Acerca del Premio Nobel a Acemoglu, Johnson y Robinson
Recientemente fueron galardonados con el premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en honor a Alfred Nobel (más conocido como “el Nobel de Economía”) los economistas Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson (en adelante AJR), reconocimiento otorgado en virtud de sus estudios acerca del surgimiento de las instituciones y sus relaciones con la prosperidad. Acemoglu nació en Turquía y Johnson en el Reino Unido, pero los tres se desempeñan desde hace décadas en universidades de Estados Unidos.
Si bien el texto más difundido del grupo corresponde solo a dos de ellos (Acemoglu y Robinson) y se titula “¿Por qué fracasan los países? Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza”, publicado en 2012, y puede leerse como una continuación en una clave más divulgativa de “Los orígenes económicos de la dictadura y la democracia”, el punto de partida de la preocupación por la relación entre instituciones y desempeño económico es un artículo escrito por los tres, publicado en The American Economic Review, titulado “Los orígenes coloniales del desarrollo comparativo: una investigación empírica”. Este trabajo compara, en el caso de países de distintos continentes que fueron colonias europeas en algún momento, las tasas de mortalidad de los colonos europeos con el desempeño económico de los países otrora colonizados y ahora independientes, encontrándose una correlación que luego se explica por una reformulación de la noción de “instituciones”. Ahora bien, cabe preguntarnos lo siguiente: ¿Cómo llegamos a ese concepto y a esa forma de relacionar variables?
Durante la primera mitad del siglo XX, o incluso antes, los estudios de historia económica no distaban demasiado de los de historia en general, y estaban mayormente a cargo de historiadores. En particular aquellos de tradición estructuralista o marxista encontraban en elementos económicos algunas de las bases explicativas de los procesos históricos. Hacia los años 1960, y sobre la base tanto de desarrollos en el campo de la estadística como de la construcción de instituciones principalmente gubernamentales encargadas del relevamiento y la cuantificación de fenómenos económicos y sociales en el largo plazo, el campo de la historia económica, principalmente en Estados Unidos, se fue llenando de economistas. Se trató de una revolución conocida como la “cliometría” o “nueva historia económica” —cuyo principal referente fue el también Premio Nobel Robert Fogel—, e implicó un paso crucial en la tendencia de los economistas a avanzar sobre otras disciplinas.
Sin embargo, la cliometría en su versión más pura, que incluía por ejemplo realizar ejercicios contrafácticos especulativos para evaluar la eficiencia de las políticas implementadas hace décadas o siglos, no consiguió constituirse como dominante. Pero los economistas ya estaban allí, en los departamentos de historia. Y lo que llegó para quedarse y para constituir un campo que sí se volvió dominante fue el neoinstitucionalismo, cuyo autor insigne hacia finales del siglo XX fue Douglass North, también Premio Nobel. La propuesta de North ataba el éxito de los países a una institución clave: el respeto por los derechos de propiedad. Así, las formas en que en las distintas latitudes se habían instaurado los derechos civiles darían cuenta de los procesos de desarrollo económico. La premisa general era que la existencia de derechos de propiedad bien definidos configuraba esquemas eficientes de incentivos para la acción individual, lo que en última instancia promueve el progreso de las naciones.
Esta mirada también fue muy criticada, principalmente por su visión tan limitada de las instituciones. Tan estrecha relación implicó que se presentaran muchos contraejemplos de países en donde el respeto irrestricto por los derechos de propiedad no llevó a ninguna forma de prosperidad. ¿Cómo lo podemos explicar? Es en ese marco que, desde fines del siglo y sobre todo durante las últimas décadas, la propuesta de AJR se volvió famosa: sin abandonar las premisas neoinstitucionalistas acerca de la relación entre instituciones y desempeño, e incluso amplificando el alcance del imperialismo disciplinar de la economía sobre otras ciencias, pero complejizando las nociones de “institución” hacia tipologías más amplias, la explicación neoinstitucionalista recuperó vigor explicativo y, sobre todo, cintura para esquivar las críticas.
¿De qué se trató este giro? Si bien en cada trabajo se presentan variaciones, la idea general es que existen distintos tipos de instituciones, las cuales pueden ser inclusivas —cuando generan crecimiento sostenido y prosperidad— o extractivas —cuando llevan a la pobreza y al fracaso de los países—. En el modelo más difundido, presente en “¿Por qué fracasan los países?”, las instituciones a su vez pueden ser económicas y políticas. Entonces, en un país puede haber instituciones económicas inclusivas pero políticas extractivas —sería el caso de las dictaduras promotoras del libre mercado, por ejemplo—, con lo cual la sola existencia de derechos de propiedad no garantiza la prosperidad.
Un elemento que cabe destacar es la crítica que estos autores hacen a las teorías que explican la prosperidad o el fracaso desde la ignorancia de las élites —algo que, por ejemplo, ha sostenido la también reciente Premio Nobel Esther Duflo, y que está muy de moda, precisamente por su simpleza—. La mirada neoinstitucionalista en versión AJR propone una articulación entre lo holístico o social (las instituciones se construyen socialmente) y lo individual (las instituciones finalmente importan por los incentivos que ofrecen a los individuos), que es superadora tanto del neoinstitucionalismo en versión North como del individualismo extremo basado en inteligencia o ignorancia que sugiere Duflo.
Sin embargo, persisten dos problemas centrales de esta aproximación a la historia económica, y en particular cuando nos introducimos en problemas de desarrollo y subdesarrollo: por un lado, el enfoque es profundamente economicista y no solo participa sino que expande el imperialismo disciplinar de la economía sobre otras ciencias; por el otro, al proponerse un esquema universal para estudiar el desempeño de todos los países, se reproducen como globales criterios que son eminentemente noroccidentales, o lo que en los últimos tiempos ha dado en llamarse “Global North”.
Respecto de lo primero, muchos de los argumentos de AJR sobre elementos políticos, sociales y culturales no solo ya han sido debatidos por politólogos, sociólogos, antropólogos e historiadores sino que muchos incluso han sido superados o complejizados mucho más que lo que el enfoque de AJR puede proponer. Su limitadísima concepción del poder político, o de la relación entre las estructuras sociales y las relaciones de poder, solo puede resultar novedosa para economistas formados en la más llana ortodoxia, donde el concepto de poder no existe.
Respecto de lo segundo, las pretensiones noroccidentales para explicar la totalidad de la humanidad desde su propia historia no son novedosas, pero aquí esto se refuerza precisamente por el tipo de enfoque: la propia distinción entre los campos de lo económico y lo político —la cual está en la base de la propuesta de AJR— es no solo un fenómeno noroccidental, sino que es relativamente reciente; a su vez —y esto es particularmente relevante en estudios del desarrollo y el subdesarrollo—, la perspectiva no se permite tener miradas globales: si el problema es el carácter extractivo de nuestras instituciones, se pierde de vista el rol de la inserción internacional, el estatuto periférico de la mayoría de los países subdesarrollados o el carácter asimétrico de las relaciones tanto económicas como políticas en el mundo. Pero no son cosas desconocidas: el pensamiento económico latinoamericano viene planteándolo desde hace casi un siglo.
En síntesis, Acemoglu, Johnson y Robinson representan, en el campo de la historia económica y de los estudios sobre el desarrollo, la conformación de una nueva ortodoxia que ha superado algunas de las deficiencias de los enfoques previos. Sin embargo, no dejan de representar una mirada economicista y colonialista sobre el análisis de los procesos sociales, económicos y políticos de las distintas latitudes. Son, indudablemente, grandes merecedores del Premio Nobel, el cual se caracteriza por premiar a economistas de este tipo desde siempre.
Hacer Comentario
Haz login para poder hacer un comentario