Insondables han sido los debates respecto a la incidencia de la historia como experiencia vital en el desarrollo evolutivo de las personas humanas y de las comunidades. No obstante, gran parte de ellos, cuanto menos en Occidente, aún se encuentran teñidos por una idea surgida en los albores del iluminismo y adoptada por ciertos sectores del racionalismo —que colocaba a la razón en un sitial de omnipotencia—, no solo en cuanto a las posibilidades de desarrollar conocimiento sino también de transformación ilimitada de la realidad, reduciendo lo histórico a un proceso de aprendizaje residual.
Sin embargo, el historicismo germinado en el sur de Europa, vino a cuestionar el carácter escatológico que el iluminismo le asignaba a la historia afirmando que esta —como experiencia humana— construye determinaciones no solo en nuestro presente sino además en el desarrollo de la proyección creativa; entendiendo a esta última, en términos de Cirigliano, como capacidad para anticipar el futuro.
En ese orden de ideas y orientados por aquel entonces por las obras de Fermín Chávez y Ana Jaramillo, un grupo de investigadores, ante la inesperada aparición de un repositorio documental perteneciente a la Secretaría General de FORJA —cuya titularidad ejerció en los últimos tiempos don Francisco Capelli, uno de los más influyentes dirigentes forjistas—, dirigimos nuestras pesquisas a vincular los aportes que la organización forjista realizó sobre el emergente primer peronismo. En este itinerario nos topamos con un pensador de fuste cuya obra ya había sido rescatada magistralmente por Norberto Galasso. Se trata de Manuel Ortiz Pereyra, político y fiscal federal, especialmente dedicado a la reflexión filosófico-política. El aporte realizado por Galasso en Testimonios del precursor de FORJA: Manuel Ortiz Pereyra, contribuyó además a fortalecer la idea de que la historia es un continuum y no, como sostienen algunos, «una mera sucesión de eventos». Como enseñaba Cirigliano toda la historia es nuestra historia, es decir, un continuo de eventos y acontecimientos que se van entrelazando temporalmente. En tal sentido, coincidiendo con Galasso pudimos concluir que FORJA constituyó, sin duda alguna, un hito fundamental en el proceso de germinación del proyecto de país que llevaría a cabo el primer peronismo.
Otro texto que nos marcó a fuego en nuestros estudios fue el de Miguel Ángel Scenna, F.O.R.J.A., una aventura argentina: en sus dos tomos el autor realiza un pormenorizado abordaje sobre este agrupamiento señero que en aquellos tiempos, junto con Ernesto Ríos, definimos como «protoperonista». Al período en que fue germinándose el primer peronismo, Fermín Chávez lo había denominado ya como «paleoperonismo» (concepto al que apelara en uno de sus libros, 45 poemas paleoperonistas).
¿De dónde surgieron las ideas de FORJA? ¿Cuáles fueron los pensadores o pensadoras que alimentaron el pensamiento forjista? Nuestro transcurrir nos condujo a una serie de destacados autores obliterados por la historia oficial: entre ellos, el de un pedagogo, Julio R. Barcos, hombre nacido en Coronda, Provincia de Santa Fe en 1883, y fallecido en Buenos Aires el 17 de enero de 1960. Como muchos de su generación —incluido el mismísimo Lugones— Barcos adhirió en sus años mozos a ideas libertarias de orientación anarquista; pero luego, como otros tantos, su compromiso político lo condujo a adscribir a los postulados de la Unión Cívica Radical y, en particular, al sector que orientaba don Hipólito Yrigoyen. Barcos se desempeñó en diversos cargos oficiales, en especial en el campo de la educación.
La participación en la política argentina de libertarios y anarquistas puede rastrearse cuanto menos desde 1870. El anarquismo fue un movimiento organizado, significativo, políticamente temido por los sectores del poder y seductor para las jóvenes generaciones migrantes; por lo tanto, sus orígenes anarquistas no eximieron a Barcos de una ostensible censura. Como dato particular, Barcos se desempeñó además como director de la Escuela Laica de Lanús y de la Escuela Moderna de Buenos Aires, experiencias educativas de orientación libertaria. No obstante, uno de los rasgos más interesantes que nutre a sus ideas, es que la educación es un problema de preeminencia política, denunciando entre otras cuestiones las evidentes desigualdades que diferenciaban a las mujeres en este y otros campos. Se observa en su pensamiento educativo, además, el rechazo a cierta tendencia chovinista de carácter dogmático, anhelando la incorporación a los currículos educativos de componentes científicos más adecuados a los desarrollos de la época.
Como señalamos, Barcos no permaneció fiel a los principios del anarquismo y, con posterioridad, abrevará en las ideas yrigoyenistas. Uno de sus libros más importantes, quizás el que marcará con mayor precisión su posición política, será Por el pan del pueblo, nueva representación de los hacendados de la editorial Renacimiento —editado por primera vez en 1933, dos años antes del surgimiento de FORJA—, cuyo texto es dedicado «Al Dr. Hipólito Yrigoyen, líder, apóstol y mártir de la democracia argentina». La obra, desde el prólogo mismo, recurrirá a conceptos como el de «plutocracia» para denunciar al contubernio político —que incluía sectores del radicalismo— y que implicaba un acoplamiento amigable al régimen justista, período definido por José Luis Torres como «la década infame». Así mismo, rescatará la institución militar en su rol profesional, pero la impugnará especialmente —a partir del golpe de Estado contra Yrigoyen— cuando intente erigirse como una casta política.
Barcos defenderá con firmeza los postulados originales de la Unión Cívica Radical de los arteros ataques producidos por sectores políticos, económicos y académicos que aspiraban al retorno de orden oligárquico-conservador. En el texto, rescatará de modo significativo la labor, la dimensión moral y el pensamiento de Manuel Ortiz Pereyra. Ya en el segundo capítulo titulado «El político con una política», definirá al correntino —que desde su cargo de fiscal federal venía denunciando al «leguleyismo de foro», a las magistraturas y al rol que jugaba en ese momento la Justicia a favor del régimen— como un auténtico «nieto del Quijote». Además:
… un autodidacta inconfundible. Nada tiene de común con los universitarios de su tierra. Él es la expresión de lo antiacadémico, por excelencia. Estoy tentado de afirmar que no le luce siquiera el título de doctor, porque carece totalmente del empaque burgués o la suntuosidad sacerdotal con que los doctores acostumbran a llevarlo (Barcos, 1933, p. 27).
Encuadrando a Ortiz Pereyra como un idealista activo y como un autodidacta con título universitario, sostendrá que su teoría económica —aunque de una simplicidad perogruyesca— constituyó para los jóvenes yrigoyenistas una verdadera doctrina que los hechos se encargaban de confirmar diariamente; aventajada sobre las otras, pues ofrecía los procedimientos mediatos e inmediatos para aplicar por mano del Estado en nuestra economía, entonces de base rural. Se sostuvo en alguna oportunidad que Ortiz Pereyra fue uno de los promotores de lo que ciertos autores definieron como «agrarismo nacional». Barcos se identificará con el autor afirmando que se encuentran hermanados intelectualmente.
Cuando, casi en forma inmediata, nuestros estudios sobre FORJA nos ilustraron respecto a la gran influencia que Pereyra tuvo sobre los jóvenes forjistas, esto nos indujo a una dificultosa búsqueda de sus textos más sobresalientes: La tercera emancipación, El SOS de mi Pueblo, entre otros.
Barcos se inmiscuirá en la política y en la economía de su tiempo, exponiendo sus inconsistencias, denunciando el sistema de colonialidad económica que caracterizará la década infame, denunciará lo que Perón denominará posteriormente como «fuerzas sinárquicas» y la influencia económica de Gran Bretaña y los Estados Unidos en los asuntos internos de los países latinoamericanos; pero, además, manifestará que la posibilidad de reacción eficaz contra un colonialismo implicaría la incorporación plena de todos los sectores de base democrática a esa lucha, advirtiendo que este objetivo no podría ser alcanzado siguiendo las recomendaciones de ciertas facciones elitistas e integristas dogmatizadas, mediante adaptaciones acríticas de distintas corrientes del autoritarismo europeo.
No menos interesante será el contenido de su libro Política para intelectuales, sobre el cual haremos una serie de comentarios más extensos en otra oportunidad y puntualizaremos la aguda riqueza conceptual que sus páginas aportan.
Quisiera promediar este breve escrito con una serie de enunciaciones que Barcos realizara como propuestas programáticas al final de la obra. Tengamos en cuenta que el escritor —educador y crítico del sistema educativo de su tiempo— propondrá cambios radicales, algunos de los cuales están ciertamente teñidos de esas primigenias ideas libertarias y anarquistas; pero la proposición final parte de una lectura que caracterizará a los años 30 como una etapa anárquica. «Anarquía» que dará inicio al golpe que depondrá al Gobierno de Yrigoyen, pero atribuyendo asimismo una mirada propia sobre la anarquía subvenida del sistema capitalista:
Si queremos salir de la anarquía en que nos ha arrojado el capitalismo, si queremos liquidar el régimen feudal de la tierra, que es otro factor de nuestra ruina económica —refiriéndose claramente a los latifundios y a la oligarquía terrateniente—, si queremos encontrar el camino de la cooperación… (Barcos, 1933, p. 271).
Nótese además que Barcos (1933), se anticipará a la noción de cooperación de clases asumida por el primer peronismo:
… cooperación entre todas las clases que conviven en la comunidad argentina; si queremos, en suma, librarnos de la guerra social atizada desde arriba por la expoliación y el despotismo y no desde abajo por los «agitadores» y las huelgas, tengamos la nobleza, la actitud de crear el órgano adecuado para cada función (p. 272).
Aquí se hace mención explícita a la «cooperación de clases». Cuando en los estudios sobre protoperonismo se habla de la cooperación entre clases se hace alusión casi exclusivamente al texto La colaboración social en Hispanoamérica de José Figuerola, es decir, «la doctrina Figuerola». No obstante, encontramos en Barcos un anarquista, un libertario incorporado luego a las filas de la Unión Cívica Radical que, diagnóstico preciso mediante, pregonará la cooperación de clases como salida a la crítica situación argentina, especialmente en cuanto respuesta a la dependencia.
Cuando se revisan los textos forjistas y la obra de gobierno justicialista, no pueden dejar de reconocerse algunas de las proposiciones que Barcos propugnó en este libro. La primera, la creación de un Consejo Nacional para dirigir la economía; aquí, la coincidencia con Scalabrini es absoluta respecto a la intervención directa y activa del Estado en los asuntos económicos. Se propone «dirigir la economía» a través de un «consejo económico nacional» integrado por todas aquellas fuerzas que participan en el proceso productivo. La propuesta se inscribe claramente en la demanda de su época, en el reclamo de un Estado interventor sobre la economía.
Barcos propone además la creación del Instituto Agrario para controlar y encausar «la reforma agraria» —en clara sintonía con las ideas de Ortiz Pereyra: «un agrarismo nacional»—, que implicaba la progresiva eliminación de los latifundios y un necesario sistema de redistribución de la tierra. Si bien es cierto que no existen en Barcos un planteo industrialista ni una ruptura general con el régimen agro exportador, lo que él reafirma es la necesidad de que ese régimen agro exportador no constituya un negocio exclusivo para los terratenientes, sino que la tierra —que considera gran factor productivo— sea equitativamente distribuida.
El Patronato Nacional de la Mujer y el Niño, constituirá una propuesta orientada hacia la cuestión de las desigualdades, instalando un concepto de género en aquellos tiempos y, sobre todo, abordando la disparidad entre los niños: en especial, esa división que establecían las normas entre hijos legítimos e hijos naturales y la desprotección que padecían los últimos. El Patronato Nacional de la Mujer y el Niño tenía por objetivo fundamental la asistencia a la maternidad y el amparo de la infancia.
Por su parte, la creación de un Ministerio de Trabajo —en reemplazo de una inexistente Dirección Nacional del Trabajo que había sido creada tiempo atrás— constituirá una propuesta rupturista. Debe recordarse que Perón ocupará esa Dirección Nacional —luego transformada en Secretaría de Trabajo y Previsión— mientras el santafesino, ya en 1933, venía propugnando erigir un Ministerio que interviniera y estableciera regulaciones sobre la materia. Barcos concibe a ese ministerio como un instrumentador activo de la cooperación social de las clases, otorgando personería a las organizaciones obreras y profesionales.
El autor es enfático en este capítulo: «Démosle a la democracia argentina por fundamento la justicia social», dice. Irrumpe así el concepto de «justicia social» en boca de un protoforjista de cuño yrigoyenista, confirmando lo que sostuvimos con anterioridad: la bandera de la justicia social es anterior al surgimiento del primer peronismo. El primer peronismo llevará a la práctica esta premisa repleta de contundencias: «… y no tendremos nada que envidiar —dice— a las teorías más avanzadas, porque ninguna de ellas ha sabido libertarse del régimen del terror» (Barcos, 1933, p. 272). Y termina con un planteo más que interesante: «El individuo al servicio de la comunidad; la comunidad al servicio del individuo» (Barcos, 1933, p. 272). Es decir, propone la idea de terminar con el individualismo filosófico y el concepto del sujeto autosuficiente, incorporando de este modo una idea de tipo comunitarista a la cuestión sociológica.
Barcos ha permanecido silenciado durante décadas. Quienes le hemos dedicado parte de nuestro devenir intelectual queremos reivindicar una obra saturada de sustancia y preclara visión de futuro: en esos términos, nos permitimos recomendar su texto Cómo educa el Estado a tu hijo y otros escritos, presentado por Nicolás Arata y editado recientemente por la editorial universitaria de Unipe. Rescatamos así otro libro olvidado que contiene también una compilación de escritos; en su lectura se advierte un núcleo de ideas que van mutando en la medida en que Barcos va incorporándose al ideario yrigoyenista —evolucionando sus ideas—, incluso respecto a la relación entre la educación y el Estado.
En una próxima oportunidad, intentaremos transmitir algunas cuestiones vinculadas a otro libro que es quizás uno de los más fuertes en contenido conceptual: Política para intelectuales, al que accedimos en su segunda edición. Más allá de este proyecto, entre otros trabajos de Julio R. Barcos podemos citar: La vieja senda; El sofisma socialista; La felicidad del pueblo y la suprema ley; uno muy especial, Libertad sexual para las mujeres, con cuatro ediciones argentinas, once españolas y traducciones al portugués y al alemán; y La doble amenaza, una crítica hacia los sectores integristas representados en ese momento por Leopoldo Lugones.
Sin duda una ostensible censura ha recaído no solo sobre los forjistas, sino sobre los pensadores que han alimentado la creación de esa agrupación insignia que tanta importancia adquirió en el proceso nutricio del primer peronismo. Cabe interrogarnos respecto a si una de las razones por las cuales nuestro país atraviesa esta sucesión de estadios de insatisfacción colectiva, radica en haber descartado la originalidad de las ideas que tanto Barcos como otros hombres y mujeres del pensamiento aportaron a la vida y a la cultura de la Argentina.
Aquel ideario nutritivo y singular, quedó cubierto por un manto de opacidad a causa de las profundas tiranteces existentes entre lo que Barcos denominaba la «plutocracia» y aquellos que, como los forjistas, reorientaron la acción política hacia la producción de un núcleo de ideas que darían lugar a la formación del peronismo. No tenemos duda. Un particular tipo de censura privó a diversas generaciones de ese conocimiento, y contribuyó de esta forma a debilitar ostensiblemente a vastos sectores de nuestras élites que, impedidas de actuar con originalidad,se vieron durante décadas tentadas por la reproducción acrítica de ideas.
Encontramos a un Barcos no exento de contradicciones, tensionado por ese anarquismo de importación seductor para las juventudes, y la cuestión nacional representada por Yrigoyen. Un itinerario similar podemos observar, por ejemplo, en un Homero Manzi reivindicando a Sarmiento con la película de 1944 Su mejor alumno, cuyo guión elaborara junto con Ulyses Petit de Murat. Para ellos Sarmiento será un adalid de la lucha contra el régimen oligárquico de aquel entonces, «la oligarquía de las mieses». Serán libertarios-anarquistas que, reconvenciones mediante, irán encontrando el camino hacia la esencia del ser nacional.
Dejando abierto nuestro análisis, podemos decir a modo de conclusión que Julio R. Barcos representa nítidamente un concierto de contracciones ideológicas que oscilan entre la cuestión obrera, la cuestión de clase y la cuestión nacional. Consideramos indispensable ilustrar su recorrido: de él emergen algunas de las contorsiones más crujientes de un siglo XX que comenzaba a germinar.
*Colaboró en este artículo Pablo Núñez Cortés.
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