Como un río torrentoso, todos los días los estudiantes llegan de a miles a la Universidad Nacional de Lanús. Aquí la inclusión social no sabe de meritocracias, porque todos acceden a un derecho inalienable: la educación.
Hace 22 años le dieron a Ana un papel que decía: Ana Jaramillo, rectora organizadora de la Universidad Nacional de Lanús; pero era solo eso, un papel, ni siquiera un sello.
Por eso, emulando al gran Discepolín puedo decir ¿A mí me la vas a contar?
Lo digo porque hace un par de días me enteré que Ana había sido procesada por la justicia argentina, y sin saber de qué se la acusaba, no dudé en pensar que se trata de una persecución política, y si su caso estuviera en manos del juez más probo y ecuánime, el más honrado y cabal del planeta, no lo dudaría un segundo. ¡Pensaría lo mismo! ¿Por qué? ¡Porque la conozco!
Ana fundó nuestra universidad sobre el ferrocidio que dejó el neoliberalismo, el mismo que hoy golpea a las instituciones de la Nación, a sus trabajadores y persigue a sus dirigentes.
Con su incansable fuerza militante y ese papel en el bolsillo, convenció a cuanto parlamentario había en el Congreso Nacional para que le otorgaran por ley los terrenos de los Talleres de Escalada. Esa ley fundacional bien podría llamarse Ley Jaramillo, porque la escribió de puño y letra, y se las entregó a los legisladores para que la votaran.
Y como era de esperar, después del éxito llegaron las presiones. A mí no me lo contó nadie, yo estaba ahí con ella en el Café Tortoni y su celular sonaba con insistencia: era don Alfredo que quería la parte sur de los terrenos para poner un supermercado en la salida de la calle Malabia, pero Ana le puso coto a su ambición. También hizo naufragar los barquitos de un parque acuático que un grupo de empresarios españoles planeaba sobre nuestro predio. Era la guerra y Ana la aceptó: defendió palmo por palmo el territorio ganado para los estudiantes, porque la apetencia de los privados por lo público viene de lejos y es voraz. Luchó también contra algunos de los que tuvieron a su cargo la liquidación del ferrocarril residual. ¿Por qué? Porque Ana les había truncado un millonario negocio inmobiliario.
No sin antes haber pasado por un rectorado provisorio en Valentín Alsina y una temporaria sede académica en un inmueble de los trabajadores de la carne, la UNLa se instaló sobre las ruinas del ferrocarril. La historia de los compañeros que Ana había convocado, sumados al inhóspito lugar, daban una imagen análoga a la de un hospital de guerra… y algunos desertaron. Sin embargo, su tenacidad por defender el proyecto no tuvo flaquezas y la Universidad se erigió como un faro que nos sigue iluminando. El que alumbró un barrio que parecía en extinción, el que vivía a la sombra del paredón más largo de Lanús, un paredón que en el adentro supo alojar a los trabajadores de los rieles y en el afuera fue funcional a los pelotones de fusilamiento de la dictadura del ’76. A ese paredón Ana le abrió transparentes y extensas ventanas que le permitieron a los vecinos ver por primera vez una puesta de sol sobre la frondosa arboleda de la Universidad.
Quizás, la universidad más linda de la Argentina.
Aquí es donde enseñamos y aprendemos.
Aquí volvieron los ferroviarios con sus hijos y sus nietos.
Aquí los pibes y las pibas del conubarno sur estudian para forjar su propio destino.
Aquí, derrotamos la insustancialidad de los nuevos tilingos de la política.
Aquí no inducimos a fabricar cerveza artesanal, ni a pilotear drones.
¿A mí me la vas a contar?
Si vienen por Ana, vienen por nosotros, vienen por la UNLa.
Finalmente me resta decir, por solidaridad y afecto personal, que somos muchos los que vamos a cruzar una espada por Ana Jaramillo, nuestra rectora.
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