Un joven de 26 años delgado y de anteojos recibe el Premio Municipal de Literatura, su nombre: Rodolfo Walsh. Es 1953, el joven está casado con una maestra y tiene dos pequeñas hijas, Victoria y Patricia. Es oriundo de Choele Choel, un pueblo de Río Negro, trabaja de traductor en una editorial, vive en La Plata, y es un jugador de ajedrez aficionado. El cuento negro y el policial es el género que escribe, “Variaciones en rojo”, el libro premiado. El joven tiene aspiraciones, quiere ser escritor y colaborar asiduamente en el diario “La Nación”, es nacionalista, tiene una hermana monja y un hermano aviador. No puede imaginar que sesenta y dos años después el canal del Estado emitirá una serie televisiva basada en sus cuentos, llamada “Variaciones Walsh”. No sabe que un día le contarán una historia que luego escribirá y que transformará su vida para siempre. No tiene idea quién es Juan Carlos Livraga.

Un fusilado, vive

Una sofocante noche de diciembre de 1956 mientras juega al ajedrez en un club en La Plata Rodolfo Walsh escucha una frase que le cambiará su vida.

–Hay un fusilado que vive.

El fusilado es Juan Carlos Livraga, un albañil de veinticuatro años baleado por la dictadura de Aramburu. Pero Livraga sobrevive, Walsh se entera del caso y lo busca para que se lo cuente.

Escritor de cuentos policiales, hasta ese momento se ganaba la vida traduciendo textos al inglés y publicando unas pocas notas en la revista Leoplán. Por la temprana muerte de su padre junto a su hermano crecieron y se educaron en un internado para niños irlandeses pobres, ya que su familia era originaria de ese país. Inspirado en ese contexto escribió una serie de cuentos llamados “Los irlandeses”.

A partir de conocer a Livraga publicará diferentes notas en Revolución Nacional y luego en Leoplán. Mientras que el escritor piensa que los reportajes que tiene en sus manos la prensa se los disputará, los fusilamientos, los crímenes de Estado que denuncia, a ningún editor le interesará publicar.

“Yo quería ganar el Pulitzer” recordará años más tarde.

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Desde que Walsh empieza la investigación y los reportajes a las víctimas de los fusilamientos se cambiará el nombre. Firmará las notas como RW. Otro periodista cuyas iniciales son WR es llevado por la policía desde su casa, lo someten a un interrogatorio y permanece durante varias horas detenido: pensaron que era el enigmático periodista que firmaba las notas denunciando la masacre. Cuando Rodolfo Walsh accedió al libro de locutores de Radio Nacional supo que los crímenes en José León Suárez fueron perpetrados aproximadamente media hora antes de sancionarse la ley marcial y este fue el hallazgo que usó para demostrar que la dictadura de Aramburu acribilló sin juicio previo y sin ningún marco legal a doce hombres que no habían cometido ningún delito.

El caso Satanowsky

El oficial Quaranta es el autor intelectual del homicidio del abogado del diario La Razón Marcos Satanowsky, pero quien lo descubre es Rodolfo Walsh. Los autores materiales operaron a través de la Secretaría de Inteligencia del Estado. El móvil era quedarse con el Diario, empezaron matando a su abogado.

Cuba

“Rapidez y exactitud” son las dos cualidades que para RW debe tener un periodista. Triunfa la Revolución cubana, es 1959 y Jorge Ricardo Masetti, a cargo de crear la Agencia de noticias Prensa Latina, lo convoca para que sea parte del equipo. Lo designan jefe de servicios especiales, el Walsh periodista es más rápido que el vuelo de un águila. Un día llega a la redacción, por error, un mensaje criptográfico; compra un manual para descifrar el mensaje, se obsesiona y, finalmente, lo descifra. El mensaje revela que hay tropas norteamericanas entrenándose en Guatemala. De esta manera el gobierno revolucionario de Fidel Castro es alertado sobre el asunto, Cuba resiste la invasión por Playa Girón.

Dos años más tarde regresará a la Argentina.

Transcurre un tiempo de su paso por Prensa Latina, la Casa de las Américas lo convoca para ser jurado del prestigioso premio. A su regreso, en cambio de volver directamente al país, va a España y se entrevista con Perón en Puerta de Hierro.

El sindicalismo argentino es el nuevo tema que lo obsesiona. Raimundo Ongaro lo convoca a realizar el semanario CGTA, acepta con la condición de que se sumen también dos amigos y colegas: Rogelio García Lupo, con quien trabajó en el caso Satanowsky y en Prensa Latina; y Horacio Verbitsky.

¿Quién mató a Rosendo?

Es 1966 y en la pizzería La Real de Avellaneda asesinan al sindicalista Rosendo García. Walsh, con el mismo método y la misma estructura que utilizó en “Operación Masacre” reconstruye el asesinato y, como en OM y en el caso Satanowsky, va más allá del relato de los hechos, también descubre al asesino y lo cuenta en “¿Quién mató a Rosendo?”. En este caso, Walsh pudo probar que el asesino era Augusto Timoteo Vandor, conocido también como El Lobo.

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Con Operación Masacre y en las tres investigaciones Walsh declara y aporta datos a la justicia. Además de ser un investigador obsesivo, transforma esas investigaciones en material literario, convierte los ilegibles expedientes judiciales en material comprensible por cualquier lector.

El Walsh que nace con “Operación Masacre” quiere ser leído y entendido por todos; no quiere desprenderse de la literatura y al mismo tiempo quiere denunciar los crímenes de Estado más atroces ocurridos en Argentina hasta ese momento, tiene la esperanza que se hará justicia. El escritor de los cuentos policiales y de detectives quedará atrás. Desde 1957 el periodista que denuncia crímenes como en “Operación Masacre”, asesinatos del poder como en el “Caso Satanowsky”, o redes de corrupción que asesinan en la cúpula del sindicalismo argentino como en “¿Quién mató a Rosendo?” será ahora Rodolfo Walsh.

La “no ficción”

En 1966 en Estados Unidos existe la pena de muerte. Un escritor llamado Truman Capote publica “A sangre fría”, la historia del asesinato de una familia en un pequeño pueblo en Kansas. El relato, reconstruido a partir de la confesión de uno de los asesinos a Capote antes de cumplir la condena, se transforma en un éxito. Cuando le preguntan al escritor en que género clasifica a la historia dirá: “Nonfiction novel”. Un grupo de escritores de los años 60 es parte de una corriente nueva dentro del periodismo conocida como “Nuevo Periodismo”, junto a Tom Wolfe y a Norman Mailer Capote es uno de sus exponentes principales.

¿Es Walsh o es Capote el primero en hacer “nonfiction”?

Walsh escribe “Operación Masacre” en 1957. Capote publica “A sangre fría” en 1966, pero es el norteamericano quien por primera vez le da un nombre a ese estilo de “novelar” una historia; es Truman Capote y toda la corriente norteamericana del Nuevo Periodismo quienes se identifican bajo la fórmula del “nonfiction”. Walsh, como escritor que era, cuando hace esa novela de la realidad, “Operación Masacre”, afirma que lo suyo es hacer un periodismo de acción.

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Walsh cuenta con un poco más de 40 años, corre el año 1968, y reflexiona

—La política se ha reimplantado violentamente en mi vida. Pero eso destruye en gran parte mi proyecto anterior, el ascético gozo de la creación literaria aislada; el status; la situación económica; la mayoría de los compromisos; muchas amistades, etc.

—Me he pasado “casi” enteramente al campo del pueblo que además –y de esto sí estoy convencido— me brinda las mejores posibilidades literarias. Quiero decir que prefiero toda la vida ser un Eduardo Gutiérrez y no un Groussac; un Arlt y no un Cortázar.

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Después de “Operación Masacre” lo que siempre le reclama la crítica especializada y el periodismo es la escritura de una novela. En una entrevista, por la reciente publicación de “¿Quién mató a Rosendo?” el periodista le pregunta: “Con la historia del asesinato de Rosendo García ¿por qué no hizo una novela?” “No la hice porque esa concepción es una concepción típicamente burguesa, de la burguesía, y ¿por qué? porque evidentemente la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, no molesta para nada, es decir, se sacraliza como arte”.

La idea de la ficción, de hacer una novela pasa a un segundo plano, Walsh está cada día más comprometido con las cosas que pasan en el país, se afianza investigando meticulosa y obsesivamente para denunciar crímenes y narrarlos a puro golpe y tecleo en su máquina de escribir. Desde hace más de diez años, cuando escribió “Operación Masacre”, es Rodolfo Walsh: el hombre que transformó para siempre la historia del periodismo argentino.

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El coronel elogia mi puntualidad.

-Es puntual como los alemanes –dice-. O como los ingleses.

El coronel tiene apellido alemán. Es un hombre corpulento, de cara ancha, tostada.

-He leído sus cosas –propone.

-Lo felicito.

RW lee “Esa mujer”. Su voz es pausada y enfática, la lectura lleva poco más de 16 minutos. La mayor parte del relato está compuesto por un diálogo entre un militar y el narrador, cuando Walsh lee los diálogos del general practica un tono; cuando lee los del narrador otro. El juego elíptico que hace el escritor en este relato de ficción sobre la desaparición del cuerpo de Eva Perón, sin nombrarla ni una sola vez, es una de las obras literarias claves de Walsh y de la literatura argentina. Clave desde el punto de vista literario. Y clave, también, desde el punto de vista político; con esto completa su acercamiento al peronismo, que en cierta manera había empezado con “Operación Masacre”, y poco tiempo después comenzará su militancia política en Montoneros.

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“En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez”, escribe RW en sus papeles personales que muchos años después se publicarán en “Ese hombre”.

Una máquina de escribir es un arma

En 1970 Walsh le dijo a Ricardo Piglia “según cómo la manejás es un abanico o es una pistola, y podés utilizar la máquina de escribir para producir resultados tangibles, y no me refiero a los resultados espectaculares, como es el caso de Rosendo, porque es una cosa muy rara que nadie se la puede proponer como meta, ni yo me lo propuse, pero con cada máquina de escribir y un papel podés mover a la gente en grado incalculable. No tengo la menor duda”.

La Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar escrita hace ya 40 años es leída y estudiada en casi todas las facultades del país donde se enseña Periodismo. La carta está reproducida como monumento en la ex Escuela de Mecánica de la Armada. La carta es leída casi por completo cada 24 de marzo, cuando se recuerda a las víctimas del terrorismo de Estado. “Es una obra maestra del periodismo” dijo Gabriel García Márquez. La pieza periodística y narrativa que constituye la Carta es un punto de llegada del escritor a partir del camino iniciado en “Operación Masacre” y seguido en el “Caso Satanowsky” y en “¿Quién mató a Rosendo?”. La carta es el resultado de todo ese recorrido previo.

Mirada subjetiva

Como Roberto Arlt en He visto morir, que relata la historia del fusilamiento del anarquista italiano Severino Di Giovanni, “El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe!”

Walsh en Operación Masacre se pone del lado de las víctimas. Del lado de Livraga, de Giunta, de Di Chiano, de Troxler, de Torres desde allí relata la historia. Desde ese mismo lugar relatará años después en el Caso Satanowsky y en ¿Quién mató a Rosendo? dos asesinatos. Y desde ese mismo la Carta Abierta a la Junta Militar.

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Leonardo Padura, uno de los escritores cubanos más destacados del último tiempo, en relación a Operación Masacre y ¿Quién mató a Rosendo? escribió sobre Walsh: “El método investigativo al que acude el autor para clarificar ciertas verdades y denunciarlas, no ofrece en ninguna de las dos historias demasiadas variantes novedosas en cuanto a los recursos de indagación habituales de lo que algunos han llamado periodismo de investigación. Sin embargo, la solución formal que Walsh, como Capote o el García Márquez de ‘Relato de un náufrago’ da al texto, no había sido hasta entonces la típica de este tipo de práctica periodística pues el escritor ahora le abría la puerta, y lo hacía ostensiblemente, a un elemento extraño y exótico, quizá hasta impertinente, tradicionalmente excluido, u ocultado, de la escritura periodística: la subjetividad”.

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El amigo y colega Rogelio García Lupo reflexionaba sobre el escritor: “La explicación de que Walsh fue un gran escritor puede llegar a confundir. Grandes escritores no pudieron superar la muerte de su prosa periodística una vez que perdieron actualidad”. Tal vez la clave se encuentra en que Walsh jamás renunció a la regla del periodismo, y la información de Walsh vuelve a atrapar a pesar de que los protagonistas están muertos, que los conflictos son diferentes y han caído naciones y sistemas políticos. Cuando Walsh escribía, aunque fuera una página, su poder de concentración desconcertaba, hasta podía herir a los demás. Para él había que depositar la misma dosis de inteligencia y pulcritud en una narración literaria y en un breve despacho de “la mesa”, ese mundo de las redacciones de diarios y agencias donde a menudo tropiezan la noticia con el idioma, la emoción, el sentido común. Más allá de todos los oficios que Walsh realizó para sobrevivir “el núcleo resistente de su personalidad fue el periodismo; hasta extremos de tensión que, de vez en cuando, le imponían una temporada de descanso en otros oficios”

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Y el cubano Padura completó: “Tanto Walsh, como García Márquez, Capote o Mailer, cada uno desde sus necesidades y objetivos, desde sus experiencias y capacidades, se impusieron a conciencia no la violación de principios establecidos para el periodismo, sino su enriquecimiento, su dignificación. El resultado fue que consiguieron borrar las distancias cualitativas y estéticas que suelen separar al periodismo de la narrativa de ficción, y lograron hacer del primero, definitivamente, una forma literaria con sus características propias, pero literaria al fin y al cabo. De ahí la posibilidad de permanencia que alcanzaron con sus textos, vivos y palpitantes 40, 50 años después de escritos, capaces de mantenerse muy lejos del infinito cementerio en el cual ya está muerto y enterrado el periódico que leímos ayer”.

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Es 7 de enero de 1977. Rodolfo Walsh cumple cincuenta años. Por esos días vive clandestino con su compañera Lilia en una casita en San Vicente, ese mismo día le dice a Lilia “cuando se cumpla el primer aniversario del golpe voy a terminar la Carta -que hacía algunos meses venía escribiendo- y el cuento –“Juan se iba por el río”-. El destino de la Carta Abierta a la Junta Militar es conocido; el de “Juan se iba por el río” es incierto. Ese cuento junto con muchos papeles del escritor fueron desaparecidos, igual que su cuerpo desde hace 40 años.

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