La tradición como la casa de la Patria
I. La idea de libertad impuesta por el Atlántico Norte (OTAN)
Desde los primeros burgos que aparecieron a los costados de los castillos tras las cruzadas (1300) y más aún luego de los cercamientos (1600-1700), como señalan estudiosos tales como Henri Pirenne[2], Eric Wolf[3], Fabián Campagne[4] o Christopher Hill[5], la palabra libertad comenzó a sonar de otra manera. Dejó de lado el peso de moralidad, justicia y responsabilidad para pasar a poseer una valorización ligada al progreso, específicamente a una idea de progreso (geográficamente situada en el Atlántico Norte) relacionada con la irrupción de la propiedad privada y del modo de producción capitalista. En resumen, el término en su espíritu tenía poco que ver con la idea de libertad de la Antigüedad, formada de la conjunción del sufijo latino tat (tas, tatis) más el adjetivo liber, que significaba “libre en el sentido amplio”. Antes, se relacionaba con la situación, circunstancias o condiciones de quien no es esclavo, ni sujeto, ni impuesto al deseo de otros de forma coercitiva. Por otra parte, ejercer la libertad en la Antigüedad tenía sus limitaciones, ya que si bien la libertad permitía a alguien decidir si quería hacer algo o no —en resumen: lo hacía libre—, también lo hacía responsable de sus actos[6]. Justamente, la Modernidad cargada de un progreso que no era otro que el progreso del capital, borró la parte de las consecuencias de los actos cometidos en alas de la libertad. De modo que la libertad a veces llegaba a las Américas en barcos cargados de esclavos por ingleses u holandeses o la libertad se ejercía expulsando o aniquilando de las tierras comunitarias a los pueblos indígenas y a las congregaciones religiosas. El iluminismo, la ilustración, también hicieron su gran fiesta con esta palabra. Quienes tuvieran educación universitaria gozarían de la libertad, mientras que los demás ni siquiera comprenderían de qué se trataba. Como señala el pensador nacional Fermín Chávez (Nogoyá, 1924-2006), bajo la fórmula de “Civilización o barbarie” se profesaba una libertad antihistórica, acultural[7], en síntesis: des-humanizada, sin tradiciones. En este punto me interesa detenerme para reflexionar: ¿cómo y por qué hablamos de una libertad impuesta desde las potencias del Atlántico Norte (OTAN) que implicó e implica necesariamente la extirpación de la tradición nacional?
Además de Fermín Chávez otros escritores, políticos y/o pensadores debajo de la Cruz del Sur han reflexionado sobre la idea de libertad impuesta en nuestros suelos, como son los casos de José Hernández, Joaquín V. González, Leopoldo Lugones, Alberto Wagner de Reyna, Alberto Buela, Leonardo Castellani, Carlos Astrada, Pedro Inchauspe, el Papa Francisco y tantos otros.
El poeta, escritor, periodista y político José Hernández (Charcas del Perdriel –actualmente Villa Ballester-, Buenos Aires, 1834-1886), en el Martín Fierro hace decir al Gaucho: “Nací como nace el peje/ en el fondo del mar…/ mi gloria es vivir tan libre/ como el pájaro en el cielo; no hago nido en este suelo/ ande hay tanto que sufrir; y nadie me ha de seguir/ cuando yo remonto vuelo.” Ahora bien, lejos de hablar de la libertad individual, como podrían entender algunos pensadores posmodernos sobre este fragmento, el Gaucho Martín Fierro alude aquí a la opresión que sufre el gaucho rioplatense en sus tierras; por ello llega a decir que es en el campo abierto, en la intemperie, en donde el gaucho se reencuentra con la libertad. En otra parte del libro escribe José Hernández: “Soy un gaucho desgraciado, no tengo donde ampararme/ ni un palo donde rascarme, ni un árbol que me cubije; pero ni aun esto me aflije/ porque yo sé manejarme. Antes de cair al servicio, tenía familia y hacienda; cuando volví, ni la prenda me la habían dejado ya./ Dios sabe en lo que vendrá, a parar esta contienda.[8]” Martín Fierro menciona que antes de “cair en servicio” (antes de ser obligado a ir a luchar contra el indio en la frontera) tenía otra vida, gozaba de la libertad del que obtiene lo necesario para vivir mediante el trabajo; en otras partes del libro afirma: “El trabajar es la ley”. Sin embargo, en un momento determinado esa vida se interrumpe y pierde su libertad, que solo puede encontrar escapando de la “justicia”. Dice: “La ley se hace para todos, pero solo al pobre rige.”
Repasemos. El poblador histórico, preexistente, la síntesis del complejo y tortuoso proceso de colonización, el gaucho, es en las últimas décadas del siglo XIX perseguido, calumniado, traicionado, desarraigado y criminalizado. Hay justicia pero no hay una justicia social, ya que, como señala José Hernández, no se imparte para todos por igual. En este sentido entonces, El Gaucho Martín Fierro (1872) de Hernández puede ser leído como una denuncia a la injusticia que sufren los pobladores de nuestras tierras; al mismo tiempo, expresa de una forma muy clara cómo se comienzan a trastocar las palabras en sus formas y contenidos. Se habla y se escribe sobre la libertad, pero esa palabra ya no significa lo mismo que antes. Los Estados Nación que hablan y escribe sobre la libertad son los mismos que motorizan las acciones que sufre sus pobladores, como es el caso del Gaucho Martín Fierro.
En consecuencia, la base de sustentación de los Estados Nación de fines del siglo XIX, aquellos que surgen tras vencer en las guerras civiles a los líderes de gauchos y de indios, deberían revisarse, o al menos ponerse en cuestión. Algo que rápidamente ocurre. El político, historiador, educador y escritor Joaquín Víctor González (Nonogasta, 1863-1923), en 1891 escribe una obra fundamental sobre estos problemas titulada La tradición nacional. Dice allí González: “Desconfiemos siempre de ese patriotismo convencional que se adquiere con el cerebro y que no reside en el fondo del alma como un elemento de la vida, porque en los momentos de prueba, cuando se necesita la sangre expiatoria, suele enmudecer como las tumbas, y en él vienen a estrellarse con horror las olas rechazadas por los vientos de la adversidad. El patriotismo es una virtud, y como todas las virtudes, deber ser un sentimiento educado y dirigido por la inteligencia; y es de este equilibrio entre la facultad sensitiva y la intelectual que nacen las grandes obras que fundan las nacionalidades y forman la sucesión brillante de glorias que un pueblo venera y santifica.[9]”
Desconfiemos entonces de la idea de libertad, más aún si como nos señala Joaquín V. González, esa libertad se relaciona con una idea de Nación, de Patria, en donde se traiciona, desarraiga y se elimina a los hijos. No hay Patria que mate a sus hijos. En todo caso, eso es otra cosa. Pero, como también han señalado José Hernández y Joaquín V. González, la realidad prevalece sobre la ficción: de hecho, la ficción debe su vida a la realidad, aunque se ocupe una y otra vez de negarla. Y la realidad encuentra su refugio en la tradición: los recuerdos, memorias, saberes, costumbres, valores que se transmiten por nuestros padres. La Patria es etimológicamente la tierra de nuestros padres y el término “tradición”, como nos explica el filósofo y pensador nacional Alberto Buela, deriva del latín y quiere decir “entregar, transmitir”. Es una palabra que necesariamente se liga con lo social, lo popular[10]. Se vincula con acciones colectivas y cotidianas, con charlas entre padres/madres e hijos/as, entre amigos/as, nietos/as y abuelos/as, etc. La tradición reside en las vivencias compartidas, y en ese sentido, es resistente a las imposiciones ajenas, externas y extrañas.
La tradición es entonces la casa de la Patria; es donde reside la Patria.
II. La Tradición Nacional
El historiador y estudioso del folklore rioplatense Pedro Inchauspe (Laboulaye, 1896-1957), afirma: “La tradición es la primera forma de la Historia. Desde las épocas más remotas las agrupaciones humanas sintieron la necesidad de prolongarse en sus usos y costumbres —que con el idioma son los elementos fundamentales de un pueblo—, y como carecían de la expresión escrita, utilizaron el único medio a su alcance: el relato, transmitido de padres a hijos, de viejos a jóvenes, de los que saben a los que no saben, no solo para capacitar a sus continuadores, sino también para dejar noticia de su paso por la vida y honrar y perpetuar sus hechos, sus devociones, sus glorias.[11]” Para Inchauspe la tradición, las tradiciones, manifiestan una parte de lo humano. Rápidamente se resuelven entonces dos enigmas-problemas-traumas de la Modernidad y de la Posmodernidad que emerge desde el Atlántico Norte. El primero, que nuestra existencia, con sus objetivos, misiones e interrogantes no se resuelve en nuestro paso por la Tierra, sino que se encuentra estrechamente unida a la historia de nuestros padres y a la historia que luego escribirán nuestros hijos y nietos. Segundo, que la Patria es una e indisoluble, inmodificable e irremplazable, es el lugar en donde están “los nuestros”, padres, hijos, nietos, tíos y amigos. Otra vez, la tradición es la casa de la Patria.
Ahora bien, esta idea de Patria ligada a la tradición es exponencialmente opuesta a la idea de Patria que se propone desde las potencias del Atlántico Norte, en donde más de un iluminado afirma que “nuestra Patria es el mundo”. Con un pasado y un presente a cuestas en los que reinan la inequidad, la explotación, la colonización, la violencia y la apropiación de territorios iberoamericanos por la OTAN (como Panamá, Puerto Rico y las Islas Malvinas entre otros casos) es verdaderamente paradójico y contradictorio que los mismos que generan estos males se afirmen como hermanos y como parte de “un mismo mundo”. Alberto Buela en uno de sus últimos trabajos, Pensamiento de ruptura (2021), escribe: “Aquello que amenaza nuestra identidad no es la identidad de ‘los otros’ sino la identidad pensada por todos por igual […] Este, y no otro, es el problema fundamental a resolver por todo lo que se denomina el pensamiento identitario o no conformista. Si lo pretendemos resolver como lo hace el pensamiento único, también llamado políticamente correcto, caemos en el “igualitarismo”, fundamento ideológico de la democracia liberal que piensa a todos los hombres por igual. Y es por ello que cree, a pie de puntillas, que la forma de gobierno democrática es de obligatoria aplicación universal. Este razonamiento es el que justifica las intervenciones a bombardeo limpio y cañoneo de los Estados Unidos por todo el mundo.[12]”
Siguiendo al gran filósofo y pensador nacional, la democracia liberal con su forma de libertad no se consulta, se aplica violentamente. Desde esta perspectiva entonces, la idea de libertad impuesta por las potencias del Atlántico Norte (OTAN) es adversa a las tradiciones de los pueblos. De modo que la tradición por esta absurda operación pasa a ser un impedimento para la libertad; en un extraño enroque se critica a quienes hacen un asado por matar animales, o a quienes participan en una riña de gallos por el maltrato animal, juzgando actividades nuestras con criterios ajenos (debería decir, más bien, imperiales).
En otras palabras, la libertad de la OTAN esconde una oscura operación asociada con el desarraigo, la expatriación y la ausencia de pasado. No es casual que la palabra “pueblo” sea reemplaza en el discurso político de los progresistas por la palabra “gente”. Con mi amigo el filósofo Mauro Scivoli hace unos años escribíamos que: “pueblo: es una categoría histórica y que en base a la experiencia adquiere una identidad propia, otorgándole una ‘memoria’, y es también protagonista de las luchas de independencia frente a proyectos imperialistas de dependencia. Aquí agregamos un elemento más: estas luchas de emancipación nunca son llevadas adelante por una minoría. Un pueblo siempre estará representado por una mayoría que, en determinados momentos, toma conciencia de la condición de opresión superando la pasividad, saliendo a las calles y enfrentando al grupo opresor. Subrayamos entonces, un nuevo elemento: un pueblo es siempre una identidad colectiva mayoritaria.[13]” Por otro lado, la palabra “gente” si bien refiere a una cantidad de humanos, es más imprecisa y se encuentra desarraigada: según la Real Academia Española (2015) el término hace referencia a “una abundancia, pluralidad, diversidad, variedad o multitud de personas. En forma coloquial, persona o grupo de ellos que viven emparejados juntos. En uso americano, se refiere a la persona o individuo, puede ser en lo moral o decente.[14]” En resumen, es una palabra que se vuelve ahistórica, que ya no se asocia como en el caso de la palabra “pueblo” a un pasado en común, costumbres o tradiciones de un determinado grupo de humanos: de hecho, se vuelve indeterminada, diversa, difusa.
Otro filósofo iberoamericano, Alberto Wagner de Reyna (Lima, 1915-2006), hace casi dos décadas atrás alertaba sobre los males de la “aldea global” o “globalización”. En su intento por definir estas palabras dice: “Esta globalización no es anónima y en beneficio de todos sus componentes, sino que la inclusión se efectúa en relación con un elemento dominante, que a su vez es un compósito en que se adunan determinados aspectos, rasgos o tendencias de la realidad, que de este modo resultan solidarios, entretejidos y unificados. Este elemento dominante es pues polifacético, pero coherente, e imprime su sello —o por lo menos pretende hacerlo— en todas y cada una de las actividades, explicaciones, proyecciones, motivaciones, anhelos, del orden que fuere, que constituyen el hombre y su vida, su mundo, su trascendencia. Puede ser y se titula el ‘pensamiento único’”[15].
En síntesis, hoy desde Iberoamérica deberíamos desconfiar de todo lo referido a lo universal, global, mundial, internacional, planetario; con todas sus políticas encima (ecológicas, de género, pacifistas, educacionales, económicas, etc.), y al mismo tiempo, deberíamos reivindicar nuestras tradiciones, ya que es allí en donde ha encontrado refugio lo que queda de nuestra Patria.
Notas
[1]Profesor de Historia – Universidad de Buenos Aires, Doctor en Historia– Universidad del Salvador, Especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano – Universidad Nacional de Lanús, Docente e Investigador del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte”, del Instituto de Problemas Nacionales y del Instituto de Cultura y Comunicación. Columnista del Programa Radial, Malvinas Causa Central, Megafón FM 92.1, Universidad Nacional de Lanús. [2]Pirenne, Henri, Historia económica y social de la Edad Media, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1939 [3]Wolf, Eric, Europa y la gente sin historia, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005. [4]Campagne, Fabián, Feudalismo tardío y revolución. Campesinado y trasformaciones agrarias en Francia e Inglaterra (siglos XVI-XVIII), Buenos Aires, Prometeo, 2005. [5]Hill, Christopher, El mundo trastornado. El ideario popular extremista de la Revolución Inglesa del siglo XVII, Siglo XXI, Madrid, 2015. [6]Diccionario de la Real Academia Española y Asociación de Academia de la lengua Española, Madrid, Espasa Calpe, 2014. [7]Chávez, Fermín, Epistemología de la periferia, Remedios de Escalada, Ediciones de la UNLa, 2012. [8]Hernández, José, El Gaucho Martin Fierro [1972], Buenos Aires, Editorial Ciorda, 1976. [9]González, Joaquín V., La tradición Nacional [1891], Buenos Aires, Librería y Editorial La Facultad, 1930, p. 143. [10]Buela, Alberto, Aportes al Pensamiento Nacional, Buenos Aires, Ediciones Cultura Et Labor, 1987. [11]Inchauspe, Pedro, Reivindicación del Gaucho, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1968, p. 17. [12]Buela, Alberto, “La identidad no es la de todos por igual”, en: Pensamiento de ruptura, Buenos Aires, CEES Editorial del Pensamiento Nacional, 2021, p. 73. [13]Di Vincenzo, Facundo – Scivoli, Mauro, “Los malditos del nuevo siglo: las movilizaciones populares y el Estado Liberal de Derecho”, en: Revista Movimiento, Buenos Aires, Oct 29, 2019. En: https://www.revistamovimiento.com/historia/los-malditos-del-nuevo-siglo-las-movilizaciones-populares-y-el-estado-liberal-de-derecho/ [14]Diccionario de la Real Academia Española, gente, en: https://www.rae.es/dpd/gente [15]Wagner de Reyna, Alberto, Crisis de la Aldea Global. Ensayo de filosofía y fe cristiana, Córdoba, Ediciones del Copista, 2001, p. 51
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