La discusión epistemológica que atraviesa nuestra historia sobre la construcción de la Nación, tiene en su geografía uno de los aspectos controversiales fundamentales. Para algunos, la “extensión” era un problema y la causa primera de la “barbarie” que distinguía al gaucho, el arquetipo rioplatense de un hombre libre que habitaba las zonas rurales, estigmatizado de “vago y mal entretenido” para legitimar la persecución que narra el Martín Fierro.

Cuando Arturo Jauretche[1] definió las bases de un pensamiento nacional, sostuvo que la historia, el pueblo y el espacio eran los factores fundamentales sobre los que se asentaba el desarrollo de una identidad originaria en la conformación de una nacionalidad. Don Arturo va a profundizar el análisis sobre la perspectiva espacial de un país, a partir de la definición de dos categorías: la profundidad y la extensión. Por “profundidad” va a entender un proceso de progreso acelerado sobre una parte de un territorio asimétrico y desarticulado en el que se definen fronteras interiores, mientras que la “extensión”, es una concepción de proyección territorial más allá de las fronteras exteriores.

En Buenos Aires confluyeron los intereses de un modelo político centralista heredado del iluminismo borbónico, y los del librecambio económico asociado al interés británico que hicieron del puerto una capital disociada de las provincias interiores, que generó profundas asimetrías regionales impidiendo un desarrollo armónico y articulado del país. La Argentina era demasiado extensa y la desaprensión territorial fue recurrente en el ideario portuario; Rivadavia rechazó integrar las provincias del Alto Perú que declararon la independencia, la secesión mitrista del Estado de Buenos Aires de 1852 y los fundamentos de Sarmiento sobre la escasa valía del Atlántico Sur y la Patagonia.

Para el pensamiento nacional, el concepto de proyección más allá de nuestras fronteras refiere a dos mandatos históricos: la integración suramericana y los derechos sobre las islas y mares del Atlántico Sur y el Sector Antártico Argentino que constituye el ámbito apropiado para comprender el significado real de la usurpación británica de las Islas Malvinas.

Resulta esencial no confundir e identificar claramente la naturaleza de los problemas que hacen nuestro futuro como Nación. La cuestión Malvinas, la cuestión Antártida y los derechos sobre las islas y los mares del Atlántico Sur son parte de un mismo diferendo territorial que la Argentina mantiene con Gran Bretaña, un conflicto que no se circunscribe a las Islas Malvinas, sino que se proyecta hasta el Polo Sur, abarcando millones de kilómetros, siendo la disputa territorial más importante del mundo por su extensión, planteada ante los organismos internacionales y que, además, se encuentra institucionalizada en la reforma de la Constitución de 1994.

Cuando en la primera mitad del siglo XX, más precisamente en el período entre guerras, se desarrolla una construcción intelectual para pensar el país desde sus propios intereses y se logra plasmar esta idea en un proyecto político, que expresó plenamente la Constitución de 1949, el principio rector que orientó todo el funcionamiento del Estado fue el de una patria “justa, libre y soberana” sustentada en valores sociales solidarios que solo podían concretarse en el marco de un pueblo dueño de sus propios recursos y de una articulación territorial que integrara al país en una construcción social armónica, superando asimetrías regionales.

Este Proyecto Nacional, definió efectivamente su propia concepción espacial sobre la base del criterio de “extensión” que nos refiere Jauretche al establecer el Sector Antártico Argentino en un documento que dio a conocer al mundo en 1946, fijando nuestros antecedentes, derechos y pretensiones territoriales en la Antártida y, ese mismo año, el Presidente Perón también formalizó los derechos soberanos sobre la Plataforma Continental.

Sobre estas dos cuestiones, Antártida y Plataforma Continental, intentaremos aportar una visión en temas que no tienen la difusión que debieran, dada la dimensión de los intereses que están en juego.

[1] JAURETCHE, A. (1964): Política y Ejército. Buenos Aires, Ed. Peña Lillo, Pag 33.

 

 

La Antártida

La decisión del Estado argentino de mantener una presencia permanente en el continente antártico fue tomada en un contexto internacional complejo, del que la historiografía académica guarda un extraño silencio. Desde 1943, Gran Bretaña venía desarrollando la operación militar “Tabarin”, en la que destruyeron, sistemáticamente, testimonios de presencia chilena y argentina en la Antártida. En 1947, Estados Unidos envió una flota con más de 5.000 efectivos, conocida como la operación “Highjump”, que constituye hasta hoy la mayor proyección de fuerzas militares en esa región.

En este contexto, Chile y Argentina adoptaron decisiones trascendentes, firmando, el 4 de marzo de 1948, un acuerdo en la protección y la defensa de los derechos legales de la Antártida territorial frente a las pretensiones extra-regionales, postergando cualquier discusión entre ambos para después de solucionar la disputa principal. Entre los puntos de este acuerdo, se destaca: “…Hasta tanto se pacte, mediante acuerdos amistosos, la línea de común vecindad en los territorios antárticos de Chile y la República Argentina, declaran:

1) Que ambos Gobiernos actuarán de común acuerdo en la protección y defensa jurídica de sus derechos en la Antártida Sudamericana, comprendida entre los meridianos 25° y 90°, de longitud oeste de Greenwich, en cuyos territorios se reconocen Chile y la República Argentina indiscutibles derechos de soberanía.

2) Que están de acuerdo en continuar su acción administrativa, de exploración, vigilancia y fomento en la región de frontera no definida de sus respectivas zonas antárticas, dentro de un espíritu de cooperación recíproca.

3) Que a la mayor brevedad, y, en todo caso, en el curso del presente año, proseguirán las negociaciones hasta llegar a la concertación de un tratado chileno-argentino de demarcación de límites en la Antártida Sudamericana…”[1].

La Argentina estaba madurando una decisión estratégica de aquellas que cambian la historia: finalizar con la etapa de exploración para pasar a la ocupación efectiva, que se concretó con la fundación de la base San Martín por parte del coronel Hernán Pujato, en febrero de 1951, a la que siguieron las bases Esperanza y Belgrano. Al mismo tiempo, se creó el Instituto Antártico Argentino (17 de abril de 1951), mostrando el sentido universal de contribución al conocimiento científico del emprendimiento argentino.

El 21 de mayo de 1952, el Presidente Perón pronunció un discurso en el que expuso claramente el argumento del interés argentino en la Antártida:

«En la Antártida Argentina, que durante los últimos cien años solamente había sido visitada por nuestros marinos de guerra, que instalaron las primeras Bases sobre las distintas islas en que hoy se afirma la soberanía de la Nación, no habíamos pasado, sobre la parte continental, de algunos desembarcos y expediciones momentáneas y transitorias. Hemos querido que sobre esas tierras comenzasen actividades argentinas que nos diesen, con la familiaridad de su permanente ocupación, una impresión y una situación de vida argentina en territorio argentino. Sobre estas tierras nadie tiene derechos, en buena fe, sino solamente los chilenos y argentinos. Pero desgraciadamente, no es la buena fe la que rige la vida de los hombres en la tierra y hasta que esta buena fe no llegue, los derechos nos serán siempre quizás discutidos por aquellos que pretenden lo que no deben ni pudieron pretender en derecho ni en justicia”.

Estos esfuerzos tuvieron que enfrentar represalias por parte de los ingleses que, a los incidentes de la década anterior sumaron, en 1953, el desembarco en la caleta Balleneros (isla Decepción), de royal marines que detuvieron a un sargento y un cabo de la Armada Argentina. Este refugio y uno chileno fueron destruidos y los marinos apresados fueron entregados a un barco en las islas Georgias del Sur. También entre 1955/56, la expedición británica Fuchs desembarcó cerca de la recientemente creada Base Belgrano y realizó exploraciones similares a la de Pujato renombrando toponimia ya reconocida por la Argentina.

En los acuerdos firmados, en 1953, entre Chile y Argentina, la cuestión antártica estuvo presente. A a su vez, la competencia entre Estados Unidos y Gran Bretaña más la fuerte presencia de la Unión Soviética en el continente blanco crearon las condiciones para  postergar por tiempo indefinido la discusión sobre la soberanía mediante la firma del Tratado Antártico de 1959.

[1] Ibid, Pag 85

 

 

La Plataforma Continental

La cuestión de la Plataforma Continental[1] tendrá su propia lógica y, el pasado 11 de marzo de 2016, la Convención del Derecho del Mar de Naciones Unidas avaló el trabajo realizado por la Argentina, a través de la Comisión de Límite Exterior de la Plataforma Continental (COPLA), para extender la frontera marítima del país de la milla 200 a la 350.

El trabajo desarrollado por COPLA durante casi veinte años atravesó varios gobiernos y no pocas turbulencias institucionales, volviendo a demostrar que, cuando se trabaja de manera integrada en pos de un alto objetivo de la política nacional, tal como sucede con la Antártida o la energía nuclear, los argentinos somos capaces de obtener importantes logros.

Conviene hacer un poco de historia para resaltar la trascendencia de la resolución de las Naciones Unidas que, aunque sea minimizada por Gran Bretaña y por el silencio de muchos en el país, constituye un significativo avance en nuestra lucha por los derechos en los espacios en disputa en el Atlántico Sur.

En 1916, el Almirante Storni, en su conocida conferencia sobre “Los intereses argentinos en el mar”, reivindicaba los derechos del país sobre su plataforma continental y los recursos naturales del lecho y subsuelo marino.

En 1945, el presidente Truman de los Estados Unidos, declaró que “…considera los recursos naturales del subsuelo y del fondo del mar de la plataforma continental por debajo de la alta mar próxima a las costas de Estados Unidos, como pertenecientes a este y sometidos a su jurisdicción y control… » y como ya se expresara apenas unos meses después, el Presidente Perón reclamó la soberanía, como país ribereño, del mar epicontinental y el zócalo marino.

Con la creación de Naciones Unidas, la legislación internacional sobre derecho del mar dio pasos importantes. La Convención realizada en Ginebra en 1958 estableció los criterios de mar territorial y zona contigua que fueron consagrados en nuestro país por la Ley Nº 17.094 de diciembre de 1966, que definió como límite de la Plataforma Continental hasta una profundidad de 200 metros.

En 1991 se dictó la ley N° 23.968 que estableció el límite exterior de la Plataforma hasta el “borde exterior del margen continental” o hasta las 200 millas, según el criterio que había adoptado la recientemente creada CONVEMAR en el ámbito de la ONU.

En 1995, el régimen establecido por la CONVEMAR para Plataforma Continental entró en vigencia, estableciendo procedimientos técnicos precisos a aportar por el país ribereño para sustentar el alcance del borde exterior continental, más allá de las 200 millas. Para llevar adelante este proceso, la CONVEMAR creó la Comisión de Límite de la Plataforma Continental (CLPC) y se dispuso de un plazo de diez años, a partir de 1999, para que los países interesados en fijar el borde exterior de la plataforma submarina presentaran sus avales.

Respecto a los criterios fijados para establecer el límite exterior del borde continental, no es intención someter al lector a la comprensión de un complejo procedimiento técnico: solo se describirá en grande su espíritu por el cual cada país ribereño puede optar o complementar dos fórmulas, de acuerdo a su conveniencia, una vez fijado el “Pie del talud de la Plataforma Continental”:  definir una línea de puntos sobre sedimentos rocosos cuya distancia se encuentra en relación a una determinada densidad de los mismos o bien fijar 60 millas a partir del  mencionado Pie (ver gráfico 1). También la CONVEMAR fija una restricción que la distancia alcanzada no puede superar las 350 millas.

[1]: por “Plataforma Continental” se entiende el lecho y subsuelo marino.

 

 

 

Para realizar este trabajo, se creó, mediante Ley Nª 24.815 (26/5/1997), la Comisión Nacional del Límite Exterior de la Plataforma Continental (COPLA), conformada por la Cancillería y los Ministerios de Defensa y Economía pero que, además, contó con la participación de universidades, el CONICET, la Dirección Nacional del Antártico y otros organismos públicos especializados en geología y geodesia.
COPLA diferenció, de Norte a Sur, cuatro ámbitos geotectónicos para la realización de la determinación del límite del borde exterior (ver gráfico 2), uno que abarca desde el Río de la Plata hasta el Norte de las Islas Malvinas (Paralelos 37 a 46 LS), un segundo espacio desde el Escarpe de Malvinas hasta el Norte del Banco Ewing, un margen convergente que asocia Tierra del Fuego hasta las Georgias del Sur y el Sector Antártico Argentino.
Para el primer ámbito, se aplicó el criterio sedimentario volcánico, seleccionándose 16 puntos desde el Pie del Talud. Este trabajo se realizó desde finales del 2001, a cargo de una empresa que ganó una licitación internacional. Los otros ámbitos fueron efectuados por equipos que integraron a científicos con la Armada Argentina aplicándose una combinación de los criterios, según la conveniencia para el país.
El buque Puerto Deseado fue equipado con tecnología de última generación y fue el lugar de trabajo conjunto, donde luego de meses de navegación, se desarrolló la tarea que permitió conocer palmo a palmo el espacio marítimo, su lecho y su subsuelo en más de 1.782.000 km2 de plataforma continental, fijando más de 6.000 puntos de coordenadas geográficas, que amplían derechos en un área de más de 6.000.000 km2.
Este trabajo fue presentado ante la CLPC el 21 de abril de 2009, la cual estudió la propuesta argentina ponderando la seriedad del trabajo realizado y reconoció, el 11 de marzo pasado, la milla 350 como el nuevo límite del país, lo cual proporciona bases sólidas para la afirmación de nuestros derechos soberanos en espacios marinos de reconocida importancia en recursos naturales.

 

 

Epílogo

La cartografía lleva implícita una intencionalidad, una interpretación del mundo que define relaciones de dominación, de acuerdo a las escalas que se adopten. Un ejemplo es el planisferio centrado en Europa que durante décadas fue impuesto en nuestro sistema educativo o que el Meridiano 0, por convención, lleve el nombre de Greenwich y pase por Gran Bretaña.
Cuando en el año 2010 se dicta la Ley 26.651 que establece como mapa oficial una representación cartográfica bicontinental, se produjeron reacciones desde afuera y desde adentro del país porque se afectan intereses, y en esta disputa territorial están en juego incalculables recursos naturales que no deberían fluir hacia los países centrales como sucedió en los siglos precedentes, sino que estas riquezas deberían ser parte del sustento del desarrollo humano argentino y suramericano.
La cuestión antártica y la Plataforma Continental dan mayor luz al verdadero conflicto que representa Malvinas. Solo para tener una idea del alcance del diferendo se puede mencionar que un cuarto del petróleo mundial se extrae desde el mar mediante plataformas Off Shore, habiéndose anunciado el comienzo de la explotación en cercanías de Malvinas para el próximo 2017, como también que el año 2012 fue record de pesca del calamar con patentes inglesas.
El mar argentino tiene todo menos argentinos. Nunca tuvimos una industria pesquera importante y mucho menos una flota, se desguazó la flota mercante y la Armada sufre décadas de desinversión. En definitiva, se nos reconocen derechos pero no se los avala con presencia en un inmenso espacio lleno de recursos.
Energía, minerales, recursos marinos incalculables no se explotan: pareciera que la generación de riqueza argentina se limitara a la región pampeana, tal como fuera diseñado por el modelo centralista y portuario, una Argentina de espalda al interior y al mar.
El trabajo de COPLA y el que desarrollan científicos y militares desde hace décadas en la Antártida demuestra que, con voluntad e inteligencia, se pueden realizar grandes y exitosas empresas. Hoy se conoce más el litoral marítimo, y conocer es querer y poder empezar a construir en el Atlántico Sur el estilo de vida argentino que lo incorpore plenamente a la Nación.

 

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