Muchas cosas pueden decirse de Octavio Paz Lozano, la mayoría de ellas se encuentran fácilmente a un click de distancia en cualquier buscador: que llegó al mundo con la Revolución, en la ciudad de México, un 31 de marzo de 1914; que abandonó este plano en la misma urbe —esa a la que alguna vez le cantó su compatriota Manuel Maples Arce— el 19 de abril de 1998. Entre esos dos puntos, de inicio y cierre de su existencia, trazó una huella que lo volvió inmortal.
Así, en su Diccionario de autores latinoamericanos, César Aira delinea un perfil y explica que la pulsión poética de Paz surgió temprano: a sus 17 fundó la primera de numerosas publicaciones literarias: Barandal y luego, Cuadernos del Valle de México y El hijo pródigo, entre otras.
Cuando estrenaba apenas días de vida, su padre ya era parte del ejército zapatista, donde colaboraba como escribano y abogado para Emiliano Zapata. Por eso, su crianza se tejió entre días junto a su madre, una tía y su abuelo paterno, que lo acercó a sus primeras lecturas. Más tarde fue embajador, docente, ensayista, y obtuvo el premio Cervantes en 1982 y el Nobel en 1990, entre otras postales biográficas.
Sin embargo, más allá de las cronologías, tal vez lo más interesante sea preguntarse ¿qué era la poesía para el hacedor de Libertad bajo palabra o No pasarán? Y él mismo esboza una respuesta:
“La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito. Aísla; une. Invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, respiración, ejercicio muscular. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia”, sentencia al inicio de su emblemático El arco y la lira, de 1956.
De este modo, Paz entonó ese rezo vacante en una veintena de poemarios. Su obra dentro del género se inauguró con una plaquette de 7 poemas que vieron la luz en 1933, con una tirada impensada de 75 ejemplares: Luna Silvestre. Acerca de este heptágono, Aira comenta que no se incluyó en recopilaciones posteriores. Tal vez porque la autocrítica atenta a veces contra los papeles de la primera juventud.
Lo cierto es que, al igual que varios estudiosos, Klaus Müller-Bergh, en el ensayo La poesía de Octavio Paz en los años treinta, publicado en 1971 en la Revista del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, rescata algunas de las estrofas que el escritor mejicano pergeñó antes de sus veinte. Entre ellas, las del poema inicial del brevísimo volumen:
Cómo te recobré, Poesía
en el límite preciso entre una estrella y otra:
equidistante y perfecta,
cabellera de luz, cuerpo de plata.
Cómo volviste a mí, Poesía,
en la frontera exacta de la luz y de la sombra;
cómo volviste a mí, Poesía,
tan casta en tu desnudez, vestida de pudores.
En un clásico diálogo con el arte que lo convoca, Paz da una muestra de los tópicos que lo conmueven. “Los temas principales, la poesía, el amor, la mujer, se entretejen en unos románticos versos juveniles, donde hallamos ligeras resonancias de Juan Ramón Jiménez, Heinrich Heine y Rainer María Rilke”, expone Müller-Bergh al respecto.
Más aún, con el oficio poético como pregunta constante, como obsesión que interpela e impulsa, en una entrevista de 1954 con Roberto Vernegro, con foco en el surrealismo, Paz insiste y señala que “volver a colocar en el centro de la sociedad a la poesía; hacer del espíritu poético el manantial de la comunidad, entraña una verdadera revolución. Así, la creación poética no tiene solo, por objeto la obra, sea ella poema, cuadro o escultura, sino que se dirige al hombre mismo y a la sociedad toda. Se trata, en suma, de transmutar al hombre y convertirlo en lo que, en el fondo, es él mismo: deseo, imaginación creadora. Esta empresa debe ser de carácter colectivo”
Ese ser plural que, desde la vanguardia, aplica también a la obra de Paz en general es lo que, aún hoy, invita a su lectura y relectura, invita a detenerse en las afirmaciones y las imágenes, pero sobre todo en muchas de las preguntas que emergen de sus poemas, para amarlo o no, pero nunca para dejarnos indiferentes. Como en un decir/hacer abierto las 24 horas:
Decir, hacer
Entre lo que veo y digo,
Entre lo que digo y callo,
Entre lo que callo y sueño,
Entre lo que sueño y olvido
La poesía.
Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en las páginas
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos
tocar
el cuerpo
de la idea.
Los ojos
se cierran
Las palabras se abren.
Marina Cavalletti
Poeta, cantora, gestora cultural, periodista y tenaz creadora, Cavalletti es también docente en la UNDAV. En 2016 ideó el ciclo itinerante Brote poético, que ha pasado por varias provincias argentinas además de CABA y el conurbano bonaerense. Su primer poemario, Random, fue publicado en 2020 y en 2021 presentó Hospital pediátrico, primer premio en el Concurso Literario Nacional de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares. En este último vuelca sus vivencias en el Garrahan, donde permaneció internada a sus diez años. Un libro imprescindible que conmueve con la emoción hecha palabra, en el que Marina “… es la dueña de una melodía capaz de transmutar el drama en una obra de quebrantada belleza”, como dice el “Teuco” Castilla en la contratapa.
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