A cien años de distancia, en la historiografía sobre la Reforma Universitaria (1918) aún no se ha establecido una lectura que sea homogénea sobre sus resultados. Una de ellas, que llamaré “hegemónica” tanto por su difusión en textos como por su vinculación con instituciones y corrientes político-culturales sólidamente posicionadas en los espacios académicos argentinos (UBA, CONICET, FUBA, AHRA), es la que realizaron autores  como Gabriel de Mazo, con su monumental obra de 1957 en tres tomos o José Luis Romero, en sus diferentes trabajos (1956, 1976). Estos autores destacan que la Reforma de 1918 consiguió la emancipación en estructuras, contenidos y fines, respecto de la Universidad clerical y “medieval” anterior. Señalan la importancia de la autonomía y el cogobierno logrado por la Reforma. Hacen una comparación con el momento anterior a 1918 y se focalizan en demostrar la importancia de establecer una universidad sin afecciones políticas, sociales y culturales. Subrayo, la disociación entre política y problemas sociales es concebida, por estos autores, como un desencuentro positivo y lógico para el desarrollo del conocimiento universitario. Otras lecturas, de autores como Dardo Cuneo (1978) o Alberto Ciria y Horacio Sanguineti (1983), han matizado esta perspectiva, remarcando la heterogeneidad de posturas entre los reformistas a lo largo de Latinoamérica.

Luego, encuentro una serie de trabajos con visiones profundamente diferentes de las desarrolladas por la lectura hegemónica. La realizan otros académicos, políticos e intelectuales vinculados a corrientes del pensamiento nacional y popular latinoamericano, como el caso de Arturo Jauretche (1957), Hernández Arregui (1970) , Jorge Abelardo Ramos (1972), Rodolfo Puiggros (1974), Aritz Recalde (2016, 2018) y Ana Jaramillo (2018). Estos autores se detienen en estudiar los logros alcanzados en materia de estructuras, contenidos y fines luego de 1918. Si bien reconocen la importancia de haber logrado motorizar una serie de perspectivas fundamentales tales como el antiimperialismo, el antipositivismo y el desarrollo de un movimiento estudiantil a nivel continental, en todos los casos discuten y polemizan con la lectura “hegemónica” sobre los logros alcanzados. En líneas generales, consideran que una verdadera Reforma Universitaria debería implicar una función de compromiso y acción por parte de la comunidad universitaria (autoridades, docentes, alumnos, graduados, no docentes) sobre los problemas de la sociedad en donde se encuentra situada.

En este texto, tomando la hipótesis de Arturo Jauretche -quien decía en Los profetas del odio y la yapa (1967) que la Reforma Universitaria había dados sus frutos más en el continente que en la Argentina-, pretendo revisar algunos aspectos de la Reforma Universitaria en el Perú, haciendo foco en el líder estudiantil indiscutido del proceso de reforma entre 1916 y 1919: Víctor Raúl Haya de la Torre (Trujillo, 1895-1979).

 

Haya de la Torre, estudiante en Trujillo

Nace en Trujillo en 1895. Sus padres habían gozado de una buena posición económica, pero al momento de su nacimiento, como dice uno de sus biógrafos, “se encontraban venidos a menos”[1]. Luego de terminar sus estudios secundarios tiene un paso fugaz por la facultad de Letras de Trujillo, donde conoce al poeta y escritor César Vallejo. Con Vallejo y otros estudiantes poetas se agrupa formando lo que se llamó “Bohemia trujillana” o “Grupo norte”. Como en otros casos de vanguardias artísticas y literarias latinoamericanas, los debates están orientados por todo lo que llega desde Europa, principalmente de París. Probablemente, como señalan sus biógrafos (Sánchez, Luis Alberto, 1936), la limitada percepción de la realidad por parte del grupo fue la que lo llevó al alejamiento de estos espacios. Haya de la Torre buscaba en otros ámbitos más conectados con los problemas sociales. Como estudiante, uno de sus profesores de Trujillo menciona una anécdota en la que se demuestra el interés por la realidad social y política del futuro líder del Aprismo: “Era el 24 de septiembre de 1908. En Trujillo realizaban una excursión los alumnos del Seminario. A las cuatro de la tarde Víctor Raúl pidió permiso para volver a la ciudad.

— ¿Por qué tienes tanta prisa? -interrogó su profesor P. Briand, de francés.

— Porque deben haber llegado noticias de la transmisión del mando en Lima.

— Y tú qué tienes que ver con la política, mocoso.

— lOh!—contestó Víctor Raúl— a mí me interesa mucho la política…

— Este chico dará mucho que hacer — comentó el P. Briand, mirando al pequeño Haya de la Torre, que tenía entonces trece años”[2].

En esos tiempos, Víctor Raúl leía algunos autores anarquistas, difundidos entre los recientemente creados círculos obreros de la capital peruana y “sentía extraños calofríos al leer algunos juicios lapidarios de don Manuel González Prada”, autor de Horas de Lucha y Páginas Libres, donde desfilaba la realidad peruana “chorreando sangre y lodo”[3].

Víctor Raúl decide abandonar el estudio academicista de las letras. Su biógrafo Luis Sánchez cita el diálogo que tuvo con sus padres:

“- Yo no seré tinterillo, sino abogado. Solo defenderé las causas justas –dijo Víctor Raúl.

– Entonces te morirás de hambre -dijo su padre.

– Eso no importa, pero no seré tinterillo -sentenció él”[4].

En definitiva, Haya de la Torre dejaba Trujillo para ingresar a estudiar abogacía en la Universidad de San Marcos de Lima. Como en aquel entonces se decía en Lima, ingresaba a la “universidad de la libertad”, pero ¿qué tipo de libertad?

 

Haya de la Torre y las Universidades de Trujillo y Lima

La Universidad de la capital del Perú respondía a la mentalidad y realidad económica de aquel entonces. Dominada históricamente por un clero de abolengo colonial, con doctores togados y estirados, de frente en alto, con una abstracta moralidad de origen civilista[5].

Pero antes bien, explicaré qué quiere decir la palabra “civilista” en el Perú. En 1871 se funda el Partido Civil, sus miembros se reconocían como civilistas, aunque todos ellos no representaban a la mayoría de los civiles peruanos sino que eran hombres vinculados a la oligarquía de la ciudad puerto: Lima.  En Perú, la herencia de la derrota en la Guerra del Pacífico (1879-1883) representó el surgimiento de gobiernos con preeminencia militar. A estos se le opuso un sector de la oligarquía limeña, cuya expresión fue el Partido Civilista. De allí el término “civilista”, de civiles contra militares. Como señala Jorge Abelardo Ramos (1972), la oligarquía peruana hizo responsable al sector militar del fracaso en la guerra con Chile: en realidad, fue el murallón estratégico y psicológico empleado por la oligarquía limeña frente a una reacción del sector militar nacionalista. Guerra que, en esos momentos, ya no le convenía al sistema de dominación oligárquico (capitalistas británicos, hacendados, propietarios mineros, empresas salitreras). En definitiva, la Universidad cumplía la función de reproducción del sistema estatal oligárquico. Los premios y mejores promedios se repartían entre los alumnos de familias acaudaladas[6].

En Lima, Víctor Raúl se sostuvo con su propio esfuerzo. Mientras se orientaba en la universidad, trataba de encontrar trabajo. Hizo amistades. No tenía recursos. Lo único que poseía era un traje negro, algo que era considerado como un delito grave: “traje de pobre”. Las ideas antiburguesas, anarquistas y radicales de González Prada evidentemente orientan su pensamiento. En Lima vive una vida modesta que lo conecta directamente con los trabajadores. Observa la explotación que sufren “los cholos” e “indios”. Le escribe a su padre: “Me duele este dolor de los indios. Tú no puedes imaginar lo que es esta esclavitud”[7].

Desde 1916 Víctor Raúl ya ejercía el cargo de delegado de la Federación de Estudiantes de Trujillo. A mediados de 1918 es nuevamente elegido como delegado estudiantil por sus compañeros, pero esta vez, de la Universidad Nacional de Lima. Ya en Trujillo, se había acercado a los círculos de sociabilidad de los trabajadores de la ciudad, acción que reitera en Lima. A diferencia de sus antecesores en el cargo, para Víctor Raúl los reclamos de los estudiantes y de los trabajadores deben fundirse en una lucha en común contra la oligarquía liberal y el capital extranjero. En esos años los trabajadores del Perú se encontraban en plena lucha por salarios, condiciones de trabajo  y reducción de la jornada laboral.

Haya de la Torre observa, estudia, se vincula con los círculos obreros. Lee los mismos periódicos que circulan entre las organizaciones de los trabajadores y considera que el problema social del Perú no puede entenderse únicamente desde una matriz de pensamiento marxista eurocéntrica. No puede entenderse desde la perspectiva de los capitalistas por un lado y el proletariado por el otro. Menos aún desde la idea de una burguesía industrial más terratenientes por un lado, contra un campesinado y obreros por el otro. Observa que el problema es más complejo. Perú comienza el siglo XX con una población estimada en 1.200.000.000 de habitantes: la mitad de ellos eran indígenas, además de contar con 500.000 habitantes negros; el resto lo integraban una heterogénea masa de mestizos, blancos y una minoría oriental (chinos y japoneses). La mayoría de los indígenas se radicaban en los valles centrales, en la zona de las yungas o selva como en las ciudades costeras; los trabajadores eran en su mayoría de población “blanca” y “negra”.

Subrayo, Haya de la Torre no solo demuestra una comprensión de la complejidad social, geográfica y económica del Perú, sino que además, a diferencia de otros autores que participaran luego de la Reforma Universitaria iniciada en Córdoba en 1918 (Deodoro Roca, Gabriel del Mazo, etc…), toma como eje el problema de la realidad social en Latinoamérica y no los planes de estudios, las formas de elección de docentes, programas, diseño curricular u otras cuestiones estrictamente vinculadas a los ámbitos académicos y universitarios. Para él, primero se encuentra la realidad social, a la cual los estudiantes deben atender con urgencia, acompañando las movilizaciones de los trabajadores, sus reclamos y huelgas. No es necesario esperar modificaciones en los programas o en el diseño curricular para comenzar a actuar en la realidad, no es un tema que Víctor Raúl considere que pueda encontrar el estudiante en las aulas; todo lo contrario. La realidad se encuentra fuera de las aulas y el estudiante debe tomar contacto con ella inmediatamente.

Entre 1914 y 1919 el sistema de dominación oligárquico “civilista” sufre un primer golpe con la interrupción de importaciones de manufacturas y de compras de materia prima por parte de Gran Bretaña. En estos años las represiones son tremendamente violentas. Se asesina a obreros en el interior del país. El contexto de conflictos lleva a la organización de sindicatos de oficios varios. Se suceden las huelgas, entre ellas la de los estibadores del puerto del Callao en 1910, la de los trabajadores del azúcar en el valle de Chicama en 1911. Surgen grupos libertarios y periódicos anarquistas en Lima, Trujillo y Arequipa, grupos a los que asiste Víctor Raúl. En diciembre de 1918 entró en huelga la fábrica de tejidos “El Inca” y se les fueron uniendo los obreros de la fábrica de tejidos de Vitarte, El Progreso, San Jacinto, La Victoria, La Unión; los obreros panaderos exigen la jornada de ocho horas. Se inicia en la fábrica de tejido “El Inca” pero se hace general en Lima, extendiéndose luego a otras ciudades del Perú. Impulsados por Víctor Raúl, la Federación de Estudiantes redacta una declaración oficial de apoyo a las reivindicaciones obreras. Con estas acciones comenzaba una estrecha alianza entre los trabajadores y los estudiantes universitarios que daría características únicas al movimiento reformista universitario del Perú en relación a otros reformistas de Latinoamérica, como es el caso de Argentina, donde el movimiento estudiantil se aliará luego con las fuerzas que estaban enfrentadas a los trabajadores. Haya de la Torre coordina las reuniones con los dirigentes obreros y reflexiona estratégicamente con ellos sobre cuáles son las decisiones a tomar en las horas de lucha contra el gobierno “civilista” de José Simón Pardo y Barreda. ¿Qué tipo de lucha? Pardo reprime la huelga, generando heridos y detenidos. La huelga continúa. Los representantes de los trabajadores encomiendan una comisión de estudiantes -en la que se encuentra Víctor Raúl- para que llegue a una negociación con el Ministro de Fomento del gobierno Vinelli. Haya de la Torre se encuentra personalmente con el Ministro y le dice: “Ya ve usted que los choques callejeros, los heridos que van cayendo y los numerosos presos que son llevados a la comisaria no contribuyen sino para agravar más la situación”. La resolución de los trabajadores y estudiantes mantiene la huelga general hasta que el gobierno establece la jornada de ocho horas. Una vez finalizada la huelga, victoriosa, Haya de la Torre les sugiere a los obreros del tejido, de tradición cultural y política anarquista, que organicen una Federación Nacional integrada por todos los sindicatos y organizaciones de trabajadores ya existentes en el Perú[8].

En este brevísimo recorrido observo que con Haya de la Torre como líder, en el Perú los estudiantes universitarios desde 1916 participan y se movilizan con los trabajadores en Trujillo y en Lima. En el caso de Haya de la Torre hay una idea clara sobre la profundidad del problema social y político del Perú, con un análisis de la explotación de los sectores vinculados al sistema de dominación oligárquica del llamado “civilismo” durante los gobiernos de Pierola, Pardo y Leguía.

En consecuencia, en el Perú la lucha estudiantil no se desenvolvió únicamente en las universidades o en sus proximidades, sino que se extendió en las calles y luego, con la creación de las Universidades Populares, abrirá sus puertas a todos los demás sectores de la sociedad peruana.

 

 

[1] Del Pomar, Felipe Cossio, 1969, p. 37.

[2] Sánchez, Luis Alberto, 1936, p.33.

[3] Haya de la Torre, Víctor Raúl, 1933.

[4] Del Pomar, Felipe Cossio, 1969, p. 55.

[5] Mariategui, José Carlos, 1925.

[6] Koster, 1949.

[7] Cragnolino, Silvia, 1972, p. 129.

[8] Haya de la Torre, Víctor Raúl, 1933. p 17. 19.

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