Inodoro Pereyra, su compañero Mendieta y Boogie el aceitoso son solo algunos de los queribles personajes que nos legó Roberto “el Negro” Fontanarrosa, a quien ya hace 15 años que venimos extrañando. Tanto en el humor gráfico como en los numerosos cuentos y novelas que alumbró con talento y un humor innegablemente argentino, Fontanarrosa captó como pocos los hábitos y la manera de ser de nuestro país y los expresó con tanta gracia como ternura. Sobre él charlamos con Marcelo Rudaeff, “Rudy”, quien junto a Daniel Paz también nos acompaña, todos los días, para hacernos reír un rato desde la tapa de Página/12.

¿Cómo conociste a Fontanarrosa?

Hubo dos maneras de conocer a Fontanarrosa: una por su obra, y la otra por su persona. Empecé a conocerlo desde las primeras Hortensia y las primeras Satiricón. En Hortensia salía Inodoro Pereyra y salía Boogie y después también en Mengano, revistas que yo leía siendo adolescente. También lo conocí en los chistes que publicaba alrededor del 72 en la última página de Clarín, cuando reemplazan los chistes importados por chistes nacionales. Ahí estaban Fontanarrosa, Caloi, Guinzburg y Abrevaya que vinieron después con Tabaré y Diógenes, Alberto Bróccoli con el Mago Fafá. Esa página era una gloria. Después lo conocí como público en las mesas redondas que hacía Ediciones de la Flor en la Feria del Libro. Más tarde empecé a publicar, por suerte, y me incorporé a esas mesas y se fueron dando charlas más personales mientras compartíamos las actividades que organizaba de la Flor en la primera mitad de los 90. Para entonces también conocía muy bien sus dos primeras novelas: Best Seller y El área 18, que me parecían extraordinarias. También me gustaron mucho La gansada y los libros de cuentos que fueron apareciendo sobre el fin de la Dictadura y el inicio de la Democracia. Como diría un amigo mío, eran “libros escritos”, no de humor gráfico sino cuentos y novelas.

¿Él era consciente de lo que significaban —y significan— sus personajes para los argentinos?

Sospecho que si se lo hubieras preguntado, él te habría dicho “¿era consciente Inodoro, era consciente Boogie de lo que significaban para los argentinos?” Quizás él se lo atribuía, pero no lo sé con exactitud. Te cuento una pequeña anécdota: una vez le preguntaron por qué Eulogia empezó siendo muy linda y enseguida se puso muy fea, y él dijo que le dieron celos de que Inodoro tuviera una mujer más linda que la que él mismo tenía. Por supuesto un chiste, porque su mujer era bellísima.

Haciendo una literatura popular y humorística, abrió el III Congreso Internacional de Lengua Española de Rosario, en el 2004. ¿Por qué pensás que fue aceptado por la Academia?

Lo que me pregunto es por qué Fontanarrosa aceptó a la Academia… Imagino que quizás desde la Academia fue como un permitirse; finalmente el humorista no hace otra cosa que trabajar con el lenguaje, como los académicos pero a mi gusto mejor que los académicos, porque el humorista usa las reglas del lenguaje no tan formalmente, sino más naturalmente. Supongo que la Academia habrá tratado de dar una muestra de pluralismo entre comillas. Supongo también que para Fontanarrosa habrá sido una curiosidad, “a ver qué digo en medio de toda esta cosa tan formal”. Me parece un gesto que honra más a Fontanarrosa que a la Academia. Ahora sí, si vos me dieras a elegir entre Fontanarrosa y la Academia, me quedo con Fontanarrosa.

¿Quién o quiénes continúan en la Argentina su línea?

En algún momento decían que la mayoría de los humoristas gráficos éramos herederos de Quino o de Fontanarrosa, más los que utilizamos el lenguaje y somos más guionistas que dibujantes. Personalmente me siento influido por Fontanarrosa, y también creo que lo están Daniel Paz, Fernando Sendra y muchos más, seguramente. De alguna manera Fontanarrosa hizo una escuela inconscientemente. Marcó muchísimo a los humoristas argentinos.

¿Qué recuerdos tenés de él?

En 1992 había una mesa redonda de humoristas en la Feria del Libro. No recuerdo qué pregunta le hicieron, pero sí que Fontanarrosa, recordando el Quinto Centenario que se festejaba ese año, dijo que el apellido de la mamá de Colón era Fontanarrosa, así que se tenía que ir pronto a reclamar unas tierras que había descubierto su tío abuelo. También hay un chiste que recuerdo mucho, de la última página de Clarín: había dos tipos hablando, uno dice “Se comprobó que Winston Churchill usaba drogas”, y el otro “Sí, les van a dar por ganada la guerra a los alemanes”. Otro chiste que recuerdo muy fuertemente es de una tira de Inodoro Pereyra justo después de las elecciones de 1983: un personaje eufórico gritaba “Gané, gané, gané las elecciones”, y don Inodoro le dice “Pero Serafín, el que ganó es Alfonsín”, a lo que el otro retruca “Bueno, no gané pero saqué terminación”. En realidad pensar en Fontanarrosa es pensar en reírse, pensar en el humor. Un hermosísimo recuerdo que tengo de él en lo personal: cuando explicó que en la división internacional del trabajo, a los argentinos nos tocó hacer reír.

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