A los cuarenta y seis años del golpe cívico-militar del setenta y seis, la UNLa recibió como donación la obra/instalación La Máquina de Desaparecer (2021), propiedad intelectual del fotoperiodista Eduardo Longoni, por parte de las productoras Mascaró Cine y SIGIL–Comunicación & Sociedad. La obra implica un Ford Falcon verde ploteado con la fotografía de Vista al frente (1981), una de las imágenes icónicas que Longoni tomó en la última dictadura. Impacta descubrir que Longoni sacó esta imagen cuando apenas tenía veintidós años y que desde entonces el reportero gráfico nunca abandonó la calle, consagrándose como militante de la memoria y personalidad destacada de la cultura, según lo reconoció la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en 2013.
El emplazamiento de la obra se coronó el 13 de abril en el lado sur del edificio José Hernández, y se expuso junto con la instalación de la muestra Una Mirada Honesta, que exhibió la retrospectiva de quince imágenes representativas de los últimos cuarenta y dos años de la carrera profesional de Longoni. Fotografías que forman parte de nuestro acervo cultural, cuyo eje temático tuvo como centralidad los derechos humanos y la violencia política, y que abarcan desde 1981 hasta la represión a las protestas por la reforma jubilatoria de 2017. La inauguración contó como invitados a Eduardo Longoni, y a Andrés Martínez Antó y Santiago Nacif por SIGIL-Comunicación & Sociedad. Por la UNLa los recibieron Daniel López, director de Patrimonio Histórico y Cultural; Daniel Bozzani, director del Departamento de Humanidades y Artes, y Francisco Pestanha, director del departamento de Planificación y Políticas Públicas.
La muestra fotográfica, junto con la obra La Máquina de Desaparecer, tuvieron sede en Tecnópolis durante el último verano, y formarán parte del documental Una Mirada Honesta que se está rodando desde 2019. Durante la inauguración en la UNLa, Santiago Nacif nos adelantó los motivos por los cuales decidieron llevar adelante el documental. “De un fotógrafo se conocen sus imágenes, pero no al hombre que está detrás de las cámaras, por eso nos pareció interesante rescatar su vida, su historia, como así también dar a conocer su enorme compromiso ético, político y moral”, afirmó Nacif.
Imágenes argentinas
También pudimos conversar con Eduardo Longoni (E.L.), quien respondió algunas preguntas sobre la trayectoria de la imagen Vista al frente, el desarrollo de su obra, y reflexionó acerca de cómo representar el horror, cómo abordar el trauma.
¿Cómo fueron las primeras experiencias en la calle?
Tenía veinte años y recién salía de la colimba cuando hice mi primera cobertura periodística. Me tocó documentar el atentado contra Juan Alemann, secretario de Hacienda de Martínez de Hoz, en el setenta y nueve. Un poco mi ADN empezó así, marcado por la violencia política. Además yo venía con una militancia del colegio secundario.
¿Cuál es la historia detrás de Vista al frente?
Estaba fotografiando a un general de turno mientras daba un discurso. Me tocó estar parado desde una escalinata en altura. Fue ahí cuando, como jugando con un teleobjetivo, me encontré con esa masa de militares. Hice un par de fotos que obviamente en ese momento no se publicaron. Trabaja en Noticias Argentinas, una agencia bastante progresista, pero que trataba de no ser clausurada. Y esa foto, cuanto menos, portaba un mensaje críptico.
¿Cómo fue la transformación de esta imagen, del cajón al emblema?
En los ochenta, con un grupo de fotógrafos empezamos a hacer una muestra que se llamó El Periodismo Gráfico Argentino. Esta es la muestra que actualmente representa a la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA) y que de alguna manera estuvo inspirada en Teatro Abierto. Creo que en los procesos políticos, por más dictatoriales que sean, siempre se abren grietas. Y Teatro Abierto abrió un espacio y nosotros nos colamos por ahí. Esa foto fue expuesta en esas muestras, y ya después de Malvinas tomó impulso.
¿Cómo fue el desarrollo de tu obra?
Desde mis veinte, traté de no abandonar principios, convicciones y luchas. También me influyó mucho estudiar Historia. No terminé la carrera porque me ganó el amor por la fotografía. Pero esa formación me enseñó a guardar los documentos. Las fotos, como los documentos, tienen varias vidas. Esta foto, que en su momento estuvo encajonada, un día tímidamente salió a ser expuesta y después se convirtió en un símbolo contra la dictadura. Así empezó a generar nuevas publicaciones, tapas de revistas, de libros. Incluso una muestra argentina de fotos en Nueva York tiene esa imagen como afiche principal. Mi recorrido fotográfico es una militancia política por otros medios.
Hoy tus imágenes forman una obra. ¿Qué sentís frente a ellas?
Durante muchos años me peleé con esas imágenes con la sensación de que las cuatro o cinco fotos más importantes las hice en la década del ochenta, entre los veinte y los treinta años. Es difícil convivir con eso, porque tu vida sigue. Pero bueno, a veces son momentos, épocas bisagra.
¿Qué significa para vos que La Máquina de Desaparecer esté en la UNLa?
La universidad pública es el mejor lugar para mantener viva la memoria. Aquí es donde quería que el Falcon repose y se exhiba.
¿Qué les recomendarías a nuestros/as estudiantes que trabajan con imágenes?
Después de aprender ciertas técnicas, creo que la historia es que con la captura de la foto se vaya una parte del alma. Se escribe con el alma, se fotografía con el alma, lo mismo con la filmación. Para mí la cámara siempre fue una herramienta. En realidad, no suelo dar consejos. Me interesa más abrir preguntas, porque creo que esa es la única manera de aprender.
¿Cómo representar el horror?
En el verano, cuando bajamos el Falcon en Tecnópolis, hubo un momento en que había que doblarle el volante para enderezarlo. Recuerdo que entonces alguien me indicó que me subiera. Y yo respondí “ni loco, al Falcon no me subo”. Tuve la inmensa suerte de que no me subieran, por lo cual no voy a probar en democracia. El horror en la Argentina claramente fue la dictadura. Y ese horror, ese trauma es irreproducible, aunque hay cosas que nos han quedado en la memoria. Por eso creo que los pueblos que no desarrollan la memoria, vuelven a tropezar de la misma manera. Me parece que la misión de los que sobrevivimos, de los exiliados que volvieron, es mantener la llama de la memoria ardiente.
¿Y cómo se actualiza el horror?
Si bien es cierto que aquí el Falcon se exhibe en un galpón de un ferrocarril desguazado, hoy este lugar se ha reconvertido en una universidad pública. Lo mismo me pasó en Tecnópolis. No había vuelto, porque me tocó hacer ahí el servicio militar obligatorio. Ese lugar en la dictadura fue un Centro Clandestino de Detención y a me tocó circularlo entonces como un conscripto de verde. No sabía exactamente qué pasaba, pero sentía que había algo extraño. Aparecían construcciones extrañas, guardias que se hacían en un lugar apartado y que no las hacíamos nosotros, sino los soldados. Todo ese tipo de cosas hacían que no quisiera volver a entrar a Tecnópolis. Pero este verano, al entrar con el Falcon, con lo que representa La Máquina de Desaparecer, fue para mí un canto a la victoria. Hoy, en vez de un cuartel, hay ahí un lugar donde tocan grupos musicales, donde habitan distintas expresiones artísticas, productivas y científicas, donde hay familias, infancias y pastos para que la gente tome mate. Siento que ganamos muchas cosas, porque ningún país juzgó a su dictadura y nosotros sí lo hicimos. Y tenemos a más de seiscientos militares presos. Esto es una victoria de todo el pueblo argentino.
Cuando La Máquina de Desaparecer llegó a la UNLa, con Daniel López (director de Patrimonio Histórico y Cultural) advertimos que numerosos/as estudiantes se detenían a contemplarla, y que la obra reclamaba al menos una respuesta. Ya sea una palabra, una mueca torcida, un suspiro o un silencio profundo. Si bien para los/as semiólogos/as esta puede ser una verdad de perogrullo luego del legado teórico de Mijaíl Bajtin, es importante destacar que creemos que es justamente ahí, en ese intersticio que se abre en el tiempo presente, donde la transmisión de la memoria colectiva se actualiza. Y con esa transmisión nace una tierra fértil de trabajo, o al menos de interrogación, para la pedagogía de la memoria.
2. La productora SIGIL-Comunicación & Sociedad conoció a Eduardo a raíz de su documental anterior sobre el copamiento de La Tablada, Los Indalos (2019). Fue Aurora Sánchez, protagonista del documental y mamá de Iván Ruiz, uno de los desaparecidos, quien los presentó. Las fotos de Longoni fueron determinantes para enjuiciar al militar a cargo del operativo, el general Alfredo Manuel Arrillaga, quien ya arrastraba delitos de lesa humanidad desde la dictadura cívico-militar del 76.
3. Para indagar sobre pedagogías de la memoria se recomienda toda la producción de Ines Dussel, quien desarrolló líneas de investigación sobre la cultura visual digital y las pedagogías de la imagen, y sobre las pedagogías de la memoria y los procesos de enseñanza de la historia reciente.
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