Durante el siglo pasado se imaginaron de todas las formas posibles como sería el mundo en el año 2000. Imaginaron que las personas se vestirían todas igual o que no tendrían pelo; imaginaron autos voladores o teléfonos sin cables. Aciertos y no tanto.
En la Argentina Perón dijo que el 2000 nos encontraría unidos o dominados.
Acierto, y no tanto.
El Bicentenario también llegaría. La Argentina tenía en agenda dos Bicentenarios importantes: uno el 25 de mayo de 2010 y otro el 9 de julio de 2016. Nuestro año 2000 podía ser el 2010 o el 2016. Teníamos que imaginar cómo estaríamos a 200 años de que todo empezara. Teníamos que, una vez más, ponernos de acuerdo en cuándo empezamos. O aceptar que en realidad tenemos varios comienzos, y eso es según el cristal con que se mire.
Es cierto que un 25 de mayo se planteó un gobierno autónomo en resguardo de la autoridad suspendida por la prisión de un Rey. Es cierto que como excusa era un buen comienzo. También que un 9 de julio podíamos asumir la mayoría de edad y resolver que la Independencia no era en resguardo de un extranjero soberano en otras tierras sino de una economía nuestra, y con unos pobladores que podrían adquirir derechos en un futuro. Pero también es cierto que nada de eso se hizo ni en la tierra que hoy reconocemos como propia ni mucho menos reconociendo al pueblo nacido o naturalizado en este suelo como único soberano. Lo hizo, más bien, un grupo de pocos, con unos cuantos trabajadores cerca, muchos esclavos, y la intención de algo. Hasta Belgrano se había entusiasmado y dijo en voz alta que en realidad el soberano debía ser local y que teníamos a mano un descendiente directo de Tupac Amaru y que entonces… “Alguien que lo ubique a don Manuel, que acá no estamos para esos pasos ni nada que se le acerque”, dijo un mandamás que se impuso. Y así, silbando bajito se fueron sumando unos que no eran otros -aunque siempre fueron los mismos-, y declaración que va, acuerdo que viene, desde una casa en Tucumán y con entrada controlada se declaró la Independencia.
Claro que fechas para recordar, hay muchas. Un 25 y un 9 quedaron en la historia. A eso deberíamos sumar el 1° de mayo, que además de ser el Día Internacional del Trabajador, es el día en que en 1853 se sancionó la Constitución Nacional; pavada de fecha, y no aparece nunca por ningún lado. El 1° de mayo se terminó la esclavitud en lo que hoy es el suelo argentino; se terminó por mandato de la propia Constitución Nacional. Otra fecha que deberíamos también tener en cuenta es el 23 de septiembre, pero en este caso de 1860, día en que se sancionó la reforma de la Constitución Nacional, a partir de la cual la provincia de Buenos Aires pasó a ser parte de la Confederación Argentina. En Montevideo, Uruguay, apenas cruzando el Río de la Plata, tienen su avenida gemela de nuestra 9 de Julio, así de importante, pero se llama 18 de Julio: no es el día de la Independencia del Uruguay, es el día en el que se juró la Constitución de los Orientales. Ellos recuerdan la fecha de la jura, y nosotros ni la anotamos en el cuaderno durante la primaria.
Nuestros dos mil
Tenemos, sí, nuestros años 2000. Tenemos nuestro Bicentenario de la Revolución, aunque poco de revolución le quepa; tenemos nuestro Bicentenario de la Independencia, aunque más para el almanaque que para la celebración.
Perón dijo que el 2000 nos encontraría unidos o dominados. Pero se equivocó con la disyuntiva que expresa el “o”. Debió contemplar el “y/o”, tan usado hoy. Porque más nos cuaja un “y dominados”.
Es decir, unión hay: Argentina como país sigue siendo la unión de 24 distritos independientes que por su propia voluntad permanecen debajo de un mismo Estado Nación. Pero eso de la Patria Grande es declarativo y no permanente. Durante la última década, apenas pasado el 2000 y mientras el primer Bicentenario, el de la Revolución que se imponía en resguardo de un Rey lejano, se trabajó y mucho en esa unión declamada, reclamada y soñada por tantos patriotas en serio durante los siglos XIX y XX; incluso surgieron espacios regionales para resolver conflictos comunes o responder a planteos hechos en nombre de reyes ajenos, como el rey dinero, el rey multinacional, o directamente sus majestades reverendísimas: los reyes de Estados Unidos y la comunidad económica internacional. Durante la década pasada vivimos el “unidos” por sobre el “dominados”. Así fue el Bicentenario de la Revolución de Mayo.
Pero nada es permanente y lo pasado, pasó. Ahora, en el presente, tenemos la revolución -pero de la alegría- y el Bicentenario de la Independencia para la revista Billiken. Nuevamente las contradicciones, y la Independencia que no es tal, y la unión, ¿pero con quién? Aparentemente, con la Alianza del Pacífico. De la Patria Grande no tenemos ni la foto, y el Bicentenario de la Independencia se festeja con el Rey de España. Parece broma, pero no lo es.
En 2010 se conmemoró el Bicentenario de una revolución iniciada en resguardo del Rey Fernando VII de España, y los festejos fueron populares, ocupando las calles y con los presidentes latinoamericanos de visita y mezclados entre miles de personas. El pasado 9 de julio fue el Bicentenario de la Independencia de España, el inicio de un proyecto de Patria Grande, y de un San Martín y un Bolívar detrás de una escena que pretendía tierras libres de este lado del Atlántico y que por eso pelearon y liberaron a los pueblos. Pero los festejos de este Bicentenario fueron junto al Rey como único representante extranjero. El Rey Emérito de España. Un descendiente directo de Fernando VII. Raro, ¿no?
Contradicciones del tiempo presente. Contradicciones que nos tienen que servir para pensar qué es lo que está pasando en la Argentina y entenderlo no como una casualidad local, sino como un orden internacional que ordena y desordena en función de negocios de los que muchas veces no llegamos a ser siquiera conscientes.
La unión latinoamericana fue una necesidad después del saqueo al que nos sometieron como región los gobiernos liberales de los 90, que arrasaron con las economías y la vida de los pueblos de todo el continente de manera organizada y eficiente. La unión fue posible porque los pueblos dijeron “basta”. Como hace 200 años y más, y 200 años y un poco menos. Cada vez que los pueblos dijeron “basta”, bastó. Pero fue una época que duró una década, años más, años menos. Y se terminó. Un nuevo plan, que en los 70 se llamó Plan Cóndor, que en los 90 fue el neoliberalismo explícito, que ahora se llamará quién sabe cómo. Tal vez aprovechemos el sinceramiento que tanto se usa y conozcamos a esta época que empieza como Google, Facebook, Mobil o Telmex. Lo que está claro, es el objetivo.
Prontos tenemos que estar para organizar los festejos del aniversario de una Argentina económicamente independiente, políticamente soberana y socialmente justa. A lo que sabemos, debemos sumar regionalmente unida. ¿Fácil? No, quién dijo que era fácil. Solo sabemos que se lo debemos a los que pasaron dejando más que su vida intentándolo, y a los que vienen.
El presente nos convoca por nuestra historia y por nuestros hijos, por el futuro.
Vamos por el próximo Bicentenario.
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