Si a Perón le tocó ser, dentro del Movimiento Justicialista, el conductor estratégico, el constructor ideológico-político de la Revolución Nacional, a Evita sin dudas le tocó ser, por vocación de trabajo y amor al pueblo, el mejor ejemplo de realización que el peronismo haya podido dar.
Fue la gran intérprete de una obra que se escribía y ejecutaba sobre la marcha, cumpliendo con la doctrina y a la vez creándola, haciéndole sus propios aportes, poniéndole su propia impronta, convirtiéndose ella misma, con toda la potencia de su ser, en un puente: no solo político entre los trabajadores, el pueblo humilde y su líder, sino entre la razón de Estado, la planificación técnica-gubernamental y la dimensión espiritual —aquella de la que el peronismo hizo un componente sustancial en la conformación de un sistema propio de ideas—, y que Eva sintetizó en su práctica, como una misión piadosa de justicia ante aquellos a los que se les había negado históricamente hasta la más mínima cuota de dignidad.
Su procedencia humilde, el hecho de haber sufrido en carne propia el peso de ser pobre e hija de una pareja “irregular” (su padre tenía una esposa oficial además de encontrarse en pareja con Juana Ibarguren, la madre de Eva), su amor temprano por el arte y la migración a la ciudad sin más riqueza que una valija de cartón para perseguir sus sueños de actriz, además de una profunda fe cristiana, fueron forjando un temperamento sensible y permeable a las ideas de justicia social y a la escucha de las necesidades del otro postergado, negado, excluido.
Hay quienes quieren ver en Eva un personaje diferente al proyecto de Perón, una líder revolucionaria en oposición a un líder conservador, alguien que ponía el “pie en el acelerador” dentro del proceso de transformación peronista, mientras Perón le ponía el “pie en el freno” a las masas trabajadoras.
Nada más alejado al sentir de Eva y de Juan Perón. Siempre que hizo uso de la voz pública, en sus discursos o en sus escritos, Eva dejó en claro cuál era su lugar en la Revolución, y la lealtad extrema que le debía a su esposo y líder del Movimiento Justicialista. Argumenta Norberto Galasso sobre este punto: “Los simplificadores de la historia, que no recurren a las fuentes ni articulan los datos unos con otros, han llegado a sostener que había un fuerte antagonismo entre ellos: Eva, la izquierda rebelde capaz de llevar el país al socialismo más extremo, y él, un milico medio fascistoide, de derecha. Y esta tesis inconsistente —controvertida en todos los discursos y escritos de Eva y Juan— alcanzó receptividad entre el viejo antiperonismo que podía admitir la reivindicación de Evita —lo cual era hasta progresista— a condición de seguir abominando de Perón, fábula que, por supuesto, solo cultivan hoy algunos intelectuales y no el argentino popular que piensa con el cable a tierra de su experiencia.” (Galasso, 2012: 130)
Perón, a su vez, encontró en Evita un alter ego que trabajaba con devoción por la causa, un liderazgo operativo que no solo se desarrollaba en la acción sino en el alma de sus representados, un sensor que sabía medir el pulso de lo que sucedía en terreno con la precisión y la legitimidad necesaria, lejos de las miserias de “burócratas, alcahuetes y adulones” que suelen moverse en las intrigas del poder y a los que Eva despreciaba visceralmente, así como de los “cráneos”, intelectuales de los que desconfiaba y con quienes tenía una conflictiva convivencia.
Eva aceitó los engranajes de la Comunidad Organizada, aquel modelo comunal que Juan Perón presentó en el Congreso Nacional de Filosofía de 1949 frente a intelectuales de todo el mundo y en donde dejó claro que Argentina estaba construyendo su propio camino social, económico, político, sin dejarse absorber por los dos polos imperiales en pugna —el capitalismo y el comunismo— aunque esto no implicaba negarlos sino reformularlos desde un punto de vista situado.
En este sentido, el rol del Estado desde la visión de la Comunidad Organizada es el de ejecutor de un plan diseñado desde la cabeza gubernamental, pero esa ejecución no es monopólica sino que cuenta con el acompañamiento y la concurrencia simultánea de las “instituciones intermedias”, como las llama el filósofo Alberto Buela, u Organizaciones Libres del Pueblo, sindicatos, nucleamientos profesionales, sociedades vecinales, cooperativas, etc., que desarrollan políticas públicas análogas a las estatales pero dentro de un universo más reducido, el de sus representados, a los que se someten democráticamente.
El Estado no es quien organiza al pueblo y la sociedad, como es ley en otras corrientes teóricas, sino que el pueblo se organiza libremente y el Estado reconoce y da soporte a las organizaciones; suple en el caso que los individuos no hayan constituido colectivamente aquellas organizaciones que los representen.
Eva comprendió a la perfección esta dualidad de la acción gubernamental peronista. Sus ámbitos naturales de labor se diferenciaron entre la participación gremial y la asistencia social. Perón delegó en Eva la mediación con las organizaciones gremiales en el Ministerio de Trabajo, rol que él mismo ocupó y fortaleció desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Encontró de esta manera una forma, mediante el estilo y la predisposición de su esposa, de mantener una dinámica permanente de diálogo con el actor principal del proceso de cambio. Dice Marysa Navarro: “los obreros aceptaron la presencia de Evita en el Ministerio de Trabajo como un hecho más en la Argentina peronista, donde el Presidente se quedaba en mangas de camisa cuando se reunía con ellos, el Ministro de Trabajo era un obrero y Perón presentaba su Plan Quinquenal a dirigentes gremiales en el Teatro Colón y les decía que era el teatro del pueblo. En la atmósfera de cambio e innovación que había en todo el país, cuando ser descamisado era un orgullo y Perón era proclamado el Primer Trabajador, ¿qué había de extraño en que su esposa se pusiera a trabajar con él? Además, pronto descubrieron que Evita efectivamente transmitía sus pedidos a Perón y que algunos de sus problemas se resolvían como cuando él era Secretario de Trabajo”. (Navarro; 1997: 155)
Eva actuó como una delegada general para la resolución de las necesidades de las organizaciones sindicales. Este trabajo no le era del todo novedoso: durante sus años de actriz fue una de las socias fundadoras de la Asociación Radial Argentina (ARA) constituida para promover los derechos laborales de los trabajadores de radiofonía. Menciona Eva: “Desde que estoy en el ambiente he tratado, por todos los medios a mi alcance, de contribuir al mejoramiento de la condición del artista. Actuaba en organismos gremiales antes de ser designada presidenta del que ahora los agrupa a todos en radio. Entonces, como ahora, todas mis energías las había puesto a favor de los derechos del artista, a cuya familia pertenezco.” (Perón, Eva en Galasso; 2012: 48)
Llevando a la práctica los fundamentos de la Comunidad Organizada, Evita acompañó a las organizaciones sindicales para que se robustecieran y fueran ganando espacios dentro de las esferas de decisión gubernamental así como el impacto social de sus obras, fueran estas del área de salud, educación, vivienda o de materia estrictamente laboral. En simultáneo, Eva asumió el compromiso, a través de la Fundación Eva Perón, de transformar las condiciones de vida de aquellos que se encontraban en los márgenes, aquellos que por el grado de precariedad de su situación no tenían ninguna otra forma de representación social más que las entidades de limosna supuestamente “benéficas” que dirigían las señoras de la oligarquía.
Eva no solo despreciaba la falsa generosidad de la Sociedad de Beneficencia, a la que disolvió como tal, sino que se propuso darle un sentido diametralmente opuesto a la Dirección Nacional de Asistencia Social y a la Fundación Eva Perón, nacida formalmente en 1948.
Buscó incansablemente el desarrollo integral de las personas, no solo satisfacer necesidades materiales, sino de amor y solidaridad. De aquí que su imagen aún hoy siga reflejando una dimensión mística, porque ella supo conmoverse y conmover en la fibra más íntima de las carencias espirituales de hombres, mujeres y niños, dimensión que pocas veces es tenida en cuenta en la frialdad de los escritorios, en la palabra de los expertos o en el pragmatismo de políticos oportunistas.
Todo en Eva fue sincero y fraterno, y eso fue lo que hizo de ella la mujer más importante de la historia argentina. El saberse consustanciada con la causa del pueblo y dejar en esa batalla su vida fue muchísimo más importante que su colosal obra. Ella comprendía el valor de un abrazo, de un beso o de tan solo su presencia en conjunto con el otorgamiento de lo material, en conjunto con las permanentes inauguraciones de hospitales, hogares de niños, de ancianos, becas de estudio y ciudades estudiantiles, colonias de vacaciones, viviendas dignas, etc.
El trabajo en la Fundación Eva Perón fue quizás el punto más alto que alcanzó su figura, siempre a medio camino entre la construcción formal e informal de poder, sorteando el corsé de las burocracias de palacio y al mismo tiempo creando verdadera institucionalidad a las políticas públicas.
Al cumplirse un nuevo aniversario de su fallecimiento, Evita sigue dando lecciones sobre el significado de la acción política en la construcción de una Nación justa, libre y soberana. Amó a su pueblo con la misma fuerza que despreció la apatía, los privilegios, las reservas mentales de la intelectualidad cómoda, las maniobras burocráticas para ascender en la escala política, las mieles del poder que rodean a los cargos. Para ella no bastaba solo con hacer, mucho menos con decir, ella además sintió el dolor de los más humildes como propio y vivió para remediarlo. A todo o nada.
Por eso su imagen sigue interpelando y acrecentándose con el tiempo. En tiempos de apatía y ensimismamiento, donde el calendario electoral y el reparto de cargos está por encima de cualquier proyecto o política pública, Eva es el testimonio fiel de la dirigencia necesaria para la construcción de otra Argentina: “Yo vivo con mi corazón pegado al corazón de mi pueblo y conozco por eso todos sus latidos. Yo sé cómo siente, como piensa y cómo sufre (…) Es lindo vivir con el pueblo. Sentirlo de cerca, sufrir sus dolores y gozar con la simple alegría de su corazón. Pero nada de todo eso se puede si previamente no se ha decidido definitivamente encarnarse en el pueblo, hacerse una solo carne con él para que todo dolor y toda tristeza y angustia y toda alegría del pueblo sea lo mismo que si fuera nuestra.” (Perón, 2013: 30)
Bibliografía
- Galasso, Norberto (2012) La compañera Evita. Vida de Eva Duarte de Perón. Buenos Aires: Colihue.
- Navarro, Marysa (1997) Evita. Buenos Aires: Planeta.
- Perón, Eva (1999) La razón de mi vida. Buenos Aires: Fundación pro Universidad de la Producción y el Trabajo/ Fundación de Investigaciones Históricas Evita Perón.
- Perón, Eva (2012) Historia del Peronismo. Buenos Aires: Fabro.
- Perón, Eva (2013) Mi Mensaje. Buenos Aires: Fabro.
- Recalde, Iciar (2020) Santa Eva Perón. Buenos Aires: Fabro.
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