Ello me ha impulsado a retornar a la Patria, después de dieciocho años de ostracismo, por si mi presencia allí puede ser prenda de paz y entendimiento,  factores que según veo, no existen en la actualidad. Pienso que la situación del país bien impone cualquier sacrificio de sus ciudadanos, si con ello se crea el más leve resquicio de soluciones.

Juan Perón
Mensaje del 7 de noviembre de 1972

Mucho se ha especulado sobre las razones que motivaron el regreso definitivo de Juan Perón al país. Entiendo que entre sus empeños —más allá de las circunstancias personales que de alguna manera animaron al viejo general a volver y a morir en su patria— se hallaba un fundamento eminentemente político, expresado en la elaboración del texto conocido como el Modelo argentino para el proyecto nacional el cual, a mi criterio, constituye su verdadero testamento político.

El Modelo compone un documento cuyos destinatarios principales fueron las generaciones de la época y aquellas por venir. Lo primero a considerar es que la definición del Modelo argentino para el proyecto nacional consideraba a la palabra «nacional» como un concepto integrador. Es decir, una respuesta que debía ser el fruto trascendido de todo un país que lo ha cosechado en su conjunto: «En consecuencia —dice— todos los sectores políticos y sociales, deberían tener el deber cívico y moral de aportar sus ideas al modelo».

Es aquí que se adquiere la primera impresión. Perón escribe este texto no como una pieza definitiva, sino con una clara intención de apertura, es decir, de promover un gran debate. Esta nueva discusión debía contener cuestiones vinculadas al futuro estratégico de la patria. Sin embargo, reconociendo la propia autoría y deslizando alternadamente jalones de su existencia, se encuentran en él sistematizados «los pensamientos de una vida de servicio en la forma más sencilla en que ellos pueden ofrecerse al pueblo».

En definitiva, dos cuestiones destacan inmediatamente de la lectura. La primera es que el Modelo argentino es un escrito de Perón pensado con el propósito de reescribirlo —ya enriquecido— con el aporte de distintos y variados sectores del país. El segundo —que de alguna manera constituye un texto de enseñanza— un texto que recoge las experiencias y las reflexiones del estadista más importante que la Argentina produjo durante el siglo pasado. Otro elemento a poner de relieve es que en el Modelo se establecen lineamientos generales antes que soluciones definitivas. Se plantean así diversos itinerarios transversales para provocar una discusión esclarecedora que posibilite establecer un camino más acertado que alcance, por fin, el propio y deseado objetivo nacional.

El texto, entonces, recepta la originalidad y la vigencia del pensamiento de un argentino que no solo deslumbró por el caudal de su obra de gobierno, sino también especialmente por la meticulosidad de sus meditaciones filosóficas, epistemológicas, políticas, sociales, culturales y económicas. En ese sentido, comparto aquella oportuna sentencia del recordado Jorge Bolívar, quien en cierta ocasión puntualizó:

… que uno de los principales escollos que entorpecen todo nuevo abordaje de la obra filosófica de Perón es el hecho de que pocos se atrevieron a considerar su obra intelectual como superadora de las ideologías y formas de vida, de los bloques filosófico-políticos de la época que le tocó vivir.

El Modelo

Juan Perón dirigió en persona la elaboración del Modelo que anunció públicamente el 1º de mayo de 1974, dos meses antes de su muerte. El texto reunió las notas de un modelo-proyecto nacional que el caudillo fue macerando durante años de lucha y reflexión, introyección dada por el diálogo continuo entre el conductor y su pueblo, legado para trascender en su puesta en práctica. Resulta casi obvio destacar que fue preparado por un político de genio, herencia resultante de un intelecto teórico agudo y de una praxis política con larga experimentación.

Perón sostiene en el Modelo que «nuestra patria necesita imperiosamente una ideología creativa que marque con claridad el rumbo a seguir». El estadista elaboró este documento como complemento de un proyecto puesto en marcha a partir de la Revolución de 1943; es claro que en ese momento pesaron a favor más de tres décadas de experiencia política, contextuada en el trajín del mundo de su tiempo. Su enfoque no era el de un mero intelectual racionalista, sino la de un talento nacido de la política natural y real.

Lo dicho resulta premisa válida en todo lo atinente al esclarecimiento cercano de esos años tempranos. Aquel proyecto nacional, que ha sido definido por los entendidos como un «esquema concreto y coherente de objetivos, instrumentos y distribución de responsabilidades, conocido, aprehendido, consentido y aceptado por la comunidad…», debía ser continuado. En ese orden de ideas, no se escape al eventual lector un concepto primordial que Perón incluye como primer principio en la fundamentación de su legado:

Debemos tener en cuenta que la conformación ideológica de un país proviene de la adopción de una ideología foránea o de su propia creación. Con respecto a la importación de ideologías —directamente o adecuándolas— se alimenta un vicio de origen y es insuficiente para satisfacer las necesidades espirituales de nuestro pueblo y del país como unidad jurídicamente constituida.

Y poco después recordará que los argentinos tenemos una larga experiencia en esto de importar ideologías, ya sea en forma total o parcial. En el modelo nacional, Perón sostiene tajante:

Optar por un modelo argentino equidistante de las viejas ideologías es consecuentemente decidirse por la liberación. Por más coherencia que exhiba un modelo, no será argentino si no se inserta en el camino de la liberación. Esta cuestión vale tangencialmente para una diferenciación con respecto a otros modelos ya elaborados que se resienten por proceder originalmente de las necesidades del sistema central.

Respecto a su visión de aquel presente y del futuro que vislumbraba para Latinoamérica, él sostenía que se hallaba condicionado por el estímulo de un «modelo de sociedad de consumo que nos inducía a imitar». Perón señalará que un consumo voraz de productos inútiles caracterizará a un nuevo sistema «que es incompatible con la forma nacional y social a la que aspiramos, en la que el hombre no puede ser utilizado como un instrumento de apetitos ajenos, sino como un punto de partida de toda actividad creadora». Ese consumo artificialmente estimulado, desestima las potencias creadoras del arte y de la ciencia —dice— al tiempo que se coloca en una problemática de vanguardia que alcanza los límites del desarrollo.

En el Modelo, Perón se preocupa primordialmente por el hombre argentino, agredido por esquemas economicistas y por nuevos factores de dependencia —entre ellos— las corporaciones transnacionales: gigantescos eslabones de poder sin patria, sin nacionalidad, dueños de la potencia tecnológica.

Prenda de paz y entendimiento

Perón poseía, en ese sentido, un espíritu integrador por excelencia, así lo demuestra también en el Modelo, cuando expresa que la progresiva transformación de nuestra patria para lograr la liberación debe paralelamente preparar al país para participar de dos procesos que se perfilan con un vigor incontenible: la integración continental y la integración universalista.

Respecto a esta última, estaba sostenida teóricamente en un pensamiento recurrente de Perón, que presuponía la evolución de las organizaciones humanas, de las más simples a las más complejas. Pero la integración —tanto continental como universalista— no implicaba de manera alguna la desaparición o ruptura de las identidades nacionales, sino muy por el contrario, involucraba la preservación de ellas. Dicho de otro modo, «integración» desde la consciencia que un pueblo tiene de ser él mismo y distinto a los demás.

Por eso hará, dentro del Modelo, un fuerte hincapié en la preservación de la cultura nacional como sostén identitario de esa cohesión y garante de la continuidad de un proceso de conformación comunitaria que, en forma organizada, él aspiraba a integrar.

Eso le impulsó a regresar al país después de tanto tiempo de desarraigo, consagrando sus últimos años de lucidez como «prenda de paz y entendimiento» pues la salud de la patria «bien impone cualquier sacrificio» …y en él, la vida.

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