Es sabido que en el ámbito de las relaciones interestatales, hay ciertas alianzas que se caracterizan por ser “estratégicas”. Este es el vínculo que une, por ejemplo, a nuestro país con Brasil. Las grandes potencias, aunque con obvias diferencias, no escapan a este supuesto. En efecto, la relación que el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte mantiene con Estados Unidos ha sido calificada por el ex primer ministro Churchill en 1946 como una “relación especial”. Si bien dicha alianza excede los límites del presente trabajo, lo que nos importa señalar aquí es la importancia que ambos Estados le dieron y le continúan dando al dominio de los espacios marítimos para iluminar algunas cuestiones relacionadas a la ocupación británica en tres espacios: Malvinas, Gibraltar y Hong Kong.
Se denomina “Territorios Británicos de Ultramar” a aquellos espacios pertenecientes a la Corona Británica pero que no forman parte del Reino Unido. Cuatro de ellos se ubican en el Atlántico Sur: las Islas Malvinas; las Sandwich y las Georgias del Sur; las Islas de Santa Helena; Ascensión y Tristan Da Cunha y el denominado Territorio Antártico Británico. Cada uno es una pieza clave del “collar de perlas” que permite a su dueño el control sobre toda esta porción del océano.
En 1986, a través de la Resolución Nº 41/11, la ONU declaró al Atlántico Sur “zona de paz y cooperación”, exhortando a todos los Estados a que reduzcan y, eventualmente, eliminen su presencia militar en la región. Sin embargo, y a contramano de estas directivas, el Reino Unido ha instalado en Malvinas una auténtica fortaleza que se ha convertido en uno de los enclaves militares extranjeros más importantes del hemisferio occidental; mientras que en 2008 Estados Unidos ha reactivado el patrullaje de su IV Flota. Dichas acciones demuestran que el poderío marítimo -y militar- sigue siendo de vital importancia para los intereses de estos socios especiales.
Al respecto, es importante observar que Estados Unidos decidió reactivar su IV Flota en un contexto en el cual la crisis de las hipotecas subprime se enfrentaba, en espejo, a las altas tasas de crecimiento chino que reconfiguraban las relaciones de poder internacional y confirmaban la reorientación de los flujos comerciales y financieros mundiales hacia el Pacífico Norte. Según Luzzani (2012) esta decisión se explica, fundamentalmente, por dos razones que están relacionadas la una con la otra. En primer lugar, la llegada a Suramérica de gobiernos populares que decidieron cortar con el alineamiento automático a las políticas de Washington, poniendo énfasis en la integración regional como mecanismo para lograr mayores niveles de autonomía. En segundo lugar, la importancia que el país asiático fue cobrando para América Latina y el Caribe, especialmente en virtud de su gran demanda de commodities -lo que les permitió a los gobiernos de la región una estabilidad económica propicia para lanzar las reformas que tenían en carpeta[2]-. A dichas razones agregaríamos una tercera, la denominada “guerra por los recursos” de la que hablan autores como Michael Klare y que guarda relación con la relevancia geoestratégica que posee el Atlántico Sur, en virtud de los recursos naturales allí presentes[3]. Esta cuestión resulta de vital importancia a la hora de pensar la problemática sobre Malvinas, sobre todo teniendo en cuenta que hoy una de las principales cuestiones en el conflicto entre nuestro país y el Reino Unido gira en torno al otorgamiento de licencias de exploración y explotación de los recursos naturales, desde la pesca y el petróleo, hasta la extracción de tierras raras y la obtención de patentes sobre la diversidad biológica con fines farmacéuticos y demás recursos del subsuelo marítimo (Recce, 2012).
Dirigiendo el análisis hacia otro continente, es posible encontrar también en Europa una situación colonial que es tanto similar como diversa. En el plano geoestratégico la disputa soberana entre Gran Bretaña y España por Gibraltar tiene puntos de encuentro con la Cuestión Malvinas. No obstante, hay una diferencia de peso a la hora de considerar el diferendo que el Reino Unido mantiene con España: la existencia de un dispositivo legal que legitimó y legitima la ocupación británica en Gibraltar. El artículo X del Tratado de Utrecht de 1713 marca, a grandes rasgos, tres condiciones en la cesión territorial de Gibraltar: una restricción al comercio por tierra -que desde el fin del franquismo España decidió no respetar a fin de acercar posiciones con los habitantes de allí-; la ocupación del territorio de forma delimitada y concreta, hecho que Gran Bretaña no respeta; y el derecho español de ser quien tiene la prioridad de reclamar dicho territorio en caso de que el Reino Unido decida desprenderse de él[4].
Volviendo la mirada al terreno geoestratégico, la importancia que Gran Bretaña le confiere a Gibraltar se vincula, a grandes rasgos, con dos realidades geográficas relacionadas con el comercio y la seguridad. La primera le garantiza al Reino Unido el control de una vía de acceso desde y hacia África, monopolizando el comercio a la vez que oficia de base militar. La segunda se entrelaza con su posición en relación al Mar Mediterráneo. En documentos oficiales, la Unión Europea señala al Estrecho de Gibraltar, al Canal de Suez y al Estrecho Turco, en conjunto, como una línea de control necesaria sobre el Mar Mediterráneo. La ubicación del Estrecho de Gibraltar sobre este mar puede ser pensada también en tanto variable geoestratégica por tres motivos: la red de comunicaciones e infraestructura allí presente -resaltando las diversas terminales de gas natural licuado y los cuatro gasoductos que conectan Europa con el norte de África-; el intenso comercio que allí sucede -se estima que el 30% del comercio mundial pasa por esta vía- y la concentración de recursos y de la flota pesquera europea. El caso de Gibraltar permite visualizar la estrategia imperial del Reino Unido, la cual no parece modificarse a pesar de los constantes llamados que Naciones Unidas y otros foros internacionales han hecho en favor del diálogo, tanto por Malvinas como por Gibraltar.
El caso de Hong Kong, por otro lado, también presenta una particularidad en relación a lo legal ya que, legítimamente, el caso asiático muestra una solución exitosa al colonialismo británico de ultramar. Si bien dicho territorio no era prioridad en un país con una guerra civil en curso entre comunistas y nacionalistas junto a la amenaza japonesa, el enclave británico en territorio chino era parte de la agenda nacional. Había sido cedido a perpetuidad a Londres luego de las Guerras del Opio, los llamados Tratados Desiguales y el establecimiento del plazo de 99 años a vencer en 1997; en este lapso Hong Kong se convierte en un puerto y plaza financiera de importancia internacional.
Beijing apremió a Londres siendo fiel y racional a lo largo de décadas en materia de diplomacia y geoestrategia. No habría extensión del plazo, y en 1984 Margaret Thatcher, airosa en Malvinas dos años antes, firmó con el líder Deng Xiaoping un compromiso de devolución. La tesis inédita de “un país, dos sistemas” sintetizaba cómo Hong Kong se reintegraba a China respetando por 50 años su sistema capitalista.
Hong Kong está situado en la ribera del Mar de China Meridional, donde conviven economías en plena expansión como Corea del Sur, Brunei, Vietnam, Camboya, Singapur y Taiwán, junto a los “tigres menores” Malasia, Indonesia, Tailandia y Filipinas, los dos gigantes asiáticos que son la India y China, y la tercera economía del mundo que es Japón. Las rutas marítimas que enlazan Europa, África y el océano Índico con Asia Oriental conforman la segunda zona marítima más importante del mundo. Casi un tercio de todo el tráfico marítimo mundial transita por este lugar, incluyendo la gran mayoría del petróleo importado por China, Japón y Corea del Sur. Por él pasa tres veces más petróleo que por el Canal de Suez y quince veces más que por el Canal de Panamá. Pero además de ser un lugar de paso, en el subsuelo alberga gran cantidad de recursos naturales.
En efecto, estamos viviendo un momento en el cual, si bien la distribución de poder es difusa, el poder marítimo continúa siendo absolutamente relevante para Gran Bretaña y Estados Unidos, quienes utilizan su fuerza naval -entre otros mecanismos- como modo de contrarrestar el poderío de China, quien busca convertirse en el hegemón regional de Asia y, además, ha venido ejerciendo una importante influencia en la zona de América Latina.
Para concluir, quisiéramos hacer referencia al pensamiento del Almirante Storni, quien hace más de un siglo, y en una muestra de su carácter visionario, sostenía que nuestro país tenía todo para esperar de sus mares, que el mismo sería “el vehículo y el sostén” de nuestra fortuna y nuestra gloria. Según él, Argentina no conseguiría hacer efectiva su independencia, “hasta donde lo permita la relación de las naciones, dentro del equilibrio de sus recursos y sus fuerzas, hasta tanto no ocupe en el mar el lugar que le corresponde”.
Vale la pena rescatar su obra en tanto consideramos que, para nuestro país, la clave está en comprender que el conflicto territorial por Malvinas no termina en las islas, sino que se extiende hasta el Polo Sur inclusive. Por este motivo, la disputa por su soberanía ha de encararse desde una visión mucho más amplia, que tiene como escenario al Atlántico Sur, sitio estratégico para la defensa argentina que incluye no solo a las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur sino también a la Antártida y al océano Atlántico mismo (Caplan y Eissa, 2015). Quedan fichas por jugar en el tablero mundial. Sin embargo, creemos que es hora de que la Argentina decida qué rol quiere ocupar en este escenario que ha demostrado ser por demás relevante en términos estratégicos: el escenario marítimo.
[1] El presente trabajo surge de los avances investigativos de un proyecto que se enmarca en la convocatoria “Malvinas en la Universidad” y que se titula “Disputas soberanas con Gran Bretaña: los casos de las Islas Malvinas, Gibraltar y Hong Kong” (UNLa).
[2] Esta hipótesis puede ser corroborada con la lectura de las declaraciones de postura que los responsables del Comando Sur estadounidense realizan, cada año, ante el Congreso norteamericano, donde en los últimos años se ha mostrado una preocupación cada vez mayor por la presencia de esta potencia extra-regional, llegándose a afirmar que es preciso contrarrestar las acciones de poder militar blando de China con mayor presupuesto para la zona de América Latina (Ver declaraciones de postura 2016 y 2017).
[3]Recce (2014) sostiene que el Atlántico Sur contiene cinco elementos claves para nuestra subsistencia como especie: energía, minerales metalíferos, proteínas, biodiversidad y el verdadero quinto elemento, agua potable.
[4] Las diferentes concesiones británicas de autogobierno en favor de la administración gibraltareña son actualmente denunciadas por España.
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Araceli Díaz, Fernando Guzzi, Ezequiel Ivanis y Diego Sanguinetti [1] integran del equipo de investigación “Disputas soberanas con Gran Bretaña: los casos de las Islas Malvinas, Gibraltar y Hong Kong” (UNLa)
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