Desde jóvenes quisimos hacer una universidad que sirviera al pueblo y a la Nación, como nos había enseñado Arturo Jauretche. Pero a quienes ingresamos a la universidad en 1966 nos enseñaron a palos, dictadura tras dictadura, que debíamos obedecer y no reflexionar sobre la democracia y menos aún sostener que los derechos sociales debían ampliarse para hacer un país más justo.

Durante la efímera democracia que comenzó en 1973 intentamos modificar las Casas de Altos Estudios, ya que coincidimos con Jauretche en que no es lo mismo una Universidad en la Argentina que en Borneo o Sumatra. No se trata de formar almas sin Patria, sin identidad, profesionales que sirvan para cualquier lugar y en cualquier tiempo.

Pero llegó otra vez y mucho más feroz la dictadura genocida en 1976. Quienes éramos jóvenes y enseñábamos en ese entonces, fuimos perseguidos, encarcelados y muchos asesinados o desaparecidos. Pero algunos, muy pocos, tuvimos una segunda oportunidad para crear esa universidad soñada, que parecía un imposible, una utopía sin topos o lugar ni tiempo, un mero deseo.

Una de los pocos privilegiados fui yo, cuando me encomendaron la creación de una universidad nacional en Lanús. Una segunda oportunidad poca gente la tiene en la vida y mucho menos para construir un sueño colectivo que había terminado en tragedia. Una universidad que sirviera al pueblo, para todos y todas con igualdad de oportunidades. Tendría que escribir muchos tomos para explicar cómo pudimos construirla sin lugar ni presupuesto. Pero dado el escaso espacio de la revista, quisiera solo sintetizar qué tenía en la cabeza cuando acepté el desafío hace 20 años.

Flyer de invitación

Queríamos una universidad que sirviera para formar jóvenes que resuelvan los problemas nacionales y sociales y por eso no podía basarse en disciplinas, sino que debía ser inter y transdisciplinar como sostiene UNESCO para este siglo. Las disciplinas por sí mismas no resuelven los problemas nacionales y sociales.

Construir identidad nacional y social, incentivar o enamorar a los jóvenes para que trabajen para su país, para hacer nuestro pequeño mundo más justo, implica también ser parte de una comunidad de sueños colectivos, que sepan que no se puede transformar la realidad si no olvidamos nuestras pequeñas ambiciones personales sin dejar la alegría de lado.

Pertenecer a una comunidad de sueños nos hace más fuertes, más humanos, más felices. Por eso, lo primero que hicimos fue tener un escudo en el cual referenciarse. Teníamos logo y no teníamos universidad. Teníamos pasiones pero no construcciones.

Buscamos apoyo en el Congreso de la Nación que año tras año nos fue transfiriendo terrenos para construir nuestra Casa.

Una vez un Rector me dijo que esa profesión necesita cuatro Pes: Proyecto, Pasión, Persistencia y Paciencia. Creo que para cualquier construcción o cultura se requieren esas características pero para construir una universidad que forme hombres y mujeres para la Patria también se requieren otras Pes: el Proyecto, que debe ser nacional, debe tener Perspectiva historicista, Paideia o cultura, educación y formación, Pensamiento, Práctica y valoración de la experiencia, Planificación estratégica, y Política.

Pero más allá de ello y sobre todas esas características hay que generar Pertenencia y educar en valores. Por eso en el aniversario de los 20 años volvimos a explicitar nuestros valores que debemos enseñar y hemos incorporado en nuestro Estatuto, tales como la defensa de la democracia; de la Paz; de la justicia social; los derechos humanos que son políticos, sociales, culturales y económicos; la inclusión permanente y la justicia distributiva; el fomento del arte y la cultura y la calidad de vida; la dignidad del trabajo; la igualdad de oportunidades y de género; la defensa de nuestra soberanía nacional y la integración latinoamericana. Todos hemos jurado defender esos valores, ya que como sabemos, la educación lejos de ser una práctica de lo que existe, es una práctica cotidiana de lo que debería ser. Es una práctica de futuro, una práctica de la libertad y por eso cada maestro, cada profesor, lleva en su mochila la esperanza y la utopía.

Paulo Freire nos enseñó hace tiempo que la educación no cambia el mundo pero cambia a las personas que van a cambiar el mundo. Y no hay cambio sin sueño ni sueño sin esperanza. Por eso la historia es una hazaña de la libertad.

 

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