Una de las primeras medidas del régimen que desplazó a Juan Domingo Perón de la Presidencia de la Nación en 1955 fue proscribir a una serie de deportistas de alto rendimiento y prohibirles que compitieran en representación de la Argentina. En el grupo había varios olímpicos tales como Fulvio Galimi y su hermano Félix, quienes habían tenido una excelente actuación en Londres 1948 y Helsinki 1952, y que habían llevado la esgrima argentina a un nivel de popularidad nunca antes ni después alcanzado por uno de los considerados “deportes de elite”.

Los Galimi tenían buena cuna: su padre, el napolitano don Felice Galimi Lacaría, maestro titular de la Real Academia Nacional de Esgrima de Nápoles, fue en la Argentina uno de los maestros de Perón, otro apasionado por la esgrima. “Mi padre era un gran preparador de duelos y yo me crié en eso -dijo Fulvio-. Tenía una sala de esgrima en Quintana 10, y los que se retaban a duelo lo iban a buscar para que los preparara en una noche”.

Y usted, ¿cuándo empezó a hacer esgrima?

Antes de aprender a leer. Casi podría decir que antes de aprender a caminar. Me crié en la sala, incluso les daba clase a los alumnos de papá para ayudarlo. El primer torneo lo tiré a los 13 años y salí Campeón Nacional de Cadetes. Mi hermano Félix, seis años mayor, para entonces ya había ganado varios torneos nacionales e internacionales.

Los Galimi salían en El Gráfico, ¿no?

Sí, y fuimos los únicos esgrimistas que en cien años de la revista El Gráfico fuimos tapa. También había figuritas nuestras. Habíamos llegado a tener una popularidad extraordinaria. En los clubes de fútbol los socios empezaron a reclamar que se pusiera esgrima. Esto pasó en todas las provincias. Una revista hizo una encuesta preguntando “¿Cuál es su deportista favorito?”: ganó Fangio con 114.000 votos, seguido por los Galimi con 80.000 votos.

¿Dónde entrenaban?

En casa, en la calle Paraná. Habíamos puesto una pedana que tomaba el comedor y el living. Mi padre era el maestro, y cuando murió nos entrenábamos solos. Esto no viene por arte de magia: entrenábamos dos horas casi todos los días. En una oportunidad vino un campeón italiano, Bochino: lo invitaban a entrenar al Jockey Club, a Gimnasia y Esgrima, a todos lados, pero vino a visitarnos -lo cual para nosotros era un honor-, y nos dijo “¿No me podría entrenar aquí con ustedes?”. Durante un año vino todas las tardes a hacer los mismos ejercicios que hacíamos nosotros. El vestuario era el cuarto nuestro.

Mientras ustedes estaban en ascenso, llegaba Perón al gobierno. También él era esgrimista.

Sí, había ganado muchos campeonatos. Él y Evita venían a vernos. Nosotros con Evita llegamos a tener una muy buena relación; también con Perón, pero como ella era casi de nuestra edad, era muy cordial con nosotros. Evita recibía en un gran salón donde ahora funciona el Concejo Deliberante, y un día nos dijo “Ustedes no esperen más, cuando vienen yo los veo y los llamo enseguida”. Nos hacía sentar y nos contaba cosas de su viaje a España, de las travesuras que le hacía a la esposa de Franco, como bajarse de la carroza para ir a saludar a la gente, cosa que no le gustaba a la mujer de Franco que era nariz para arriba… Con eso se divertía. Evita fue muy criticada pero tenía una personalidad fabulosa. Uno lo sentía.

¿Cómo fue ese diálogo que tuvieron en la residencia presidencial?

Un día fuimos a verla a la residencia. Poca gente lo sabe pero ya desde el 49 estaba enferma, lo que pasa es que no quería saber nada con descansar. Cuando nos despedimos nos dijo “Tengan cuidado muchachos, porque ustedes son muy jóvenes y tienen mucho éxito. Tengan cuidado con lo que les va a pasar en el futuro si nosotros no estamos”.

Y lamentablemente fue así.

Cuando nos suspendieron yo tenía 28 años recién cumplidos. En deportes hay un año que se llama “óptimo de la capacidad, del desarrollo”, y después de eso se empieza a decaer. En la esgrima de antes eso era alrededor de los 30 años. Retomar eso después, es imposible. Ya se sabe lo que es la represión política, pero lo que significa para un deportista no poder competir durante varios años… Cuando vino Frondizi a varios deportistas les levantaron la prohibición, pero a Mary Terán de Weiss, a Elsa Irigoyen -una chia que hacía esgrima muy bien- y a nosotros dos, no. Así fue que llegamos a los seis años de inhabilitación, sin competir.

¿Por qué les tenían tanta bronca?

Si usted hace esgrima y tiene un tipo delante suyo que gana siempre y que no lo deja ganar nunca, empieza a tenerle envidia. Además nosotros éramos jóvenes y los demás eran grandes, era gente de 30, 40 años, y nosotros teníamos 20 y pico. Y también estaba el hecho de que nosotros teníamos una amistad con Perón y con Evita, que nos apoyaron para ir a Europa.

Sí, pero los habrán apoyado como se apoya a un deportista que representa al país…

Claro, en esgrima no había nada organizado y era un deporte completamente amateur, entonces recibíamos invitaciones para ir de gira a Europa y el Estado financiaba los viajes. Habíamos hecho dos giras por Europa: en una les ganamos a los que descollaban en Francia, al equipo campeón olímpico de ese país. La verdadera explicación de lo que nos hicieron me la dio Mary Terán de Weiss, que me dijo “Mirá Fulvio, esto no es ni por ser peronistas, ni por tener ventajas en la esgrima, esto es porque no nos pueden ganar”.

¿Cómo les avisaron que estaban prohibidos?

Mandaron un telegrama que decía “Señor Fulvio Galimi, se le comunica que ha sido inhabilitado a perpetuidad”. Nada más. No hubo explicaciones ni nada. Me aceptaban en las salas de armas pero no podía competir, y yo ya no tenía ganas de practicar si no podía participar en los torneos. Lo único que hicieron fue citarnos un día en los sótanos de la Federación Argentina de Esgrima. Elegían cosas torvas: en cambio de citarnos arriba y hablar tranquilamente, nos citaron en los sótanos. El abogado que preguntaba debía de ser un abogado muy rasca para prestarse a esas cosas. Preguntaba cosas absurdas: “¿Y ustedes no ganaban plata?”, “¿Leyó ‘La razón de mi vida’?”, “¿Tiene mucho dinero usted?”. Lo que llamaba la atención era la gente que ayer era amiga y al otro día nos miraba con satisfacción porque estábamos pasando un momento malo.

Deben de haber sido muy difíciles esos años.

Era tal el odio que nos tenían que nosotros éramos rematadores judiciales en bancos y tribunales y con eso vivíamos bastante bien, pero cuando nos suspenden nos borran de todos lados. Nos quedamos sin trabajo. Mi hermano Félix se casó, y yo empecé a dar vueltas y no sabía qué hacer. Terminé vendiendo en la calle y entrando en los negocios a vender bijouterie.

Lo mismo les pasó a varios deportistas, ¿no?

Sí, a varios muy conocidos, como el equipo mundial de básquet que era buenísimo. Había un muchacho, Osvaldo Suárez, que corría maratón. Estaba por viajar a la Olimpíada del 56 -nosotros ya no podíamos ir a esos juegos- y directamente lo bajaron del avión. Y Osvaldo tenía tiempos bastante superiores a los que ganaron en esa Olimpíada.

¿Cómo les levantaron la inhabilitación?

En 1961 vino un comando de cuatro personas no sé si para matarnos o para desfigurarnos. Como no estábamos encontraron a nuestra madre. Querían llevarla para adentro para esperarnos pero ella se resistió. Le empezaron a pegar pero ella seguía gritando y como no la pudieron callar le partieron la boca, le lastimaron los ojos, y se tuvieron que ir porque en cualquier momento se alertaban los vecinos. Ella nos salvó prácticamente la vida. Como los diarios pusieron en letras grandes “El ataque a los hermanos Galimi. La madre, herida”, ahí sí nos levantaron la proscripción. Pero como decía Neruda, “nosotros los de ahora no somos los de antes”. Habían pasado seis años. Félix fue campeón de nuevo y se retiró al poco tiempo. Yo fui a Mar del Plata dos o tres años después, gané los últimos dos campeonatos de la República y después me casé con Susana. Para felicitarnos por el casamiento Perón nos escribió una carta a mano, encabezada con un “Querido Fulvio”. Me fui a Lobos porque había conseguido una concesionaria de automóviles y ahí dejé la esgrima, a los 40 años.

Ustedes tuvieron sin embargo un montón de triunfos propios, nadie podía quitárselos.

Sí, pero digo que por cada triunfo o por cada alegría que tuvimos, tuvimos que pagar nuestra cuota de lágrimas o de sangre o de lo que fuera. La inhabilitación nos cambió la vida.

OTRA VEZ SOPA

¿Qué pasó con usted en el 76?

Eso no fue por la esgrima, eso fue porque incursioné en la política. Me invitaron a ser Concejal en Lobos, después me eligieron Presidente del Concejo y más tarde también del Partido Justicialista. Cuando vino el golpe del 24 de marzo, me llaman a las 7 de la mañana para que vaya a la Municipalidad. Ahí me encontré con “el capitán de los ojos de hielo” que me da un papel sin saludarme ni nada y me dice “firme acá”. El papel decía que entregaba el Concejo Deliberante. En un arranque de heroísmo le dije que no iba a firmar “porque esto es un acto de fuerza que usted hace conmigo y no lo voy a convalidar”. A la tarde me cae en casa un camión lleno de soldados que revisaron todo y me llevaron. Estuve diez días detenido. Una noche me pusieron una capucha negra y me llevaron a dar vueltas en un auto. No tenía miedo porque en un momento así no hay tiempo, uno lo que piensa es “todavía estoy vivo”. Me apoyaron en una pared y tiraron tiros por todos lados, pensé que me iban a fusilar, pero no: me mandaron a casa y como se corría la voz de que me iban a detener de vuelta salí escondido de Lobos. Yo era también Director de Deportes de la provincia de Buenos Aires, y tuve que renunciar.

POPULARIZAR LA ESGRIMA

¿Cómo es eso de que usted y su hermano quisieron hacer popular la esgrima?

Yo siempre luché para que la esgrima se difundiera, que llegara a todos los niveles. Porque un chico, si no le facilitan un poco la ropa y las armas, no empieza. Y los campeones no salen de la clase alta, los campeones han sido siempre de clase media baja o de sectores más bajos todavía.

¿Por qué querían que la esgrima fuera popular?

Yo hablé muchas veces acerca de “tener un estilo deportivo de la vida”, que no quiere decir que uno se tenga que poner a correr o tenga que jugar “casados contra solteros” y terminar en el hospital. Lo que yo digo es que hay que tener un sentido deportivo de la vida, es decir, hay que vivir luchando. No importa el resultado: el resultado es una consecuencia del esfuerzo que uno hace. Lo que importa es vivir siempre buscando mejorar y buscando luchar. Eso lo enunció Ortega y Gasset hace muchísimo tiempo. Muchos no lo entienden, entienden que si no ganan no sirve para nada. No es así.

La esgrima es fascinante porque es el único deporte donde usted compite con otro solo, sin equipo ni nada, y con un adversario que tiene cerca, a un metro y medio, que quiere llenarlo de golpes a usted como usted quiere llenarlo de golpes a él. Además es uno de los poquísimos deportes en que no tiene importancia ni el peso ni la altura ni nada: un tipo débil puede competir con uno diez veces más fuerte y más alto y le gana. Tener inteligencia esgrimística no quiere decir ser inteligente. Todo se desarrolla en segundos o en fracciones de segundo y hay que acostumbrarse a no aflojar nunca.

Mary
“Creamos el Círculo Galimi en homenaje a mi padre, y con la gente del Círculo ganamos durante tres o cuatro años todos los torneos por equipos hasta el 55, cuando nos tiraron por la ventana. La madrina del Círculo era Mary Terán. La queríamos mucho, era una gran mujer, muy alegre. Sufrió muchísimo. Cuando le levantaron la inhabilitación ella competía representando a River Plate. Pero cuando llamaban para el partido, todas las contrincantes se iban. Así que Mary ganaba los campeonatos sin jugar con nadie porque las rivales no se presentaban. Eso es lo peor que le pueden hacer a un deportista”.
Pantalla grande
«En ‘Centauros del pasado’, que era la vida de Pancho Ramírez, hicimos una escena corta y un duelo con unos sables pesadísimos. No se pagaba nuestra participación, nos invitaban a cenar. Después hicimos ‘La dama duende’ con Delia Garcés, dirigida por Luis Saslavsky; tampoco nos pagaban. Un día nos llama Hugo del Carril, que tenía que hacer una escena con dos caballeros que se pelean y después se batían ellos y todos los que estaban en esa especie de bar, como dieciséis tipos. La película era “La Quintrala”. Mandó a hacer un traje a medida para cada uno y espadas iguales a las de esa época pero muy livianas, incluso una que se hundía para hacer que el otro estaba herido. Hugo del Carril gastó una barbaridad, tanto que con esa película se fundió. Justo vino la revolución y se habrá dado 20 días nomás, así que fue todo a pérdida”.
Fulvio Galimi tuvo otra gran pasión: la escritura. En “Páginas de insomnio” reunió todos sus cuentos. En 2015 volcó su historia y sus experiencias en primera persona en otro libro, “A capa y espada”, editado por Ediciones Fabro. “Una noche, en mi época más difícil, cuando las fuerzas me abandonaban y nada tenía ya sentido -escribe Galimi en la ‘Carta a Eva Perón’ con que cierra el volumen- tuve un sueño: usted, con su famoso vestido blanco cubierto por un manto negro orlado con piel, dirigiéndose a una imagen difusa del General dijo claramente: ‘Fulvio está muy mail; tenemos que darle fuerza’. (…) Cuando desperté, sobresaltado, no tardé mucho en descubrir lo que significaba ese sueño. Usted, enferma y desahuciada, siguió peleando hasta el final, encontrando la fuerza que ya no tenía. (…) Comprendí que la vida es una lucha, y solamente la pasión hace que podamos vencer. Ese fue su mensaje y mi credo”.

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