La economía popular es un concepto que se ha extendido en los últimos años y que ha sido fruto de estudio e investigación desde diversos ámbitos. En ese contexto es que Miguel Mazzeo y Fernando Stratta coordinaron el libro “¿Qué es la Economía Popular? Experiencias, Voces y Debates”, donde abordan ese heterogéneo e inabarcable universo.
Mazzeo y Stratta son docentes de la Especialización en Economía Social y Gestión de Entidades sin Fines de Lucro que se brinda en nuestra universidad.
¿Cómo podemos definir a la Economía Popular?
MM: Es un conjunto de estrategias de subsistencia o formas espontáneas, que generalmente encuentran los sectores populares no insertos en relaciones laborales formales para construir o inventar su propio empleo. Y después hay otra dimensión, que muchas veces pasa desapercibida, que tiene que ver con el tipo de relaciones sociales que se generan, en las que se identifican vínculos con elementos superadores a los capitalistas que abundan en nuestra sociedad. Es decir, la economía popular tiene el objetivo de empoderar al trabajo en un sentido bien amplio, que tiene que ir de la mano necesariamente de un desempoderamiento del capital, con un rol fundamental por parte del Estado.
FS: En el libro lo que tratamos de hacer es ampliar este segundo aspecto del que hablaba Miguel y vimos que la economía popular puede pensarse de manera multiescalar, transicional y emancipatoria. Lo primero porque remite a la pequeña producción, pero también puede pensarse a mediana y gran escala; lo segundo porque contiene elementos de una economía que está centrada en la reproducción de la vida y no del capital; y el último punto porque puede convertirse en el horizonte de un nuevo modo de organización social. Sin desconocer que la economía popular remite a estrategias de subsistencia, tratamos de darle una lectura más general en la cual ubicarla en términos de transición.
¿Cómo fue recolectar las distintas experiencias?
FS: Intentamos tener una visión lo más federal posible. Contamos con voces y casos de buena parte del interior del país, en distintos campos o ramas de la economía, que tienen que ver con experiencias rurales, urbanas de recicladores, de trabajos comunitarios, empresas recuperadas, trabajadores desocupados, redes de comercio, etcétera.
MM: En el interior, muchas son experiencias vinculadas principalmente al sector campesino; en los centros urbanos tienen que ver con otros rubros tales como el reciclaje, textiles, tareas vinculadas al cuidado, entre otras. Es diferente. El perfil de la economía popular cambia según una determinada provincia y también si se lo compara con el Conurbano, por ejemplo: las experiencias y situaciones son diferentes. En el universo campesino es más fácil construir redes comunitarias que en las grandes urbes donde los trabajadores están expuestos a la disolución que impone el mercado. La idea era ofrecer un panorama bien diverso.
¿Cómo se organizan esas diversas experiencias?
MM: La UTEP (Unión de Trabajadores de la Economía Popular) es la organización más importante y tiene una dimensión nacional. Al margen y en paralelo a ella existen redes, algunas locales o regionales, y otros ámbitos que nuclean a las organizaciones. Hay una línea muy delgada entre lo que se denomina como “economía popular” y el “emprendedurismo”, porque en la primera hay un marco colectivo asumido por los propios actores y actrices de pensar que esa experiencia puede ser el motor para una transición hacia una sociedad más justa o un sistema superador al capitalista, y hay un horizonte utópico de algún modo explícito e implícito, lo que no quita que muchos experimentos del emprendedurismo puedan terminar también en un proyecto de la economía popular. Algo que nace de la individualidad de un emprendedor puede transformase, pero depende de la conciencia de los actores.
FS: La UTT (Unión de los Trabajadores de la Tierra) también tiene una proyección nacional y lo que nosotros vemos es que la economía popular tiene un sello distintivo que es lo colectivo o lo que se denomina el “precariado organizado”: la denominación de “economía popular” surge de las mismas organizaciones en el 2011 cuando se formó la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular) que derivó en 2019 en la UTEP. Es una autodenominación que viene de los movimientos de desocupados de finales de los 90.
¿Cuál es el rol del Estado?
MM: Podemos pensar a la economía popular como un paliativo o como un sector de la economía con un potencial enorme que puede generar no solo mera vida, sino buena vida. Ahora, para que eso ocurra hace falta que el Estado asuma un rol mucho más importante y que va más allá de algunas políticas sectoriales o públicas: exige el desarrollo de una matriz económica donde poder insertarla, con planificaciones originales, y que exprese otras relaciones de fuerza donde se pueda desarrollar un Estado desde abajo hacia arriba.
FS: El Estado ha tenido una respuesta tardía con respecto a la economía popular. En el 2016 se promulga la Ley de Emergencia Económica —en la que se dan algunos elementos normativos, por ejemplo la creación del ReNaTEP (Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular)— o el salario social complementario para los programas de trabajo, pero no deja de tener una mirada parcial, no la integra dentro de un desarrollo más general. Está pensada a pequeña escala, donde difícilmente la economía popular pueda representar una forma genuina de tener trabajo para un sector de la población laboralmente activa que difícilmente pueda insertarse en el mundo laboral formal del siglo XX.
¿Pueden acceder a créditos estas organizaciones?
FS: Desde el Estado no hay una política de acceso al crédito para estas iniciativas. Y el ejemplo más visible es el de Zanon, que es la empresa recuperada de cerámicas más grande del mundo que, entre otras cuestiones, por las dificultades de acceso al crédito tiene condiciones muy complejas de producción e inserción en el mercado que no tienen otras unidades económicas capitalistas tradicionales.
MM: Los marcos jurídicos existentes son inadecuados para el desarrollo de la economía popular, porque la única figura a la que pueden apelar es la cooperativa, cuando a veces no lo son. Esta es una limitación. El acceso al crédito es algo más general en Argentina para los sectores medianos para abajo. El Estado tiene, por eso, que tener un rol más activo y desarrollar una banca popular. Y otra cuestión es la tendencia de darle un formato sindical a la economía popular y nos parece bien que accedan a todos los derechos, vacaciones, aguinaldo, jubilación, pero la pregunta es si ese formato es el más adecuado y hasta qué punto no existe el riesgo de generar una clase trabajadora de segunda categoría o un sindicato de trabajadores pobres. Es un debate para dar.
¿Hay réplicas de estas experiencias en el mundo?
FS: El concepto de economía popular sirve para describir situaciones económicas a lo largo de Latinoamérica; de hecho, intentamos hacer eso en el libro, de recuperar una revisión del pensamiento latinoamericano. La particularidad de Argentina es la densidad organizativa que es muy difícil de encontrar en otras partes del mundo. La existencia de la UTEP es algo raro, por ejemplo, de encontrar. Sí hay experiencias de desarrollo de la economía social como las de Mondragón, que son útiles como referencias pero no se adaptan a la realidad latinoamericana o argentina.
MM: Hay una vieja tradición cooperativa que se puede tomar como antecedente, pero responde a otras cosas. En América Latina hay experiencias, especialmente en el mundo campesino indígena en particular, que tienen que ver con estrategias para desarrollar la vida; en Venezuela con el desarrollo de las comunas, con mayor o mejor apoyo del Estado, ofrece elementos interesantes para considerar.
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