En la búsqueda de la construcción de la concepción de la democracia como forma de la función política de la educación, estudio diversas prácticas y discursos en las primeras décadas del sistema educativo argentino.
La hipótesis que propongo promueve el análisis del origen de la enseñanza de la democracia —esa que se instauró en el currículo escolar— en tiempos escasamente democráticos.
Ahora bien, la pregunta por ese pasado fundador de las nociones de la democracia a la medida de la dirigencia finisecular y del novecientos, deviene de la necesidad de comprender cómo es y de qué manera acontecen la enseñanza y el aprendizaje de ella en la escuela de hoy, en estos jóvenes cuarenta años ininterrumpidos de gobiernos democráticos.
Así, entre la investigación y la preocupación por el presente, llegó a mis manos El diario, uncuento de Renata Costilla. Renata es una estudiante de 16 años del conurbano bonaerense, que narra en su relato una historia conmovedora y profunda. Transcribo a continuación este texto para los y las lectoras de Viento Sur.
EL DIARIO
Cuento de Renata Costilla
Había una vez… una vida diferente. Distinta a la que conocemos la juventud de hoy en día. Así decía mi papá. Él mencionaba que la libertad, la igualdad, la dignidad, la identidad y la democracia son valores que siempre debemos defender porque en ciertos momentos de nuestra historia los perdimos. Pero lo más importante es que los recuperamos y, por eso, era imprescindible que los cuidemos como tesoros invaluables.
De chica, no entendía bien a lo que se refería. Se imaginarán que, en la mente de una joven, esos conceptos resultaban muy abstractos. Yo nací con esos derechos y me era casi imposible imaginar cómo era vivir sin ellos. Así que mi papá, para ayudarme a comprender, me regaló un cuadernito que contenía una historia muy especial. Una historia que voy a compartir con ustedes:
El dos de noviembre de 1983 se escuchó un alarido desgarrador: “¡Quiero saber dónde está mi hijo!” Cuatro, cuatro días. Ella llevaba encerrada cuatro días. Hacía frío, estaba sola y, si gritaba, la golpeaban. La silenciaban. Días antes había otra mujer con ella. Según recuerda, se llamaba Alba. Pero dos noches atrás, había entrado un hombre que les pegó y arrastró a Alba hasta sacarla del compartimento. Ahora, en lo único en que podía pensar la mujer, además de preocuparse por su hijo, era en el fervoroso deseo de que Alba estuviera bien, que haya logrado escapar. Ilusa, ingenua. Ella sabía lo que le había sucedido a Alba pero no quería ni imaginárselo.
El treinta de noviembre de 1983 se escuchó una pregunta dolorosa: “¿Qué hicieron con mi bebé?” Había pasado un mes. Todavía no le habían devuelto a su bebé recién nacido. Ella no sabía en dónde estaba y se sentía más sola que nunca. Había intentado hablar y explicarle al hombre que diariamente entraba y la revisaba que ella necesitaba alimentar, abrazar, amar, cuidar y limpiar a su hijo. Ilusa, ingenua. A él no le importó. Ni la miró. Ni contestó. Todos los días la volvía a dejar en ese mismo lugar. Y esta vez, la mujer no insistió. Porque recordó la noche en que lloró y gritó tanto que lo cansó. El hombre la había ahorcado hasta el punto de dejarla al borde de la inconsciencia. Desde ese momento, ella intentó no emitir sonido alguno por miedo a ser reprimida nuevamente. Pero no lo logró.
El cinco de diciembre de 1983 se escuchó una exigencia que le partiría el corazón a cualquiera: “¡Devuélvanme a mi hijo!” Sí, a cualquiera. Menos a ellos.La mujer entendió que era inútil seguir esperando. Intentó escapar, intentó escapar cuando vio que el hombre que la visitaba se distrajo un par de segundos y dejó la puerta abierta. Otra vez, ilusa e ingenua. No lo logró. Y ahora la tenían en un lugar más pequeño, con olor putrefacto y en condiciones inhumanas. Lo más importante: todavía sin su bebé.
El siete de diciembre de 1983 se escuchó una última súplica atormentada: “¡Por favor, por favor! Se los imploro. ¡Déjenme ver a mi bebé!” Tres días. Ella había pasado tres días sin tomar ni comer nada. Era el castigo merecido. Y todos los días desfilaban hombres que le gritaban, la torturaban. Pero nunca se desanimó, no se calló. A cada uno que ingresó le había preguntado por el paradero de su niño. Después de todo era una madre desesperada. Pero los volvió a cansar. Ellos seguían gritando y torturando. Ella, poco a poco, sintió cómo perdía la capacidad de respirar, de vivir. Finalmente, pensó, lo único que podía hacer ahora era dormir, dormir.
El ocho de diciembre de 1983 ya no se escuchó nada. Hacía frío, estaba sola y, ya lo presentía, estaba muriendo. En su último sueño, ella recordó a su padre. Este le había avisado, le había dicho que no salga a la plaza. Él se lo había advertido. En su último momento de consciencia, ella recordó a su bebé. En su último momento de delirio, ella cerró sus ojos y se imaginó una risa, unos pequeños ojos como los suyos, unos despertares junto a un bello ser. En su último momento de vida, supo con seguridad que su hijo iba a estar bien porque ella siempre lo cuidaría”.
Así culminaba el relato de ese diario íntimo, la historia de mi abuela paterna. Ella jamás pudo reencontrarse con su bebé. Pero su hijo, mi papá, a través de ese diario íntimo que había encontrado casi por casualidad, sí pudo conocer a su mamá y saber de su lucha desesperada para estar con él.
Juntos decidimos escribir un final a la historia de las raíces de nuestra familia: “El diez de diciembre de 1983, la mujer se dejó ir. ¿Ilusa, ingenua? Quizás. Si hubiera resistido un solo minuto más habría vivido el momento que siempre soñó: su libertad y la recuperación de su hijo. Porque ese día quedó marcado para siempre en la historia argentina. Ese día logramos recuperar la democracia”.
La autora
El relato me exime de cualquier tipo de cierre, pero me gustaría compartirles las respuestas que dio Renata a mis preguntas.
“Escribí esta obra sobre la democracia gracias a un ejercicio en la clase de literatura en mi colegio el cual consistía en escribir una obra sobre lo que queramos y al estar cumpliendo 40 años de democracia ininterrumpidos, y decidí inspirarme en eso.
Me metí en el mundo sobre la democracia, desde chica, ya que mi papá es adoptado y decidió realizarse el estudio para ver si era hijo de desaparecidos y yo viví todo ese momento junto a él, así que con la compañía de mi mamá, mi papá y mi educación escolar fui interiorizándome en el tema.
La obra nació completamente de mi cabeza ya que mi papá no es hijo de desaparecidos pero, ¿qué hubiese pasado si sí lo era? ¿Qué pasó realmente con todos los que sí vivieron esa realidad? Esas y más preguntas me ayudaron a formar esta obra, logrando transmitir lo que yo quería lograr, que era ese sentimiento de impotencia mezclado con el de tranquilidad.
Desde la ucronía hasta el relato que aún todavía se discute, podemos seguir las huellas del cantor: ‘todo está guardado en la memoria…’”
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