Comencemos con un altercado, ocurrido en algún salón de Buenos Aires allá por 1948:
“-Creo que mister no ha entendido bien –empezó a decir- para nosotros Inglaterra no es el extranjero.
-¡Ah, ah! –sonrió mister Crisholm complacido-. ¿Qué cosa es entonces?
-¡Inglaterra es el enemigo! –le respondió Bernini en son de trompeta.
Fue la señal de asalto. Samuel Tesler se adelantó de pronto hasta mister Crisholm, y tras una profunda reverencia le anunció solemnemente:
–Delenda est Britannia! [En latín: ¡Destruir a Gran Bretaña!]
-Les rechazamos dos invasiones –tronó Del Solar-, pero nos han vencido en la tercera: la de la esterlina.
Rojo como un gallo de pelea mister Crisholm tendió su puño a los insurgentes.
-¡Nadie puede negar la visión civilizatoria de Inglaterra! –carraspeó- ¿Quién se atreve a negarla?
-¡Yo! –dijo el filósofo [Samuel Tesler]-. Históricamente hablando, Inglaterra sigue como en los tiempos de Roma. Nunca se deja civilizar del todo, rebelde como es a la línea tradicional y al orden eterno. ¡Y esos bárbaros envueltos en elegantes casimires pretenden civilizar a hombres que tienen cuarenta siglos de metafísica en la sangre!”
El párrafo corresponde al libro Adán Buenosayres (1948) de Leopoldo Marechal (Villa Crespo, 1900-1970). La animosidad con Inglaterra antes y después de aquel entrevero ha sufrido alteraciones, cambios y transformaciones pero permanece. Una parte del territorio argentino sigue siendo ocupada ilegalmente por Inglaterra y el reclamo por esas tierras se encuentra vigente.
Como señala José Luis Muñoz Azpiri en su obra Historia completa de las Malvinas (de tres voluminosos tomos), más allá de las metafísicas y valerosas argumentaciones del filósofo villacrepense Samuel Tesler, tras la Revolución de Mayo las Islas Malvinas pasaron a pertenecer a las Provincias Unidas del Río de la Plata por el derecho vigente desde los tiempos romanos de utis possidetis iure, que definía que las antiguas posesiones coloniales pasaban a ser parte del territorio de las naciones independizadas. La continuación del dominio de las islas, por la tradición de los títulos jurídicos de España en favor de las Provincias Unidas, habilitan a estas a disponer esas medidas de administración y gobierno.
Parafraseando al poeta Leopoldo Marechal, la soberanía terrestre (física, jurídica, legal) y la celeste (metafísica y natural) sobre las Islas Malvinas se fusionan el 6 de noviembre de 1820 cuando el Coronel David Jewett (Connecticut, 1772-Rio de Janeiro, 1842) al servicio desde 1815 de las Provincias Unidas del Río de la Plata, llega con la fragata “La Heroína” a Puerto Soledad para tomar posesión de las Islas en nombre del Gobierno de esas Provincias Unidas.
Jewett mandó a izar la bandera celeste y blanca en tierras malvinenses y emitió distintos comunicados para los pobladores y para los cazadores de lobos marinos y de ballenas -usualmente de diferentes nacionalidades- que llegaban a las Islas, informando que de ahora en más quedaba prohibida la caza y pesca en la jurisdicción de las islas a los buques extranjeros. Además, distribuyó una circular a los barcos estacionados en las proximidades, en la que se aludía a la formalización del traspaso de soberanía desde el Virreinato del Río de la Plata a su sucesor, las Provincias Unidas.
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