El 29 de julio de 2017, Anahí Benítez salió de su casa de Lomas de Zamora y no regresó. La noticia de su desaparición ocupó las primeras planas de los medios regionales y nacionales, y tuvo el peor final seis días después, cuando el cuerpo de la joven de 16 años fue hallado sin vida en la reserva natural Santa Catalina de ese distrito. La autopsia determinó que había sido estrangulada, drogada y abusada.

El brutal femicidio marcó un punto de quiebre en la Escuela Nacional Antonio Mentruyt (ENAM) de Banfield, donde Anahí cursaba sus estudios secundarios. Fueron sus amigos y compañeros quienes se unieron y organizaron marchas y movilizaciones para que el reclamo de justicia fuera escuchado.

“Después de seis meses, la causa no avanzaba y había una impotencia tremenda. Los chicos estaban desgastados y, entonces, acordaron hacer otra cosa. De ahí surgió la idea de retomar a Anahí como artista y de empezar a hacer distintas expresiones artísticas. La película nació de la admiración de esos jóvenes que tuvieron la capacidad de poder tomar esa decisión”, expresa Luciana Gentinetta, directora del documental “Algo se enciende” estrenado el pasado 23 de marzo en el BAFICI.

Gentinetta es oriunda de Banfield y egresada del ENAM, donde compartió algunos años con Anahí. Su ópera prima busca retratar lo que pasó en la comunidad educativa tras el femicidio: “Siempre quise correrme de todo lo que eran las noticias y el orden judicial, principalmente porque no era mi interés ni mi intención. Yo quería contar otra cosa, quería mostrar la movilización que se había generado hacia el interior de la escuela. Entonces el foco no está centrado en el asesinato de Anahí sino en cómo las personas que la rodeaban fueron atravesadas por la situación”.

La película está filmada casi íntegramente en el ENAM, ¿cómo fue volver en el rol de directora?

Fue como volver a un lugar muy conocido donde uno identifica cada uno de los recovecos, y no solo por la locación en sí misma sino por la historia propia y la del equipo. Todos somos egresados del ENAM y vivimos en la zona sur. Me encantó haber tenido la posibilidad de grabar en una escuela que no está en Ciudad de Buenos Aires y que, sin embargo, tiene una historia de compromiso y militancia muy fuerte. La escuela es parte de nuestra identidad y del barrio, tiene un gran peso en el lugar. Visualmente podría decirse que el film posee una pequeña porción del Conurbano, que a su vez está retratado por sus propios habitantes.

¿Por qué decidiste que los testimonios fueran en primera persona y mirando a cámara?

Me pareció que era más íntimo. Necesitaba que la persona contara las cosas tal como las había vivido porque, además de opiniones, hay hechos concretos que los personajes atravesaron. También existe una particularidad no menor que es que los protagonistas tenían entre 17 y 18 años a la hora de filmar, pero cuando sucedió el crimen tenían 15, 16 y algunos hasta 13. Entonces es interesante ver cómo esos pibes salieron a buscar a una amiga que fue asesinada, e hicieron distintas actividades para encontrarla viva. Mirar a cámara salió, pero en otras oportunidades no se pudo y eso demostró todo un nerviosismo que fue muy interesante porque se pudo traspasar la emoción hacia la pantalla. 

¿Cómo viviste vos personalmente la muerte de Anahí?

En algún momento estuve en la escuela cursando con ella, si bien soy dos o tres años más grande. La primera noche que no volvió a su casa empezaron a circular distintos mensajes dentro de la comunidad. Y yo me puse a pensar cómo no podía identificar a esa chica que era novia de Elías, que tenía a tal de amigo, y con quien compartíamos tanta gente en común. Un par de días después estaba participando de una radio abierta en el centro de Lomas y me di cuenta que a Anahí la había conocido durante una toma en el colegio en 2016. Me acordé de que había cruzado algunas palabras, un saludo, en medio de un reclamo de la comunidad educativa y eso me partió al medio. Me dio la sensación de “los amigos del barrio pueden desaparecer”, como dice la canción, o de “nos tocaron a alguien de nosotros así que podría haber sido yo”.

¿Y eso se extendió al rodaje?

Había una tensión constante para mí y el equipo técnico. Por un lado, estaba la alegría de pasar tiempo en la escuela -que es como nuestra segunda casa- y hacer un proyecto profesional; y, por otro, estaban los relatos y experiencias que también nosotros habíamos vivido en primera persona. Y eso era un vaivén de emociones, que hemos llorado mucho.

¿Cómo se transforma el dolor en arte?

La creatividad es fundamental para abordar las temáticas de violencia de género. El arte nos exige ponernos en un lugar de responsabilidad como generadores de ese hecho artístico y nos obliga a buscarle alternativas sobre cómo abordarlo. Y eso es crucial en un momento donde la Justicia no acciona -y claramente nosotros no podemos reemplazarla-, donde uno siente muchísima impotencia y donde hay que generar alternativas a la cobertura periodística, porque los femicidios no cesan ni tampoco la violencia en la que vivimos y estamos inmersos. Entonces como comunicadores y artistas necesitamos poner sobre la mesa la necesidad de interpelar a las personas. El arte tiene esa posibilidad inmensa de repensar las formas de cómo contamos los hechos.

¿Cómo fue estrenar en el festival BAFICI?

Fue una alegría enorme porque, también, nos dieron un reconocimiento de la Asociación de Cronistas Cinematográficos. Es un gran reconocimiento a todo el trabajo y al equipo. Hicimos las cosas con el corazón en la mano, con respeto y responsabilidad. Es un voto de confianza y por eso estamos muy agradecidos.

¿Cómo sigue el recorrido de la película?

Ahora está en circuito de festivales, aprovechando el envión del BAFICI. Esperamos estrenar el documental en la segunda mitad del año en espacios INCAA y del Conurbano, eso nos encantaría, además de poder difundirla en entidades educativas.

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