Entrevista a Hugo Biagini, profesor, historiador y filósofo, investigador principal del Conicet y de la Academia Nacional de Ciencias (Buenos Aires). Autor de más de cuarenta libros, que le valieron una distinción de la UNESCO “por sus aportes al desarrollo de la reflexión filosófica latinoamericana alternativa”.
Este año y luego de la edición de El siglo de Hugo Biagini por la UNAM para el CIALC de México, la UNLa publicó Hugo Biagini y sus interlocutores de Diego Fernández Poychaux y Andrés Kozel (compiladores). En la obra, intelectuales latinoamericanos y europeos, confluyen en un tema central: el propio Biagini. Reforma universitaria, positivismo argentino, identidad, filosofía e integración latinoamericana, pensamiento alternativo, ética juvenilista, «neuroliberalismo» y utopía son algunos de los tópicos que se abordan.
I.
¿Cuál es el aporte del pensamiento alternativo para las investigaciones con perspectiva historiográfica? ¿Qué posibilidades encontrás para los estudios de historia de la educación?
Qué buena idea tuya, Laura, la de tener en cuenta un espacio como el de la revista Viento Sur, perteneciente a nuestra nave insignia —la Universidad Nacional de Lanús—, para surcar por sus aguas procelosas; como ya tuve ocasión de hacerlo cuando me tocó intervenir en esa misma publicación periódica para difundir por ahí nuestro Diccionario de Autobiografías Intelectuales: una obra perteneciente a esa vasta red bibliográfica que configura lo que hemos dado en llamar el pensamiento alternativo por su cuestionamiento al neoliberalismo, desde un rearme categorial que ha concebido un modus vivendi menos discriminatorio y una cultura de la resistencia donde se reivindica la ética de la solidaridad junto al derecho a la utopía.
Estamos aludiendo a una amplia red que, desde diversas trincheras y niveles académicos, ha problematizado esa cosmovisión que pretende legitimar la concentración de riquezas: el Estado gendarme, la contaminación y devastación ambiental, las posturas tecnocráticas y etnocéntricas, el proceso de modernización elitista, el pensamiento único o pensamiento cero, la mentalidad donde prima el tener en lugar del ser, el espíritu depredador a ultranza… Se trata en definitiva de enjuiciar un discurso deshumanizador y férreamente estructurado, asociable a la mercadofilia capitalista, a modelos hegemónicos en crisis de la globalización y recolonización del orbe.
Me permito invocar también, entre las fuentes correspondientes, otra obra de referencias como el Diccionario del pensamiento alternativo —en la doble coedición que encaramos junto con el maestro Arturo Andrés Roig—, así como su adenda respectiva o los volúmenes sobre el mismo pensamiento alternativo pero no en toda su extensión sino restringidos a la Argentina contemporánea; sin dejar por ello de citarte otro diccionario nuestro en colaboración: el crítico sobre la globalización —planeado por François de Bernard— y un texto pionero relativo también al tema que ustedes han seleccionado aquí: el asunto de la educación, incluido en mi Historia ideológica y poder social, que supo lanzar otrora el viejo Centro Editor de América Latina.
Dentro de ese repertorio alternativo pueden encontrarse distintos pasajes, expresiones y vocablos vinculados al objeto de tu interés específico sobre el pensamiento alternativo en la historiografía y en la historia puntual de la educación, según fuera caracterizada por diversos expositores mencionables: Nelly Filippa, Mercedes Molina, Lino Morán Beltrán, Franck Lepage, Darío Sarah, Emilio Tenti Fanfani y Clara Inés Stramiello, quienes abordaron nociones como las de pedagogía de la liberación, pedagogía crítica, pedagogía libertaria, educación popular, educación no formal, desescolarización y educabilidad. Paralelamente, nos encontramos con otra categoría afín: la de historiografía latinoamericana, formulada por Hebe Pelossi.
Se suceden allí un elenco de fuentes bibliográficas pertenecientes a los propios columnistas o a otras procedencias autorales, como las de Pierre Bourdieu, Iván Illich, José Carlos Mariátegui, Arturo Andrés Roig, Adriana Puiggrós y —como no podía faltar en absoluto—, con la enjundiosa obra de Paulo Freire, a quien tuvimos ocasión de conocer en una de esas raleadas visitas que pudo emprender a la Argentina, donde estuvo rodeado por una desbordante concurrencia de seguidores.
II.
La vigencia de la concepción del neuroliberalismo invita a volver sobre su significado. ¿Qué aspectos considerás oportuno recobrar para las nuevas investigaciones de este tiempo?
Ante todo, debemos recordar que el liberalismo conservador resurge en Latinoamérica sazonado con el elemento competitivo “neo” o “neuro” y con una gama de expedientes racionalizadores: el realismo político —que acentúa la voluntad de poder y dominación, el autointerés, la antropología de la rapacidad y el Estado Robin Hood—; el realismo político —que propugna la necesidad de acoplarse al sistema mundial y mantener relaciones “carnales” con las grandes potencias—; la “ideología” de la inmadurez —que enarbola la incapacidad intrínseca de los pueblos subdesarrollados y el insalvable vacío cultural en ellos existente—.
Toda esa parafernalia enmascaradora ha potenciado el relato antiintegrador como el que vuelve a imperar en países como la Argentina, sin que se deje de apelar a pseudofundamentos teológicos o cientificistas, desempolvando para referirse a Nuestramérica un rótulo lapidario: el del “continente enfermo”. En síntesis, con el neoliberalismo se instala una moral querellante y el Evangelio de la fortuna, con una expoliación del trabajo humano y del medio ambiente que nos retrotraen a los peores momentos del imperialismo y el capitalismo rentista, cuando se proclamaba la superioridad racial o el destino manifiesto eurocéntrico y se sacralizaba la figura del multimillonario o el banquero como benefactores de la humanidad.
A pesar de las numerosas experiencias igualitaristas que se dieron en el siglo XX, al concluir esa centuria la mentada globalización ha sido asociada a las balcanizaciones, a los trastornos ecológicos abismales, a la recolonización del planeta mediante empréstitos internacionales, al retroceso de costosísimas conquistas sociales y a la reimposición del monopolio cultural y civilizatorio de Occidente junto al dogma sobre la perennidad del régimen capitalista y del liberalismo.
Como dato ilustrativo, dejame citar algunas de las apreciaciones que han formulado los prologuistas a las tres ediciones distintas de nuestro libro sobre el particular: El neuroliberalismo y la ética del más fuerte (Buenos Aires, Editorial Octubre, 2014 / Costa Rica, Universidad Nacional, 2015) y O neuroliberalismo e a ética do mais forte (Nova Petrópolis, Nova Harmonia, 2016).
“Provocador y polémico, el libro se instala en medio de los grandes debates teóricos, recuperando una distintiva tradición republicana, democrática y popular con menos filosofía política europeísta y más historia de las luchas comunitarias y políticas latinoamericanas que no siguen el modelo de la ética gladiatoria propuesto por el neuroliberalismo, entendiendo que nadie puede ser fuerte, ni soberano ni libre en una comunidad que no lo es, si encima se halla dominada por el privilegio y la desigualdad”(Eduardo Rinesi).
“El estudio tiene no solo la virtud de habernos legado un neologismo muy útil sino, antes que nada, un nuevo ámbito de trabajo […] La tesis fundamental del libro es que el neoliberalismo constituye el proyecto ideológico más y mejor articulado de los sectores sociales hegemónicos para recuperar el poder y reconstituirse como clase” (Rodrigo Quesada Monge).
“O neuro liberalismo traduz un cenário ainda mais árido que o do liberalismo tradicional, já que nâo acena mais com cualquer preocupacao de futuro, seja social, seja ecológico. […] no excelente posfácio escrito por Jorge Vergara Estévez a propósito da experiencia neoliberal piloto de Pinochet […] a democracia deixa de ser algo necessario e relevante e passa a ser um luxo tolerável” (José Carlos Moreira da Silva Filho).
Como conclusión general, me permito transpolar una interpretación que me atribuyera el sociólogo colombiano José Guadalupe Gandarilla Salgado: la de haber introducido el término ‘neuroliberalismo’ como principio de actuación personal que se instala como sentido común, como disposición a aceptar como propios los valores que legitiman las prácticas de los grupos dominantes.
III.
¿Qué puedes decirnos de la reciente labor de Ramaglia, Kozel y Oviedo en torno a tu obra? ¿Podrías señalarnos algún otro libro tuyo en camino o próximo a publicarse sobre vos mismo?
Por lo pronto, cabe sostener que dichos colegas guardan una estrecha relación con emprendimientos comunes en el vasto y creciente dominio de la historia intelectual, más allá del destacado papel que cada uno de ellos ha tenido en su respectiva labor específica.
Para empezar, los tres investigadores aludidos en tu pregunta (Ramaglia, Kozel y Oviedo) han participado activamente en la plasmación del libro El siglo de Hugo Biagini, que fue lanzado en México por la UNAM para su colección “América Latina Lecturas Fundamentales”, la cual ya lleva editados unos once volúmenes a la fecha, entre las que se encuentra también el nuestro en su versión digital y correlativa (consultar aquí).
Ese volumen citado lleva un título sugerido sobre la marcha por el catedrático francés Patrice Vermeren para un comentario efectuado en la revista Utopía y praxis latinoamericana. El primer texto allí incluido —en torno a la reivindicación de la política— apareció en España durante la prohibición que sufrió dicha actividad bajo la última dictadura argentina. A su vez se incorporaron en El siglo otros materiales míos que habían visto la luz en Costa Rica, Guatemala y Brasil. Algunos de los trabajos seleccionados fueron distinguidos en el Certamen de Ensayo Político organizado por Nueva sociedad en Venezuela, en el Premio Especial Eduardo Mallea del Gobierno de Buenos Aires y en un Premio Nacional de Pedagogía. El estudio sobre Marcuse formó parte de un volumen que sería declarado finalista en el Premio Casa de las Américas (Cuba).
Dentro de ese mismo libro, se destaca el meduloso prólogo de Dante Ramaglia —conductor del Instituto de Filosofía Argentina y Latinoamericana— donde se aborda una temática puntual: desde la vertiente nuestroamericanista a la actualidad, la figura del intelectual comprometido, el cuestionamiento al neoliberalismo y las dictaduras militares, la defensa de la bohemia y el movimiento juvenilista, el derecho a la ciencia y a las humanidades. Por su lado, sobresale también la labor de Andrés Kozel y Gerardo Oviedo en la reunión de mis textos y, esencialmente, en la redacción de la bibliografía final, con sus cincuenta folios de fuentes primarias y secundarias.
Por otra parte, Andrés Kozel, junto con Diego Fernández Peychaux, han intervenido en el armado de otro libro —en torno mío—: Hugo Biagini y sus interlocutores (Universidad Nacional de Lanús, 2024). Se trata de un texto publicado por Ediciones de la UNLa e introducido por un consagrado estudioso chileno, Eduardo Devés. Ese volumen consta de varias secciones: ensayos y homenajes, prólogos de terceros, comentarios recibidos, citas y menciones, hasta concluir con un epistolario escrito por varios colegas: desde Harold Davis, Arturo Roig y Eugenio Pucciarelli hasta Juan Carlos Torchia Estrada, Diego Pro, Arturo Ardao o Alain Guy. A dichas cartas se le han sumado colaboraciones de otros académicos de diversas latitudes, como Patrice Vermeren, Pablo Guadarrama, Alex Ibarra Peña, Diego Jaramillo Salgado, Cherie Zalaquett junto a testimonios de intramuros pertenecientes a Dina Picotti, Alejandro Herrero, Daniel de Lucia, Marcelo Velarde Cañazares et alia.
Han aparecido o se encuentran ya en prensa varias notas en torno a ambos libros citados. Una de ellas ha estado a cargo del colega mexicano Roberto Mora Martínez, quien ha colaborado con una recensión para los clásicos Cuadernos Americanos, mientras que otro comentario —de largo aliento— fue remitido por el filósofo Gabriel García a la novedosa publicación periódica Wirapuru: Revista latinoamericana de estudios de las ideas. Un texto que sí ya ha visto la luz es la reseña bibliográfica a cargo de Norma Isabel Sánchez para los Anales de la Sociedad Científica Argentina (vol. 275, año 2024, pág. 79).
Me has dado pie Laura para mencionarte, como dato adicional, la flamante aparición del libro José Ingenieros en su centenario, el cual se ha adelantado a los fastos en torno al fallecimiento de Ingenieros, con ese voluminoso texto que acaba de sacar el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA junto a la Universidad Nacional de Lanús, compilado por Martín Unzué, Alejandro Herrero y uno mismo.
Estamos hablando de un homenaje a Ingenieros cuyo contenido propio tuve ocasión de anticipar en la revista digital Archivos del Sur (20/5/2022) que acaba de salir con más de treinta contribuciones pertenecientes a estudiosos como Yamandú Acosta, Jorge Dubatti, Cristina B. Fernández, Roberto Follari, Pablo Guadarrama, Celina Lértora Mendoza, Marisa Muñoz, o Carlos Rojas Osorio, junto al de otros nombres ya invocados: Patrice Vermeren, Gerardo Oviedo y Norma Sánchez.
Para ir cerrando, me permito transcribirte una parte de mi texto volcado en la contratapa de esa obra colectiva sobre Ingenieros:
“En ella nos vamos a enfrentar con un sinnúmero de cuestiones, entre las que sobresalen: la gravitación de Ingenieros desde el Plata al Caribe hasta su misma incidencia en Francia; sus consideraciones sobre la ética y el amor; sus reflexiones acerca del juvenilismo y la universidad, el obrerismo y la justicia social, la epistemología y el lenguaje musical […] Y a no escudarnos en nuestras propias limitaciones ‘naturales’, con aquello de que hasta Homero llegaba a descansar como cualquier mortal y mantengámonos en pie de lucha por los ideales en juego. Más allá de dichas limitaciones, evoquemos sí por último al gran Machado cuando sostuvo que ‘el grito de una república de trabajadores será siempre Homo Faber antes que haragán’”. Terminemos entonces agradeciendo de todo corazón a la UNLa, nuestra innovadora casa de estudios, por esta ceremonia convocada por su Doctorado en Filosofía; ceremonia en la cual no solo me otorgaron un cálido trofeo testimonial sino que también se presentó en ella mi aludida obra antológica junto a uno de sus principales auspiciadores: el colega Hernán Taboada, una figura clave de la misma UNAM en México, sobre todo, dentro de su Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC).
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