«Diego, Napoli ti ama, ma l’Italia è il nostro paese». El estadio San Paolo de Nápoles venía de celebrar, apenas tres meses antes, su segundo scudetto. Los tifosi sabían que el fundamento de su campeonato se encontraba en los pies de Maradona, pero era la selección italiana, en una semifinal, la que estaba en la cancha. El diez argentino, mentón en alto, entendió la contradicción reflejada en esa bandera. La música de Blas Parera y el “Juremos con gloria morir”, al menos, no fueron tan insultados como en otros juegos de ese Mundial 90.
En la misma Nápoles, pero 43 años antes, nacía Edoardo Bennato. Y de nuevo en esta historia aparece el San Paolo. Allí, mientras en la Argentina se disputaba el Mundial 78, un recital de Bennato marcaba un hito: era la reapertura de los estadios para shows masivos, luego de la destrucción provocada en un concierto de Santana, Led Zeppelin y Lou Reed en 1976, y la consecuente prohibición de este tipo de eventos en territorio italiano.
Ese 1978 encontraba a Gianna Nannini cumpliendo 24 años. La cantante ya lucía su voz ronca, resultado del shock en sus cuerdas vocales producido por un grito fortísimo y de efecto irreversible al agarrarse los dedos con una máquina de hacer galletas. Esta particularidad en su cantar y su talento rockero la habían trasladado hasta Milán, epicentro musical donde ese año estaba componiendo “California”, el disco que la lanzó al reconocimiento en su país y cuya tapa mostraba la Estatua de la Libertad con un juguete sexual en su mano en lugar de una antorcha. Su hermano Alessandro despuntaba el vicio de la velocidad, que en 1986 lo llevaría a ser piloto de Fórmula 1 para la escudería Minardi: ese mismo 1986 que puso a Maradona en lo más alto del fútbol y a Tom Cruise en la cima de los amores adolescentes, cuando en la película Top Gun los corazones explotaban al sonar Take my breath away, canción ganadora del Oscar, compuesta por el italiano Giorgio Moroder y el estadounidense Tom Whitlock.
Maradona, Bennato y Nannini. Moroder y Whitlock. El fútbol y la música. Los estadios. Italia y un verano. “Todo tiene que ver con todo”, parafraseaba a Anaxágoras un sobrio Pancho Ibáñez en la conducción de “El deporte y el hombre”, programa que tendría su última emisión en 1990, el año al que volvemos para unir todos los hilos.
Moroder y Whitlock, ya se ha insinuado, conformaban una dupla musical creativa de excelencia. La FIFA los convocó para darle identidad sonora al Mundial italiano. Del trabajo conjunto surgió “To be number one”: letra vinculada al juego limpio y con algún puente emotivo. Pero Moroder no estaba conforme. Algo le faltaba a ese texto en inglés de Whitlock. Tal vez sangre, tal vez pasión, algo que artistas italianos podían brindarle. Y así aparecen Bennato y Nannini. No eran un dúo, nunca habían actuado juntos, pero Moroder los convocó y funcionaron muy bien a la hora de darle a la canción todo lo necesario para transformarse en un himno. Con “Un’estate italiana”, una dupla se formaba y otra se desarmaba. Whitlock nunca más quiso trabajar con Moroder.
Una intro que suena épica, reconocible apenas alguien le da play. El teclado Roland le da lugar a la voz de Bennato, quien nos advierte que esta tal vez no sea una canción que cambie las reglas del juego. Nannini nos dice que tiene el corazón en la garganta, y le creemos. El videoclip oficial muestra a un omnipresente Maradona versión México 86, con la selección holandesa -que venía de ganar la Eurocopa 88- en un segundo nivel de exposición.
La memoria a veces nos hace trampa. Pero un modo de escapar a sus engaños es adosar a los recuerdos todas las sensaciones que nos ayuden a hacerlos imborrables e inconfundibles. Cuando suena “noti máchique” –así le decíamos- no puede dejar de aparecer Diego insultando italianos silbadores, la sonrisa de Caniggia ante Brasil, porque una iba a tener, la tuvo y la metió, Goyco, los penales, los postes del milagro ante la verdeamarela, la inteligencia de tipos como Olarticoechea y Burruchaga, el penal que cobra Codesal y todavía protestamos, aunque si hubiera sido al revés evaluaríamos con otros ojos. Es así. La canción quedó pegada a esas imágenes, a ese sufrimiento por un equipo que estuvo a la altura pese a sus limitaciones. Porque “Italia 90” Argentina no lo jugó, lo sufrió. Como el tobillo de Maradona.
El recuerdo permanece. Cada Mundial nos trae de nuevo esos sonidos, porque los publicistas saben dónde pegar para lograr sus objetivos. Así como el perro de Pavlov babea ante el estímulo de la campanita, al argentino se le humedecen los ojos cuando suena esa música que nos tuvo felices bajo el cielo de un verano italiano.
A 30 años de esta historia, Edoardo Bennato tuvo que cancelar su “Peter Pan Rock and Roll Tour” por la pandemia de Covid-19. Mientras tanto, se dedica a la pintura. Gianna Nannini espera poder retomar su gira por Alemania y Suiza. Estos días la encuentran junto a Carla, su compañera desde hace más de cuatro décadas, con quien se casó para tutelar el futuro de su hija Penelope por si algo le pasara. Maradona, por su lado, en nuestras tierras, busca un nuevo milagro: mantener a Gimnasia en Primera División. Por ahora la matemática no lo ayuda, pero el parate del fútbol puede derivar en la suspensión de los descensos. Sería un milagro módico, nada comparable al pase que dejó a Caniggia cara a cara con Taffarel en Turín. Pero milagro al fin.
Whitlock sigue sin hablar con Moroder, pero logró figurar en los créditos de la versión italiana y cobrar regalías por ello. Gol.
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