Laudato si’ propone una profunda reflexión personal y comunitaria, oportuna para quienes tenemos responsabilidades de formación y de investigación, desde la universidad, en la búsqueda de soluciones a los problemas de la sociedad. Es una perspectiva que nos invita a ver problemas graves que afectan a la humanidad, a valorar, analizar y actuar: hay allí una interpelación a todos para la acción.

Se trata de una encíclica dentro del magisterio de la Iglesia Católica. Sin embargo no está dirigida solo a los católicos, sino a todos los hombres de buena voluntad, más allá de sus creencias, pero que están tácitamente unidos en la búsqueda de una sociedad más justa y fraterna. Por otra parte es importante resaltar desde la historia en que se inscribe, que recupera la tradición judeocristiana y abreva en diferentes fuentes: académicas, del mundo de las ciencias, de distintas conferencias episcopales de todo el mundo, y también de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Es decir, construye una mirada a partir de muchas perspectivas y es un aporte esencial de la voz de la Iglesia para comprender el mundo actual. Es también de una gran honestidad el hecho de rectificar posiciones anteriores de la Iglesia y de la tradición del magisterio católico, tales como el dualismo o el exacerbado antropocentrismo que dan la idea de dominio del Hombre sobre la naturaleza.

Laudato si’ se ocupa de nuestra casa común. En un primer momento, hablar de una casa común nos haría pensar en una perspectiva exclusivamente ecologista en el sentido en que nosotros entendemos la ecología: ocuparse de los problemas ambientales, lo cual de hecho la encíclica hace. Sin embargo y en esa línea reconoce los daños que se provocaron a la hermana Tierra: este concepto, de referirse a la naturaleza como “la hermana Tierra”, está muy arraigado en nuestras culturas latinoamericanas que consideran a la Tierra como a nuestra madre.

La encíclica nos presenta una realidad y, al mismo tiempo, una perspectiva para abordarla. Esta perspectiva nos indica que los hechos no están aislados. Considerar a un hecho en sí mismo, sin las relaciones que lo constituyen y/o condicionan, aislado de las mismas, representa una mirada parcial, inacabada, ingenua, incapaz de abordarlo como objeto de conocimiento y, por consiguiente, de transformarlo en la práctica.

Además muestra que los hechos se configuran en la historia, es decir, se instalan por medio de múltiples imposiciones de poder. Un hecho que está en la raíz de los problemas que aborda el texto es la idea que justifica el dominio, la explotación de la madre Tierra, que, anidado en el corazón del hombre, se instala en él como disposición para actuar, y en su acción expresa la violencia que se deriva de esa misma idea. La idea de que la libertad humana no tiene límites y que no existe Ser Fundante. Esa violencia que emana del corazón del hombre no solo se expresa en el dominio irracional de la naturaleza, sino también de los otros hombres.

Pero, como consecuencia de considerar las relaciones que permiten la emergencia de los hechos y sus consecuencias, nos advierte que la principal víctima de la degradación es la humanidad misma, en especial los más humildes. De ahí la necesidad de no naturalizar los fenómenos que emergen en la historia como manifestación de las relaciones de poder en determinado momento, o atribuir a “leyes” de dudosa procedencia las consecuencias de la acción del hombre sobre la naturaleza y sobre los otros.

La degradación de la naturaleza va unida a una cultura que modela la vida en común de las sociedades, hiriéndolas. Son modos de promover el consumo, modos de producción y de acumulación, estructuras y modos de ejercer el poder que marcan estilos de vida que es necesario transformar. Así aparece un concepto central que atraviesa todo el documento: la realidad es una integralidad. Por eso denomina “ecología integral” a esta concepción en donde la dimensión humana y la dimensión de la naturaleza no están separadas. La encíclica plantea que son los pueblos más desposeídos los que padecen esta consideración de la naturaleza como un mero objeto de dominio y de explotación sin límites. En este antropocentrismo exacerbado que refleja actitudes de indiferencia y confianza ciega en las soluciones técnicas, se generan estas disfunciones del accionar humano: son disfunciones causadas por elementos estructurales de la economía mundial. La tecnocracia económica y financiera internacional es incapaz de ver el misterio de estos múltiples vínculos que se dan en el Hombre en la relación con otros hombres y con la naturaleza. Pretende que la técnica sea la única solución a los problemas, creando nuevas situaciones de deterioro en la relación de los hombres entre sí y con el ambiente, a partir de un sistema industrial incapaz de absorber y reutilizar los desechos que se generan por este modo de producción y de consumo.

Aparece entonces un elemento de esta cultura que es la cultura contra la que estamos invitados a luchar. Esto se vincula con otros pensadores tales como Zygman Bauman que levanta su voz contra una sociedad consumidora de vidas y productora de desechos humanos. Los seres humanos y las cosas se convierten en basura. Hay suficente fundamentación teológica, filosófica, sociológica y política para juzgar a esta cultura como “la cultura del descarte”: descarte de los más débiles, de “los inútiles”, de los que no sirven para un propósito, de los que no pueden convertirse en medio para la ganancia de los otros; descarte de las personas mayores, de los discapacitados, de los diferentes. Esta cultura del descarte no es solo de cosas sino también de seres humanos.

Más adelante la encíclica se refiere a un documento de la Conferencia Episcopal de Nueva Zelanda que plantea “¿qué significa en este mundo no matar, cuando el 20% de la población consume y utiliza los recursos que le faltan al 80% restante?”. Son preguntas que nos llevan al plano de lo ético. Cabe traer a consideración a un filósofo, Evandro Agazzi, quien plantea qué es el progreso de la ciencia, y si puede medirse ese progreso solamente desde la lógica científica. Acumular conocimiento, ¿significa realmente un progreso? Hay muchas cosas que crecen y que no son buenas, como el cáncer, nos ejemplicfica el autor. Es decir que también desde el pensamiento filosófico podemos cuestionar este desarrollo de la humanidad, el aumento del poder y de la posibilidad de dominio sobre la naturaleza y sobre otros hombres; nos invita a pensar cómo lo juzgamos, si lo hacemos de un modo inmanente a la propia dinámica del crecimiento de la tecnología y de la ciencia o si esta debe necesariamente ser juzgada desde los valores más universales, que fundamentan una ética que permita analizar si este progreso está al servicio de la humanidad o no la hiere y destruye; si es una contribución o si es parte del problema.

Del problema ambiental al problema social, y vuelta

El calentamiento global tiene un impacto ambiental, social, económico, distributivo y político, y de nuevo, los peores impactos del calentamiento recaen sobre los países en desarrollo, los más pobres, cuya subsistencia depende más de los recursos naturales; recursos naturales que sirven para pagar el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro. La perspectiva del tiempo en la ecología es fundamental, porque plantea un cuestionamiento acerca del compromiso que debemos tener con las nuevas generaciones en el cuidado de nuestra casa común.

Al mismo tiempo esta cultura del descarte genera una pérdida del sentido de responsabilidad por nuestros semejantes. Nos independizamos del otro, nos hacemos indiferentes hacia el otro, no nos sentimos responsables del otro, y eso es parte también del problema que identifica y visibiliza la encíclica. Se consolidan hábitos de consumo y los modelos de producción que generan esta forma de gastar y tirar que son inauditas. Se hace mención a la cantidad de alimentos que se descartan en el mundo por año; se rebasan los límites de explotación del planeta sin resolver el problema de la pobreza; la calidad del agua que no está disponible para los más pobres y cuya privatización la convierte en mercancía sometida a las leyes del mercado. En este sentido, la encíclica hace un llamado a considerar la disponibilidad de agua y el acceso al agua como un derecho humano fundamental.

El progreso científico y el crecimiento económico deben estar al servicio de los pueblos, de su progreso social y moral, supone el pleno respeto a la persona humana y al mundo natural, pues la naturaleza de cada ser y sus relaciones forman un sistema ordenado. Si esta condición no se cumple, el mismo hombre es afectado. El desarrollo humano tiene un carácter moral intrínseco, y el criterio es su carácter de contribución a la vida plena de todos los hombres. Para ello nos invita a recuperar, resignificar la relación con lo Trascendente, fundamento de la hermandad de los hombres y del amor inexcusable por los más débiles, los que padecen con mayor furia las consecuencias de la injusticia y la violencia que brotan del corazón de los poderosos.

Se hace también mención a la pérdida de la biodiversidad y la depredación derivadas de formas inmediatistas de entender la economía, y también al hecho de que los intereses económicos internacionales, bajo el pretexto del cuidado, atentan contra las soberanías nacionales. Parte del problema es el deterioro de la calidad de vida y la degradación social, un crecimiento desmedido y desordenado de las ciudades -insalubres para vivir-, zonas que se privatizan mientras los pobres quedan en lugares que no son vivibles. Habla también de los problemas laborales de las innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la disponibilidad de la energía, la fragmentación social, la violencia, el narcotráfico: elementos que no podemos considerar parte de lo que es realmente un desarrollo. Se ocupa incluso de los medios digitales, planteando cierta contaminación mental, el cortoplacismo en las relaciones personales y el aislamiento, y plantea que todas estas situaciones socioambientales son el fruto de una profunda inequidad global.

La degradación en conjunto es del ambiente tanto natural como humano que están en una interrelación absoluta; varias veces en el documento aparece el concepto de que “todo está relacionado”. Por eso las soluciones no pueden ser parciales. Tiene que haber una solución integral. Incluso los modos de abordaje de los problemas tienen que ser integrales, a partir de la superación restringida que brota de una disciplina o de un organismo público.

Esta degradación que afecta a los más pobres se debe a una falta de conciencia de una realidad que muchas veces es considerada como un daño colateral de las medidas económicas. Se piensa: “bueno, ya va a venir el derrame”; mientras tanto en el día a día los pobres no tienen agua, no tienen vivienda, viven hacinados, viven contaminados, no tienen acceso a condiciones dignas de vida. “Se les roba la dignidad”, va a decir en algún punto la encíclica.

En “Laudato si’” se habla también de la deuda externa de los países pobres como un instrumento de control. Se habla de la deuda ecológica. Se identifica la debilidad de la reacción de la política internacional y se plantea un fuerte cuestionamiento al sometimiento de la política a la tecnología y a las finanzas, y al hecho de que prevalezca el interés económico por sobre el bien común. El poder económico justifica el actual sistema que degrada el ambiente y a las personas y que ignora los efectos sobre ambos. Hay una primacía de la especulación, de la renta financiera: cuando se convierte la renta en el elemento de juicio donde todo está permitido, las consecuencias sobre el ambiente y el ser humano son nefastas, degradantes y suicidas.

Sin embargo en este panorama hay un llamado de esperanza y un reconocimiento de la posibilidad de actuar positivamente del ser humano. Pero esto requiere una cultura distinta, y un reordenamiento de las relaciones del ser humano con Dios, con la naturaleza y con los otros seres humanos. Plantea la encíclica que esta es la triple dimensión de las relaciones que es necesario reordenar para construir una ecología integral y una política que le de viabilidad al desarrollo social con justicia y con proyectos donde el otro sea alguien con quien me relaciono, no alguien que domino. El llamado es a reconocer al otro como hermano y a la naturaleza como un bien que hay que administrar. En la rearmonización de estas relaciones aparece la posibilidad de luchar contra esta tecnocracia financiera que legitima y justifica la explotación del hombre por el hombre y la utilización de la naturaleza solamente para el bienestar de algunos. Laudato si’ habla de la necesidad de articular las aproximaciones a la realidad que brindan la ciencia y la religión pero también de acudir a diversas riquezas culturales de los pueblos, el arte, la poesía, la vida interior y la espiritualidad. El diálogo de ciencia y religión es un medio fructífero para ambas dimensiones y puede permitir encontrar soluciones a los problemas desde diversas formas de interpretar la realidad.

Así nos plantea un desafío a producir un nuevo pensamiento económico, una nueva forma de entender la producción, aun cuando haya que hacer más lento el crecimiento, porque el crecimiento no puede darse a costa de los pueblos, robándole la dignidad a la mayoría de la población del mundo que no tenga acceso a los bienes necesarios para una vida digna.

La encíclica plantea también la solidaridad y el trabajo por el otro. No una búsqueda del poder desenfrenada por el poder mismo, sino ordenada al desarrollo integral de los pueblos. En ese sentido propone una antropología política, una concepción del Hombre que al mismo tiempo que juzga e identifica desvíos, enfermedades, vicios, pecados según el concepto de la encíclica, ofrece posibilidades, esperanzas, capacidades que el ser humano tiene para intervenir positivamente sobre la naturaleza y sobre el espacio social. La economía no puede subordinar las relaciones políticas y las vidas de los pueblos a los intereses rentísticos. Debe estar ordenada a las exigencias de la estructuración política de las democracias y estas a su vez al bienestar y felicidad de los pueblos.

La nueva mirada de la ciencia

Estamos acostumbrados a una tecnociencia. Desde la metodología misma de pensamiento contribuimos a la reproducción de una racionalidad instrumental, a un aislamiento de los problemas, a analizarlos parcialmente, y este llamado de la encíclica nos hace ver cómo profundizar una universidad orientada a problemas graves del medio social, donde la perspectiva no es la disciplinaria sino una perspectiva integral. Tenemos un compromiso mucho mayor para romper las especialidades y a superar los conocimientos fragmentarios para contribuir realmente a la solución de los problemas sociales. No son problemas menores, estamos hablando quizás de personas que conocemos, estamos hablando de nuestro Lanús, de nuestro conurbano bonaerense, de nuestra Argentina, de nuestra América Latina y del mundo. Tenemos que tener esta perspectiva temporal para luchar por una comunidad más justa, más humana, más fraterna en la reconstrucción de las tres dimensiones que constituyen la vida del ser humano. La ruptura de esas relaciones ha hecho caer a la humanidad en esta falacia donde vemos al otro como el objeto que hay que dominar o el competidor que hay que vencer, y no al hermano a quien hay que proteger.

El documento también nos invita a reflexionar sobre lo que es la perspectiva de los pueblos, de los humildes, de los trabajadores; sobre la revalorización del trabajo como estructurador del individuo y de la sociedad.

Entre los desafíos que propone, plantea crear una normativa internacional de protección de los pueblos y de la naturaleza, pero también invita a cada ciudadano a una lucha colectiva para obligar a la política a tomar medidas en orden al bien común, donde el desarrollo que no encuentra ni promueve los derechos humanos, personales, sociales, económicos ni políticos no es digno del ser humano. Pensar y contribuir a construir un desarrollo con humanidad, en el que estos derechos humanos, personales, sociales, económicos y políticos de los pueblos y de las naciones sean respetados es el gran desafío que solo puede enfrentarse desde una ciencia comprometida y, por ello, crítica.

El conocimiento y la perspectiva de lo técnico, cuando se utiliza bien, también nos aproxima a lo bello y a lo bueno. Es interesante recuperar la integralidad de la realidad entre la verdad y el conocimiento, y lo bueno y lo bello en la aplicación, cuando se contribuye a la construcción de una sociedad más justa y más fraterna.

La encíclica plantea un programa político-espiritual, y propone la revalorización de la política como la máxima obra y acción de la verdadera solidaridad y la verdadera contribución al desarrollo de los pueblos. Los ricos no necesitan la política, compran sus leyes, compran sus ambientes, compran su educación y su salud, su agua y su aire. Tenemos que pensar el valor de la política en un proyecto de liberación integral de nuestros pueblos, para su felicidad y para devolverles lo que les fue robado: su dignidad.


Pablo Narvaja es Director del departamento de Desarrollo Productivo y Tecnológico – UNLa

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