Las efemérides, como el Día de la Independencia, sirven para conmemorar o traer a la memoria el sentido axiológico de un acontecimiento o un proceso. También sirven para recordar o pasar nuevamente por el corazón, un hecho festivo o luctuoso.

El proceso independentista de Nuestra América que (no por casualidad) sucedió en todos los actuales países casi en los mismos años, se debatía fundamentalmente con los intereses coloniales entre la Corona Británica y la Española y sus intentos para dominar nuestros territorios con el mismo propósito que en la actualidad: dominar los territorios y poder quedarse con la posibilidad del libre comercio, al mismo tiempo que depredaba los recursos naturales de la región. Hace pocos años se desencadenó una etapa de desendeudamiento y de creación de diversas instituciones de integración regional que comenzaron a plasmar la voluntad de lograr el monroísmo bolivariano, o sea, “Hispanoamérica para los hispanoamericanos”, al decir de Vasconcelos. Dicha integración se opone a la posibilidad de la unión que proponía el panamericanismo o la unidad de los países de Nuestra América con la mayor potencia del mundo que expolió al continente durante la mayor parte del siglo XX. Las recetas librecambistas propuestas por el ALCA no hacían más que continuar la dependencia económico-financiera y someter a los pueblos manteniéndolos en la pobreza y con deudas externas cada vez más expoliativas. Una vez más, la rebelión popular logró por la vía democrática elegir otros gobiernos que, “desacatando” los paradigmas de los poderosos y al neoliberalismo, dio paso al comienzo de las revoluciones democráticas para llegar al estado de bienestar de sus pueblos con distintos nombres: del buen vivir, de revolución democrática, de revolución bolivariana, de revolución ciudadana, de políticas redistributivas de la riqueza, todas tendientes a la unidad continental.

Después de haber asolado al continente en el siglo XX, provocando golpes de Estado e instalando a sangre y fuego dictaduras militares para encadenarnos por la fuerza, ahora socavan nuestras democracias a través de la hegemonía mediática.

En el Fragmento preliminar al estudio del Derecho, Alberdi sostiene “Al paso que nuestra historia constitucional no es más que una continua serie de imitaciones forzadas y nuestras instituciones una eterna y violenta amalgama de cosas heterogéneas… Los pueblos como los hombres hacen sus jornadas de a pie y paso a paso”[1]. Con la entrada al siglo XXI comenzó el retorno de la búsqueda de la Patria justa, la renacionalización de las empresas privatizadas, la recuperación del Estado, la redistribución de la riqueza, la recuperación del empleo y la participación ciudadana y popular en las decisiones políticas. En otras latitudes no se cuestionaron los Estados de bienestar, los welfare states o los Estados sociales de derecho; pero los nuevos gobiernos de América Latina siguieron cuestionados y jaqueados por los poderes hegemónicos con sus socios vernáculos.

 

Otra vez la disyuntiva

En Nuestra América ya modificaron sus constituciones Venezuela, Ecuador y Bolivia a fin de garantizar los derechos humanos, sociales, políticos y económicos así como los recursos naturales que deben servir a sus pueblos. Se busca la integración regional y para ello también se están produciendo acuerdos e instituciones jurídicas regionales. Todo ello se basa y tiene su respaldo en la conciencia jurídica popular de nuestros pueblos.

Los derechos sociales vuelven a plantearse como derechos de justicia y la justicia como equidad  y universalidad de los servicios que el Estado brinda a la población, transitando del bienestar de algunos privilegiados, a tomar medidas de igualdad de oportunidades.

En 1902, el Canciller argentino Luis María Drago, ante el bloqueo naval de Alemania, Inglaterra e Italia para obligar a Venezuela a pagar sus deudas a ciudadanos de sus países, propuso al gobierno estadounidense que reconociera la prohibición de recurrir a la fuerza para obligar el pago de las deudas de los Estados. La Doctrina Monroe de 1823 había sostenido que América era para los americanos y que ninguna potencia tenía derecho a intervenir en la región. Drago, basándose en esa Doctrina, solicitó que dicha postura se estableciera como principio del derecho internacional. Sin embargo, el gobierno estadounidense avaló la intervención como lícita, aunque intermedió para que se levantara el bloqueo al mismo tiempo que obligaría a Venezuela a pagar sus deudas. Para entonces los Estados Unidos fortalecían su hegemonía geopolítica reservándose el monopolio del “criterio” por el cual se decidía cuando existían condiciones “de desorden financiero o político para aceptar como lícita una intervención extracontinental”. Dicho criterio también fundamentaba la intervención de República Dominicana en 1905, de Honduras en 1909, de Haití y Nicaragua en 1911 y las innumerables intervenciones en Cuba y en el resto de Nuestra América manifiestas o solapadamente a través de socios locales.

La Doctrina Drago en parte quedó establecida en la Segunda Conferencia de la Haya de 1907 que limitaba el empleo de la fuerza para cobrar deudas de las naciones. Al conformarse la Organización de las Naciones Unidas y la Organización de los Estados Americanos, quedó asentada de alguna manera la Doctrina del Canciller Argentino[2].

En la Carta de las Naciones Unidas en el Art.2, inciso 4, queda establecido que “Los miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas”. La Carta de la OEA, en su Art.20 sostiene que “Ningún Estado podrá aplicar o estimular medidas coercitivas de carácter económico y político para forzar la voluntad  soberana de otro Estado y obtener de este ventajas de cualquier naturaleza”. El Art.17 sostiene: “El territorio de un Estado es inviolable, no puede ser objeto de ocupación militar ni de otras medidas de fuerza tomadas por otro Estado directa o indirectamente, cualquiera que fuere el motivo, aún de manera temporal. No se reconocerán adquisiciones territoriales o las ventajas especiales que se obtengan por la fuerza o por cualquier otro medio de coacción”.

Concluimos, entonces, como empezamos, porque sigue vigente la propuesta de José Vasconcelos en su libro “Bolivarismo y Monroísmo”: Hispanoamérica para los hispanoamericanos. Para él, el mundo estaba regresando  a “la confusión de la torre de Babel, y vendrá un largo período donde la mezcla o lo que llamamos mestizaje está destinada a ser la ley…  todos los imperialismos son tragados y avasallados con exactitud por esas masas que los imperialismos han despreciado… he comenzado a predicar en México el evangelio del mestizo con la intención de imprimir en las mentes de la nueva raza una conciencia de su misión como constructores de conceptos de vida enteramente nuevos… La clase de ciencia que hemos enseñado en nuestras escuelas no era la adecuada para este propósito; por el contrario, era la ciencia creada para justificar las metas del conquistador y el imperialista, la ciencia que vino a ayudar al fuerte en su conquista y explotación del débil: la aristocracia del hombre blanco y el imperio del blanco sobre el mundo, no solo en nombre del poder sino sobre la base de cierta teoría semi-científica de la sobrevivencia y el predominio del más apto… Concluye diciendo “Si todas las naciones construyen teorías para justificar sus políticas y fortalecer sus hazañas, desarrollemos nuestras propias teorías mexicanas, o, al menos, asegurémonos de elegir, entre las teorías extranjeras del pensamiento, aquellas que estimulen nuestro crecimiento en lugar de restringirlo[3]… la naturaleza ha producido para nosotros; y en lugar de una ciega y miope copia de métodos, debemos continuar creando lo que se requiera para nuestros problemas y misiones”[4].

Comienza ahora, en el Bicentenario de la Independencia, un nuevo prólogo para lograr la soberanía política, la independencia económica y la justicia social, ya que otra vez parecería que estamos buscando una Alianza de Libre Comercio sin tener en cuenta los organismos regionales e instituciones creadas como el MERCOSUR, la UNASUR, la CELAC o el PARLASUR.

[1] Chávez, Fermín: Historicismo e iluminismo en la cultura argentina

[2] Paulina García de Larrea, AFESH, mmrree, N 39, 2003

[3] Vasconcelos, José, La otra raza cósmica, Almadía, México, 2010

 

[4] ibidem

Artículos Relacionados

Hacer Comentario