En 1921, después de haber sido Rector por más de un año de la Universidad Nacional de México, José Vasconcelos asumió funciones como Secretario de Educación Pública bajo el gobierno del Presidente Álvaro Obregón.
En los tres años que estuvo al frente de la Secretaría Vasconcelos se abocó a un ambicioso proyecto educativo que incluía la construcción de escuelas, bibliotecas públicas, campañas de alfabetización, la edición y distribución de obras clave del pensamiento occidental, la enseñanza de las bellas artes, el humanismo. Para Vasconcelos la educación era fundamental, no solo en el sentido de la formación escolar sino en el de aprender la cultura que transformara la moralidad, el conocimiento y la forma de vida de la población. Sabía también que junto con el placer estético el arte proponía una via regia hacia la educación de los pueblos: por eso parte de su programa fue la invitación a varios pintores mexicanos a plasmar sobre los muros de algunos edificios imágenes que retrataban las raíces de la identidad nacional y la historia de México; la revolución, la lucha de las clases y el hombre indígena. Gran impulsor de la corriente conocida como Muralismo, Vasconcelos convocó a maestros de la escuela mexicana de pintura tales como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros –entre otros-, quienes se sumaron al programa con una conciencia política y social que superaba las coordenadas habituales del hecho artístico, desplegando sus obras sobre lugares el Colegio de San Ildefonso, la Alameda Central, el Palacio Nacional y la Universidad de Chapingo. Hacedores de una producción ejemplar, Orozco, Rivera y Siqueiros configuran una trilogía que construyó la imagen de la revolución mexicana, pionera en los movimientos insurgentes de la América Latina del siglo XX.
En una síntesis que toma la tradición amerindia y la conjuga con las vanguardias europeas –expresionismo, cubismo y surrealismo-, los tres grandes maestros confluyeron en un arte de masas que expone hacia el exterior, sobre los muros de la ciudad, imágenes y motivos dirigidos al pueblo sin distinciones de ningún tipo. “Los murales desde un principio tuvieron una función social del arte público, no es un arte que se enajene o se venda a nivel privado, se ve, está puesto sobre los muros y quien circule por el lugar los verá”, señaló Vasconcelos con respecto al trabajo de los muralistas.
“Él los llamó y habló sobre el papel social que deben cumplir el artista y los intelectuales en general –dice sobre José Vasconcelos la doctora en Historia del Arte, Itzel Rodríguez- pues los muralistas tenían que salir de una torre de marfil y cumplir una misión social entre el pueblo mexicano a partir de la Revolución”.
En Buenos Aires
Entre mayo y agosto, el Museo Nacional de Bellas Artes presentó la obra de los tres maestros mexicanos en dos muestras paralelas y confluyentes. Una de ellas, llamada “La conexión sur” –con investigación y curaduría de Cristina Rossi- focaliza sobre los vínculos de los muralistas mexicanos con la escena artística argentina. La otra, “La exposición pendiente”, es una historia dentro de esta historia.
El 13 de septiembre de 1973 era la fecha de apertura de la exposición “Orozco, Rivera, Siqueiros. Pintura mexicana” en el Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile. Las obras habían sido seleccionadas por el comisario de exposiciones Fernando Gamboa. No es difícil recordar los días difíciles que vivía Chile para ese entonces: el 11 de septiembre, apenas dos días antes de la fecha pautada, había sido derrocado el gobierno constitucional del presidente Salvador Allende por un golpe militar encabezado por Augusto Pinochet. Por supuesto que la muestra no pudo habilitarse, y las obras, nuevamente embaladas, se depositaron en el museo. Lejos de ser un lugar seguro, según todos presumían, el museo mostró su vulnerabilidad cuando fue increíblemente ametrallado por cuatro tanques del ejército en la jornada del 15 de septiembre. Afortunadamente las obras no sufrieron daños y, a través de Gamboa, regresaron a fines de ese mes a México.
México y Chile reanudaron sus relaciones diplomáticas en 1990. Desde entonces, varios intentos buscaron llevar nuevamente la exposición a Santiago, lo cual pudo concretarse recién el año pasado, cuando el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile presentó “La exposición pendiente 1973-2015. Orozco, Rivera y Siqueiros” con curaduría de Carlos Palacios, del Museo de Arte Carrillo Gil de México.
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