Hay una leyenda japonesa que dice que “existe un hilo rojo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias”. Esta historia comienza, entonces, con una punta del hilo donde está Jorge, estudiante de agronomía, que coquetea con el cine, pero trabaja en un camping del balneario de Aguas Verdes. El otro extremo lo sostiene Rosa, una joven actriz que pertenece a un grupo de teatro en Mar de Ajó. Sus mundos parecen muy distantes hasta que se conocen. El amor los lleva a formar una familia y a trasladarse a Buenos Aires. Entre ambos revolotea constantemente una idea: la de poder fusionar sus ansias artísticas en una propuesta conjunta. Mientras tanto, la carpintería es el sustento familiar. Un día suena el teléfono. Rosa atiende y una voz le dice que la convocan para hacer un espectáculo de títeres en Lomas de Zamora.
-Los títeres, entonces, fueron los que lograron unirlos desde lo artístico
Jorge: Cuando la llaman a Rosa empezamos a trabajar juntos con representaciones que se daban en las escuelas de Lomas de Zamora y Lanús. Igual seguimos un tiempo más con la carpintería.
Rosa: Yo, además de estar en la obra, ayudaba en la confección de los títeres. Después tuvimos un impasse y nos dedicamos más al mundo teatral. Participamos con Gustavo Di Leo de la Agrupación para el Teatro Rioplatense y con él hicimos mucho teatro popular. Más adelante Jorge empezó a desempeñarse en la Comedia de la Provincia de Buenos Aires y por mi parte me uní a un grupo llamado “El teatro de la Plaza”.
-¿Cambiaron mucho los títeres desde esa época hasta ahora?
Rosa: Eran más tradicionales, de mate, de papel maché. Y nosotros empezamos a investigar otros tipo de materiales y arrancamos a hacer muñecos que todos decían que eran “distintos”. Inclusive algunos amigos titiriteros nos empezaron a pedir y el primero que hice por encargo fue uno para Carlos Almeida, hoy decano del Instituto de Artes de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
Jorge: El tema es que los títeres son una tradición, pero se los considera una simple actividad. Nosotros quisimos profesionalizarla y nos enfocamos muchos años a lograrlo. Igualmente, creo que les pedimos mucho a los títeres, que sean nuestra expresión, nuestro sustento económico, que tengan una técnica.
-¿Y recuerdan cómo era su primer títere?
Rosa: El primero que confeccioné en su totalidad fue un quirquincho. Igual hay que aclarar que no se puede separar al muñeco del personaje y eso es muy difícil que la gente lo entienda. Yo estaba en una obra y construí el quirquincho, que era parte de mí, lo había incorporado. Cuando hacemos títeres para otros intérpretes formulamos muchas preguntas y la gente se sorprende, pero es importante porque nos ayuda en el armado.
Jorge: Nosotros creamos la mitad del títere y la otra parte se la da el intérprete. Si no existe el personaje, es simplemente un muñeco, un conjunto de hierros, poliéster, mecanismos. Mi especialidad son los títeres de varillas y armarlos es un proceso que se tiene que dar en función al espectáculo. Siempre hay idas y vueltas entre el productor, el diseñador.
-¿Cuándo comienzan a dedicarse exclusivamente a los títeres?
Jorge: Y, más o menos desde el año 1986. Estábamos en el grupo Libertablas y trabajamos con ellos durante casi 25 años. Ahí mezclamos dos formas de ver el mundo titiritero, porque como en todos lados están los iluminados y en un segundo plano queda la realización. Es decir, para la industria están mejor catalogados los dramaturgos, los intérpretes, pero nosotros creíamos que el trabajo en el taller nos iba a referenciar en un contexto. En los ‘80 no había escuelas, no había espuma y había que conseguir colchones viejos. Agarrábamos los que estaban en la calle y los lavábamos para armar los muñecos. Hasta que hubo un momento bisagra que fue en los ’90, década en la que hicimos tres producciones que nos dieron nuestros 15 minutos de fama: Alicia en el País de las Maravillas con Soledad Silveyra en el teatro y Los Muvis y Canal K en televisión. A partir de ahí todos los productores venían a vernos a nuestro taller de San Telmo, porque, como siempre, Dios atiende en Buenos Aires.
Rosa: Los ‘90 nos abrieron muchas puertas, especialmente porque estuvimos en esos programas. Además, estábamos con gente con la que nos llevábamos bien y eso siempre nos gustó. También participamos en ciclos como Sueños Mágicos, La Heladería, Piñón Fijo, Mariana de Casa.
-¿Existe alguna característica especial que deban tener los títeres en la televisión?
Jorge: Arrancamos sin tener idea y no le encontrábamos la vuelta. Tuvimos que ver cómo manipular el muñeco ante cámara, cómo hacer que la mirada sea comunicativa, específica. Estudiamos, probamos cómo poner los monitores. Nos peleábamos con los productores, con los gremios. Una de las batallas era con Actores porque creía que los titiriteros eran artistas de variedad. Hoy por suerte están reconocidos. Por otra parte, antes se sobreentendía que se contrataba al titiritero con el muñeco incluido, es como si para jugar al fútbol tuvieras que llevar la pelota. Esa lucha todavía la seguimos dando. Hay que separar y decir que por un lado están los que confeccionan y por otro los que interpretan.
Rosa: Un títere sin intérprete no es nada. Y un titiritero sin títere es un actor.
Jorge: Igualmente hay gente que tiene la misma visión que nosotros y otros que no. Las diferencias están.
Rosa: Algunos creen que es una actividad artística superior y en verdad es como cualquier otro trabajo, donde hay competencia, envidia, pero en verdad eso es parte de la personalidad de la gente.
-¿Cuándo nace “Escaleno Taller”?
Jorge: Dejamos el local de San Telmo y nos vinimos para Lanús. En el ‘95 fundamos “Escaleno Taller”. El nombre surge porque llegamos a la casa de mis abuelos, que está ubicada en Lugones y Cavour en Remedios de Escalada y el terreno formaba un ángulo escaleno. Además, estábamos en Escalada así que nació así.
-Después de más de 30 años de trayectoria, ¿qué desafíos quedan aún por delante?
Rosa: A mí me gustaría armar una escuela en la región con salida laboral, en la que se entienda a los títeres como herramientas, que pueden estar vinculados con otras profesiones. A decir verdad, son un gran vehículo para lograr ciertos objetivos, especialmente en áreas como enfermería, salud mental, educación. Siempre soné con que haya una carrera terciaria o universitaria en la región.
Jorge: A mí me gustaría dar capacitaciones para el mundo audiovisual, a fin de pasar las banderas a los que vienen. La animación reemplazó mucho a los títeres, pero los que manejan esos programas muchas veces son titiriteros. También es importante el trabajo en red y estar organizados porque solos no podemos salvarnos.
-Hablando de redes, ustedes están junto a otros grupos en una red de productores locales.
Jorge: Sí. A partir de la política pública de Polos Audiovisuales empezamos a pensar cómo militar la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual porque éramos productores y realizadores locales. A medida que fuimos caminando y nos fuimos formando empezamos a armar una red en el territorio de casi 30 integrantes, que se desempeñaban mayoritariamente para las empresas de la Ciudad de Buenos Aires. Nos conocimos y empezamos a coordinar acciones conjuntas. Creamos el Nodo Sur Sur y hoy por hoy somos la Red de Productores Locales Sur Sur. Ahora estamos intentado afiliarnos a la mutual Conexión para tener una figura legal donde ampararnos. Nosotros somos proveedores con igual calidad que los de la Capital, pero con el valor agregado de que estamos en el territorio.
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