El entusiasmo lo invadía esa calurosa tarde del primero de febrero de 2010. Fabián Bongiovanni ingresó al predio de la Universidad Nacional de Lanús con un cuaderno, una lapicera y una meta pendiente: concluir una carrera universitaria. Y fue así que comenzó el curso de ingreso para la licenciatura en Seguridad Ciudadana, en el aula 12 del edificio José Hernández. Atrás quedaron viejas experiencias que lo habían llevado por los pasillos de la UBA, la UTN y la UADE. Ese día supo que podía estudiar en el barrio donde había crecido. La tarea no fue fácil, pero el esfuerzo y la dedicación hicieron que el paso por la UNLa diera sus frutos. Bongiovanni no solo recibió una distinción al mejor promedio de la Universidad, sino que también fue reconocido por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Su capacidad le permitió, además, traspasar la barrera y convertirse en profesor en la misma institución que lo había recibido aquella calurosa tarde del primero de febrero de 2010.
-¿Por qué decidiste estudiar en la UNLa?
-Cursé ingeniería electrónica en la UTN (Universidad Tecnológica Nacional), después pasé por la UADE y la UBA (Universidad de Buenos Aires). Terminar los estudios universitarios era una cuota pendiente. Nunca supe bien qué quería y buscaba excusas para no terminarlos. Mi abuelo era ferroviario, el hermano de mi abuelo estuvo en la Prefectura. Inmigrantes que se hicieron de abajo. Sus hijos, como mi papá, fueron todos profesionales. Y yo soy de la tercera generación, así que sentía que no estaba aprovechando la posibilidad de estudiar. Había visto la carrera de Seguridad Ciudadana en el IUPFA (Instituto Universitario de la Policía Federal Argentina). El problema es que era agotador ir de Martínez, donde está mi trabajo, hasta Caballito y finalmente a Lanús. Y después de dos años, se me ocurrió chequear las carreras que había en la UNLa. La vi a fines del 2009. Casi estaba al cierre de inscripción del curso de verano así que fui y me inscribí.
-¿Cómo fue volver al ámbito universitario?
-Los estudiantes eran muy heterogéneos. Volver no me costó para nada. El ambiente es muy ameno, muy acogedor. El hecho de estar en un predio abierto, realmente invita a quedarse. La carrera me sorprendió, por lo temas que aborda, desde el aspecto psicológico, la resolución de conflictos, el análisis institucional, es decir, esto de analizar a la sociedad y a las personas en ese contexto. Nosotros lo hacemos desde la seguridad y las políticas públicas. Analizar conductas, personas, grupos. La carrera se transformó en algo que yo no me imaginaba, obviamente para bien, porque descubrí una parte de un saber del que yo no tenía sustento académico. Eso hizo que me enganche cada vez más en la carrera.
-¿Qué te dejó el paso por la carrera?
-El tratamiento humano que te da el transitar en una universidad y la apertura de tu visión del mundo es muy difícil de adquirir ni no pasas por ahí. La carrera aparte brinda un ámbito donde se pueden discernir cuestiones muy profundas. Durante las clases hubo algunas expresiones de machismo y microfascismos. Y eso fue muy ejemplificador porque se pueden dar explicaciones sobre ese tema. La formación policial sigue estando muy atada a la estructura militar y eso trae muchas cosas indeseables en un funcionario público. Es algo que se tiene que ir cambiando de a poco, con una decisión política definida. La licenciatura es fundamental, pero se requiere también un apoyo político. Salvo contadísimas excepciones, una persona que transita la licenciatura sale con una visión totalmente distinta y con ganas de encarar el cambio. Y sería muy importante que los egresados pudieran insertarse en los ámbitos gubernamentales.
-¿Cómo fue recibir tantas distinciones al mérito?
-Mi nivel de autoexigencia es muy alto. También me motivaba la necesidad de devolverle al profesor todo lo que te brinda, porque está cuatro horas dándote generosamente todo lo que sabe. Creo que lo mejor es retribuírselo a la máxima expresión posible y que vea que uno también se esforzó para lograrlo. Tiene que haber una retribución o por lo menos intentarlo, según las capacidades de cada uno. Pero fueron lindos mimos. El primero fue cuando me anunciaron que tenía la mención de honor en la UNLa y que la propia Rectora me la iba a entregar junto al título. Y el segundo, fue la distinción al mejor promedio de las Universidades e Institutos Superiores por parte del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Mi familia me apoyó mucho, cenábamos con los libros en la mesa, los fines de semana en casa estudiando.
-¿A qué te dedicas en la actualidad?
-Tengo una empresa de seguridad electrónica en Martínez. La seguridad electrónica abarca dispositivos de alarmas, controles de acceso, automatización, es decir, todo lo que respecta al resguardo de personas o bienes materiales desde la tecnología.
-¿Siempre estuviste ahí?
No. Mi primer empleo fue en la Prefectura, hice siete años de carrera como oficial en el servicio de salvamento de incendio y contaminación. Ejercía mi profesión técnica pero era un servicio de asistencia, no había una función policial. Por cuestiones económicas tuve que volver a la actividad privada. A mediados de los ’90 apareció la oportunidad que algunos inversores habían traído de EE.UU., que eran los controles de alarmas a distancia. En el país estaba restringido por ley a entidades bancarias y financieras. Algunos empresarios locales comenzaron a ver la posibilidad de explotar ese mercado a nivel local. A través de unos conocidos, me convocan para ser parte de ese proyecto desde la parte técnica. Era una opción que mezclaba la seguridad y la tecnología. Y de ahí en más no me fui más del rubro. Pasé por otras empresas hasta que con un socio montamos la propia.
¿Cómo fue el paso de alumno a profesor?
En Prefectura fui instructor en la Escuela Nacional de Buceo. También fui preceptor y profesor de matemática y física en secundaria. Además, di seminarios sobre lo que significaba la seguridad electrónica. Siempre me gustó transmitir el conocimiento que uno tiene. Primero fui ayudante en la materia Antropología Social y Jurídica. A fines del 2014 surgió la capacitación para la Policía local que se hizo hasta el año pasado. La mayoría de los profesores teníamos la teoría y experiencia en alguna fuerza policial, entonces elegir profesionales que tuvieran esa combinación fue una decisión muy acertada. Los contenidos elegidos también tenían un nivel bastante alto, así que me sentí muy orgulloso de ser parte de esa formación. Yo daba Derecho Constitucional, y Derecho Penal y Procesal. El nivel académico que alcanzaron los jóvenes es muy alto en comparación con otros distritos. Todos los chicos que fueron capacitados y rindieron el examen en la UNLa aprobaron en su totalidad, es decir, que tuvimos cien por ciento de egresados
-¿Y cuando alguien te pregunta qué es la seguridad, qué le respondes?
-La seguridad es una condición psicológica, utópica. Hoy el mundo en general genera que uno pierda esa condición de seguridad. Hay una realidad que hace que uno no viva como antaño, pero hay mucho de construcción. La palabra seguridad es muy amplia. Nuestros políticos hablan de seguridad y se refieren al miedo de que te roben. Y la verdad es que no hay miedo más grande para una persona que perder el empleo y no poder darles de comer a sus hijos. Eso es seguridad también. Si hay algo que es promotor de la destrucción social son las desigualdades. Cada persona que usa la palabra seguridad lo hace para provecho propio. Si el mundo no puede cambiar el sistema político-económico, que sumerge a una parte de la población, no podemos hablar de seguridad. Debemos cambiar el paradigma de lo que significa la seguridad y no vincularla a lo legal-policial estrictamente. No es solo represión. Hay que cumplir la ley y la Constitución, pero no debe restringirse solo a eso, porque está el temor a perder el trabajo, no saber si el hospital puede o no atender a tu hijo, o si la educación que reciben los niños es buena, entre tantos otros temas.
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