“Iluminando el pasado / Desafiando al futuro / Denunciando el presente / Con un simple ritual” dice el uruguayo Jaime Roos en Los futuros murguistas. Lo cito porque, salvando las distancias, lo asocio con la propuesta de esta nota: volver a Roberto Arlt y su obra, pensando que el ritual es la escritura y la iluminación, el desafío y la denuncia, los rasgos que reposan en el fondo de su mirada del mundo.

Arlt nació con el siglo XX: el 26 de abril de 1900, según reza la partida de nacimiento. Él mismo fue cambiando la fecha en sus autobiografías, pero el nacimiento no fue el único dato incierto. Según Sylvia Saítta[1], en su autobiografía de 1926 Arlt decía que había nacido «Roberto Godofredo Christophersen Arlt”; en la de 1927, “Roberto Christophersen Arlt”; en la tercera, de 1929, solo “Roberto Arlt”; el hallazgo de la partida de bautismo sacó a la luz, por último, un “Roberto Emilio Gofredo” en el que se adivina un error de escritura de “Godofredo”. Detalles que incumben a los biógrafos y en todo caso a la persona detrás del autor, pero que no interfieren en absoluto en la obra: en todo caso, expresan una ficcionalización de sí mismo que va a tono con las coordenadas de una escritura marcada a fuego por su condición de testigo sensible y privilegiado de una época.

Arlt fue hijo de Carlos Arlt -prusiano que hablaba alemán- y de Ekatherine Iobstraibitzer, nativa de Trieste y hablante de italiano. La niñez en un hogar de inmigrantes lo formó en las frágiles condiciones de vida de los extranjeros que venían a hacer la América. El padre cambió de trabajo con frecuencia; se trasladó él solo, varias veces, a Corrientes y Misiones para trabajar en empresas dedicadas a la yerba mate; no pudo concretar los negocios propios que intentó una y otra vez, tiñendo el cuadro familiar de una leve pátina de fracaso. La madre, sin dejar de estimular al pequeño Arlt en los estudios, lo impulsó a trabajar desde muy chico para aportar a la manutención de la familia. En la adolescencia el padre lo maltrató y llegó incluso a los castigos corporales antes de echarlo de casa: en esos años Roberto Arlt trabajó en distintos oficios mientras iba conociendo las librerías de Flores, su barrio, y concurría a tertulias, bibliotecas públicas, centros culturales de corte anarquista. Así, los años de formación fueron absolutamente diferentes de los de otros escritores de su época pertenecientes a estratos acomodados, más acostumbrados a mirar a Europa que a observar el entorno: a diferencia de ellos Arlt se educó en la escuela pública y tuvo un aprendizaje prácticamente autodidacta, nutrido por el periodismo y las publicaciones populares.

A los 18 años publicó su primer cuento, Jehová, en el número 26 de la Revista Popular. Más o menos en 1919 empezó a escribir la primera novela, El juguete rabioso –llamada inicialmente La vida puerca, título que cambió a instancias de Ricardo Güiraldes-, que publicó en 1926: con El juguete rabioso, Arlt corrió el escenario de la literatura argentina de los lugares frecuentados por la alta burguesía a una cartografía urbana barrial de la gran ciudad de Buenos Aires. Ese mismo año comenzó a colaborar en la revista Don Goyo de editorial Haynes -dirigida por su amigo Conrado Nalé Roxlo- y al año siguiente entró como cronista en la sección policial de Crítica, el mítico diario de Botana. Entre agosto de 1928 y el año 1935 escribió las Aguafuertes porteñas para el diario El Mundo: en ellas expresaba día a día su afecto por el mundo de la calle, por la cotidianeidad de los porteños, y también la burla ante ciertas “instituciones establecidas” como aspiraba a ser, para entonces, el mundillo literario nacional. En las Aguafuertes, junto con las calles de una ciudad golpeada por la crisis y el salto de la Gran Aldea a la metrópolis de la modernidad, campean el escepticismo ante la política, los roles estereotipados de hombres y mujeres (que también reflejó magistralmente en el cuento Noche terrible), el deporte y todo lo que conformaba el mundo del Buenos Aires de todos los días. El mismo mundo que retrató a través de la ficción en Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932), en los cuentos y en las obras de teatro: con un estilo disruptivo, Arlt se hizo cargo y letra de la realidad circundante con los pies sobre el asfalto del centro y sobre el empedrado de las calles de los barrios.

Prepotencia de trabajo

Los inventos, la invención, fueron un tema recurrente en sus libros y en su vida. En Los siete locos, Erdosain sueña con instalar una tintorería para perros que ofrecería los colores más diversos; en El juguete rabioso, Silvio Astier inventa un cañón; también en Los siete locos, el proyecto de lograr la rosa de cobre y de metalizar el puño de las camisas moviliza a la familia Espila como vía para lograr el bienestar económico y tal vez la felicidad: Erdosain les dice que deben “confeccionar puntillas de oro, visillos de plata, gasas de cobre” -escribe Arlt en un lugar de la novela-, y que “…hasta esbozó un proyecto de corbata metálica”.

Mientras escribía ficción y trabajaba en periodismo él mismo, Roberto Arlt, registró en 1934, con la patente n.º 42.050, la fórmula para fabricar medias de mujer en las que no se corrieran los puntos. En 1941, decidido a insistir con su invento, se asoció en el proyecto con un actor del Teatro del Pueblo, Pascual Nacaratti, con quien formó ARNA (por Arlt y Nacaratti). Alquilaron una pieza en Lanús e instalaron un pequeño laboratorio químico que se incendió durante un experimento: algunos testimonios dicen que el dueño del lugar, un obrero cementista, le dijo entonces a Arlt, quizás -o no- irónicamente: “Siga, siga nomás. Aunque se queme toda la casa, no se preocupe”.

Queda pensar qué habría pasado, cuántas obras más habrían develado el espíritu de un tiempo de cambio y las contradicciones que abruman a la raza humana si Roberto Arlt no hubiera muerto a los 42 años de manera repentina, durante el sueño, justamente él que muchas veces no podía dormir si no dejaba una luz encendida.

Por mucho tiempo fue el escritor criticado por su falta de academicismo, por sus faltas de ortografía, por sus incorrecciones al escribir hasta que, a varios años de su muerte, pudo finalmente obtener la valoración que merecía una obra originalísima en la que confluyen la observación y la creatividad, el oficio periodístico y la narrativa, la mirada irónica y a la vez amorosa de Buenos Aires y de los hombres y mujeres que trajinaron sus calles. Arlt asistió a la caída de la Argentina triunfalista del modelo agroexportador, a las consecuencias de la crisis mundial del 30 en las ilusiones y el bienestar argentinos, al escepticismo y la incertidumbre que siguieron a la ruptura el orden constitucional en manos de Uriburu, a los dolores de la Primera Guerra Mundial y a la transformación de la ciudad y de sus habitantes. Y trajo a escena esa realidad circundante a través de una nueva forma de escribir que se daba de patadas con la admiración por “lo extranjero” que entonces prevalecía en las artes y las letras argentinas.

Roberto Arlt hizo de la literatura un trabajo y un oficio. Quizás estos tiempos de construcción de imágenes pour la galerie y de falacias disfrazadas de grandes postulados, sean un buen momento para volver a la honestidad de una escritura forjada con talento y prepotencia de trabajo.

Prólogo a Los lanzallamas (1931): tres fragmentos
“Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones le produce surmenage”.

“Pasando a otra cosa, se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien (…) Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela que, como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados”.

“El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conver-sando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que en-cierran la violencia de un ‘cross’ a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y ‘que los eunucos bufen’. El porvenir es triunfalmente nuestro. Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la ‘Underwood’, que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero… Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932. Y que el futuro diga”.


[1] SAÍTTA, S. (s/f) El nombre secreto de Roberto Arlt. En: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-nombre-secreto-de-roberto-arlt/html/ef2661ce-8dc4-48f5-885e-94e19637ebd7_2.html

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