I.

Éramos conscientes del riesgo que corríamos y ser conscientes significa aceptar el riesgo. Teníamos miedo, pero no estábamos paralizados de terror, y de todas maneras, siempre había un lugar para ser felices.   

Lilia Ferreyra

La idea del exilio se construye a partir de variables espaciales. El exilio es un traslado, de un lugar a otro.De un espacio amenazado a una zona libre. Durante la dictadura del 76 el exilio fue la forma que tomaron muchas acciones: fue un modo de organización, una opción para la resistencia, pero sobre todo fue una forma de salvación, parcial e incompleta, porque respondía al combate solamente de uno de los males que el gobierno de facto trajo a la Argentina: la muerte. Del resto de ellos, deberán pedirse cuentas a la historia.

¿Cómo pensar desde la idea del exilio al escritor que eligió quedarse en la Argentina? ¿Cuáles fueron las formas en las que decidió protegerse y, también, discutir lo establecido? Por un lado, en el territorio, alejarse del centro de mayor violencia; por otro, en el campo literario, separarse de los géneros que no lo dignifican.

La vida intelectual y política de Rodolfo Walsh es la historia de un traslado. En sus comienzos: la escritura de relatos policiales, manifiesto desinterés por la vida política[1], breve militancia en la Alianza Libertadora Nacionalista, apoyo al golpe militar de 1955. Desde allí un recorrido (en el que Operación masacre funcionó como un punto de inflexión, como una bisagra[2]) en el que pasaría por Cuba, por el género de ficción testimonial y culminaría con su compromiso con la clase obrera, el periodismo barrial y su militancia en Montoneros.

              Soy lento: he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto (WALSH:1994; 31-32).

Dentro de este itinerario, los movimientos que el escritor impulsara en sus últimos años de vida pueden ser pensados como modos del exilio.

A fines de 1970, Walsh se incorporó a las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), e inmediatamente después del triunfo electoral del 11 de marzo de 1973, comenzó su militancia en Montoneros, desarrollando tareas en el área de Inteligencia y Prensa. Participó, junto a Paco Urondo, como fundador y redactor del periódico Noticias, publicación que presentaba la mirada de Montoneros y que sería clausurada en 1974.

Walsh presintió, ya en 1975, con la lucidez que lo caracterizaba, no solo la amenaza del golpe militar en ciernes, sino los alcances que la violencia de ese movimiento podía generar. Se produjo entonces una ruptura respecto del modo de pensar de la conducción de Montoneros.

A fines de 1975, el escritor y amigo personal de Rodolfo Walsh, Paco Urondo, fue designado para armar el último “emprendimiento legal frentista de la prensa montonera”: la revista Información. El único número de esta revista eligió para su aparición la víspera de una fecha inolvidable para todos los argentinos: 23 de marzo de 1976. Walsh solía visitar a Urondo en la redacción, y mostraba su preocupación por el riesgo de exposición que implicaba hacer circular una publicación abierta, con un staff conocido.

La diferencia con la posición tomada por la Conducción comenzó a ser más evidente, sobre todo en relación con la protección a los militantes de la organización. En un encuentro que Walsh y sus compañeros tuvieron con Petrus (Horacio Campiglia), en el que se pusieron de manifiesto estas preocupaciones, Campiglia comentó: “Pero entonces ustedes creen que va a haber un golpe. Eso cambia las cosas” (MONTERO/PORTELA; 2010:157). Esta anécdota, contada por el propio escritor en su diario, pretende ilustrar la distinta percepción que se tenía acerca de los hechos contemporáneos: la dificultad para comunicarse, la cautela para hacer circular información, el riesgo personal y el modo de resolverlo, resultaban un problema en el ejercicio de tareas de manera orgánica.

Pensando el modo de amortiguar el impacto de la estampida que vio venir, entre noviembre de 1976 y enero de 1977, Walsh escribió cinco documentos críticos que presentó a los cuadros más importantes de Montoneros a nivel nacional, con el objeto de abrir la discusión en relación al modo de operar de la organización, sobre todo a partir de la idea de proteger al militante y de volver a convertirse en una alternativa de poder. Una primera cuestión respecto de la que Walsh propuso hacer una autocrítica fue la de la representatividad. Planteó la necesidad de reconquistar el apoyo del pueblo, que a partir de los hechos de violencia de los últimos años (promovidos por las acciones terroristas de la Triple A) se sentía ajeno a la lucha de los movimientos populares. Discutiría en relación con esta preocupación, los modos convenientes para volver a conquistar a las masas. En segundo lugar, marcó como una falla en la organización no continuar con la lucha interna del peronismo para discutir la decisión de priorizar la estrategia militar por encima de la política y consideró la posibilidad de hacer acuerdos políticos con partidos de izquierda. Walsh explicó que el problema al que se enfrentaban era un problema político, y pensarlo exclusivamente en términos militares era un grave error. Marcó además, en relación con las expresiones y el accionar de la organización, cierta tendencia al triunfalismo, y un exceso de optimismo. Reflexionó, también, sobre la “personalización” de la política, no solo porque para el pueblo existían los Montoneros antes que su dirigente, sino porque si a este le pasara algo, la organización entera estaría en riesgo. Propuso el repliegue como estrategia para la reorganización, que finalmente llevó a cabo de modo personal.

1976 fue la tragedia. La confirmación de lo sospechado, doblada la apuesta en la violencia de sus modos, en sus alcances. Walsh había desconfiado de la decisión política de la cúpula de Montoneros de enviar a Paco Urondo a Mendoza. El abrazo con el que se despidieron, dicen los testigos, fue una muestra de la inquietud que tenían y del saber medir lo grave de esos tiempos que transitaban. Poco tiempo después la pesadilla era un hecho y Walsh se enteraba de la muerte de su amigo resistiendo el ataque de un grupo de tareas. Pocos meses más tarde, escuchó por la radio un comunicado con la peor de las noticias: la muerte de su hija Victoria. Su mujer, Lilia Ferreyra, se refirió en un reportaje a ese momento.

              Ese día dieron el comunicado alrededor de las dos de la tarde. La noche anterior, nosotros habíamos escuchado el noticiero en inglés de la BBC de las 9 de la noche, que captábamos por onda corta, y Rodolfo me iba traduciendo: “Un gigantesco operativo con helicópteros en plena ciudad de Buenos Aires”. Y ahí pensamos: esto es grande y nos preocupamos mucho. Entonces, seguimos buscando otras radios y realmente no pudimos dormir. A la mañana compramos todos los diarios de la mañana, escuchamos nuevamente las radios y no escuchamos ni una palabra. Rodolfo se fue porque tenía una reunión y yo me quedo en el departamentito en que vivíamos. Estaba ahí lavándome una ropa y escucho por la radio el comunicado. A las dos horas, más o menos, entra Rodolfo, pálido. No nos miramos, nos abrazamos, y ahí era un dolor físico. (TCHERKASKI; 2008:138)

Estos sucesos, sumados a las desapariciones de otros compañeros, y al accionar en general del terrorismo de Estado, obligaron a Walsh y su mujer a armar una estrategia para protegerse. Muchos militantes decidieron abandonar el territorio, marchar al exilio. Ellos habían pensado migrar al extranjero como última alternativa

              (…) en el caso de que no pudiéramos resolver esto aquí, solo en ese caso pensar en salir del país, en cuyo caso nos íbamos a Cuba. Él decía: “¡Cómo se reiría Vicky si estuviéramos en París!”, porque él no creía demasiado en la militancia en Europa. Porque él consideraba que en Cuba, más allá de ciertos problemas, seguíamos enfrentando a Estados Unidos. (TCHERKASKI; 2008:134)

La propuesta de Walsh fue entonces escapar del centro, del foco de la violencia, a una zona aledaña que les permitiera viajar para cumplir con las obligaciones de su militancia, pero que los mantuviera al resguardo del peligro que se vivía en la Capital. Para elegir el lugar, puso una condición esencial: debía haber agua. Ya que debían alejarse del Río de La Plata y del Tigre, quería elegir un lugar que estuviera cerca de algún lago o laguna. Mirando el mapa de la provincia de Buenos Aires, eligió San Vicente, y a partir de allí, armó un itinerario hacia el sur, de laguna en laguna, que irían recorriendo en caso de que la situación se complicara. No llegaron a hacerlo.

La vida que llevaba el matrimonio en San Vicente era esencialmente distinta de la que había abandonado en el centro de la ciudad, a la que solo se trasladaban en el caso de tener citas o reuniones. Compraron una casa pequeña y en no muy buenas condiciones con dinero que les facilitara Eliana Tejerina, primera esposa de Rodolfo y madre de sus hijas. Se dedicaron a arreglarla, a la casa y también al terreno. Walsh quería aprender a trabajar la tierra, hacer una huerta. El contacto con su vida anterior lo tenían cuando viajaban a la ciudad, o durante las noches, cuando Lilia armaba las granadas que dejaba preparadas para ser usadas en caso de que los descubrieran. Walsh usó, para instalarse en San Vicente, un antiguo documento falso que había tenido que conseguir cuando publicara Operación Masacre, a nombre de Norberto Freyre, y se presentó ante sus vecinos como un profesor de inglés jubilado.

La elección de este traslado determina un modo de concebir el exilio, la idea de resguardo territorial sin romper los lazos de compromiso con la militancia. El movimiento de repliegue hacia zonas alejadas había sido una propuesta de Walsh a la organización para proteger a sus militantes. Un espacio distinto, una nueva identidad, otra rutina, vecinos por conocer, problemas locales en los que involucrarse que nada tenían que ver con las luchas políticas de las que se alejaban[3], construyen de algún modo las formas que pueden reconocerse en los relatos de exiliados. No sufrieron, en cambio, el desapego del país, y el precio que pagaron por ello fue el mayor riesgo que corrieron. La resistencia a dejar el país se extremó en el caso de Lilia Ferreyra cuando, aún después de la desaparición de su compañero, tardó un año en decidirse a abandonar la Argentina.

              Y recién a fines del 77, me llega un aviso de un sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada, a través de sus familiares, de que Rodolfo había muerto, confirmaba lo que ya uno suponía en el momento de la caída, que me estaban buscando a mí, que me fuera del país. Es entonces cuando empiezo a pensar en esa posibilidad, pero sigo acá hasta fines del 78. Es ahí cuando finalmente me voy con muchas dificultades, y cruzo la frontera. Llego a Brasil y de allí viajo finalmente a México, donde viví cinco años. (TCHERKASKI; 2008:123)

II. 

Porque si no es sobre eso no vale la pena escribir sobre nada.

Rodolfo Walsh

Desde su acercamiento al ámbito sindical, después de que Juan Domingo Perón le presentara a Raimundo Ongaro, Walsh se cuestionó el valor de la literatura. A lo largo de cincuenta años el escritor dejó una vasta y heterogénea obra, periodística y literaria, que marcó, del mismo modo que su posicionamiento político, un trayecto. Al principio escribía cuentos policiales (relatos “de enigma”, con mínimas referencias contextuales) y compilaba para su edición cuentos fantásticos. En 1957, la escritura y publicación de Operación Masacre le cambiaría la vida, no solo en términos literarios, sino también materiales: se mudaría de casa, se compraría un arma, cambiaría su nombre, tendría un documento falso. Después de su experiencia en Cuba, en la que su actividad periodística daría un giro al formar parte, junto a Jorge Masetti, de Prensa latina, los cambios en su literatura fueron evidentes: aparecieron cuentos como “Corso”, “Esa mujer”, “Fotos”, “Imaginaria”; incursionó en los géneros espectaculares primero con dos obras teatrales (La granada y La batalla, 1965) y luego con el guión para el film Operación masacre, realizado en 1972. Su literatura testimonial siguió su cauce y aparecieron Quién mató a Rosendo (1969) y Caso Satanowsky (1973). Respecto a sus textos periodísticos, ya en 1966 escribía en Panorama notas de investigación de alto contenido social, en 1968 fundó y dirigió, a pedido de Perón, el Periódico de la CGT, y en 1972 montó un taller de radio en una villa miseria, en el que se escribía el Semanario villero. En 1973 formó parte de Prensa en Montoneros, y en 1976 fundó ANCLA (Agencia Clandestina de Noticias). 

A partir de 1969, los cuestionamientos de Walsh respecto de la literatura comenzaron a explicitarse. En una entrevista publicada en Siete días en junio de 1969, habló en principio de la novela en general, y luego de “su” novela:

              (…) una novela sería algo así como la representación de los hechos, y yo prefiero su simple presentación. Además uno no escribe una novela sino que está dentro de ella, es un personaje más y la está viviendo. A mí me parece que los fusilamientos y la muerte de García tienen más valor literario cuando son presentados periodísticamente que cuando se los traduce a esa segunda instancia que es el sistema de la novela. (WALSH; 2007:142-143)

Respecto de su propia novela:

              (Tener una novela empezada) me inspira grandes nostalgias. Volver a ello no depende de mí sino del mundo exterior. Si sobreviniera una de esas épocas tranquilas o de estancamiento que me permitiera escribir, lo haría porque quiero escribir. No es que busque pretextos —como dicen por ahí— para no escribirla. En este momento vivo en movimiento oscilante entre el periodismo de acción, que me exige estar en la calle, escribir con grandes apuros y terminar, tal vez, un capítulo o dos en un día, y el repliegue para escribir ficción. Entonces escribo con gran dificultad cinco líneas por día y recupero el tiempo que no he podido leer. (WALSH; 2007: 143)

Esta tensión entre la escritura periodística y la escritura de ficción iría aumentando, sobre todo en relación a la novela, que fue un proyecto que Walsh nunca concretó, a pesar de tener un contrato previo firmado con Jorge Alvarez. Hubo un juicio que resultó para él determinante, y fue el de Raimundo Ongaro, su compañero de la CGT: “No entiendo nada”, parece que dijo Raimundo. “¿Escribe para los burgueses?”

Y después:

              Cosa que me molestó, lo que dijo Raimundo, que yo escribía para los burgueses. Pero me molestó porque yo sé que tiene razón, o puede tenerla. El tema me ha preocupado siempre, aunque no me lo formulara abiertamente. La cosa es: ¿para quién escribir, si no para los burgueses? Tendría que preguntarle a Raimundo qué literatura le gusta a él, qué novelas no están escritas para los burgueses y qué cuentos pueden escribirse “para” los obreros. (…) Debe ser posible, sin embargo, escribir para ellos.

 Más adelante:

              Lo que estoy descubriendo, caballeros, es cómo no escribir para burgueses. Estoy fantaseando con cuentos y aún novelas clandestinas. ¿No hay millones de cosas para contar en esa forma? ¿No son las cosas más importantes? (WALSH; 2007: 158 y 161)

A partir de su militancia en las organizaciones revolucionarias, Walsh abandonó prácticamente la escritura de ficción para dedicarse al periodismo, pero por fuera de los medios hegemónicos de comunicación. Desconfiando de estos como divulgadores de información, trabajó junto a sus compañeros en nuevos dispositivos para difundir las noticias e instalar la discusión ideológica, que se adaptarían a la coyuntura de esos años.

Del mismo modo que pudo pensarse con respecto al territorio, dentro del itinerario que la obra de Walsh fue recorriendo en su producción, en los últimos tiempos, a medida que la violencia se acrecentaba, también se produjo un viraje significativo que puede ser concebido en términos de exilio. El escritor decidió, como un proyecto, que iba a expresarse a través de “cartas”. Así lo explica Lilia Ferreyra:

              El 77 iba a ser un año en el que íbamos a ir buscando cada vez más el repliegue sin dejar de pertenecer a la organización. Íbamos a llevar a la práctica lo que él proponía en uno de los documentos, que era romper con las formas de encuentro de la estructura clásica, porque esa estructura era conocida y no servía; establecer otras formas de contacto y apostar al futuro. Por eso ya estaba preparando toda una línea de trabajo que pasaba más por su iniciativa política individual, que eran las cartas polémicas. (TCHERKASKI; 2008:134)

Entre septiembre de 1976 y marzo de 1977 escribió tres cartas fundamentales: “Carta a Vicki”, “Carta a mis amigos” y “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”. La primera la escribió horas después de enterarse de la muerte de su hija: “Querida Vicki: La noticia de tu muerte me llegó hoy a las tres de la tarde”. En ella habló con dolor de esa muerte, pero también de lo que significó para su hija formar parte de las filas que libraron ese combate y lo que significaba para él mismo hacerlo:

              No podré despedirme, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. (BASCHETTI; 1994: 186-187)

Es un texto breve, algo desprolijo, en el que se notan la urgencia y la desesperación. Tres meses después, circuló la “Carta a mis amigos”. En ella retomó la muerte de su hija y ofreció, como explicación, el relato del final y de su vida militante. Walsh hizo un cuadro descriptivo de lo que significaba para los integrantes de la organización vivir perseguidos, comunicarse clandestinamente, encontrarse a escondidas, y dentro de ese marco, enalteció y reivindicó las decisiones de Victoria:

              En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren con ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos, que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella. (BASCHETTI; 1994: 191)

En el párrafo final, Walsh hizo manifiesto el sentido de esas cartas, pidiendo a sus amigos, a quienes está dirigida, que difundieran la noticia y los modos de la muerte de su hija. Este pedido respondía a la confianza en un mecanismo de información que trataba de imponer en un momento en que el desconocimiento era lo natural y su combate peligroso: “el boca en boca”. Esta dinámica fue la principal manera de divulgación en ANCLA, cuyos textos estaban encabezados por la siguiente leyenda: “Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”.

Durante el verano de 1977 escribió la “Carta abierta” de la cual repartiría algunos ejemplares a propósito de cumplirse el primer año de la Junta Militar en el poder. Está dividida en seis partes en las que informó y estableció un juicio respecto del accionar de la dictadura a lo largo de ese año. Los datos que aportó los obtuvo, entre otras fuentes, de la BBC y de la intercepción de mensajes militares que lograba escuchar desde su radio o televisor, a través de antenas y dispositivos que él mismo había armado para tal efecto. Hizo un recorrido histórico, económico y político. Habló de muertes y desapariciones, de torturas. Se refirió al manejo tendencioso de la información, a la persecución y la censura. Finalmente desarrolló un panorama sobre la situación económica, trazando un mapa claro, interpretativo y previsor de lo que el liberalismo  significaría para la Argentina. En el párrafo final, dejó en claro haber elegido el recorrido que anticipara su hija y que él tomaría como ejemplo:

              (…) sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace tiempo de dar testimonio en momentos difíciles. (BASCHETTI; 1994:253)

No puede hablarse, en el caso de Walsh, de exilio en sentido literal. Sin embargo, propongo pensar como formas del exilio estos dos movimientos: un traslado territorial, al decidir su mudanza a San Vicente alejándose del foco de violencia, y un recorrido hacia nuevas formas de la escritura, las cartas polémicas, alejándose de los modos de expresión que reconociera como propios de las clases burguesas.

Paula Tomassoni nació en la ciudad de La Plata. Es Profesora en Letras por la UNLP y Magister en Escritura Creativa por la UNTREF. Se dedica a la enseñanza de Literatura y Didáctica de la Lectura y Escritura en los niveles secundario y superior. Trabaja en espacios de gestión institucional provincial. Coordina talleres literarios y clínicas de escritura. Escribe narrativa y crítica literaria. Ha publicado las novelas Leche Merengada (EME, 2015), Indeleble (EME, 2018) y Enlutada (Corregidor, 2023), y los libros de cuentos Pez y otros relatos (Modesto Rimba, 2015) y En servicio (Vera Cartonera, 2020).

Bibliografía

BASCHETTI, R. (1994), Rodolfo Walsh, vivo, Buenos Aires, Ediciones de la Flor.

CABALLERO, R., “El Walsh que pocos conocen”, en Veintitrés, Año 9, N°455,22 de marzo de 2007.

JOZAMI, E. (2006), Rodolfo Walsh. La palabra y la acción. Buenos Aires. Grupo Editorial Norma.

MONTERO, H. y PORTELA, I. (2010), Rodolfo Walsh. Los años montoneros. Buenos Aires, Peña Lillo/Ediciones Continente

MONTERO, H. Y PORTELA, I., “Los papeles de Walsh” en Sudestada, Año 7, N°65, Diciembre de 2007.

TCHERKASKI, J. (2008), Mirar la muerte. Conversaciones con mujeres de escritores desaparecidos. Buenos Aires. Catálogos.

WALSH, R. (1994), Operación masacre, Buenos Aires, Planeta.

WALSH, R. (2007), Ese hombre y otros papeles personales, Buenos Aires, Ediciones de la Flor.


[1] “Tengo demasiado para una sola noche. Valle no me interesa. Perón no me interesa, la revolución no me interesa ¿Puedo volver al ajedrez? Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la novela “seria” que planeo para dentro de unos años, y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo”. La cita es del Prólogo a Operación Masacre, Walsh, (1994) Operación masacre, Buenos Aires, Planeta, p.18.

[2]Operación Masacre cambió mi vida. Haciéndola comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior”, Walsh, R, “El violento oficio de escritor” en  Baschetti, Roberto, (1994) Rodolfo Walsh, vivo, Buenos Aires, De la Flor, p.31.

[3] Viviendo en San Vicente, Walsh (con el nombre de Freyre) encabeza una comitiva de vecinos que van a hablar con un concejal para pedirle una plaza pública y el tendido del alumbrado eléctrico.

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