En algún momento de su camino descubrió su lugar en el mundo. “La realidad es que siempre supe que era de origen mapuche –dice Beatriz Pichi Malén-, y eso fue lo que me instó a salir a buscar esa identidad negada. Aunque en ese tiempo no tenía idea de que lo que estaba buscando era la identidad negada”.

Desde entonces es cantora y cuentacuentos –“es la manera en que mejor me expreso”, dice- y dedica su vida a difundir y defender la cultura que le legaron sus ancestros. Cerca de los 20 años Beatriz Pichi Malén viajó a Los Toldos, en la provincia de Buenos Aires, y le negaron que hubiera allí gente mapuche: “me dijeron ‘están todos muertos, ya no hay mapuche aquí”. Tataranieta del longko Ignacio Coliqueo, a pesar de todo oyó el llamado de su sangre, viajó al sur hasta encontrarse con su gente y asumió sin reparos su identidad.

“Nadie elige lo que hace, en el mundo mapuche la vida es comprendida así –explica Beatriz-. El cuerpo mismo te avisa, el cuerpo te va dando señales. Lo que pasa es que a veces ‘estamos muy intervenidos’, como dice el longko don Miguel Leviqueo de Gulu Mapu, la Tierra del Oeste. Muy cercenadas las ondas, la energía, el newuén, todo eso que tiene que ver con lo intangible pero tiene que ver con el halo de la vida. Cuando uno está interferido no se da cuenta de muchas cosas. Tiene angustia, o dice soñé tal o cual cosa, o siente un malestar. Esa es una manera en que el cuerpo te está avisando algo. Cada uno va averiguando”.

Desde hace varios años Beatriz reparte sus días entre las comunidades mapuche de Gulu Mapu –hoy Chile- y Puelmapu –hoy Argentina-. Abreva en su identidad mapuche y es mensajera de la música y la cultura de su pueblo a través de espectáculos que brinda en todo el mundo. En un tiempo lo hizo en el área educativa: hoy, por las constantes giras se encuentra impedida de hacerlo, aunque a veces se hace un tiempo y llega a las universidades o ámbitos educativos porque cree firmemente que en la educación se sientan las bases para mejorar los cambios.

Hablamos con ella poco después de que hiciera una recorrida por Lago Puelo, El Bolsón y Vuriloche –como ella lo llama porque “en verdad esa es la palabra, ya que traduce la idea de ‘comunidad de gente de atrás’”-, días antes de un nuevo viaje a Chile para grabar temas de Violeta Parra en mapudungún. A fines de esa misma semana, en Villa Mascardi, las fuerzas de seguridad acabaron con la vida de Rafael Nahuel, un joven de solo 22 años.

 

-Qué poco conocida es la cultura mapuche.

-Justamente, porque como es una de las culturas que han perdido una guerra no elegida, siempre hubo una pretensión de hacernos desaparecer como pueblo. No solo a los mapuche. Estamos hablando de los pueblos originarios. Esto tiene que ver con que nosotros no tenemos un apetito económico por la tierra. Sí por la tierra como un elemento para poder ser, no para tener y vender y comprar. La tierra no se compra ni se vende, uno nace, todo está, hay que cuidarlo para que sigamos estando las especies, entre las que se cuenta la humana. Porque uno después se termina, se acaba muriendo como es lógico y natural para la renovación, y ¿qué pasa? ¿Qué te llevás de lo que compraste? Nada. Como los pueblos originarios en general estamos abocados a defender la tierra porque sabemos que si no la defendemos la van a destruir y nos vamos a destruir nosotros, entonces hay una pretensión de decir “estos molestan, que no estén”.

 

-¿Cuándo nació el pueblo mapuche?

-Científicamente hay una coincidencia de diferentes partes del mundo, no solo de argentinos porque prácticamente son los que menos han estudiado el tema. El pueblo mapuche estaba aquí 20 mil años antes de la llegada de los españoles. Llegó cuando la tierra estaba todavía unida: el mismo pueblo que hoy es conocido como “los mongoles” caminó por el estrecho de Behring y por el borde del Pacífico; se fue estableciendo en distintas partes, hasta que llegó adonde se terminó la tierra. Y ahí aparece el pueblo mapuche. Sobre todo más del lado del oeste (Chile), pero como la tierra es una sola alma y entonces no había Estados ni naciones ni nada que se le parezca, la gente iba y venía permanentemente y se establecía a ambos lados de la cordillera. Por eso que ahora se empiece a decir que somos chilenos, es de una gran ignorancia.

 

-En muchos casos lo dice gente a la que no le importa la soberanía.

-Si vos ves el mapa político y sobre todo el mapa de las banderas de los Estados en lo que hoy es la Argentina, te querés pelar la cabeza. En cualquier momento van a plantar la bandera estadounidense, la bandera italiana y la bandera inglesa. La mayoría de los campos los tienen estas tres nacionalidades. Ahora se sabe un poquito por todo lo que pasó con Santiago Maldonado[1], pero no sabés la cantidad de gente que ha desaparecido en todos los períodos. Para nosotros desgraciadamente no es una cosa extraordinaria. A mi familia, a mi madre, a mis tíos, a mis abuelos, nos echaron del campo allá en Los Toldos a punta de fusil. El campo donde estaba mi familia y toda mi gente era el campo que le había pertenecido a mi abuelo y a su madre mi bisabuela, última hija directa del longko Ignacio Coliqueo, a quien el Estado a fines del 1800 le donó 16.400 hectáreas. De hecho la gente no pagaba impuestos, ese campo estaba exento porque había sido donado. Después del golpe del 76, se entregaron a la gente de la comunidad títulos de propiedad pero parcializados, cuando la gente mapuche, si tiene un título de propiedad, tiene uno para la comunidad: el que se va de la comunidad no se lleva nada; si vuelve, vuelve a tener un espacio. La mayoría de la gente vendió los títulos, se fue del campo, creyó que iba a llegar a la ciudad pero nunca llegó: ni mapuche con la tierra ni ciudadana de los grandes pueblos.

 

-¿Cómo se había llegado a la donación de las tierras a Coliqueo?

-Coliqueo a mi juicio ha tenido un comportamiento muy desleal viéndolo desde hoy, pero también uno tiene que situarse en el momento histórico. Él hizo una alianza con Mitre. Le dice que se va a convertir al catolicismo –lo cual niega por completo nuestra cultura-, que va a tener un trato pacífico con todos, y como longko lo mantiene, por eso le donan las 16.400 hectáras. A Saihueque, que también es el primero que planta la bandera argentina, sin embargo lo llevaron por delante. A Inakayal, que se creía amigo del Perito Moreno, lo llevaron como muestra, a él y a toda su familia, al Museo de La Plata, y murió allí, encerrado en ese lugar tremendo. El que no se avino fue Pincén. Por esa dicotomía de pensamiento él y Coliqueo nunca se habían llevado bien; el único momento en que estuvieron pacíficamente fue al servicio del longko don Juan Calfucurá cuando arma la Confederación. Pasado un tiempo muere Ignacio Coliqueo y lo sucede Justo Coliqueo, a quien la historia tiene como loco. Justo Coliqueo le plantea a Simón Coliqueo, su segundo hermano, que no se va a convertir al catolicismo y que no va a hacer ese trato pacífico porque la tierra tiene que volver a ser de la gente de la tierra. Simón le dice si está loco de atar, que dónde vio que un mapuche no cumpla su palabra. De alguna manera crearon cizaña: uno dice “como mapuche tengo que defender la tierra”, y el otro le dice “pero usted ha dado la palabra y la palabra hay que cuidarla”. Justo le dice que no está loco de atar porque la palabra más antigua se va a cumplir, que es la de defender la tierra y eso va a hacer; entonces se va con Pincén a la tierra profunda, a lo que los historiadores llaman “los malones”. Justo y Pincén le piden a Simón que se una a ellos y no hay manera: Justo se va y, según la historia, muere loco. En verdad yo tengo mis serias dudas. Hubo mucha gente nuestra y todavía hay mucha gente nuestra cuya psiquis se ve afectada muy fuertemente. Por eso hay que tener mucho cuidado cuando las políticas de los Estados nos angustian tanto que no nos dan posibilidades de nada, ni siquiera de sonreir. Importan la ternura y la alegría de estar vivos, lo demás lo podemos cambiar. Si nosotros sobrevivimos a semejante persecución todavía latente creo que hay una reserva en la Humanidad. Ha sido muy terrible, y ahora que un ministro nos diga que “se viene la segunda Campaña del Desierto”… Algunos pensaron que quizás fuera una metáfora pero no, es una realidad.

 

-¿Cuándo comienza la expropiación a los mapuche en el sur?

-Desde antes de lo que se conoce como “la Campaña del Desierto”. Rosas fue el único gobernador a la sazón que cumplía todos los pactos que tenía con los mapuche, al menos de la pampa húmeda. Pero no era ningún tonto, porque estaba lleno de estancias: tenía que tener un trato pacífico, si no, no podía cuidar todas las hectáreas que tenía.

 

-Y años después, la Campaña del Desierto.

-En realidad, ¿qué desierto? ¿De qué estamos hablando? Después sí, efectivamente eso fue un desierto. “Polvo a las tropas, leguas a los generales”, que son quienes nos gobiernan hoy. En el Archivo General de la Nación hay una copia del diario “El Nacional” que dice “hoy llegan en el vapor ‘El Villarino’ una cierta cantidad de chusma, con sus caciques y sus hijos; la señora del Gobernador irá en persona a presenciar el reparto de indios”. Este es un material de archivo que me brindó la profesora de historia Graciela Sáez 30 años atrás. Y hay una descripción de cómo las mujeres aprietan contra su cuerpo a sus niños y los hombres se interponen porque son repartidos como animales de pampa: los niños para un lado para servir como chicos de los mandados, las mujeres a servir a las casas, los hombres a la milicia y a hacer los trabajos que se necesitaran. Y el que no quería hacer eso… Pobrecitos, a muchos los trajeron a pie, y cuando se cansaban les cortaban los tendones de la pantorrilla y ahí quedaban en el camino, a morir de hambre y de sed. Esas cosas no se cuentan. Por eso el primer genocidio no fue a partir del 76: hubo uno anterior, y fue el de nuestros antepasados. Entre el Remington por un lado y el arco y la flecha y las boleadoras por el otro, no había cómo enfrentarlos. Una vez se lo comenté a un grupo de Madres de Plaza de Mayo: “por qué pensamos que nunca más iba a pasar –les dije- si nunca se atendió ni hubo una mirada sobre aquel genocidio; cómo podíamos creer que nunca más iba a suceder algo que nadie quiso ver”.

 

-¿Cuántas personas hay en la comunidad de uno y otro lado de la cordillera?

-Nunca se hizo un censo. Las veces que se hizo hemos aportado voluntades y conocimientos pero no se aceptaron. Estamos los que sabemos que somos descendientes, seremos un poco más de 3 millones. Algunos más mezclados, otros menos: eso no significa que seamos más o menos mapuche. Pero también aún hoy hay gente que no se reconoce como tal.

 

-Del lado chileno, ¿también sufren persecuciones?

-Absolutamente. Por la defensa de la tierra, por la pobreza y por todo. La gente que ha estado desapareciendo “habrá cruzado para Chile”, dicen, o “no sé, se habrá ido”. La campaña no terminó nunca desde que se preparó lo que se conoce como “la Campaña del Desierto y Pacificación de la Araucanía”. Cuando a los 20 años me encuentro con ese fascinante mundo mapuche caminando hacia el sur, y empiezo a darme cuenta y a ver y a visitarlos, me doy cuenta de que no terminó nunca esta persecución. Porque la historia es igual en todos lados. En Río Negro, en Chubut, en Santa Cruz, en la provincia de Buenos Aires, en Mendoza, en el sur de San Juan, en La Pampa, en todos lados donde habitó el mundo mapuche. Cuando voy al otro lado de la cordillera es exactamente igual, desde Santiago de Chile hacia el sur todo eso es territorio mapuche, pero el grueso está en Santiago porque la gente tiene que migrar. Chile no tiene territorialidad, y la gente tiene que vivir en las laderas de las montañas, en zonas rocosas.

 

-¿En qué consisten las persecuciones?

-En quitarles la poca tierra que hay, en no restituirles las tierras… El mundo mapuche no está en contra de que se tomen de la tierra los elementos necesarios, estamos todos en un Estado Nación, con nuestra anuencia o sin ella. Argentina y Chile existen como Repúblicas y la muestra más contundente es que cuando cruzo la cordillera, tengo que presentar el documento. Esas son las reglas que hay y uno va a jugar según esas reglas porque estamos subidos al mundo. Pero eso no implica ni invalida que nosotros tengamos el lugar que tenemos que tener como pluriétnicos que somos tanto en el Estado Nación de Chile como en el de Argentina. Pero ahí hay un tema de la tierra. ¿Has visto alguna vez que en un lugar del mundo donde hay un problema de tierras la gente pueda vivir en paz? Aparecen las guerras. Entonces acá, como no hay guerra, hay que generar el estado de guerra: “vamos a inventar la RAM”, por ejemplo. Voy a hablar de lo que yo conozco y hasta donde yo conozco: el pueblo mapuche no tiene relación con otra cosa que no sea la tierra. Porque somos gente de la tierra, no dueños de la tierra. “Una tierra para ser”, como decía Juan Calfucurá, no “una tierra para tener”. Y no podés ser gente de la tierra si no tenés una tierra para vivir: no podemos vivir flotando, necesitamos el espacio, porque la gente de las comunidades no vive como en la ciudad, apilada: en la comunidad la gente necesita su territorio, tiene sus animalitos, tiene que tener su huerta aunque el terreno sea difícil, y tiene su familia. Y como una comunidad se vive en una territorialidad, no es que me voy a ir; la gente necesita desarrollarse ahí porque necesita su relación con la tierra y con las otras personas. Ahí hay rogativas, que se hacen todos los años y algunas entre el año también; tenemos una espiritualidad profunda y todavía la practicamos. Nosotros necesitamos toda esa relación de vida. Además quieren digitar los elementos que la tierra nos brinda, y dejan venteando el gas, nos contaminan el agua, y la gente se enferma y se muere.

 

-¿Empeoró la situación después de lo que pasó con Santiago Maldonado?

-No diría que es peor, es como siempre; lo que pasa es que esto se ha visibilizado. Acabamos de venir y cada diez o veinte cuadras tenés un puesto de Gendarmería que te revisa de los pies a la cabeza. Y por otro lado me voy al Preámbulo de la Constitución, y según el Preámbulo puedo transitar libremente por todo el territorio de la República Argentina. Nosotros también hemos aportado para la Constitución del año 94. En el artículo 75 inciso 17, todavía figuraba como todo concepto “trato pacífico con los indios y su conversión al catolicismo”. En el 94 se modificó la Constitución Nacional basándonos un poco en la Provincial de Río Negro, la más avanzada en ese terreno, y entonces el mismo inciso habla del “reconocimiento de la preexistencia de los pueblos originarios y su restitución de la tierra”. Lo dice, y mirá lo que pasa. Del otro lado de la cordillera tenés dos alternativas: o te meten preso o te matan. Si estás preso te ponen testigos encubiertos que no se sabe quiénes son y dicen “sí, yo lo vi a Fulanito haciendo tal cosa”, y les creen sin pruebas. A la madre de un preso político que salió hace 15 días libre de culpa y cargo después de un año en prisión, le habían dicho “bueno señora no se queje, está preso, podría estar muerto”. Así tenés mucha gente asesinada. Jóvenes. Por restitución de tierras, nada más. Como pasó acá en Cushamen, en Vuelta del Río: prendieron fuego a las comunidades, los llevaron presos; con los niños no les importa nada, no hay ahí ni convenciones internacionales ni derechos de los niños, entran y tiran gases hasta en escuelas. A mí no me llama la atención lo que está pasando acá. Esto ha sucedido desde siempre. Tengo memoria de lo que pasamos nosotros, de lo que he visto, de lo que sigo viendo visitando los lugares adonde voy. Lo triste es que se trasladó para este lado. La persecución de las personas por el hecho de defender un territorio.

 

-¿Qué hacer ante esta situación?

-Hay veces que ser ciudadano es una responsabilidad, y hay momentos como ahora que es todo un trabajo ser ciudadano. Pero no podemos quedarnos con la queja. Hay momentos en que uno flaquea, que uno se despierta con sensación de impotencia. En el pueblo mapuche hay un ejercicio de juntarnos no en la desgracia, sino para fortalecernos. Nosotros le llamamos el “newen”, la fuerza: no la fuerza bruta sino la fuerza energética, que hace que cuando uno decae el otro le diga “mira, analicemos a ver por qué, desmenucemos la cuestión; estamos en una situación muy terrible, y frente a esto, ¿qué hacemos?”. También para estos momentos se hacen “xawun”, las juntadas de sangre que vienen de antiguo. La gente se tenía que juntar para decir “bueno, nos están matando de todos lados, nos están corriendo, nos están repartiendo, ¿cómo hacemos con esto?”. Antiguamente, a veces estaban hasta un mes deliberando a ver cuál era la mejor actitud a tomar, cómo nos íbamos a manifestar, cómo íbamos a lograr lo que queríamos que era cambiar la situación que estábamos viviendo. El pueblo mapuche ha sido y es absolutamente pacífico. Nunca, jamás para construir, destruye. Muy por el contrario, se ha practicado y nos instruyen para vivir en la paz. Personalmente vengo de dar un concierto en Gulu Mapu (Chile), como Embajadora de la Paz por la UNESCO.

Algo que podemos y debemos hacer es seguir por el camino que veníamos trabajando; cuál será el de cada uno, cada uno verá. Yo voy a seguir cantando y contando y denunciando y diciendo y aportando, porque si es solo por la queja hoy tenemos todos por qué quejarnos, y mucho. Y por el otro lado estoy poniendo siempre el enfoque en las cosas que construyen, no en las que nos destruyen: de esas, que hablen los que destruyen. Yo creo que los pueblos originarios tenemos mucho para aportar. Una memoria viva, un respeto a la humanidad, un respeto a la vida. Eso que le llaman “el buen vivir” no es una programación que se hace y listo: el buen vivir es que no falte el agua, que nos acordemos de agradecer cuando llueve, que nos acordemos de pedir cuando necesitamos la lluvia. Esa es la relación con lo intangible y poderoso que es la Mapu Ñuke, la Madre Tierra. Todo tiene una significancia para nosotros. La cultura nuestra a mí me interesa compartirla, entregarla, porque sé que hace bien. La concepción de egoísmo se contrapone con el mundo mapuche que es un sentimiento colectivo, comunitario. Lo que yo hago es bucear en nuestra cultura, estar con nuestra gente en nuestro lugar, no hablar por ella, porque nuestra gente está viva y tiene dos oídos y tiene boca, puede escuchar y hacer que nos escuchen. La vida en el mundo mapuche se desarrolla con arte, porque está el tejido, la platería, el trabajo con los cacharros, la comida misma, el trabajar la tierra para comer, el agradecer tener esos alimentos que la tierra te da. La tierra está viva, es toda la energía. Solo hay que verlo con los ojos que hay que verlo.

[1] Como fue mencionado al principio de la nota, a fines de la semana en que se hizo la entrevista a Beatriz Pichi Malén fue muerto Rafael Nahuel en Villa Mascardi. Otra triste y violenta manera que hizo que el pueblo mapuche volviera a aparecer en los medios masivos (N. de la R.).

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