El nacimiento de un libro es siempre una buena noticia, más aún en un contexto crítico como el actual. En este caso se trata de La noble igualdad: la publicación más reciente de Carlos Raimundi, abogado, docente universitario, diputado nacional (mc) y militante político de larga data.
“En realidad, el libro es una recopilación a la que logramos darle cierta coherencia —dice Raimundi—, pero es tan dinámico todo que ya hay algunas cosas a las que les sigo dando vueltas en la cabeza…”.
Además, la actualidad es avasalladora.
Totalmente. El libro tiene una parte internacional y otra nacional. En la internacional, en un artículo llamado “Retroceso civilizatorio”, hablo de que el mundo, que había avanzado hacia la humanización de las penas en el derecho penal, la presunción de inocencia, las garantías del debido proceso como señales de un avance civilizatorio, fue dejando de lado esos principios y renaturalizando la tortura y la agenda de seguridad por sobre las garantías personales. Cuando se hizo el operativo que terminó con el asesinato de Osama bin Laden y fue arrojado al mar, esto quedó señalado como un triunfo del mundo de la libertad por sobre el terrorismo, cuando justamente la gran diferencia entre los regímenes totalitarios y las democracias modernas es el otorgamiento de determinadas garantías. Al mismo tiempo ha habido una cooptación de la prensa internacional; el periodismo como tal agoniza, y se ha convertido en un brazo de los grupos financieros. Esas cadenas hegemónicas que en otras etapas históricas fueron de medios de comunicación, hoy sirven para ratificar la colonización cultural que nos lleva a decir que el mundo de la libertad combate al terrorismo con los métodos del terrorismo: financiando dictaduras, mintiendo, desplegando operaciones militares legales y no legales, aceptando genocidios, matando inocentes. El mundo está perplejo frente a esto. Y si lo unimos a los cambios vertiginosos de la naturaleza y el medio ambiente, y a las innovaciones tecnológicas, es completamente comprensible la deslegitimación de la política, que no ha conseguido avanzar y transformarse al ritmo del resto de las transformaciones. Entonces queda completamente atrasada y a merced de los grupos financieros, que son los que tienen recursos para apropiarse de los resortes políticos y económicos.
Es interesante, porque ya no estás hablando de una crisis de nuestra política —que sabemos que la hay—, sino que la ubicás en el mundo.
Yo lo circunscribiría al occidente geopolítico. A muchos de los indicadores negativos que observamos les damos a veces una dimensión universal, cuando en el mundo asiático y en las culturas orientales no se está viviendo la misma crisis. Lo cierto es que esta crisis nos ha llevado a derrotas políticas, por ejemplo respecto al crecimiento de las derechas radicales, que no son la expresión de un nuevo orden, sino que son movimientos que han sabido interpretar este desorden y aprovecharlo en su beneficio. Desde el campo nacional y popular de los países del sur global y de América Latina, no hemos estado a la altura de las circunstancias. Las crisis, límites y déficits en nuestros movimientos tienen que ver con los límites ideológicos de nuestras dirigencias y de nuestros liderazgos, por eso estamos luchando para perforar ciertos techos. En este momento, al estar ante una crisis de hegemonía, el mundo ofrece alternativas: si se priorizara el destino del subcontinente en lugar de los destinos personales o nacionales, América Latina tendría una extraordinaria oportunidad por todo lo que tiene para ofrecer al mundo. Y sin embargo, no lo estamos viendo.
A veces tenemos el hábito de responder a lo que estamos viviendo, se llame el fenómeno Bolsonaro, el fenómeno Milei, el fenómeno Trump; respondiendo a cada uno de los estímulos que nos brindan esos regímenes. Nos está faltando la perspectiva como para ponderarlos como algo orgánico, como que detrás de eso que parecen desequilibrios distópicos, hay una racionalidad de los grupos del llamado “círculo rojo digital”.
El círculo rojo tradicional, y también nosotros en la política, nos movemos en tiempos analógicos, mientras que el poder real en el mundo —Amazon, los grandes servidores, aquellos de quienes depende la humanidad en este momento— se mueven en tiempos digitales y están armando una configuración del mundo gobernada por CEO’s. Frente a ello la política se está demostrando impotente, insuficiente para poder captar la profundidad de ese fenómeno y dar respuestas mucho más integradas. La otra sección del libro trae estos conceptos más generales al ámbito nacional.

¿Por qué se llama La noble igualdad?
Reivindico lo que representa esa estrofa del Himno; lo que representa el valor “igualdad” no como sinónimo de uniformidad, sino de la necesidad de que éticamente los gobiernos garanticen a los pueblos una plataforma mínima de derechos, de posibilidades, de herramientas, con lo cual estoy hablando de una política profundamente humana y humanista. Y una vez garantizada esa plataforma común, que cada persona tenga la posibilidad de desplegar su propia singularidad, que no es sinónimo de individualismo sino de las particularidades de cada persona en el marco de una concepción comunitaria de la vida colaborativa; no egoísta, ni individualista. Y el otro valor que rescato es la nobleza. Hay que recuperar prácticas nobles. No tenemos que ser como nos propone el sistema si queremos cambiarlo: a veces nos decimos diferentes, pero actuamos imitando o extrapolando las mismas pautas de conducta que nos impone el sistema. Y hasta que no nos rebelemos internamente frente a eso, tampoco vamos a a salir.
¿A qué te referís con el subtítulo del libro, «Honrar la memoria, pero no vivir de recuerdos”?
Nosotros en América Latina en general y en Argentina en particular tenemos sobradas razones para ser fieles a lo mejor de nuestras tradiciones, de nuestros pensadores, de nuestros luchadores, emancipadores, libertadores. Pero el mundo ha cambiado, la región ha cambiado y el país ha cambiado. Por lo tanto una cosa es honrar esas tradiciones y reivindicar todo lo que hicimos cuando nos tocó gobernar, pero sabiendo que es imposible salir adelante si replicamos las mismas políticas. Por ejemplo, si hoy quisiéramos reponer el texto de la Ley de Medios de 2009 no podríamos, porque hay un salto tecnológico ocurrido en estos 16 años que la harían completamente ineficaz. Las plataformas con las cuales se nutre la mayoría de la población, y sobre todo las generaciones jóvenes, es diferente.
Justamente, hablando de este presente y las generaciones jóvenes, ¿cómo las ves?
Hay dos grandes universos, el del trabajo informal y el de los jóvenes, que no fueron abordados suficientemente por nosotros y por lo tanto Milei se apropió de ellos; se aprovechó de las disconformidades, de las angustias, de todos los malos sentimientos que acarreó el encierro en la pandemia, los convirtió en valores políticos, y los supo explotar. Y nosotros no nos dimos cuenta, tampoco de cómo había crecido el fenómeno del trabajo no registrado hasta convertirse en una estructura económica. El trabajador o la trabajadora informal se hace una composición de la realidad completamente distinta de la que tiene el obrero de una industria que está acostumbrado a cumplir un horario, a tener una sede, una fábrica, un colectivo que lo representa, un sello, un orden normativo, un orden jerárquico.
Ahí hay un universo que nosotros no abordamos, y el segundo es el de los jóvenes. Los chicos, que son generaciones nativas de las nuevas tecnologías, se hacen toda una composición de la realidad desde dimensiones y valores muy distintos de los nuestros, y tampoco eso lo supimos percibir a tiempo. Tenemos que readaptarnos a eso y tener una respuesta frente a estos nuevos desafíos. E ir aprendiendo cómo acompasar el orden normativo, el orden político, el orden social a la dinámica de los cambios tecnológicos. De lo contrario permanentemente vamos a tener distopías, porque la tecnología nos va a llevar a momentos inesperados cada vez con más frecuencia, y a una situación de caos muy grande que finalmente van a resolver los que tengan más poder económico y militar.
En el Himno, “la noble igualdad” viene casi inmediatamente después del grito sagrado de “libertad”, un término que hoy tiene otro sentido. ¿Cómo recuperar el valor de las palabras?
Yo utilizo una frase que es “la estrategia son todas las estrategias”. Todas son válidas. Primero, no hay que renunciar a pensar, a argumentar, a conversar; a arroparse, a abrazarnos, a contenernos recíprocamente. Las “redes antisociales” —porque en realidad quiebran el vínculo social y llevan al sujeto social a la fragmentación absoluta— nos llevan a los valores contrarios. Pero no podemos renunciar al arte, a la sonrisa, a la cultura, al amor, que son sanadores de todo esto. Los tiempos se acortan, la cantidad de sucesos que suceden en un minuto son cada vez más grandes que en el minuto anterior, pero el corazón humano late siempre a la misma velocidad. Ningún ser humano puede decir que en algún momento de su vida no haya necesitado un hombro donde apoyarse. Entonces hay que rescatar esos valores por sobre este ultracapitalismo, y para eso, todas las estrategias son válidas. Por todos los rincones hay que tratar de llegar al corazón del ser humano desde una perspectiva distinta del signo pesos o del signo dólar o del signo criptomoneda.
Nos encontramos frente un vacío epistemológico que nos impide encontrar las respuestas. Desde este paradigma a veces queremos que los millones de personas que han caído en la pobreza tengan un salario digno, vacaciones, todos los derechos al consumo, pero pertenecemos a un mundo subdesarrollo que no tiene las mismas posibilidades que el mundo desarrollado. Para que la humanidad alcance el nivel de consumo que tienen las clases más acomodadas, no hay recursos energéticos en el mundo, por lo cual va a ser muy difícil llenar ese vacío epistemológico mientras no seamos capaces de cambiar los paradigmas que soportan a la epistemología dominante. Lo que tenemos que definir es otro concepto de felicidad, de buen vivir; otro concepto de relacionamiento con la naturaleza, con el tiempo, con la vida, con la muerte, con el hermano. Hasta que no hagamos eso… No soy filósofo ni intelectual, soy un militante político que se da cuenta de que hasta que la política no capte estos desafíos va a seguir arañando los fenómenos, pero nunca va a poder alcanzar el cómo resolverlos.
Hacer Comentario
Haz login para poder hacer un comentario