En su último libro Colonización de la subjetividad. Los medios masivos en la época del biomercado (Editorial Letra Viva), la psicoanalista y politóloga Nora Merlín desentraña la cuestión del poder a través de su sólida formación psicoanalítica. “En democracia es fundamental regular el poder de influencia de los medios sobre la subjetividad, basado en el marketing político y derivado de técnicas de venta exitosas”, afirma.
En la actualidad, los medios de comunicación ocupan un lugar primordial en tanto operadores simbólicos reguladores de relaciones sociales, constituyéndose en Ideal del Yo. “El individuo espectador ubica a los medios de comunicación en el lugar del Ideal, y luego pone en juego un mecanismo de identificación, dando como resultado una psicología de las masas: una hipnosis adormecedora en la que el sujeto deviene un objeto cautivo, que se somete de manera inconsciente a los mensajes e imágenes que se le ofrecen”, explica esta discípula de Ernesto Laclau.
-En tu última publicación apuntás directamente a la cuestión del neoliberalismo y a los medios de comunicación en tanto operadores de subjetividades y manipuladores de significaciones. ¿Cómo asististe a esta lectura?
-En toda América Latina, por no decir en todo el mundo, se observa un fenómeno muy particular donde el neoliberalismo está avanzando y entramándose en toda la cultura, tomando sus distintos aspectos: la educación, la salud mental, los medios de comunicación, los gobiernos, y acá hay que pensar la relación entre la subjetividad y el poder: ya no se trata de un poder visible, externo, sino que el poder fue tomando otro estatuto que se invisibilizó y su eficacia es muy superior. Por ejemplo, en las monarquías el poder era muy evidente y existía una servidumbre voluntaria, una aceptación consciente de las reglas del juego social. Con el avance del neoliberalismo, este dispositivo fue entramándose en todos los aspectos de la cultura como un poder invisible, por lo que estamos en presencia de un ciudadano que se cree libre cuando en realidad devino en un esclavo posmoderno, que ni siquiera es consciente de su servidumbre porque, a diferencia de la Antigüedad donde la aceptación era consciente, ahora se trata de una obediencia inconsciente. Lo que produce esta invisibilización del poder concentrado en las corporaciones, es un modo social: la masa, propia del neoliberalismo, donde el rasgo específico es el sometimiento y una obediencia que no sea registrada como tal.
-Esto tiene que ver con tu afirmación respecto de que los medios han ido ocupando el lugar del Ideal del Yo en la cultura, estableciéndose como mecanismo eficaz para lograr este sometimiento inconsciente y servilismo voluntario.
-Exacto, el paradigma neoliberal social es la masa y los encargados de la voz del poder son, principalmente, los medios de comunicación concentrados que digitan esa opinión e instalan un sentido único. El modelo para comprender la masa lo aportó Freud en su artículo “Psicología de las masas y análisis del Yo”, donde estudia lo que llama “masas artificiales” que son la Iglesia y el Ejército. Hay instituciones organizadas como masas, hay culturas organizadas como masas, basta con que muchas personas pongan al objeto o persona en lugar del Ideal y luego se identifiquen horizontalmente. Así se conforma una masa.
-¿Cómo una verdad irrefutable?
-Sí, porque justamente la formación de la masa es idéntica a la de la hipnosis: Freud dice que es una “hipnosis de muchos”. A medida que se fue avanzando, los medios fueron desarrollándose y fueron ocupando ese lugar de Ideal en la cultura, a tal punto que funciona muy bien: la televisión es un garante posmoderno de la verdad.
-En este cuadro, la derogación de la Ley de Medios y la ausencia de voces como alternativa ante un discurso totalizador representan un gran peligro
-Sí, sin duda. Esto está muy cerca del totalitarismo en el sentido de que existe un discurso único, concentrado y una apropiación de la verdad. Verdades autoritarias que se imponen acerca de lo que está bien y lo que está mal, lo que es normal y lo que no lo es. Sabemos que las verdades son relativas, pero una cosa es una verdad establecida democráticamente, debatida y consensuada pluralmente, y otra cosa, la bajada de línea unilateral a través de un discurso único. En este sentido, lo que se obtiene es una masa donde todos repiten la misma retórica vacía, sin contenido, automática, con ausencia de pensamiento crítico y no existe dónde cotejar todo esto, puesto que no hay pluralidad de voces, como bien decís. La Ley de Medios, además de haber sido muy democrática en su conformación, me parece que era la forma que tenía el Estado de regular la parte corporativa, pero no tanto en su faceta económica, sino en el sentido discursivo: una sola voz del poder que se introyecta en mandatos culturales que luego se repiten. La característica de la masa, justamente, es un sujeto hecho objeto en una posición pasiva, que cumple órdenes.
-En varios artículos te referiste al papel que desempeñan los medios de comunicación en transformar al espectador en un consumidor.
-Exactamente, el neoliberalismo organiza la cultura como si fuese una empresa y están vigentes todos sus valores; y el principal es, precisamente, el consumo. Se agrega, también, la dimensión de lo ilimitado, porque parecería que nada alcanza en esta empresa social: se miden rendimientos, se buscan objetivos, todo se mide en cifras, en valor y se habla de capital humano. Todo es empresarial y cada uno aparece como gestor de su propia vida.
-¿Te referís al uso del discurso exitista o meritocrático?
-Uno de los fundamentos teóricos de esta concepción de subjetividad neoliberal es la autoayuda, que se encuentra en la base de la supuesta y mentirosa meritocracia, porque todos sabemos que si no hay condiciones sociales e igualdad de oportunidades, si no está garantizado el derecho a la educación a través de la gratuidad y su alcance para todos los sectores, no es cierto que llega el que quiere. No es cierta la meritocracia, porque el fundamento de esta concepción es la autoayuda: “si sos positivo lo vas a alcanzar”, “querer es poder”. La base de la meritocracia es el fortalecimiento yoico y, desde el psicoanálisis, sabemos que el Yo está determinado por el inconsciente, por lo social, lo simbólico, lo familiar y lo político. No es verdad que el sujeto es agente de su propia vida.
-Una frase tuya afirma que “cuando los ricos y los pobres dicen lo mismo, hay un triunfo del marketing y un fracaso de la política”. ¿Qué pensás del concepto de “grieta”?
-Creo que hay que tener cuidado con esto de la grieta, porque una cosa es lo que define el conflicto político o la política, que es la batalla de intereses, la pluralidad, los adversarios en conflicto, y otra cosa es el odio. El odio lo instaló un periodista y con él se sumaron otros agentes que trabajan en la televisión. Básicamente, lo que buscan con la grieta es la ruptura del tejido social, porque quieren alimentar el odio, dividir y reinar. El conflicto político no es el odio entre semejantes, al Gobierno le conviene la ruptura del tejido social, trabajadores contra trabajadores o pobres contra pobres. Me parece que hay un uso de la grieta a la que están llenando de contenido hostil.
-¿Qué mecanismo activan en los sujetos para que se proyecten o asimilen valores e identidades propias de otro estamento social?
-El trabajo realizado a nivel de la comunicación y el marketing ha sido excelente, trabajaron con las identificaciones y tuvieron buenos hallazgos comunicacionales. Uno puede preguntarse cómo el pobre vota en contra de sus propios intereses y es porque la clase humilde que votó igual que la oligarquía, creyó que lograría esa pertenencia, pero una cosa es la pertenencia imaginaria y otra es la pertenencia real. También llenaron de contenido al adversario con el odio, como decíamos antes. Hay un mecanismo en psicoanálisis que se llama “formación reactiva”: instalan el odio y transforman eso en un exceso de republicanismo. Esta técnica es la misma que se usó en el Nazismo, la del enemigo interno, en este caso en relación al judío. Acá ser democrático es sacrificarse, aguantar, resistir para un supuesto futuro mejor.
-Resulta original el análisis que hacés acerca de la intervención de la neurociencia, hoy en auge, como parte funcional del neoliberalismo. ¿Cómo actúa en la mente humana?
-De distintas maneras. Por un lado, al pensar a la cultura como empresa sus imperativos se van introyectando, a tal punto que aparecen como una voz interna e inconsciente que nos obliga a dar cada vez más, a creer que no alcanza, conduciéndonos a lo ilimitado con una ferocidad que lleva a la subjetividad a sentirse deudora y culpable permanentemente, porque el sujeto nunca alcanza lo esperado. Esto trasladalo a todos los aspectos de la vida: no alcanza con el título de grado, hay que hacer una maestría, un doctorado, un posdoctorado, todo está pensado desde una cuestión desmedida. Las neurociencias avanzaron sobre la salud mental, sobre la educación y lo que se busca es una subjetividad medicalizada. Se inventan enfermedades, por ejemplo, a un chico que se mueve mucho o tiene problemas de atención, inmediatamente le diagnostican trastorno por déficit de atención e hiperactividad y se lo medicaliza. En lugar de escuchar a ese niño, motivarlo o pensar estrategias singulares para él, se lo deriva al neurólogo provocándole una etiqueta de por vida, más los efectos secundarios que tiene cualquier psicofármaco. Estas son enfermedades que estipulan los departamentos de marketing de los grandes laboratorios, una de las principales industrias que manejan el mundo, decidiendo a través de cifras qué es normal y qué es patológico.
-¿A través de la medicación se busca tapar el síntoma? ¿Acallar el “malestar en la cultura”, citando a Freud?
-Sí, porque la política molesta, porque la angustia molesta y porque todo lo que es perturbante hay que silenciarlo. Las voces de malestar hay que acallarlas, en vez de escucharlas y así estamos, ¿no? Realmente es preocupante lo que está ocurriendo en la cultura, tanto a nivel de los medios como de los laboratorios y de las grandes corporaciones que están manejando el mundo.
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