En noviembre cerró su temporada Consagrada, un unipersonal que combina el humor, la danza y la acrobacia, junto con elementos de una dramaturgia de laboratorio. Una obra de teatro que nos invita a desnaturalizar los paradigmas que se construyen alrededor de las trayectorias de éxito en las competencias de alto rendimiento: en este caso en la gimnasia deportiva, aunque también puede ser leída a la luz de otras disciplinas deportivas e incluso de la vida. Cabe destacar que la obra fue recientemente declarada de interés en el ámbito deportivo de la Legislatura Porteña y que el 5 de diciembre se hace una ceremonia que encabeza el Diputado Claudio Morresi.
Consagrada presenta un despliegue en escena de una polifonía de voces, con el uso de materiales numerosos e insospechados y la destreza física, artística y actoral exquisita de Gabriela Parigi. La intérprete encarna a una joven que atravesó la competencia descarnada y que sembró en su trayectoria un universo de medallas y coronas, aunque padeció también un sinnúmero de lesiones físicas y emocionales. Parigi —ex gimnasta, acróbata, docente y actriz— conversó con Viento Sur sobre el deporte de alto rendimiento, el arte y los paradigmas alrededor de la docencia.
¿Qué aspectos de tu historia se despliegan en la obra?
Hice gimnasia artística desde mis cuatro hasta los diecinueve, y a los nueve años entré a competir en la Selección Nacional. Parto de todos esos años y de otras experiencias en las que me tocó ser testigo de lo que atravesaban mis compañeras del ambiente.
¿Cómo fue el proceso que te llevó a reflexionar sobre tu experiencia?
Tuve que dar un giro de cabeza completo, porque cuando competía, mi ideología y mi ética apuntaban a ganar. El paso del tiempo me ayudó a dar con otras lógicas. Esto implicó mucha reflexión sobre lo vivido y sus prácticas. Tengo 36 años, hace casi 17 que me despegué del mundo del deporte de alto rendimiento. En ese lapso me crucé con el arte, la acrobacia, el circo, el teatro y con el rol docente. Y llegué a otras pedagogías vinculadas al juego y al cuidado. Fue entonces que me mudé de ecosistema por completo. No es casual que la obra haya llegado luego de años de formación y de haber sido mamá. Entonces advertí que si bien había muchas cosas que podía hacer diferente, había otras que no porque eran parte de la matriz del deporte.
¿Cómo era esa matriz?
Una disciplina que incita a la competencia. En la gimnasia artística, incluso en los niveles más bajos, esta matriz no cambiaba. Entrenar para ganar. Entrenar y fogonear la competencia incluso entre compañeras. Cualquiera sea el nivel, siempre la zanahoria era ser la mejor, ir a los Juegos Olímpicos y eso, por lo general, se comía al juego. Así, a través de la singularidad de la vida de una gimnasta, en la obra se manifiestan muchas temáticas que rebalsan mi experiencia personal.
¿Cómo cuáles?
La obra busca des-naturalizar la matriz de la competencia que atraviesa el deporte de alto rendimiento. Pero luego advertimos que esa matriz se instala también dentro de los valores y principios de otras disciplinas. Investigamos con Flor Micha, directora de la obra, y nos sorprendimos también por cómo aparecía la lógica religiosa y del sacrificio. Aunque hayas nacido en una familia agnóstica como es mi caso, sin embargo nos impregnó igual. La ofrenda del dolor, del sufrimiento en pos de ganar que se vincula también con la meritocracia. Esta creencia de que si no duele o no angustia no se hizo el suficiente esfuerzo para ganar. Así, me tocó sufrir muchas lesiones en la columna, en la parte de la cintura. En la obra utilizamos un material de archivo audiovisual que metimos recientemente. Fue muy fuerte verme de muy chica diciendo: Voy a hacer gimnasia hasta que el cuerpo me diga que no quiere más. Tremendo, porque esa era yo, ese era mi cuerpo. Y muchos otros cuerpos además del mío.
¿Qué pasa con los cuerpos?
Quedan ligados a una matriz extractivista, a esa lógica capitalista de sacar el máximo rendimiento posible. Eso en el deporte de alto rendimiento, pero ojo que en el deporte en general la lógica es bastante parecida. Aunque en el alto rendimiento está legalizado. Esto es muy malo porque deporte hicimos todas y todos. Esto atraviesa a la sociedad transversalmente y forma a las infancias y a las juventudes. Realmente se inculcan valores sobre los cuales es necesario reflexionar. Valores vinculados con chupar los máximos recursos en el plazo más corto. Haciendo una alegoría con la naturaleza, pasa lo mismo con el cielo, el aire y el suelo. Y luego a nadie le importa cómo quedás física y emocionalmente.
¿Y qué le pasaba a tu cuerpo?
Te levantabas con agotamiento físico, mental. A las contracturas no se las escuchaba, lo mismo con la tendinitis, porque lo importante eran los torneos. Realmente cuando una frenaba, era cuando te rompías los huesos. Con los huesos partidos, mecánicamente ya no te podías mover. Y esas lesiones eran fruto de un estrés físico y mental, con un montón de sintomatologías y alarmas previas que no eran escuchadas. Se las pasaba por arriba con, por ejemplo, infiltraciones. Así, los bordes y los límites del sufrimiento se empiezan a correr y eso se naturaliza. Totalmente legitimado el esfuerzo a pesar de todo en pos de la competencia. Y en un momento el cuerpo no da más.
¿Con cuáles de los padecimientos subjetivos que atravesaste en tu carrera se mete la obra?
Tuve distintos problemas con el peso y había casos extremos donde las pibas atravesaban desequilibrios nutricionales y de salud muy pronunciados. Pero la lógica institucional era la de premios y castigos. En la obra nos metemos con eso. Mi último entrenador nos pesaba de lunes a viernes y la consigna que impartía era la de siempre bajar cien gramos. Si eso no sucedía, nos mandaba a correr. Así perdí nueve kilos en dos meses. ¿Me mandaron a un nutricionista? No. En el medio mis padres se preocuparon, pero al mismo tiempo, esto se mezclaba con que estaba teniendo mejores resultados en gimnasia. Los padecimientos subjetivos son los más duros, los más ocultos y difíciles de desterrar.
Coronas, copas, subir al podio: ¿cómo era el modelo de éxito?
Con todos los valores (conscientes e inconscientes) de un modelo patriarcal y hegemónico. Un periodista me entrevista a mis once, lo tengo grabado, y me pregunta por un noviecito, si cuando sea grande quiero tener hijos o entrenar a otras gimnastas. Me hacía preguntas al aire, por la tele, y me tiraba letra hegemónica y patriarcal para que le respondiera. Y eso estaba en todos lados. Había que ser linda, pero claro, desde los parámetros de la belleza hegemónica. Flaca, femenina, pero no demasiado voluptuosa. Y yo y todas nosotras tuvimos mucho mambo con eso. Soy musculosa de estructura familiar y de chica sufrí mucho. Me ocultaba para comer y la gordura operó como un problema y peligro en mí todo el tiempo. Al punto que perdí la autopercepción de mi cuerpo. Ahora pienso que eso responde a una de las lógicas de entrenamiento, porque la construcción de la imagen está puesta en un poder externo. El juez del torneo te dice si está bien o está mal el movimiento, lo mismo el entrenador que te dice si estás flaca o gorda. No hay un trabajo con la propia percepción. Pero en síntesis, había que ser flaca, exitosa y linda. Disciplinar al cuerpo también con esos mandatos.
¿Qué te fue pasando con el discurrir de la puesta en escena?
Sigo creciendo con la obra. Sigo re-elaborando lo que me sucedió y sus modos. Hay una sensación, conversada con otros deportistas de alto rendimiento y que apareció como denominador común, y es de mucha sensación de soledad. Esta es una lógica que opera en lo individual, pero que finalmente opera de modo general, sistémica. Nunca tuvimos la sensación de que podíamos rebelarnos, separados o juntos, sino que la sufrimos todos y todas por separado. Pero que no se entienda mal, en mi vida deportiva no todo fue sufrimiento. Hay recovecos, hay matices, claro. Consagrada se mete con eso, porque si no se le pone luz, no aparece visibilizado. La película del éxito y de las trayectorias gloriosas del Mundial de fútbol ya la vimos. Pero nos interesaba detenernos en eso que quedaba debajo de la alfombra. Porque claro, conviene ver a los deportistas como fuertes, como personas que se la bancan. Eso va de la mano de los laureles y de lo heroico individual.
¿Trabaja la obra el patriarcado?
Se mete con la mentalidad de los 90 y con el patriarcado puesto en debate por los feminismos. Hoy a una piba no le decís las barbaridades que nos decían a nosotras. Mirá lo que pasó en Estados Unidos. Todo el deporte de ese país les daba la espalda a las pibas cuando fueron abusadas y denunciaron los más de 300 casos por parte del kinesiólogo Larry Nassar. No solo las ignoraban, sino que les pedían silencio a sus familias. Ahora aparece al menos el miedo a que te escrachen. Hoy hablamos con más fuerza de los abusos, de los intra-familiares y de los institucionales, pero la batalla no está ganada. La lógica patriarcal, que va de la mano del extractivismo de los cuerpos, de la naturalización de la competencia descarnada y de la meritocracia, son cualidades del capitalismo y se actualizan constantemente. Cada tanto se lava la cara, como sucedió con el apoyo a Simon Biles cuando decide retirarse de la final de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 por un tema de salud mental. La matriz y la médula se van actualizando y es una macana porque esto es muy profundo. Lo que necesitamos es un cambio cultural radical, hay que estar muy atentas.
Dirigís la escuela de Circo Contemporáneo Eureka: ¿qué paradigmas atraviesan tu rol docente actual?
En la facultad cursé filosofía y me enamoré del concepto de mayéutica que hoy atraviesa mi mirada pedagógica. Implica que mi rol es el de coordinar y acompañar. Esto es diametralmente opuesto al rol de colonizar mentes y cuerpos con mi propia subjetividad, sino que implica más bien un trabajo dialéctico, colaborativo y horizontal, sin hacer falsas democracias. Por eso el juego es importante, el disfrute también. Los procesos y los tiempos biológicos, lo mismo. Me interesa lo redondo del tiempo, lo cíclico de la vida y no lo lineal, no el futuro éxito como zanahoria. Hay un tiempo individual y otro que se va construyendo con la grupalidad. Esa grupalidad elabora de otra manera y está apoyada a su vez en un montón de singularidades. Es en ese cruce donde se construye la riqueza.
¿Cómo aparece en Eureka la idea de laboratorio?
Esto tiene que ver con generar un espacio de experimentación, de búsqueda y de expansión. Es decir, explorar sin romper, como un útero que se contrae y se expande para dar a luz. Implica respetar la propia biología y animarse a probar. En el laboratorio ocurren epifanías, cosas que acontecen sin que las provoquemos. Implica la plasticidad de atravesar distintas formas y asumir que se pueden disparar para un lado insospechado en donde no se busca un resultado ya sabido de antemano. Un lugar nuevo al que se llega desde cada uno, una y desde la comunión en un colectivo más amplio. Proponemos un mundo teatral donde vale perderse y eso no tiene que doler ni ser traumático, sino que se da desde el cuidado y con sostenes.
¿Consagrada es parte del laboratorio?
Todo es laboratorio en Consagrada (risas). Mucho se fue armando dentro de los momentos de improvisación de la obra, de los momentos ensayísticos. Ahí le dimos el recorte y fueron apareciendo, colándose, las temáticas universales de las que hablamos, los distintos personajes que aparecen representados en la obra. Mucho nace desde el animarse a explorar un poco más. Y también se advierte una exploración desde lo actoral. Con la boca, con la palabra, con el decir. Ampliar los límites, los lenguajes.
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