En la movilización de marzo frente al Gaumont, una presencia impensada apareció de pronto entre la multitud: tenía la apariencia, la actitud y los gestos de un personaje muy conocido pero, a diferencia del original, defendía con vehemencia al cine nacional y al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. Quien le presta su cuerpo y su arte a este “hermano” es el gran actor y director misionero Iván Moschner, con quien charlamos sobre la gestación de esta propuesta artística y política que se repitió en la reciente movilización frente al INCAA.
¿Cómo nació el personaje?
No estoy militando en este momento, pero a partir de la asunción del nuevo gobierno sentí que necesitaba manifestarme, quizás en un café concert o en una peña. Fui a una asamblea de Unidos x la Cultura en Congreso y ahí al primero que vi fue a Hernán, un compañero de cine, quien me dijo que tenía la idea de hacer un personaje que tuviera las mismas conductas del original pero que mirara desde el punto de vista de la clase obrera, para que también la gente pudiera pensar en mirar desde otro lado. Cuando comenzó la lucha del INCAA, la comisión de cine de Unidos x la Cultura me pasó el guión. A partir del tema de la clonación, la idea plantea que como los padres del presidente preveían que iban a tener un hijo muy inteligente, resguardaron gametos: entre ellos uno que salió de izquierda. Hay otras ideas sobre “dobles” que dicen otro discurso, diferente del de los personajes originales que están incidiendo sobre nuestra realidad.
¿Una especie de juego de doppelgängers?
Así es. Lo que yo dije enseguida fue que no quería imitar al original, entonces pensé en hacerlo por el lado de la parodia. Lo nuestro es una crítica política, entonces dije que no era necesario ponernos en el camino de la imitación: hay otros caminos de la actuación posibles para refutar determinado discurso.
En este caso se desplaza el motivo de hilaridad: cuando se imita la risa está en el parecido, en tu caso tomaste las actitudes.
También fue a pedido de los compañeros. Y a mí me parecieron rasgos posibles, signos donde posarse para jugar un ratito —que es lo mismo que pasa con la actuación—, pero resuelto con más velocidad. Ellos lo concibieron como capítulos: el primero se llamó “En el Gaumont”, el segundo “En el INCAA”.
¿Es la primera vez que hacés este tipo de incursiones artísticas?
No, no. Yo estoy en el grupo “Morena Cantero Jrs.” desde 1996. Hace tiempo, vine de Misiones a Buenos Aires a estudiar en la Escuela de Arte Dramático; después de recibirme y actuar acá por cinco años volví a Misiones y estuve dando cursos, dirigiendo, actuando, y formé un grupo de teatro. La última obra que hicimos allá fue Cota 84, la cual aludía a la “cota 83”, el lugar más alto adonde llegaría el agua en la represa de Yaciretá, que todavía no había sido inaugurada. La obra estaba basada en una serie de advertencias de grupos ambientalistas y de gente que vivía cerca de la represa e iba a ser desalojada: era humor, pero escrito a partir del estudio de las problemáticas y las enfermedades que podían sobrevenir. Después volví a Buenos Aires, y quería poner en escena Cota 84: trabajamos para traer a todos los actores del grupo e hicimos funciones en el Centro Cultural San Martín, que anduvieron muy bien. Después de eso, en lugar de disolvernos resolvimos seguir haciendo algo juntos, distinto de lo mucho que se estaba haciendo en el teatro porteño. Así como habíamos hecho con Cota 84, aquel grupo de teatro de Misiones daba respuesta a problemas sociales: una vez hicimos cuatro sketches pequeñitos en una movilización docente en la plaza central de Misiones. Pensamos en hacer algo similar acá, pero en Buenos Aires había tantos problemas… Finalmente pusimos en escena El manifiesto comunista, una obra que se mantuvo hasta hace cuatro años y a la cual en algún momento le cambiamos el nombre por El fantasma que recorre el mundo. En paralelo hacíamos otras obras y participábamos en espacios como los de fábricas tomadas y de otras luchas, con pequeños sketches que respondían a los problemas de cada situación. En pandemia publicamos un libro sobre nuestros 25 años, que recopila nuestras obras originales más 98 sketches que hicimos en todo ese tiempo.
¿Cómo reciben las personas, en los lugares de conflicto, el verse representadas?
Tenemos experiencias muy interesantes. En la época más álgida del 2001 se había recuperado la fábrica Sasetru. Había varias organizaciones, no un solo partido. La idea de las propuestas artísticas era que entre esas diferentes organizaciones que habían estado acampando horas y horas se generara otro tipo de convivencia y de diálogo. En el caso de Sasetru llevamos algunas luces y armamos un escenario como pudimos, en realidad un espacio escénico frontal. La gente fue entrando en diferentes grupos y terminamos rodeados, incluso los camarines nuestros quedaban a la vista, pero fue un momento en que se aunaron todos. Fue una experiencia impresionante. Y los compañeros siempre la agradecen.
¿Cómo es recibido “El otro”?
Este jueves, cuando fue a actuar al INCAA con el equipo (somos cuatro personas), la gente estaba fascinada. En la otra movida el clima era otro, había amenaza de represión. Este jueves festejaban porque el guión estaba en sintonía con alguna de las consignas. Y la gente agradece, esa mixtura de meterse ahí con la propuesta artística hace que todo se ablande, que las distintas organizaciones y partidos confraternicen de otra manera también. Y está dando resultado: a la gente le interesa y sirve para abrir más conciencia.
¿Considerás que “El otro”es humor político?
Sí, aunque ahondaría más trabajar en la cuestión del humor porque el humor tiene sus reglas, sus maneras de, su estructura, que hay que trabajar más en profundidad. Pero sí lo considero, y también ir más aún hacia el humor, sobre todo porque con el humor se pierde el miedo. Mirtha (Legrand) fue la primera que lo planteó cuando habló del miedo a las represalias, que es un miedo generalizado. Los trabajadores ocupados en el Estado o donde sea también tienen miedo de perder su trabajo. Perder el miedo significa poder estar consciente y organizarse conjuntamente con otros. De humor y de emoción está poblada la historia de las luchas de todo tipo, desde las pacifistas hasta el hambre y las guerras: los artistas que iban a los lugares a levantar los ánimos lo hacían con humor o con nostalgia o con emoción; para calmar en algunos casos, o para despertar. Para mí nace desde ahí, de esa cuestión profunda de hacia dónde va nuestra humanidad, la pequeña humanidad argentina.
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