Folklore) como así también a diversas producciones de carácter artístico inspiradas en la realidad cultural de un país -música folklórica, danza folklórica-.

En nuestro país, la llamada “Generación del ‘80” fue receptora de innovaciones progresistas y nuevas corrientes filosóficas, y observadora de la lucha contra el indio; experimentó una necesidad de afirmación por lo nacional, estableciéndose una corriente de revalorización por lo autóctono.

Lucio V. Mansilla, Ventura Lynch, Juan B. Ambrosetti, Adán Quiroga, Samuel Lafone Quevedo -quien fue el primero en utilizar entre nosotros el término “folklore” en la introducción de su obra Londres y Catamarca- publicaron obras destinadas a delinear la vida del gaucho, sus costumbres y también de los grupos aborígenes. Ya en el siglo XX, Jorge Furt, Juan Alfonso Carrizo, Carlos Vega, Isabel Aretz, Augusto Cortazar, José Imbelloni, Bruno Jacovella, solo por citar algunos de los teóricos más importantes, publicaron sus investigaciones, siempre asociando el folklore con la campaña, el pueblo, el pasado.

Sin embargo, con el correr de las décadas fue cada vez más difícil establecer una línea entre el campo y la ciudad, el folk y lo “civilizado”, lo campesino y lo urbano. El progreso de las comunicaciones diluyó esos límites de manera casi vertiginosa. En nuestro país desapareció el gaucho y lo reemplazó el peón de estancia; proliferaron las producciones artísticas y comerciales denominadas “folklore”, cada vez más alejadas de la realidad; la ciencia cayó en un silencio conceptual. Parecía ser el fin del folklore…

 

Un tipo de saber

Propongo volver al inicio. ¿Es un conocimiento, una ciencia, un arte? Pues es la integración de todas estas posibilidades porque el Folklore posee una serie de características únicas que lo diferencian de las demás ciencias humanas y de las demás disciplinas artísticas. De allí su profunda complejidad, su inmensa riqueza, y el enorme desafío para todos los profesionales de la disciplina.

El folklore es, ante todo, un tipo de saber. El folklore es un hecho cultural tradicional, pero no todo hecho cultural y tradicional es folklórico. Un hecho cultural es folklórico cuando es tradicional -transmitido de una generación a la siguiente-, su condición de tradicionalidad es espontánea -sin imposición ni dirección conciente o institucionalizada- y expresa, además, la identidad cultural de la persona o grupo social del cual emana. Las teorías folklóricas actuales, enraizadas en las teorías comunicativas y la Lingüística, conceptúan al mensaje folklórico como la expresión espontánea de identidades sociales. El folklore es también un hecho social en tanto forma parte de la gente, cualquiera sea su pertenencia, pues todos poseemos un cúmulo de tradiciones que nos son propias y nos identifican.

Ahora bien, el folklore -o el conocimiento sobre el mismo- puede ser usufructuado de manera conciente y direccionada desde una perspectiva artística o educativa. No será “folklore” propiamente dicho porque este es espontáneo. Estas manifestaciones intencionadas fueron calificadas durante muchos años por los estudiosos de la disciplina como “proyecciones folklóricas”, concepción que no estuvo exenta de controversias, contradicciones y discriminaciones en el seno de la misma ciencia. Sin embargo, estudios más recientes han logrado integrar de manera coherente todos los fenómenos que atañen a la disciplina.

 

Folklorología

La Folklorología, tal el correcto nombre de la ciencia, es la disciplina de las ciencias humanas dedicada al estudio del folklore. Los estudios folklorológicos abarcan tres perspectivas: la folklorística, la folklorísmica y la folklopedagogía. La folklorística es el rescate, la conservación y práctica intencional y/o artística del folklore vigente o histórico. La folklorísmica es la práctica social, espontánea y cotidiana, es decir, el folklore en su expresión pura. La folklopedagogía es la transmisión institucionalizada o académica del folklore.

Pese a la lucidez de estas conclusiones, creo necesario realizar algunas observaciones de acuerdo con mi experiencia en la disciplina. Considero que los estudios folklorológicos puros, los realizados de acuerdo a los métodos de investigación social, incluyen el rescate -la recopilación, investigación de carácter descriptivo- de los fenómenos históricos y también comprenden a la folklorísmica, es decir, el conjunto de expresiones folklóricas -folklorismos- actuales, vigentes. Luego se encuentra el usufructo, el aprovechamiento, la aplicación de este saber científico a nivel artístico y a nivel educativo: la folklorística y la folklopedagogía.

¿Por qué hago esta reflexión? Primero porque la investigación folklorológica solo puede ser abordada de manera eficiente por un especialista en investigación, además de ser un especialista en los hechos folklóricos que pretende estudiar: los bailes, la música, el canto, la poesía, las celebraciones, las artesanías,etc. Solo así los profesionales de la disciplina -artistas, docentes- nos aseguraremos de que la aplicación a nivel artístico y educativo de este conocimiento sea certera y bien fundamentada, logrando un producto con genuino valor de Patrimonio Cultural.

Todas estas posibilidades, matices y circulación de los hechos folklóricos deben ser abordados por la Folklorología desde sus distintas perspectivas debiendo superarse las investigaciones informales, desprovistas de rigurosidad. Aquí quisiera poner de manifiesto las concepciones ofrecidas por la UNESCO a través de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial dictada en 2003:

“Se entiende por Patrimonio Cultural Inmaterial los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos, espacios culturales que le son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad, continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana. A los efectos de la presente Convención, se tendrá en cuenta el patrimonio cultural inmaterial que sea compatible con los instrumentos internacionales de derechos humanos existentes y con los imperativos de respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y de desarrollo sostenible. (…) Se entiende por salvaguardia las medidas encaminadas a garantizar la viabilidad del patrimonio cultural inmaterial, comprendidas la identificación, documentación, investigación, preservación, protección, promoción, valorización, transmisión -básicamente a través de la enseñanza formal y no formal- y revitalización de este patrimonio en sus distintos aspectos”.

Para concluir, quiero resaltar la finalidad primordial del quehacer de los profesionales de la disciplina, labor que tiene eco en organizaciones internacionales tales como la UNESCO. El estudio del folklore y su aplicación a nivel artístico y educativo es una herramienta de desarrollo cultural, regional y nacional, de conocimiento y respeto por la diversidad y reconocimiento de la independencia de las identidades culturales. Permite conocer y comprender las diferencias sociales, culturales y económicas superando la discriminación en cualquiera de sus formas, y posibilita propiciar el sentido de pertenencia y, por lo tanto, la noción de unidad, indispensable para la paz y la convivencia mundial.

 

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