El jesuita argentino que entra en la historia como Papa Franciscus
Tras más de seis meses de la muerte del Papa Francisco y para honrar la memoria presente de su excepcional personalidad, admirada por religiosos y laicos, deseo evocar un episodio que con el tiempo se ha vuelto indeleble, y es cuando desde Nápoles me pidieron que improvisara una interpretación sobre la sorprendente noticia, ocurrida el 13 de marzo del año 2013, de que el papa elegido era un “jesuita argentino” que había decidido llamarse Franciscus, por el santo de Assisi. En efecto, el singular evento comenzó tres días después, el 16 de marzo de ese año, con una llamada que desde Torino me hizo el colega Gianni Vattimo a mi casa de Buenos Aires, entonces en la esquina entre calle Libertad y avenida Libertador, y que la redacción del diario Il Mattino de Nápoles transforma en artículo y publica con este título: “Il Papato di Francesco. Con lui possibile un rinnovamento istituzionale ed evangelico della Chiesa non più eurocentrica”.
“Alberto —empezó Vattimo— ti chiamo perché ci devi dare una mano… mi hanno chiamato i redattori del giornale Il Mattino e voglio sapere di più sul nuovo papa argentino”. Y agregó: “Tu sei più al corrente di me… e non vorrei essere imprudente, e suscitare polemiche stupide su di lui”. A lo cual respondí: “Ma guarda che é un papa come se fosse stato invocato, voluto del Vattimo autore del saggio Después de la cristiandad”.
Seguimos hablando, recordando su viaje a Buenos Aires en mayo del año anterior y la visita a la biblioteca de Raúl Zaffaroni en el barrio de Flores, el mismo barrio en el cual habían crecido los dos jovencitos, Bergoglio y Zaffaroni, en los años ‘50. “Bien —concluyó Gianni—, le doy tu número de teléfono a los del Mattino para que te llamen, por favor no nos falles… en este vacío de datos de la prensa italiana y europea tu opinión cuenta mucho”.
En esos momentos me vinieron a la mente las conversaciones que había tenido con Gianni y otros colegas en un bello encuentro en el Istituto di Studi Filosofici de Nápoles en un seminario sobre José Martí y Gramsci, organizado por el Instituto Gramsci y la embajada de Cuba, en el Palazzo Serra di Cassano en octubre del 2007; ahí hablamos de la “iglesia” de don Hélder Câmara y la Teología de la Liberación del admirado Gustavo Gutiérrez, como experiencias fundamentales y post-eurocéntricas para la construcción, desde las periferias del mundo globalizado, de una alternativa religiosa y cultural a la tragedia de la “modernidad”.
La entrevista, en realidad, se hizo sumando preguntas que dado el interés de los redactores de Il Mattino se fue transformando en un artículo, partiendo del hecho de que ni yo ni nadie tenía idea de los detalles concretos y secretos por los que Bergoglio, para su cargo milenario de obispo de Roma, escogió el nombre de Franciscus. Pero yo sabía —y lo digo claro a los napolitanos—, por el conocimiento directo a lo largo de toda mi vida en varios países de las Américas, que Francisco era después de Jesús el más famoso de los cristianos, famoso y popular en cuyo nombre se edificaron decenas de iglesias y conventos, o se nombraron calles y plazas, como es el caso tan emblemático para mí cuando mi madre, siendo un niñito recién emigrado desde el Veneto a Venezuela, me llevó a la iglesia de San Francisco de Caracas, retomando la costumbre de ir a rezar en la iglesia homónima de Padova sobre la Vía San Francesco que iba desde el centro de la ciudad hasta la enorme plaza de Prato della Valle.
Uno de los motivos por los cuales el obispo de Roma quiso pasar a la historia de los papas con el nombre de Franciscus provenía de la dramática observación de la crisis general que estaba atravesando el mundo occidental, y de la creencia de que relanzar el rol de la Iglesia católica implicaba salir de la ciudad del Vaticano y potenciarla para que fuera capaz de resolver esta crisis: “Francisco puede ser un papa no limitado cultural y burocráticamente —le responde Filippi al redactor del Mattino—.
Recordemos, de hecho, que tiene una formación diferente respecto a la eurocéntrica propia de la tradición apostólica romana: en este sentido, venir del fin del mundo, como dijo en sus primeras palabras, puede ayudar a abrir nuevos caminos. Incluso la elección de su nombre, Francisco, es de extraordinaria importancia ya que en América latina —nótese bien—, San Francisco de Asís, después de Jesús Cristo, es la figura religiosa más conocida y querida del entero continente, siendo considerado como un santo nacional-popular, o más bien yo diría continental-popular.”
El entrevistado tampoco pudo ni siquiera imaginar que la primera encíclica del nuevo papa iba a estar desde su mismo título vinculada al santo de Assisi —cuyo íncipit está tomado de uno de los textos mayores de la espiritualidad europea—, ese Canto di Frate Sole o Cantico delle Creature, del cual este año de 2025 se cumplen 800 años —y que, no en vano sino por honda consonancia evangelizadora inspiró los luego célebres Ejercicios espirituales de San Ignacio—. Texto poético-teológico que es uno de los ejes de su primera Encíclica, Laudato si, y uno de los aspectos más innovadores de la “revolución” conceptual de Francisco papa, referido al carácter terrenal, o según el adjetivo “terrestre” (o mejor sería decir “tierraestre”), que pone en total evidencia el vínculo inescindible entre lo humano y la creación toda; la universalidad compartida de todo lo viviente, incluso la vida no humana, la Pacha Mama para decirlo en otra lengua que sin embargo recoge y expresa un similar léxico de época, típico de las grandes civilizaciones agrícolas todavía premodernas. Potencia alegórica que se expresa de manera sorprendente en el punto más alto y “francescano” del Cantico, en el cual se elogia a la más amada de la criaturas, o sea el “Sol” que implica y representa la doble “semejanza” con “Dios” y con el “Sol de la justicia”: Sole di giustizia[1]. Como sabemos, el otro legado del magisterio franciscano es el valor de la pobreza y de los pobres en la experiencia radical de la imitación del Cristo evangélico, así como de la recristianización de la Iglesia en sus instituciones temporales y curiales vaticanas.
El gran tema de la “opción por los pobres” en la cultura cristiana post-conciliar se cruza y potencia en las prácticas de la Teología de la Liberación y la tradición cuyo origen está en Fray Bartolomé de las Casas y la tradición lascasiana, que nos ha dejado con su insuperable obra Gustavo Gutiérrez: En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de las Casas. Opción por “el pobre” como paradigma del “otro” como valor y prueba del ejercicio de la vida cristiana. Porque es momento central y crucial en la lucha por la justicia, en la práctica liberadora, incluso cuando esa lucha atraviesa fracasos coyunturales y dramáticos.
Elaboraciones diversas cuyas vertientes confluyen en la Conferencia Episcopal que se realizó en 2007, en el convento de La Aparecida, que anuncia “desde Brasil” lo que será el programa in crescendo que desarrolla y pone en acción Francisco registrado en la doctrina de sus cuatro Encíclicas. En esos días de la elección del obispo de Roma, me volvieron a la mente las manifestaciones del culto a San Francisco difundidas en el pueblo brasilero, y especialmente en el Nordeste, en el estado de Paraíba, en la iglesia de San Francisco de João Pessoa que visité varias veces, una de las cuales acompañado por Giuseppe Tosi, Paulo Abrão y el filósofo italiano Danilo Zolo —profesor invitado como yo a la Universidad Federal de Paraíba—, maravillados por la doble reinvención barroca de la arquitectura y el sincretismo religioso de los fieles, en el imaginario popular que de manera análoga acompaña a la devoción por la Virgen Negra y Protectora de los brasileros, Nuestra Señora de la Aparecida, en cuyo Santuario y Convento tuvo uno de sus precedentes el célebre encuentro de 2007 entre obispos y cardenales latinoamericanos —con la presencia de Claudio Hummes, el arzobispo de São Paulo—, cuyos votos resultarán ser decisivos para la elección del papa en el cónclave de 2013.

No olvidemos que una de las razones de fondo de la deliberada mala fama —y hasta del vituperio— de los jesuitas se remonta a la época colonial, cuando tuvieron el privilegio de educar en sus colegios de Cusco y de Lima a las élites indígenas, como es el caso de Túpac Amaru II. En un proceso de formación y defensa de aquella parte, por cierto, mayoritaria de la población compuesta por indios, mestizos y criollos que dieron origen a las rebeliones de la preindependencia y la expulsión de los jesuitas, y a la enorme producción intelectual en los años del exilio europeo, que culmina con la obra de Juan Pablo Viscardo y Guzmán de 1792, que editó y difundió Francisco de Miranda. Me refiero a la Carta dirigida a los españoles americanos.
Con el pasar de los años y el crecer de la monumental obra pastoral y doctrinal de Bergoglio como primer papa americano y, más aun, de “jesuita americano”, en la formidable síntesis que ha sabido promover con la tradición franciscana, que culmina con la que se ha vuelto póstumamente el texto mayor de su pontificado, me refiero a la Bula convocando al Jubileo del año 2025, Spes non confundit, para que “sea la ocasión de reanimar a la Esperanza, que nunca decepciona”[2].
Pero antes, me permito evocar un par de reflexiones en ocasión de mis encuentros con el obispo de Roma, en torno a temas que han caracterizado de manera especial y trascendente los aspectos que representan a la ejemplaridad “nuestroamericana” de su magisterio. El primero, en ocasión del encuentro del 5 de enero de 2023, en la audiencia con el papa —auspiciada por el presidente de la Fundación Laudato Si, mi colega Roberto Carlés—, la cual se centró en una de las ideas claves que ya había marcado desde el inicio mi diálogo con papa Bergoglio. Y es que con su figura histórica, la de ser el primer obispo de Roma “que llega desde el fin del mundo”, se cumple un larguísimo proceso histórico milenario del que tuvo genial premonición el filósofo estoico y emperador Marco Aurelio, entendiendo que Roma dejaría de ser caput mundi imperial para devenir en una civitas universalis.
A los pocos años de la irrupción de Alarico, que hunde la Roma imperial en sí misma, el futuro san Agustín comienza a escribir su testimonio político-filosófico sobre la decadencia imperial y el advenimiento de la Ciudad de Dios, destinada a extenderse fuera de los límites de los espacios conocidos, más allá del finis terrae y los mares africanos, antes de 1492.
Desde el pagano Marco Aurelio a los cristianizados Constantino y Agostino se cumple el otro ciclo: la historia del mundo se vuelve teología de la salvación, o mejor dicho en teleología de la historia de la salvación cristiana del mundo “antiguo”, hasta después del año 1492.
“La extensión durante siglos de la civitas dei a los espacios americanos —le comentaba al papa Bergoglio— y los ciclos emigratorios de ida y vuelta que usted, santo Padre, en su paradigmática condición de ser hijo y nieto de las emigraciones italianas y europeas del siglo veinte, es buen conocedor —y puede dar testimonio— de cómo esos hombres y mujeres eran portadores positivos del ‘sentido trascendente de la vida familiar cuya espiritualidad aportaba un rico potencial de santidad y justicia social’[3]. Porque la experiencia itinerante de la emigración/inmigración y sus múltiples manifestaciones sociales y culturales es escuela de vida comunitaria y de la lucha concreta por la justicia social —y de la igualdad entre pueblos y personas—, porque implica de manera eminente la opción por el ‘otro’, como extranjero, expulsado, como desplazado”.
Y deseo volver a repetir en esta remembranza cuando le comenté emocionado a Bergoglio, en ocasión del diálogo que tuvimos en enero de 2022, que “su presencia, histórica y providencial en la Cátedra de San Pedro, me parecía confirmar la singular profecía laica del filósofo estoico Marco Aurelio, el emperador hijo de viejos colonos itálicos nacido en España, en la actual Córdoba: su intuición del futuro le permitió imaginar que vendría un día en el cual Roma ya no sería más urbis caput mundi, sino que con los siglos devendría una civitas universalis”[4].
La otredad como experiencia cotidiana del diálogo interreligioso que Bergoglio había experimentado desde sus años de Buenos Aires, y que se ha consolidado en su comprensión del ser “hermanos y ciudadanos” del Mare Nostro Mediterráneo; con particular referencia precisamente a ese mismo mundo árabe “descubierto” por el Santo de Assisi. Además de la prioridad de sus tantos viajes afuera de Europa y afuera de Occidente, el papa “del fin del mundo” supo darle gran relevancia al diálogo interreligioso con los musulmanes y el mundo árabe, siguiendo en esto el revolucionario ejemplo de su admirado Francesco. Estos viajes, y la cercanía a la militancia cultural con la Comunidad de Sant’Egidio —la interacción espiritual entre las diferentes tradiciones religiosas y los laicos de diversas culturas— que el vastísimo movimiento internacional de laicos por el diálogo y la paz como formas del “misterio del pluralismo religioso”, fueron vertidas en la declaración conciliar Nostra Aetate, cuyas ideas centrales han sido vertidas en el célebre documento sobre “La Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común”, suscrito por el papa y el gran Imán de al-Azhar, Ahmed el-Tayeb, el día 4 de febrero de 2019 en Abu Dabi, en los Emiratos Árabes Unidos.
Todas estas reflexiones sobre las tres tradiciones religiosas, de religiosidad situada —“porque la fe se manifiesta siempre en la cultura en la que estamos inmersos”— que se cruzaron en la formación cultural de Bergoglio, las tenía presentes cuando escribí el artículo y en las reflexiones que hice en las horas del duermevela entre el 14 y el 15 de marzo del año 2013.
Después de esta muy larga digresión evocadora del primer artículo (no solo) mío publicado en Italia a las pocas horas del cónclave, vayamos directo al recuerdo que nos ha dejado Bergoglio en el último de sus libros: testimonio para siempre del “estupor estupefacto” que precede y acompaña su elección para el solio de Pedro.
Quiero decir —y es la preciosa novedad— que ahora sí sabemos el por qué del nombre “Franciscus” y del contexto que precede y acompaña la elección del obispo de Roma en la Capilla Sixtina, evocado y escrito por el propio papa Francisco en el último libro que ha escrito, en colaboración con Carlo Musso, el año pasado, editado en enero de este año del Giubileo 2025.
“Decir que no me esperaba nada semejante, nunca en la vida y mucho menos al principio de aquel cónclave, es, sin duda, decir poco. Sí sabía que era, como dicen los vaticanistas, un kingmaker, que, como cardenal latinoamericano, tenía autoridad para orientar ciertos votos sobre este o aquel candidato. Pero solamente eso. Yo no estaba en la lista, los candidatos fuertes que los periodistas señalaban y buscaban en aquellos días de marzo de 2013 eran otros: el arzobispo de Milán Angelo Scola, el cardenal de Boston Sean O’Malley, el arzobispo de São Paulo Odilo Scherer y Marc Ouellet, el cardenal canadiense que hoy es presidente emérito de la Pontificia Comisión para América Latina”. (p. 206)
Y añade el Santo Padre: “Yo había hablado en el curso de la reunión anterior, el sábado, como penúltima intervención, un discurso breve, improvisado, de cuatro o cinco minutos. Que, al parecer, lo supe justo ese lunes, había suscitado interés, atención. Pero pensé que era por amabilidad, respeto, poco más. Un cardenal se me acercó y me dijo: «Bien, hace falta una persona que haga esas cosas…». Sí, pero ¿dónde la encuentras?, le respondí. Y él: «Tú». Me eché a reír: ja, ja, ja, ya, claro, muy bien, dale, hasta luego”.
Y añade con precisión el Santo Padre evocando el instante crucial en el cual “surgió el nombre de Francisco”, con la larga historia religiosa que simbolizaba y que el nuevo papa “sintió en las carnes”. Así lo recordaba él mismo: “Cuando mi nombre se dijo la septuagésima séptima vez fue cuando sonó un aplauso, mientras la lectura de los votos continuaba. Ignoro cuántos votos hubo exactamente al final, ya no escuchaba, el ruido se sobreponía a la voz del escrutador. Pero en ese momento, mientras los cardenales seguían aplaudiendo y proseguía el escrutinio, el cardenal Claudio Hummes, que había estudiado en el seminario Franciscano de Taquari, en Río Grande del Sur, se levantó y me dijo: «No te olvides de los pobres». Su frase me marcó, la sentí en las carnes. Allí fue donde surgió el nombre de Francisco. Si nunca me había imaginado que el resultado de ese cónclave podía tocarme directamente, aún menos podía haber pensado en un nombre de pontífice. Lo que recuerdo es que, en esos días en Plaza San Pedro, vi a un mendigo que daba vueltas con un cartel que decía: «Papa Francesco I». Pero esa imagen me vino a la mente solo días después, cuando en varios diarios apareció esa foto”[5].
Como sabemos, el papa trabajó durante meses con su incansable energía espiritual para organizar “su” Año Jubileo que iba a ser uno de los acontecimientos culminantes de su Pontificado, y durante el cual, gravemente enfermo, moriría el 21 de abril. Sin embargo, tuvo tiempo y voluntad para establecer el ritual de su sepelio y renovar la decisión tomada en la Capilla Sixtina el 13 de marzo de 2013. Liturgia de su sepelio que concluye lejos del Vaticano, en la Basílica de Santa María Mayor, donde quiso ser recordado para siempre cerca del ícono de la Mater Dei Salus Populi Romani, por el solo y amado nombre de Franciscus: síntesis ideal del haber sido a la vez cardenal de Buenos Aires y obispo de Roma, emblema póstumo de su poderoso, imperecedero legado.
En fin, para simbolizar la permanente renovación de su presencia, día por día, frente a quienes vienen a saludarlo, las monjas de la Comunidad Apostólica de María Siempre Virgen depositan, sobre la lápida de su tumba, una rosa nueva.
[1] Chiara Frugoni, Vita di un uomo: Francesco d’Assisi, con un Prefacio de Jacques Le Goff, Einaudi 2022, págs. 150-151.
[2] Papa Francesco, Spes non confundit, Bula anunciando el jubileo ordinario del año 2025, Introducción de Monseñor Rino Fisichella, Editorial San Paolo, 2024.
[3] Papa Francisco y Carlo Musso, Esperanza. La autobiografía, Random House, Buenos Aires, 2025, p.198.
[4] Alberto Filippi, en “Por un mundo más justo. Colonialismo, descolonización y neocolonialismo: Una perspectiva de justicia social y bien común”, en Viento Sur, Revista de la Universidad Nacional de Lanús, Año 14 / Número 24, septiembre 2024, pág. 52.
[5] Papa Francisco y Carlo Musso, Esperanza. La autobiografía, Random House, Buenos Aires, 2025, págs. 201 y 213.

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