Oliverio Girondo (17/8/1891-24/1/1967), “el gran pájaro que ahuyenta con su sombra la asamblea de los gorriones”
Un niño que era yo, en el patio de una casa tradicional del barrio de Caballito, escucha azorado las primeras frases de un disco que había traído su papá y que su madre puso a sonar en el tocadiscos, y descubre que emerge una voz que no era solamente una voz grave, sino como si fuera la de un ser que necesitara inventarla y, desde una isla lejana, decir con ella el idioma que había surgido de su alma, lo que no se podía decir de otra manera. Esa voz decía en En la masmédula:
Eh vos
tatacombo
soy yo
di
no me oyes
(Yolleo)
Fue suficiente: era el año 1963 y a los siete años ese chico supo, para siempre, que la magia había sido echada y que la poesía era definitivamente una cosa seria.
Ese poema era, nada más y nada menos, que la imprecación a Dios de un hombre que se estremecía, hasta más allá de la médula, cuando se enteraba que sus amadas calles de Europa y de África estaban siendo destruidas y que sus amigos con los que había compartido entrañables charlas y juegos, estarían corriendo persecuciones o muertes, producidas una vez más por la insensata locura de los poderosos.
Ya en 1937, en Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, había escrito en su caligrama Yo no sé nada (¡vaya título!) con sinceridad abrumadora:
Creo que creo en lo que creo que no creo
Y creo que no creo en lo que creo que creo
La enorme poeta Olga Orozco, en su ensayo Oliverio Girondo frente a la nada y a lo absoluto, dice acerca de la poesía de quien fue su amigo durante toda la vida: Estas series de combinaciones, de asociaciones y correspondencias que aparecen en En la masmédula como trofeos de una victoria sobre la indigencia, la oposición o la pasividad de los medios de expresión, no constituyen, en absoluto, un juego gracioso, ni meramente onomatopéyico, ni vanamente musical, sino que son un arma de integración mental, sonora y afectiva a la vez; especies de síntesis instantáneas para evitar fugas; unidad hecha de la variedad de territorios diferentes; encadenamientos de elementos hasta entonces distintos en la conciencia y en la realidad ordinaria.
tataconco
soy yo sin vos
sin voz
aquí yollando
con mi yo sólo solo que yolla y yolla y yolla
entre mis subyollitos tan nimios micropsíquicos
lo sé
lo sé y tanto,
desde el yo mero mínimo al verme yo, harto en todo
junto a mis ya muertos y revivos yoes siempre siempre yollando
y yoyollando siempre
(Yolleo)
No, evidentemente no es un mero juego gracioso, es un desgarrador hastío que busca decir más allá del idioma.
Girondo había vivido la Década Infame en la que la gente era casi esclava y manipulada en una farsesca democracia, el arrollador nazismo y la Segunda Guerra Mundial, el emergente peronismo, el bombardeo a la Plaza de Mayo, las sucesivas dictaduras y golpes de Estado después del 55. Y lo digo porque no es casual que publicara su último libro en 1957.
A su vez, sufrió la indiferencia de la crítica y de sus congéneres. Orozco retoma: Oliverio Girondo ha sido, entre nosotros, el arcángel negro que irrumpe, avergonzado, en el momento de la mísera repartición de premios; el gran pájaro que ahuyenta con su alta sombra la asamblea de los gorriones.
por qué
si sos
por qué dí
eh vos
no me oyes
(Yolleo)
Pasaron los años desde aquella voz escuchada desde un tocadiscos Winco, y llegó la dictadura. 1978: estudiábamos Profesorado de Lengua y una profesora del Mariano Acosta de Buenos Aires nombra a Oliverio; mi amigo, Gustavo Manzanal (lingüista, dramaturgo, actor y director de teatro) con sus dieciocho añitos, se para en medio del salón y recita de pe a pa, Yolleo: “Eh vos /tatacombo…”, y vinieron a mí de manera brutal todo los episodios de mi propia vida que significaba aquella voz escuchada hacía tanto.
La miseria se había enseñoreado del poder y empezábamos a suponer que en nuestro país había campos de concentración.
tatatodo
por qué tanto yollar
responde
y hasta cuándo
(Yolleo)
A mis sesenta y cinco años, no puedo decir mucho más sobre todo lo que se ha dicho sobre él. Se ha escrito sobre su amor por Norah Lange, sobre sus viajes, sus novedades, solo que aquella experiencia sobrehumana en aquel patio de mi barrio de Buenos Aires, dejó una huella que todavía continúa ejerciendo sus contrapuntos. Aquella poesía “estrujó” el idioma hasta hacerlo maleable, poesía que más allá de los cinco sentidos, podía entender, también, un niño.
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