Presentación

Utilizaré una sensación personal para ayudar a comprender mi mirada sobre la etapa política que atraviesa América Latina. Se trata del recuerdo de la perplejidad, tanto íntima como colectiva, que sentíamos durante los momentos previos y las primeras semanas que sucedieron al golpe de Estado de 1976. Hago dos aclaraciones. La primera es que no se me escapan las diferencias de contexto, solo apelo a un modo de estructurar nuestra interpretación. La segunda, exhorto a no juzgar mi planteo a partir de la experiencia vivida a posteriori de los hechos, sino a intentar retrotraernos a nuestras percepciones propias de aquel momento.

Al no conocer todavía el alcance de lo que sucedía, vivíamos con un alto grado de desconcierto, de impotencia. Cada día nos enterábamos de que un compañero más dejaba de concurrir a los lugares que frecuentaba, pero no conocíamos cabalmente los motivos ni los límites que esa situación estaba llamada a trasponer. Sucedían cosas inéditas, de mayor intensidad que en golpes anteriores, que no tenían, por aquellos momentos, una explicación integral. Quizás se deba a eso, además de su valor literario, la trascendencia de la Carta Abierta de Rodolfo Walsh al cumplirse un año del golpe, la cual relacionó la masacre con la aplicación de un plan sistemático de entrega de soberanía. Hasta ese momento, nos resultaba muy difícil encontrar una racionalidad a lo que sucedía, desde la sola percepción del paroxismo de lo cotidiano.

Hizo falta la reiteración de aquellos hechos trágicos para englobarlos en una integralidad. Había que subir un peldaño en la perspectiva de análisis. El capitalismo productivo de posguerra estaba virando hacia su fase financiera y debía preparar su estocada final contra el archienemigo soviético. Al mismo tiempo, el aumento del precio del petróleo precipitó el ritmo de la revolución tecnológica, de modo de reestructurar los procesos productivos para adaptarlos a la nueva situación. América Latina, como patio trasero del imperio, ese vecindario que había que mostrar ordenado en la disputa por la hegemonía mundial, tenía un doble rol que cumplir. Por un lado, se la debía marginar de toda influencia del bloque socialista; por el otro, contribuir a financiar el cambio de fase del capital trasnacional. El imperio debía desterrar de nuestra región toda amenaza de parte de los grupos insurreccionales que dominaban el clima político, y colocar al frente de los gobiernos y de su política económica a los representantes de aquel capital financiero trasnacionalizado. Las dictaduras de América Latina estaban llamadas a cumplir un rol estratégico muy preciso en aquel proceso de reconfiguración del capitalismo, signado por el pasaje de su fase productiva a su fase financiera. Un rol que con democracias no hubiera podido cumplir. Y debía hacerlo a como diese lugar.

Esa era la racionalidad que respondía a un proceso estructural, y que al principio no lográbamos interpretar desde la perplejidad de las percepciones de superficie.

Nada de lo que sucedía en aquel momento en América Latina, así como nada de lo que sucede hoy, está desligado de una disputa a nivel mundial. Antes y hoy se vivió y se vive lo que podemos llamar disputas de la etapa.

En una etapa como la actual, en que el modelo de gobernanza mundial se disputa entre los grandes conglomerados trasnacionales y las democracias estatales, los primeros no pueden correr el riesgo de que los tan preciados recursos estratégicos de nuestra región sean administrados por gobiernos encarnados por líderes populares, de comportamiento imprevisible según sus intereses. Y una vez más, a como dé lugar.

¿Cómo explicarnos, si no, los llamados golpes blandos, la rutina de las fake-news, las causas judiciales fraguadas, la difamación y proscripción de expresidentes? Imposible entenderlo a menos que nos elevemos, nuevamente, un peldaño en el plano de análisis, para darnos cuenta de que los grandes poderes mundiales no pueden tolerar que los líderes y los intereses populares vuelvan a ejercer el gobierno de nuestros países. Eso desequilibraría la disputa geopolítica existente a nivel mundial, entre la democracia estatal y el gobierno de las empresas.

 

América Latina en la disputa global

Los acontecimientos del presente en Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador, etc., responden, en consecuencia, a la disputa de poder de la etapa. Ninguno de ellos constituye un compartimiento estanco, un hecho aislado del contexto.

América Latina constituye un potencial eje de integración energética entre los hidrocarburos de Venezuela, la biodiversidad de la Amazonia y la riqueza acuífera de la cuenca del litoral, Paraná, Del Plata, en Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil. Sumado a que Brasil tiene la mayor reserva offshore reconocida hasta este momento. Si hay petróleo en el Atlántico brasileño y hay petróleo en el Atlántico Sur (que, entre otros hechos, justifica la permanencia británica en la zona), por continuidad geológica también lo hay bajo la plataforma submarina argentina. La Argentina posee la cuarta reserva mundial de petróleo no convencional y la segunda reserva mundial de gas no convencional. El 90% de las reservas de litio están en Atacama, sumado a que es la zona de mayor irradiación solar de la tierra lo cual le permitiría, tecnología mediante, producir energía solar con los costos más baratos del planeta. Asimismo, la Patagonia alberga las mejores condiciones para la energía eólica, más las reservas de coltán y oro de Venezuela, el tungsteno de Bolivia y Perú y la segunda reserva de grafeno en Brasil. Todo esto es lo que representa ese eje de integración energética latinoamericano.

Durante la reciente etapa de gobiernos populares, la región se había mantenido como parte del sistema internacional de Naciones Unidas, es decir, cumplía con las normas “políticamente correctas” en materia de derechos de género, laboral, combate al narcotráfico, el terrorismo y las grandes amenazas y se mantuvo integrada al sistema. Pero, al mismo tiempo, sostuvo su autonomía respecto del sistema financiero y también inclinó su preferencia sobre el eje geopolítico integrado por China, Rusia y otros países emergentes. Esto operó como un cierto reaseguro para nuestra condición de Zona de Paz, lo que considero un valor fundamental.

América Latina atesora una biodiversidad equivalente a la situada en África, y reservas energéticas comparables a las de Medio Oriente. Posee, además, una ventaja estructural respecto de esas regiones del mundo. Sin conflictos fundamentales en términos interétnicos, raciales, culturales o religiosos como sí tienen aquellas, y con un peso mayor de su estatalidad con relación a los países africanos, América Latina presenta un mayor poder de administración de sus recursos por parte de gobiernos populares, en favor de sus pueblos. Debe concentrarse en ello, y de hecho lo ha procurado, al no tener que centrar su atención en resolver otro tipo de conflictos graves, como sucede en otras áreas del mundo.

 

Preservar a América Latina como Zona de Paz

El imperio necesita sostener la conflictividad permanente en distintas áreas geopolíticamente estratégicas, mientras la realidad demuestra que aplicar las mismas medidas que aplica solo en clave militar, lejos de dar resultados diferentes, acentúa y expande las consecuencias del terrorismo.

El Departamento de Estado de los EE.UU. acaba de reconocer oficialmente que en el año 2016 detonó en siete países de Medio Oriente, 26.171 bombas, cifra que multiplicada por la cantidad de víctimas de cada detonación, da un resultado superior al de 2015 y mucho mayor que el de 2014. Hay claramente un incremento de la clave militar sobre la mayor zona controversial del mundo pero sin embargo esto no contribuyó a bajar los niveles de conflicto, sino todo lo contrario. El nivel de empobrecimiento, las crisis, las guerras, el odio, el resentimiento, los refugiados y el reclutamiento en las organizaciones terroristas fue aumentando de manera directamente proporcional al incremento de la clave militar. Esto quiere decir que si América Latina se realinea y pierde aquella condición de autonomía que era el presupuesto para la paz, queda expuesta exactamente a los mismos riesgos que los centros de poder mundial, cada vez más vulnerables a los atentados de un terrorismo rudimentario, novedoso, pero muy eficaz.

El “mundo” al que Macri se jacta de haber retornado, es el de una irracional concentración financiera cuyo precio es la construcción de muros, los bombardeos a poblaciones civiles, las cuadrillas interminables de refugiados que huyen expulsados por la guerra, la miseria y el desamparo. Consecuencias que despiertan mucho odio y revanchismo a los que América Latina no ha contribuido a generar.

Sin embargo, a partir del actual realineamiento, habitamos un territorio pasible de recibir las señales de ese mismo odio que las víctimas profesan contra el imperio y sus aliados. Es un motivo más que suficiente para reorganizar cuanto antes a las fuerzas populares de toda la región y retomar la senda de paz y autonomía, como marco indispensable de nuestro desarrollo.

 

Los nuevos métodos de penetración

Al gran conglomerado a nivel mundial de intereses petroleros, armamentistas, mediáticos, se ha sumado ahora la cadena de los laboratorios y de los alimentos, y un grado de coordinación cada vez mayor de los sistemas judiciales contra-mayoritarios, que garantizan los sistemas liberales de representación en todos los países dependientes. Porque han entrado en las sociedades por los mecanismos de infiltración capilar a través de todo el aparato cultural montado, no solo por las cadenas mediáticas sino por un mecanismo más imperceptible que son determinadas organizaciones de la sociedad civil, ONGs, etc. A diferencia de hace veinte o treinta años, en la actualidad hay movimientos sociales que se han mantenido en el campo popular pero hay organizaciones de la sociedad civil que responden a la lógica del poder y del imperio y que van impregnando, capilarmente, subterráneamente, a nuestras sociedades, con altísimo nivel de financiamiento del propio Departamento de Estado de los Estados Unidos. El primer orden en su presupuesto es mantener a su personal diplomático en el exterior, y el segundo es el financiamiento de este tipo de ONGs, para que apoyen proyectos antipopulares, a través de banderas como el ecologismo, como la construcción de viviendas, etc.

Se trata de una política a nivel mundial, que se desarrolla a partir de la Agenda de Seguridad Nacional de los EE.UU., una de cuyas prioridades es financiar el deterioro de los proyectos nacionales autónomos. Así, a través de los Institutos tanto demócratas como republicanos, el Consejo de las Américas, etc., financian fundaciones internacionales y nacionales (como las de José María Aznar, Álvaro Uribe y Mauricio Macri), simposios, seminarios, proyectos editoriales, cursos de formación de políticos, jueces y periodistas, con ese objetivo.

La penetración capilar de los mencionados institutos a través de su altísimo financiamiento y preparación profesional, ha cooptado a muchas de las organizaciones sociales para la causa de la desestabilización de los regímenes nacionales, tanto en Medio Oriente como en América Latina. Han sabido trabajar con inteligencia y perseverancia sobre el campo de interpretación simbólica de nuestras sociedades, sobre el modo de organizar su representación ética y lógica del mundo, sobre sus creencias, sobre la construcción del sentido común. Y esa perforación del sentido viene prevaleciendo sobre el malestar económico que efectivamente atraviesan vastas capas sociales.

Han conseguido que amplios sectores demonicen a las y los líderes populares pese a haber disfrutado de los beneficios de las políticas por ellos aplicadas. Han logrado instalar la idea de la corrupción de los líderes en un primer plano, y que de ese modo se naturalice la vuelta al “orden” del Estado policíaco-autoritario, aunque sea al precio de acabar con la mayor parte de los derechos conquistados.

Es por todo esto que debemos actualizar nuestro pensamiento y nuestros instrumentos para dar una respuesta regional, una respuesta monolítica de la región, con la suficiente profundidad como para entender que no se trata de fenómenos aislados, locales o nacionales, sino de una estrategia muy profunda y profesionalmente pensada a nivel de los tanques de pensamiento del capital financiero globalizado.

Los grandes poderes financieros no podrían ejercer tamaña tarea, sin ese proceso paralelo de construcción de subjetividad. Esto es, un entramado de necesidades, deseos y relaciones que configuran todo un modo de interpretación de la realidad, de manera que una porción significativa de la opinión pública mundial legitime el modelo de dominación. El desarrollo de las cadenas hegemónicas de medios de comunicación de masas tiene una relación orgánica con este orden mundial.

La comunicación no solo expresa sino que organiza el movimiento de la globalización. Al comunicar, crea subjetividades. Las industrias de la comunicación integran lo imaginario y lo simbólico dentro de la trama biopolítica, con lo cual ya no solo están al servicio del poder, sino que son uno de sus factores constitutivos más importantes. La maquinaria de subjetividad colonial interviene sobre los elementos de la relación comunicativa, disolviendo la identidad y la historia de una manera totalmente postmoderna. Intenta crear un sujeto fragmentado. Al asociar capitalismo con libertad o democracia, bajo un supuesto pluralismo, adoctrina en el pensamiento único. Al presentarse como un servicio que basa su prestigio en la credibilidad del mensaje, los medios aprovechan para jerarquizar lo novedoso frente a lo importante, lo espectacular frente a lo sustantivo. Así, intentan incapacitar a la sociedad para ser consciente de las consecuencias del modelo de dominación y buscan instalar que su esfuerzo y toda construcción política será inútil para cambiar las cosas.

 

El nuevo modelo autoritario y el replanteo institucional

Se ha montado en la región un sistema pseudo-institucional a partir de un núcleo de poder fáctico formado por grupos financieros, cadenas de medios y un brazo judicial, en el que la representación política pasa a ser una cuestión de segundo orden, ejercida por piezas intercambiables, siempre y cuando se cumpla con el cometido de subordinarse a ese núcleo de poder central.

Si bien hoy no existe una prohibición expresa de la política como en aquellas dictaduras, se trata de una proscripción indirecta por la vía de la apropiación y colonización de los aparatos mediático y judicial, lo que pone en discusión la propia legitimidad del sistema de instituciones liberales que heredamos, incluido el sistema de representación demo-liberal. Es preciso repensar y re-significar el sistema institucional de la Patria Grande, desde una nueva perspectiva de época.

La arquitectura demo-liberal, durante los casi tres siglos de vigencia del capitalismo, garantizó la propiedad privada y los negocios de quienes ostentaban el poder, bajo la excusa de que con ese régimen las masas obreras también alcanzarían cierto grado de prosperidad. Ese proceso atravesó diversos momentos, algunos de ellos de tal autoritarismo y violación de derechos, que recuperar las libertades civiles que el sistema establecía (siempre en pos de permitir la libre circulación y acumulación del capital de las burguesías devenidas en oligarquías) pasó a ser un objetivo también para los trabajadores, aun cuando fueran explotados económicamente.

Sin embargo, esa arquitectura llena de mediaciones cada vez más complejas, terminó por distorsionar la voluntad expresada por el pueblo a través de su voto. Los pueblos votan, pero no deciden. El sistema derivó mucho más en la concentración de poder económico, que en la distribución de poder político, y eso mella el fin último declarado, que es conseguir cuotas cada vez mayores de felicidad y autonomía. Se sigue votando, pero se es cada vez menos feliz. Es decir, el sistema de representación demo-liberal se agota históricamente, en paralelo con el agotamiento moral del irracional modelo de concentración financiera del cual es su pilar institucional. Si se quiere superar a este último, habrá que poner en cuestión también a aquel, a través de nuevas formas de ejercer el poder popular.

Pero no se trata de volver a viejos esquemas autoritarios ni de renunciar al concepto de distribución del poder a expensas de un poder concentrado. Se trata más bien de re-democratizar el poder, hoy absolutamente concentrado gracias a la debilidad del sistema institucional heredado del liberalismo y conocido como la República en términos clásicos. Se trata de retomar la idea más profunda de la democracia, más antigua y más genuina aún que la República, porque proviene de la expresión pública en el ágora.

Para la democracia moderna, el voto de la mayoría es el punto de origen de la legitimación de los gobiernos. Pero el alma del sistema se apoya en un conjunto de valores que implican la conquista de derechos para esas mayorías, logro de un mayor bienestar, el acercamiento a pautas de una vida más placentera, la construcción de una sociedad más igualitaria, más soberana, el incremento en sus niveles de desarrollo.

Cuando un gobierno solo cumple con el requisito del voto, pero viola todos los demás componentes democráticos, se convierte en un gobierno con un único elemento de legitimidad, desligándose de todos los demás, como los derechos, la soberanía o la igualdad. Es necesario mantener la distinción entre la legitimidad de origen de un gobierno -esto es, la formalidad del comicio- y su legitimidad de ejercicio. Si durante el ejercicio se tergiversa lo expresado en campaña, se aniquilan derechos, se refuerza la represión al disconforme, se somete al dispositivo judicial, se encarcela sin condena ni causa, se solventan campañas difamatorias y persecutorias que digitan los mecanismos informativos, las maneras de titular, los climas sociales, ¿adónde queda la legitimidad democrática?

Legítimo en su origen, se des-democratiza a lo largo de su desarrollo. Esta deslegitimación social genera disconformidad y las consiguientes protestas, lo que activa y enardece el aparato represivo y se amenaza el pleno y libre ejercicio de los derechos y garantías constitucionales. Se trata de una suerte de círculo vicioso que deteriora la calidad institucional: los poderes instituidos durante la fase procedimental de la democracia incurren en el incumplimiento del mandato recibido.

 

Volver a la esencia de la Democracia

Es así que, cuando se obturan los canales institucionales tanto en el campo económico y el laboral como en el de los derechos civiles, los sectores más perjudicados llegan a un punto de inflexión en cuanto a su hartazgo, y no les queda otra posibilidad que salir a la calle, movilizarse y re-ocupar el espacio público, que es, finalmente, el lugar que alumbró a la democracia. Lejos de amenazar a las instituciones democráticas, la movilización popular, la ocupación de las calles y las plazas públicas re-sitúan a la democracia en el territorio que le diera origen, en su institución más genuina: el foro, la asamblea. Se trata de la democracia activa, protagónica, frente a la democracia fósil, insincera, simulada. Lejos de desestabilizar, el pueblo la reencauza, la re-democratiza.

Lo que está en cuestión es la palabra misma “democracia”, no porque yo reniegue de ella, sino porque creo que estamos en una etapa en que las fuerzas populares tenemos que resignificarla. La democracia, entendida como la voz del pueblo, no se puede sostener desde estas instituciones.

Debemos repensar los sistemas electorales. Los institutos electorales demo-liberales deben convivir con instituciones de poder popular más directas, que representen otros mecanismos de expresión y organización de los pueblos.

No es en vano que los dos modelos que más resisten en América Latina los embates del capital financiero globalizado, el de Venezuela y el de Bolivia, son los que actuaron con más profundidad sobre el sistema institucional, con la creación de instituciones de poder popular, con el reconocimiento de formas de propiedad colectiva, cooperativa, solidaria, colaborativa, que complementan la pura propiedad privada liberal, con la jerarquización de sistemas jurídicos innovadores y con cambios en el modo de elegir a los jueces y tribunales, que enriquecen el sistema del liberalismo clásico.

Es decir, han construido un entramado entre política y pueblo, entre líderes populares y pueblo, que dificulta el embate de los poderes fácticos. Cada situación nacional tiene sus características. Pero, en todos los casos, los poderes fácticos se encargan de adulterar la voluntad de los pueblos, de reducir sus derechos, de maximizar sus siderales ganancias, de manejar nuestros recursos estratégicos a como dé lugar, eso sí, escondidos siempre entre los pliegues que el sistema liberal, la llamada “institucionalidad” vigente, les permite. Siempre bajo un ropaje supuestamente “democrático”, calificando peyorativamente de populistas a los líderes populares, y asociándolos con el atraso, la incivilización y el anti-republicanismo. Aunque la civilización es limitar la fuerza con el derecho y no quitar derechos por la fuerza. Aunque la República sea administrar la “cosa pública”, y no privatizar.

Es por todo esto que estoy convencido de que tenemos que hacer un cuestionamiento muy profundo a la etapa institucional que está viviendo América Latina, y ofrecer ese debate a otras regiones del mundo.

 

Por Carlos Raimundi
Diputado mandato cumplido. Docente UNLa

 

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