Este 24 de marzo se cumplen 47 años del último golpe cívico-militar ocurrido en el país. 47 años de lucha, reclamos y resistencia. 47 años de pedir por la Memoria, la Verdad y la Justicia. 47 años de decir Nunca Más.
Y este día es también especial porque es el primero que se conmemora sin la figura de Hebe de Bonafini, presidenta de Madres de Plaza de Mayo y una de las principales referentes de la lucha por la defensa de los derechos humanos.
Para Miriam Kriger, investigadora del Conicet y docente de la UBA, “a veces las ausencias generan grandes presencias, porque hay algo del orden de la inmortalidad que tiene que ver con la trayectoria de vida y la obra de esas personas. Y si bien Hebe sigue estando muy presente, es cierto que se abre una problemática sobre el trabajo que ella hacía día a día”.
El reclamo por la Memoria, la Verdad y la Justicia no es privativo de los organismos de los derechos humanos sino que, muy por el contrario, incluye al conjunto de la sociedad. Pero, ¿qué ocurre con aquellos jóvenes que no tienen memoria vivencial, ni han tenido contacto con algún familiar o víctima del terrorismo de Estado? ¿Cómo lograr el traspaso generacional? ¿Alcanza con recordar el 24 de marzo en un acto escolar? ¿Qué función debe cumplir la escuela?
“Las nuevas generaciones hace rato que estudian lo ocurrido en la última dictadura, aunque aún muchos están en una transmisión activa de la memoria, es decir, de quienes tuvieron la experiencia a quienes no. De hecho, hubo un gran hito que fue la decisión de algunos de los sobrevivientes de la Noche de los Lápices de ir a las escuelas y contar lo que les había pasado. Esa fue una transmisión directa y se transformó en una memoria juvenil propia, porque durante muchos años fue previa a las políticas escolares. Esa memoria se fue consolidando y después sirvió para reactivar los movimientos estudiantiles de una manera apolítica, porque no importa si el joven se siente o no político, si milita o no, va a la marcha de la Noche de los Lápices. Y eso no tiene nada que ver con el Estado, ni con una transmisión que viene desde arriba, sino que es horizontal, como si se les pasara la posta, y así se va rearmando la cadena intergeneracional. Es un acto de sutura muy fuerte”.
La escuela, entonces, posee un rol fundamental…
La escuela está atravesada por el deber de la memoria y es interesante ver cómo se puede transformar en algo no imperativo. Las políticas de Estado son importantes, pero no es lo único. En los años de Néstor (Kirchner) y Cristina (Fernández) se vio un gran trabajo de construcción de la memoria que también puede recibir críticas, pero hubo una decisión de transmitir y construir esa memoria en la que los jóvenes quedan como herederos. La memoria tiene un gran componente de política porque viene a reparar, de alguna manera, la trama intergeneracional que estaba rota por la desaparición en un espacio tan particular como el de la política. La construcción de la memoria debe ser multiperspectiva e incluir a todos los sectores de la sociedad.
¿Alcanza con simplemente conmemorar el 24 de marzo en un acto?
Las conmemoraciones o los actos escolares no deben ser tan solo un ritual. Tiene que haber una transmisión histórica porque ahí está el motor de la política en un sentido amplio, no partidario, como práctica de construcción de la sociedad, donde nos podemos pensar y construir. Hay un gran trabajo con las y los docentes, eso hay que valorizarlo. La escuela es un agente de transmisión entre los jóvenes y hacia las nuevas generaciones. Y cada joven tiene formas y experiencias propias, no es lo mismo un joven que simpatiza con el PRO, otro que es kirchnerista, con otro que simpatiza con la Izquierda.
¿Qué papel cumplen los docentes?
Los docentes son un grupo realmente importante en la Argentina. Y así como en algún momento hubo diferencias y cuestionamientos sobre lo que tenían que enseñar y lo que enseñaban, también es cierto que las escuelas fueron construyendo sus propias memorias, porque todas vivieron la dictadura, con mayor o menor visibilidad o trasparencia. Entonces, aparece de forma más activa la participación de los estudiantes y son ellos los que organizan y movilizan los actos, por ejemplo. Y desde el 2001, cuando se produce una reestructuración de lo político y la memoria se transforma en una política de Estado, comienza a ser parte de la narrativa identitaria del movimiento, algo muy resistido por las derechas y los sectores opositores. Después, en el 2010, estas políticas comienzan a ser disputadas más que resistidas, es decir, en una sociedad muy polarizada la memoria de la dictadura comienza a ser un capital político muy importante.
¿Cómo se logra transmitir sensibilidad por lo ocurrido?
La conciencia y el conocimiento están vinculados y la sensibilización también, porque cuando uno estudia con un conocimiento significativo pasa por todos los campos, es significativo porque nos importa, tiene que ver con nuestras emociones, los afectos, con el conocimiento en sí mismo. Pero no hay una neutralidad. Somos un constructo complejo. Hay una sensibilidad respecto de la dictadura que no tiene que ver con el conocimiento del tema, pero si hay conocimiento histórico habrá una mayor memoria activa.
¿La memoria activa puede ser apartidaria?
La memoria activa no requiere de ninguna filiación partidaria. Un sujeto social puede devenir en político si tiene esa decisión, una mirada crítica, con la conciencia de que lo que sucede en el mundo no es natural, sino que es por las acciones de los agentes que lo habitan. Todos los espacios de la sociedad están muy permeados por la dictadura y la memoria. Eso es algo comprendido por todos.
Foto de portada: Encuentro de Memorias / APM
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