En septiembre de 1973 el periodista Miguel Ángel San Martín González y su esposa, la profesora Imaretta Hermosilla Bontá, vivían junto con sus tres hijos en un barrio de Santiago de Chile. Miguel Ángel era jefe de prensa de la Radio Corporación, situada frente al palacio de la Moneda: allí estaba el martes 11, cuando se desató el golpe cívico-militar contra el gobierno democrático de Salvador Allende; Imaretta, mientras tanto, estaba en su casa con los chicos, en medio de un barrio poblado por militares. Estas son sus experiencias y recuerdos de un tiempo tan doloroso como intolerante.

¿Qué pasó en los meses previos al 11 de septiembre?

Miguel Ángel San Martín González: La derecha chilena comenzó a aplicar una campaña sostenida en contra, utilizando para ello los medios tradicionales de comunicación, en su gran mayoría en su poder. Y recibieron ayuda económica, política y militar para desestabilizar al gobierno de Allende. Los papeles que han sido desclasificados por las autoridades de Estados Unidos reconocen la descarada trama encabezada por Richard Nixon y Kissinger, con acciones programadas por la CIA y el Pentágono. El pueblo chileno se polarizó, el empresariado unió sus recursos con transportistas y comerciantes, provocando una escasez impresionante. A la vez, la nacionalización del cobre, el avance de la reforma agraria y muchas medidas sociales más, hicieron que los políticos de oposición urdieran un plan para poner término a la experiencia socializadora. Cinco meses antes del golpe de Estado, en el Parlamento se adopta una decisión que “legaliza” el golpe. Consistió en declarar “inconstitucionales” algunas medidas adoptadas por el Gobierno. Con eso, los militares se alzaron en armas y produjeron el golpe más sangriento de la historia de Chile.

¿Qué recuerdos personales tienen de esos días?

Imaretta Hermosilla Bontá: En el caso mío yo era un ama de casa, con trabajos esporádicos y tres niños pequeños. Poco involucrada en el proceso pero viviendo todos los problemas porque empezaron a restringir la comida y creció un gran mercado negro de alimentos: ocultaban los productos y de repente aparecían y la gente hacía largas colas para comprar detergente, leche en polvo para los niños; mis hijos tenían 7, 6 y 2 años. Vivíamos en el barrio alto en un lugar que era justamente de milicos, mi calle era la única de civiles, así que los miedos que pasé ese 11 de septiembre con mis hijos fue tremendo porque andaban por encima de las casas helicópteros con metralletas apuntando a las casas; alrededor de nuestro barrio que se suponía “bien” se había formado un cordón de chabolas, de casas pobres, entonces la amenaza era que iban a asaltar las casas de la gente. Mi marido se fue a las 7 de la mañana a la radio, lo llamaron y me dejó encerrada en casa, me dio el dinero que tenía y no le vi más hasta diciembre porque después vino un periplo muy largo de exilio, de estar encerrado un mes en una embajada, después tomar la decisión de salir del país con los niños. Yo he hecho un poco de ese olvido que se te produce en la mente y tengo como retazos de cosas que te van sucediendo.

¿Qué hicieron después?

Imaretta: Acabábamos de comprarnos una casa y tú sabes que en estas situaciones se quedan con las cosas, así que mi madre y mi padre tomaron la decisión de irse a vivir a nuestra casa y eso fue muy acertado porque aún existe esa casa y vive mi hermano. Esos son detalles de las cosas materiales. Yo no sé de dónde saqué fuerza y me puse a vender todo lo que tenía adentro. De ahí un periplo a Cuba un año: ahí trabajé, nunca voy a olvidar la solidaridad cubana. Luego por cuestiones partidarios a mi marido lo trasladaron a Berlín, detrás del muro: ahí pasamos cuatro años, trabajé como profesora de los niños chilenos y latinoamericanos, hice una clase mixta enseñándoles historia, castellano y un poco lo que estaba pasando en el país. El capítulo de la RDA es inmenso, por la solidaridad de los alemanes. Luego hubo unas disensiones dentro del partido comunista y el socialista de Chile con los alemanes y ya no éramos personas gratas, y nos tuvimos que ir de ahí a España donde yo no tenía protección de nada. Hacía un año que el país había salido del franquismo, entonces llegamos un montón de latinoamericanos y empezamos a revolucionar un poco el ambiente madrileño. Era una sociedad muy pacata, y todavía con los temores de la dictadura de 40 años. Allí hice de todo, limpié casas, planché, di clases y enseñé macramé en una plaza y después entré a trabajar en las universidades populares y conseguí un trabajo digno. A pesar de las dificultades, España me dio la vida.

¿Después de cuánto tiempo volviste a Chile?

Imaretta: La vuelta se produjo en condiciones muy dolorosas porque en el 82 mi padre enfermó de cáncer. Del 72 al 82 habían pasado nueve años sin ir a Chile, de ahí la emoción de encontrarte con la familia. Tengo pocos recuerdos porque fue solo un mes y después me pasó algo que no quise volver más: fui en mayo y mi papito falleció en agosto del dolor porque le quitaron a su gente. Luego pasó el tiempo, me separé, conocí a mi actual marido que en el 92 empezó a decirme “tienes que ir, no puedes pasar tanto tiempo, a cada rato te rondan los ratones del recuerdo”. La cosa es que fui ese año a Chile y a partir de ahí empecé a ir más seguido. Volví a mi familia, hice vida familiar viajando con mucho esfuerzo. Creo que la última vez que fui fue en 2007, y ahí también no quise volver más. ¿Sabes lo que me pasa? Que tengo tres países. Chile de nacimiento, España de adopción —donde está toda mi familia, mis hijos, mi casa, mis nietos— y luego Jorge que es mi amor acá: yo soy americana, aquí me siento a gusto con todas las dificultades que tiene este país. Entonces lo de Chile lo voy a dejar guardadito en una caja y voy a pensar en dos países, o sea voy a tener mi contacto más intenso con mi país de adopción y el de mi marido, y así sobrevivo para no volverme loca.

¿Hubo juicios a los militares golpistas, y políticas de memoria referidas a la dictadura?

Miguel Ángel San Martín González: Las primeras acciones judiciales en contra de los militares golpistas, curiosamente, comenzaron en el exterior. Dos jueces de la Audiencia Nacional de España dictaron una orden de detención internacional en contra de Augusto Pinochet. El dictador chileno se encontraba en Londres, sometiéndose a una intervención médica. Las autoridades inglesas lo detuvieron e iniciaron un proceso para decidir la extradición o no de Pinochet a España. Se produjo una serie de negociaciones políticas subterráneas que permitieron al dictador regresar a Chile. Aunque a él no llegó a procesársele, sí que ha habido juicio a muchos de los más altos oficiales, quienes han sido condenados a largas penas de prisión. Varios ya han fallecido en prisión. Pero aún hay muchos que no se les ha podido procesar y se encuentran fugados en el extranjero o mimetizados entre la población.

Es impresionante cómo, en este último período presidencial, se han ido retomando acciones de memoria y recuerdo de las víctimas de la dictadura. Y en el extranjero, son miles las calles, plazas, monumentos y edificios que llevan el nombre de mártires chilenos, especialmente de Salvador Allende y de Pablo Neruda. 


Foto: Saliendo de Santiago de Chile a principios de diciembre de 1973

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