Un superhéroe de traje anaranjado irrumpe abruptamente en la escena donde una mujer, con dificultad, intenta retirar la grasa de su cocina, le facilita el producto que patrocina y ella agradece complacida la rápida resolución de su problema, mientras él se retira a sus anchas sin tocar el trapo. La naturalización de este tipo de publicidad, en cualquier hora y soporte, buscando interpelar el mayor caudal de receptores consumidores tipo -la clase media- no son imágenes que se construyan al azar, sino que se trata de producciones visuales cuyo potencial discursivo contribuye a la promoción y afirmación del sentido -acrítico y hegemónico- de un determinado momento histórico, en sus condiciones sociales, culturales y económicas. Las últimas mediciones oficiales han permitido cuantificar la desigualdad de género, evidenciando su condición de problema público. En el campo del trabajo, la desigualdad es ampliamente notoria: datos de la Encuesta Permanente de Hogares de este año indican que la tasa de Actividad es del 69,5 por ciento en varones contra el 48,5 en mujeres, mientras que la tasa de desocupación de estas últimas, en la franja de 14 a 29 años, asciende al 21,5 por ciento en conglomerados urbanos, contra el 17 por ciento de varones afectados.
La brecha salarial y el acceso a puestos de jerarquía también son importantes puntos de desencuentro en detrimento de las mujeres. Sin embargo, existe otra variable no abordada: las tareas de cuidado. ¿Cuántas horas dedican al hogar mujeres y hombres? ¿Cómo afecta este trabajo productivo, no remunerado ni reconocido, la vida de todas ellas? Romper el paradigma, deconstruir los cuerpos sexuados resulta inminente: para ello hablamos con Andrea Daverio, directora de la Especialización en Género, Políticas Públicas y Sociedad. “Hay que revisar el rol del Estado y de las políticas públicas en la desarticulación de las desigualdades de género. Si hablamos de políticas públicas que tengan un enfoque de género y de diversidad sexual, tienen que orientarse a sus múltiples dimensiones, entre las cuales la división sexual del trabajo es central”, afirma.

Según el estudio “Las mujeres en el mercado del trabajo” las mediciones indican que los hombres en promedio realizan una hora y 33 de trabajo no remunerado frente a las más de 4 horas diarias de las mujeres. ¿A través de qué políticas se puede evitar que se siga perpetuando este modelo de explotación?
En los últimos años las encuestas sobre el uso del tiempo han permitido volver visible información que hasta hace algunos años no se media y que permite indagar en qué usamos el tiempo los hombres y las mujeres. Allí surge información muy interesante respecto del tiempo que se les dedica al trabajo remunerado y al trabajo no remunerado, a qué tipo de actividades destinamos el tiempo hombres y mujeres y cuánto de ese trabajo está asociado a lo que, en términos generales, se entiende como cuidado. Ese cuidado involucra ocuparse de niños, niñas y niñes, de adultos, adultas y adultes mayores, y de todas las tareas domésticas que aparecen por fuera de la noción de trabajo productivo. En la Argentina, las mujeres destinamos aproximadamente el doble de horas diarias a tareas de cuidado que los varones, lo cual muestra una fuerte feminización del cuidado. Esto nos debe hacer reflexionar no solamente sobre lo que pasa en el espacio doméstico, en las relaciones interpersonales, sino de qué manera eso influye en la organización y en el financiamiento de ese cuidado. Por eso, es imprescindible que el cuidado entre en la agenda de gobierno como se viene reclamando desde hace algún tiempo desde los movimientos de mujeres y feminista, con los aportes de académicas y activistas que, desde distintos espacios como las universidades y los sindicatos, han generado evidencia y han tratado de concientizar acerca de la importancia de que existan políticas públicas que propicien la democratización de las relaciones familiares. Es necesario revisar cómo se siguen reproduciendo estereotipos.

Al naturalizar estos prototipos domésticos, el acceso a los puestos de trabajo es desigual: una mujer en edad fértil, aunque esté mejor calificada, significa para el empleador un puesto ausente durante 3 meses
Es parte del mismo problema porque “lo personal es político”. El tiempo fértil de las mujeres y de las personas con capacidad de gestar, no es solo un problema íntimo, sino que es también un problema público y debería ser un problema político. Lo que hemos reflexionado desde la teoría feminista acerca de la igualdad y la diferencia nos sirve para pensar todo esto. Tenemos cuerpos diferentes, nuestra biología es distinta, transitamos diferentes etapas de vida y de esto también debe dar cuenta la política pública. Del mismo modo que debemos tener políticas de salud que se adecuen a los cuerpos sexuados y a las diferencias sexuales, también las políticas de empleo deben dar cuenta de esto. Y esto nos afecta a las mujeres en diferentes esferas laborales. Por eso es tan importante pensar las políticas públicas desde la interseccionalidad que remite a prestar atención a esos sistemas de opresión que se entrecruzan para generar desigualdades: hablamos de género pero también de clase, de raza, de etnia, de edad.

Esto se puede rastrear fácilmente en los convenios colectivos de trabajo, el tiempo que se asigna a la licencia por maternidad y el que se asigna por paternidad.
En algunas jurisdicciones en Argentina han empezado a ocurrir algunos movimientos, pero aún estamos muy lejos de tener licencias paritarias. No contar con una paternidad extendida para que se pueda compartir la crianza tiene implicancias en la subjetividad, porque conlleva una idea de varones ajenos a todo ese proceso que ocurre ante la llegada de un hijo, hija o hije y del rol que tiene. Hay un estereotipo de un varón asociado a una masculinidad hegemónica, de un varón proveedor, que no parece tener emotividad y donde este tipo de licencia mínima le obtura la posibilidad de vivirlo. Esto lo he conversado mucho en mis clases, con estudiantes varones de distintas disciplinas, y en principio ellos se preguntan para qué necesitarían más tiempo, si es un suceso que pasa completo por el cuerpo de la mujer; y cuando esto se trabaja a partir de deconstruir una matriz de masculinidad hegemónica, ellos mismos empiezan a percibir y a valorar aquello que se pierden: la espera, la crianza, el cuidado amoroso. Entienden que su participación contribuye a romper estos estereotipos que fijan roles y que impiden que los varones reformulen esta masculinidad que refuerza los mandatos sobre las mujeres.

También existe una brecha en la jerarquización de los puestos y en la remuneración salarial: la subocupación, la informalidad y la precariedad laboral afectan a las mujeres en mayor medida.
Para ello tenemos que hacer análisis contextuales, es decir, ver lo que ocurre en un país por regiones, por sectores, ver si es empleo registrado o no, si es subocupación, si es rural o si es urbano. En Argentina, en términos generales, el promedio de la brecha de género salarial es del 30 %, sectores en donde esto es mayor y otros en los que es menor, también se modifica si tomamos en cuenta las áreas rurales y las urbanas. Existen áreas donde esto está más resuelto y otras donde no. Es importante hacer este análisis en función de la clase social y la distribución de la riqueza. Coincido en que hay una feminización del cuidado y que el deterioro en las remuneraciones fija a las mujeres en determinadas actividades: por ejemplo, en sectores medios y medios altos las mujeres se han dado estrategias para sortear este estereotipo de género a través de la contratación de personal doméstico y, por lo tanto, el estereotipo no se quiebra. Para las mujeres más pobres el sostén es el colectivo, es la madre, la vecina, o la estrategia es ir con los/as/es hijos/as/es a los lugares de trabajo, cuando es posible. Es muy complicado entonces cumplir con el trabajo productivo y reproductivo

-¿Existe una construcción social del empleo que determina también la formación profesional?
-Las profesiones también son espacios históricamente generizados. La división entre lo público y lo privado, que está en el seno de la trama patriarcal, atraviesa la formación profesional. También, a partir de que la diferencia entre varones y mujeres se traduce como desigualdad tanto en términos de prestigio, de remuneración y en los valores esencializados de cada uno. Si dentro de estos estereotipos predomina la idea de que los varones “son más racionales” y las mujeres “más emocionales”, se deduce entonces que los hombres serán mejores para las matemáticas y la ingeniería, y nosotras para las profesiones relacionadas con el cuidado. Si los varones son más fuertes y las mujeres son más débiles, deben servir más para la construcción y, si estas últimas además tienen esta capacidad natural para ser madres, se supone que serán buenas en profesiones de cuidado. La reproducción de esta naturalización es una construcción cultural que ha condicionado el sesgo en el que se han incorporado las mujeres al mundo profesional. Sin embargo, hay algo muy interesante que ha ocurrido en los últimos años con la tecnología y es que ha podido romper con la idea de que se necesita un varón, porque es un cuerpo sexuado que se estima que tiene un diferencial de fortaleza, porque hoy muchas actividades se pueden manejar a través de máquinas. Hay que ir desarmando y deconstruyendo cuáles son los supuestos, los estereotipos que tienen que ver con la remuneración económica, con el prestigio, con el servicio, con la palabra, con la presentación pública y que están detrás de la construcción de las profesiones.

-¿La asunción de mujeres al frente del Servicio Penitenciario Provincial en Misiones o La Rioja marca una ruptura?
-A partir del año 1947 las mujeres entran a la policía de la Provincia de Buenos Aires, es decir que desde fines de los ‘40 las mujeres se han ido incorporando en las fuerzas policiales y de seguridad en Argentina, pero el acceso a los puestos de decisión ha sido más reciente. En el caso de las Fuerzas Armadas es durante la gestión de Nilda Garré al frente del Ministerio de Defensa de la Nación que se produce un cambio profundo en la incorporación de una mirada de género. Igual creo que no se debe confundir el acceso de mujeres a los cargos con la incorporación de un enfoque de género y de diversidad. Una cosa es el acceso nominal que pueda alcanzar una mujer y otra es el proyecto o la direccionalidad y sus prácticas sobre las relaciones de género.

-¿Cómo se puede avanzar en medio de este contexto y con un desfinanciamiento hacia los programas de género?
-Sin dudas las perspectivas son muy complicadas porque las políticas neoliberales -de las cuales son expresión el acuerdo con el FMI entre tantas otras medidas adoptadas- tienen consecuencias en todas esferas de nuestras vidas, precarizándonos la vida, que involucra nuestros ingresos, nuestra participación en el mercado laboral y en la distribución de la riqueza, pero también otras dimensiones no estrictamente económicas. Sigue siendo más alta la tasa de empleo no registrado en mujeres que en varones; y también es más alta la tasa de desempleo y de subocupación, según datos del INDEC. Podemos pensar en los efectos que tienen y van a tener estas políticas económicas sobre nuestras vidas. Lo que podemos esperar es peores condiciones de vida.

-¿Qué podemos hacer como universidad?
-La universidad cumple diferentes funciones: la docencia, la investigación y la cooperación con organizaciones sociales, políticas, a través de actividades de construcción colectiva de proyectos de intervención. Debemos seguir formando profesionales con capacidad critica para pensar e intervenir en los problemas públicos, investigando y generando colectivamente conocimiento. En este proceso la incorporacion del enfoque de género, de derechos humanos y de diversidad sexual sobre el que venimos trabajando desde hace años es un eje central en la construcción de una mirada de lo público de nuestrxs futuroxs profesionales, que promueva la deconstrucción de la trama patriarcal.


Las imágenes pueden ser abordadas como textos dicursivos, por lo tanto las producciones visuales también pueden ser entendidas como materialidades significantes. En tanto discurso en el que subyace toda trama de poder, son potentes modeladores que contribuyen a producir, afirmar y reproducir el sentido, que es inherente a las condiciones culturales, económicas y sociales de un determinado momento histórico. Suelen ser modelos hegemónicos que buscan naturalizarse y perpetuarse a través de lo simbólico. En el artículo De “sirvientas” y eléctricos servidores. Imágenes del servicio doméstico en las estrategias de promoción del consumo de artículos para el hogar (Argentina 1940-1960) , Inés Pérez decodifica, a través de publicidades en revistas dirigidas a la mujer, figuras usadas de manera recurrente en la promoción del consumo de estos bienes y sus diferentes textos dirigidos al ama de casa, como un modo de manejar -pero también de explotar- las relaciones de género, vinculadas a la presencia más asidua de las mujeres casadas de sectores medios en el mercado de trabajo así como a la emergencia de masculinidades domésticas.

Por buena y cumplidora
Las imágenes pueden ser abordadas como textos dicursivos, por lo tanto las producciones visuales también pueden ser entendidas como materialidades significantes. En tanto discurso en el que subyace toda trama de poder, son potentes modeladores que contribuyen a producir, afirmar y reproducir el sentido, que es inherente a las condiciones culturales, económicas y sociales de un determinado momento histórico. Suelen ser modelos hegemónicos que buscan naturalizarse y perpetuarse a través de lo simbólico. En el artículo De “sirvientas” y eléctricos servidores. Imágenes del servicio doméstico en las estrategias de promoción del consumo de artículos para el hogar (Argentina 1940-1960) , Inés Pérez decodifica, a través de publicidades en revistas dirigidas a la mujer, figuras usadas de manera recurrente en la promoción del consumo de estos bienes y sus diferentes textos dirigidos al ama de casa, como un modo de manejar -pero también de explotar- las relaciones de género, vinculadas a la presencia más asidua de las mujeres casadas de sectores medios en el mercado de trabajo así como a la emergencia de masculinidades domésticas.
PUBLICIDAD ATMA
Publicidad Aurora
publicidad General Electric

Artículos Relacionados

Hacer Comentario