El punto de encuentro elegido fue un bar de Remedios de Escalada, su ciudad natal, aquella que coreó tantas veces su nombre. La temperatura ese día rondaba los 30 grados, por lo que se prefirió esperarlo en una mesa ubicada en la vereda del local. Luego de unos minutos, llegó. Su arribo no pasó inadvertido. Un grupo de hombres del barrio que tomaban café en el lugar lo reconocieron y comenzaron a saludarlo. Él, con una sonrisa tímida, se acercó y escuchó los comentarios sobre el club de sus amores. La conversación no se extendió demasiado y, tras despedirse muy amablemente de todos, se sentó junto a quien lo esperaba.
Sergio “Patón” Bonnassiolle nació el 11 de mayo de 1974 y vivió toda su vida en Remedios de Escalada, Lanús. Desde chico disfrutó del fútbol y, gracias al apoyo de sus padres, logró cumplir el sueño de todo pibe: ser jugador profesional. Pero, además, tuvo en sus manos la posibilidad de brillar en Talleres de Escalada, el club de su barrio, ese al que iba a alentar y en el que disfrutó de tantos veranos. Bonnassiolle vistió la camiseta Albirroja hasta el año 2006. Luego de su retiro, incursionó en la gastronomía. Sin embargo su amor por el fútbol hizo que dejara a un lado su emprendimiento y estudiara la carrera de Director Técnico. Mientras tanto, el Mil Rayitas le tenía preparada una sorpresa y así fue que lo convocaron para entrenar a las divisiones infantiles. Las vueltas de la vida hicieron que Bonnassiolle no quedara solamente identificado como jugador del Tallarín. Y un día, sin pensarlo, su figura se había convertido en protagonista de la película “El 5 de Talleres”. Lejos del dinero y el exitismo que muchas veces caracterizan al fútbol, Bonnassiolle siempre priorizó a la familia y al barrio. Esta decisión lo llevó a rechazar ofertas en clubes de primera división y del exterior.
Su historia de vida posee condimentos inigualables, entre los que el deporte es solo una parte.
Los primeros pasos
-¿Cómo fue tu infancia en Remedios de Escalada?
-Vivía en el barrio que está cerca del Puente, en una casa en la que actualmente siguen viviendo mis papás. Mi mamá era docente y mi papá fue visitador médico. Mi abuelo era maquinista de la estación de trenes de Escalada, así que se radicaron en la zona. Hice la primaria en la Escuela Nº 16 y de chico tenía varios grupos de amigos. Casi siempre jugábamos a la pelota en el playón del estacionamiento del “Hogar Obrero” que después se llamó “Supercoop”.
-¿Cuándo comenzaste a jugar al fútbol?
-Mis viejos se dieron cuenta de chiquito que yo tiraba para el fútbol. Papá quería que fuera médico o ingeniero. La verdad es que ahora veo el sacrificio que hicieron ellos para llevarme a las prácticas, a los partidos. Siempre me apoyaron y nunca cuestionaron mi decisión de ser jugador de fútbol. Comencé en la escuelita de fútbol del club La Fuente. Ahí estuve cinco, seis años en lo que es el baby fútbol.
-¿Y ahí fue cuando te ganaste el apodo de “Patón”?
-Sí. Era un sábado y teníamos que ir a jugar. A mí se me habían roto las zapatillas, entonces fuimos con mi mamá a la tiendita del barrio que vendía de todo, hasta zapatillas. Pero no tenía todos los talles y modelos. Así que me compró dos números más grandes. Me pusieron pares de media y algodón para que ajuste. En medio del partido hice una jugada y el papá de uno de mis compañeros me gritó: “Qué buena, patón”. A partir de ahí me quedó.
-Después de jugar en La Fuente, te fuiste al club Lanús.
-Antes de terminar la escuelita, el técnico que teníamos en ese momento dirigía también en el Porvenir, así que nos llevó a jugar allá. No teníamos ni edad para entrar en la novena, que es la categoría más baja de las inferiores. Entonces hicieron un acuerdo con el club Lanús y empecé a jugar ahí. Hice todas las inferiores, más o menos desde los doce hasta que tuve edad para tener mi primer contrato de un año, creo que fue a los 19. En ese momento el club Lanús tenía un plantel muy bueno, en el que creo que jamás hubiese tenido la posibilidad de jugar. Por cosas de la vida, quedo libre y una persona que siempre venía a ver los partidos de reserva me lleva para Talleres. Volví al club en el que estaba siempre de chico y del que era hincha.
El debut profesional
-¿Te acordás del primer partido que jugaste en Talleres?
-Sí, claro. Arrancaba el campeonato, pero yo no estaba entre los titulares. Venía de Lanús, pero no había debutado en Primera. Ese día jugábamos en la cancha de Argentinos de Quilmes. Era la primera fecha y estaban todos muy ilusionados porque había llegado un nuevo técnico, que había armado todo para que el equipo se entrene correctamente, como que lo profesionalizó. Íbamos en el micro y nos pasaron un video de nuestra familia, dándonos aliento para el partido. Lo había grabado el mismo técnico que había ido a las casas de los familiares de los jugadores. En eso aparece mi mamá en el video y me agarró una congoja impresionante, me puse a llorar, la verdad me emocionó mucho. En el partido nos expulsaron a tres jugadores. Entonces me tocó entrar, a diez minutos de que terminara el partido, como para aguantar el empate. En un contragolpe nos fuimos con un compañero, me pasó la pelota e hice el gol. Fue súper emocionante porque mi mamá no solía ir a verme a la cancha y ese día había ido.
-¿Cómo viviste tus años en el club?
-A mí siempre me gustó jugar al fútbol, pero nunca me sentí el prototipo del jugador que pasa toda su vida detrás de una pelota. Entonces, en definitiva, mi búsqueda nunca fue llegar a lo máximo en el fútbol. Siempre lo tomé con mucha responsabilidad, porque entendía que era así. Pero no sé si era mi sueño. Tuve algunas lesiones, que me mantuvieron sin jugar. Hubo momentos de mala situación económica, pero siempre fui feliz, sabiendo que desde mi lugar podía aportar a que el club estuviera mejor. Yo sabía lo que significaba el club para toda la gente del barrio. Mi paso por Talleres fue muy especial porque entendía el sentimiento que los vecinos tenían por el lugar.
-¿Tuviste ofertas para jugar en otros clubes?
-Tuve la posibilidad, pero siempre fui un bicho raro como futbolista. Me ofrecieron ir a China, pero me negué porque si me iba a un lugar así iba a dejar de vivir por un año y, la verdad, es que quería estar acá. Me propusieron ir a Bolivia. Tuve la posibilidad en Tigre con Caruso Lombardi. Yo siempre me sentí cómodo jugando acá. Lo cierto es no me sentía muy cómodo con el ambiente que a veces se generaba en el fútbol. Hay mucha gente que se te acercaba en los buenos momentos, solo por el exitismo.
El retiro
-¿Cómo fue dejar la carrera futbolística?
-Lo tomé con mucha naturalidad, porque entendía que no iba a jugar toda mi vida. Yo me retiré en diciembre de 2005, pero quería hacerlo en junio. Así que nunca supe que iba a ser mi último partido. El fútbol me daba mucho placer, pero no fue determinante en mi vida. Sé que a varios jugadores les cuesta mucho el tema del retiro, porque no se acostumbran, pero la verdad a mí no me pasó. Tuve diferencias con el entrenador que estaba en ese momento. No tuve relación, ni llegada con él, entonces decidí no continuar.
-¿Y qué pasó después?
-Abrí una parrilla y por un tiempo me alejé por completo del fútbol. Dos años estuve en el restaurant. Después, hice el curso de Director Técnico. Me hablaron del club para sumarme a los entrenamientos de las categorías menores y acepté. Y hoy me sumé al cuerpo técnico de Talleres.
-¿Qué cosas de tu experiencia personal les aportaste a los chicos?
-Los entrenadores siempre trataron de inculcarme la responsabilidad del entrenamiento, el aseo personal, el ser buen compañero, el entender que esto es un deporte grupal. Esos son algunos valores que aprendí, además de los que me enseñaron en casa. Lo que trato es de aportarles todo para que puedan formarse como buenos jugadores de fútbol, para que tengan una proyección. El ambiente es muy competitivo y ahí empiezan a jugarse un montón de cosas, pero la verdad es que no me interesan los resultados en las divisiones inferiores. No es bueno ganar a costa de jugar mal. Ellos tienen que entender que tienen que jugar bien. Los padres, a veces, ponen demasiadas expectativas.
Una vida de película
-¿Cómo recibiste la noticia de que tu figura iba a ser tomada en cuenta para protagonizar una película?
-Un amigo me llama y me dice que el director (Adrián Biniez) quería hacer una película. Yo lo conocía de ir a verlo con su banda, donde era el cantante. Él es cero fútbol, pero siempre me preguntaba cosas de cómo era cuando no me pagaban en el club, de cómo era la relación con los compañeros. En fin. Biniez se fue a vivir a Uruguay. Produce su primera película, “Gigante”, que obtuvo muchos reconocimientos. Y entre los premios gana el financiamiento para hacer su segunda película. Entonces me contacta y nos juntamos. Me dice que no iba a ser una biografía, que iba a ser una ficción inspirada en mi persona. Que le iban a decir “Patón”, que iba a tener mi apellido. Bueno, al final, era yo. El personaje de la película no tiene mi carácter. Pero la película era de él y le dije que hiciera lo que quisiera.
-¿Cómo fue ver la película por primera vez?
-Fue en el Festival de Mar del Plata y fuimos un montón, porque participaron el 90 por ciento de mis amigos. Fue raro verme, no lo disfruté. Después fui al estreno en Capital y ahí ya me causó gracia, me reí. Y, finalmente, la vi en Talleres en pantalla gigante: ahí la disfruté mucho, porque vino gente del barrio. Siempre supe que no era una biografía, aunque igual se lo tuve que explicar a mi mamá.
-Si tuvieras que describir qué es el Club Talleres para vos, ¿qué dirías?
-Yo hoy disfruto de ir con mis hijas, Victoria y Melina, a la cancha. Así que es un sentimiento que llevo conmigo siempre.
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