Ramón Doll (1896-1970) fue un abogado, ensayista, periodista y crítico de obras literarias e historiográficas. Este autor, que dio sus primeros pasos en política militando en las filas del Partido Socialista, tuvo la particularidad de publicar libros en un breve período entre los años 1929 y 1943, limitándose luego de ello a escribir en revistas y a prologar libros de autores amigos. Cuatro años antes de su muerte, encontrándose Doll en el más hondo ostracismo, la editorial Peña Lillo publicó Lugones, el apolítico y otros ensayos, reuniendo lo mejor de su obra polémica. En 1976 la editorial Dictio lanzó a la calle la segunda edición de Acerca de una política nacional y otras cuatro obras más reunidas en un solo volumen. Desde entonces nunca más fue reeditado un libro de Doll, siendo Norberto Galasso el único historiador que tuvo el mérito de escribir su biografía, a fines de la década de 1980.

¿Acaso los temas tratados por Doll perdieron vigencia con el paso de las décadas? Una somera lectura de sus escritos más conocidos permite desestimar esta apreciación. La revisión de la denominada historiografía liberal mitrista; el enjuiciamiento a la mentalidad colonial de los intelectuales; la exposición del carácter reaccionario y antinacional de los grandes medios de prensa; los cuestionamientos al rol perturbador del Poder Judicial; y una descarnada crítica a los escritores que ocuparon el más alto sitial de la superestructura cultural argentina, son algunos de los problemas a los que Doll entregó su pluma rabiosa.

Autores como Jorge Abelardo Ramos, Arturo Jauretche y Juan José Hernández Arregui tributaron en sus libros los escritos de Doll y desarrollaron exhaustivamente algunos de los tópicos por él adelantados. No está al alcance de este trabajo desentrañar las causas del olvido que recayó sobre Doll pero se aventura que este tiene, al menos, una doble causalidad. Por un lado, la acción demoledora de su crítica a la cultura oficial le cerró las puertas de las academias, las editoriales y las universidades. Por el otro, la pereza investigativa condujo a rotular a Doll bajo la égida del fascismo cuando, en realidad, lo más significativo de su obra lo produjo cuando adhería al socialismo y realizaba abundantes críticas al Estado corporativo italiano.

El propósito de este estudio es brindar al lector una clave interpretativa para abordar la fragmentaria y compleja obra de Doll. El análisis minucioso de sus libros y artículos permite reconocer un núcleo temático presente en forma constante, independientemente de sus virajes políticos. El tema que desveló a Doll a lo largo de toda su obra es la disociación entre las minorías cultas y el pueblo y, en distintos momentos, trató este problema en los planos de la cultura literaria, la historiografía y la política.

 

En la literatura

Ramón Doll obtuvo notoriedad pública en el terreno de la literatura. A fines de la década de 1920, este joven crítico se abocó a enjuiciar a las obras literarias canonizadas y a sus autores. De espaldas a las rutas que llevan al éxito por medio de la lisonja, Doll puso en tela de juicio el divorcio entre las plumas consagradas y los problemas del pueblo argentino.

Así, Doll no vacila en calificar al Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes como un personaje derrotado socialmente, antítesis de Martín Fierro. Es el héroe de Güiraldes el gaucho visto desde los ojos de los hijos de los estancieros, celebrada imagen de Doll tantas veces evocada y pocas veces reconocida.

Paul Groussac fue otro de los baluartes de la literatura que recibió la desembozada crítica de Doll. El francés, llave maestra del prestigio y la reputación literaria, fue calificado por Doll como “un viejo inhóspito de sonrisa nevada”. Es precisamente con Groussac que comienza a producirse en nuestras letras la desconexión con el pueblo, que “aborrece cordialmente una literatura de mandarines para los cenáculos porteños”.

En el camino de cuestionar el distanciamiento entre los escritores y la realidad nacional, Doll fustiga contra el joven Jorge Luis Borges, que empieza a desligarse de su prédica yrigoyenista y sepulta en el pasado su prólogo a la primera edición del Paso de los Libres de Arturo Jauretche. Ningún vestigio debe quedar de la vocación nacional de Borges para poder ingresar a los cenáculos de la intelectualidad; su prosa se transfigura en “antiargentina”.

El análisis virulento de Ramón Doll tampoco dejó en pie la obra de un hombre que, paulatinamente, se quitaba el ropaje opresivo de los círculos literarios y los grandes diarios. Tal es el caso de Raúl Scalabrini Ortiz y su libro El hombre que está solo y espera, calificado por Doll como una “biblia para el zonzaje”. Scalabrini, de fuerte temperamento, no toleró la afrenta de Doll y lo retó a duelo. Las heridas en el cuerpo de Doll fueron el comienzo de la reconciliación entre dos hombres que, con prepotencia de trabajo arltiana, buscaban demoler el edificio cultural de la semicolonia.

La batalla de Doll contra la literatura oficial le pone ante sus ojos un problema no resuelto en los países con independencia política declarativa y sumisión económica traducida en vasallaje cultural. ¿Cuál debe ser el rol de los intelectuales? ¿Toda su tarea es la reproducción mecánica de un conocimiento universal carente de irradiación nacional? Ramón Doll se pregunta qué sucede con los intelectuales argentinos que no ven con claridad nuestro medio. De esa manera, “la historia de la inteligencia argentina es la historia de la abdicación, del ausentismo, del egoísmo y del anti-argentinismo. El país se forma, se puebla, evoluciona (…) pero la inteligencia argentina da las espaldas a la realidad y al pueblo, a la tierra y a la Nación”.

 

Doll historiador

En 1934, con su libro El liberalismo en la literatura y la política, Ramón Doll expresa que su desvelo por desentrañar la ruptura entre los literatos y el pueblo no puede entenderse en su real magnitud sin un estudio del pasado nacional. En un contexto de surgimiento del revisionismo histórico, que quebró los cimientos del relato historiográfico oficial, Ramón Doll rastrea en el siglo XIX las raíces de este problema. Por esa razón, Doll será uno de los pioneros del revisionismo y participará de los orígenes del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.

El Doll historiador identifica en la pugna entre unitarios y federales la dicotomía intelligentzia-pueblo. La lucha entre ambas fuerzas políticas no refleja el enfrentamiento entre la civilización y la barbarie sino entre dos formas de concebir la Nación. Los unitarios, según Doll, fueron los “niños malcriados” de su época que, debido a la antipatía que el pueblo sentía por ellos, inhumaron las montoneras federales con el calificativo injurioso de la barbarie. En las filas del federalismo “prevalecieron las masas populares con su mayor sensibilidad territorial y con este acto primo de repulsa instintiva que tiene siempre el pueblo ante el intelectual y el extranjero”.

La oligarquía que revela su aversión al pueblo tiene su encarnación histórica en Bartolomé Mitre. Para Ramón Doll la historia oficial fue escrita con el solo propósito de resguardar la imagen de Mitre y esto explica la impopularidad de su relato. El pueblo comprende las raíces de esta falsificación y, por lo tanto, se niega a aceptar como el organizador del país a quien fuera “padre y tío de las oligarquías”.

Mientras los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta o Ignacio B. Anzoátegui evitaban tratar la figura de Mitre, Ramón Doll aseveraba con audacia: “Despojado Mitre de sus títulos de liberal, demócrata y civilizador y sometido a una prueba rigurosa de recomposición histórica, en su Presidencia se llega a esta asombrosa y desopilante constatación: que su Presidencia fue una verdadera dictadura militar, ensangrentada por sus fieles lugartenientes uruguayos (Sandes, Arredondo, Flores, Rivas), enviados al interior para pacificar las provincias y someterlas al liberalismo y a la civilización”.

 

Los pilares del régimen oligárquico

Hacia fines de los años ‘30, Doll pretende interpretar la realidad política argentina de la Década Infame y se topa una vez más con una minoría que concentra el poder político, económico y cultural, en detrimento de una inmensa mayoría que es aborrecida por la oligarquía.

Es por ello, que sus estudios sobre la literatura y la historia dan paso a la indagación de los pilares sobre los que se sostiene el régimen oligárquico. Doll considera que el primer soporte son los grandes diarios, La Nación y La Prensa, cuyos periodistas lejos de reflejar en sus páginas la libertad de expresión de individuos racionales -tal cual reza el abstracto imaginario liberal- entregan su tinta al poder omnímodo del propietario del diario.

El otro sostén de la oligarquía es el Poder Judicial, caracterizado por Doll como un órgano de perturbación nacional. De ese modo, Doll denuncia: “Observad bien: son siempre los mismos apellidos, son los yernos y los suegros, los hermanos y los cuñados. El abogado de un ferrocarril es siempre el profesor de la Facultad que un buen día salta a un juzgado o a una Cámara o el juez que salta a un buffete bien rentado por la Standard Oil y que, cabalmente, es profesor también de la Facultad. Se ha formado una oligarquía judicial nepótica dentro del Palacio de Justicia”.

En el marco de la Segunda Guerra Mundial el campo intelectual y político argentino se fragmenta en dos posiciones irreconciliables: aliadófilos o germanófilos. Unos pocos patriotas, como Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche, tienen la certeza de que ambos bandos beligerantes reúnen a potencias imperialistas opresivas del mundo colonial y semicolonial. La Argentina debe mantener su tradicional posición de neutralidad ante la guerra; “Los argentinos queremos morir aquí”, dicen los hombres de FORJA.

La capacidad creativa de Doll no lo exime de fallar políticamente y se pliega a los grupos germanófilos. Norberto Galasso recupera el testimonio de Arturo Jauretche que, tal vez, sirva para comprender los errores de Doll quien, en su obsesión por interpretar los problemas argentinos, tomó la vía muerta del fascismo: “¡Pobre Doll! Es fácil acusarlo ahora por volverse fascista, pero era muy difícil resistir, por aquel entonces. Era muy difícil no quebrarse ante la presión de los dos imperialismos que se disputaban el mundo”.

Tal vez la principal contribución de Ramón Doll para desentrañar la realidad del país fue poner al descubierto los lazos entre la oligarquía política y económica que detenta el poder y los círculos intelectuales que ejercen la dictadura del saber. Años más tarde, este tema será tratado ampliamente en tres obras notables: Crisis y resurrección de la literatura argentina de Jorge Abelardo Ramos (1954); Imperialismo y Cultura de Juan José Hernández Arregui (1957); y Los profetas del odio de Arturo Jauretche (1957).

Por esos momentos, Ramón Doll llevaba largos años recluido en el silencio y el olvido, pero su lucha contra la inteligencia desasida de los problemas nacionales proseguía a través de otras voces.

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