Durante unos años Francisco “Paco” Urondo vivió sobre la calle Brasil frente al parque Lezama. En ese momento estaba casado con la actriz y directora Zulema Katz, madre de Alejo Stivel —hijo del famoso director—, para quien Paco fue un verdadero padre.

En una entrevista Alejo recordó que la casa estaba abierta para largas cenas y sobremesas alumbradas por las visitas de Juan Gelman, Rodolfo Walsh, Tito Cossa; y que también pasaron por el hogar de los Urondo-Katz Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, entre muchos otros. Alejo dijo también que Paco fue la persona que más influyó en su infancia: “un tipo al que le gustaba disfrutar de la vida, del vino, de la literatura, de los amigos, de los amores, un gran vividor en el buen sentido de la palabra pero que renunció a todo eso en pos de que otros compatriotas no sufrieran injusticias. Se pueden objetar sus métodos, pero no sus ideales”.

En esos tiempos Urondo y Katz viajaron casi clandestinamente a Cuba para ser jurados de los premios Casa de las Américas. “Otro momento que añoro con Paco es el día que le hice escuchar un tema de Creedence (Clearwater Revival), ‘¿Quién parará la lluvia?’ —dijo Stivel en la misma entrevista—. Le encantó y de inmediato fue a su habitación a escribir. Así nació el poema para Felipe Vallese en el que se preguntaba cuándo pararía la lluvia de tragedias, de muertes y de torturas”.

Quién fue Urondo

Habitualmente es recordado por su muerte trágica y por haber sido el autor de La Patria fusilada, el libro que transcribe la larga entrevista que les hizo durante la noche previa al Devotazo a los sobrevivientes de la matanza de Trelew. Sin embargo fue mucho más que su militancia y su compromiso con el pueblo: Urondo fue un poeta maravilloso, un gran periodista, un escritor sutil que trascendió los medios escritos y llegó con su pluma al teatro, el cine y la TV.

El 28 de octubre de 1962, el diario La Razón publicó un reportaje donde hablaba de su niñez y su adolescencia. «Puedo contar que tuve un perro y que me encantaba jugar con espadas —le contó al entrevistador—. Nada más. Iba ‘armado’ con alfileres a las fiestas de chicos para pinchar globos. Leía a Alejandro Dumas y la historia de Cantú. A los quince años me tuvieron que operar de una pierna y al tener que permanecer en cama me entretuve con La comedia humana. Los resultados están a la vista: soy un paranoico. Pero sí con su moraleja: siempre conviene enfermarse de un pie para leer a Balzac. Un héroe de aquel momento para mí era Humphrey Bogart, y la mujer ideal era Bette Davis o Judy Garland. Además estaba impresionado con la muerte de Gardel o con la del general Risso Patrón a quien mataron a la entrada de un comicio y por la espalda. Aunque me ocurría de no tener muchos amigos, los duelos criollos, que alguna vez improvisé, eran con cortaplumas. Yo tenía 12 años y en mi casa se escuchaba ópera. La detestaba porque me convertía en algo pasivo y no la quería ver. A Stravinsky lo llegué a odiar. Me encantaba la natación. La mayor fiesta eran las tormentas de verano. Nos íbamos al río, subiéndonos un grupo a una ‘piragua’. Siempre repetíamos lo mismo: al darse vuelta teníamos la necesidad de traerla a la rastra.”

Paco había nacido en Santa Fe el 10 de enero de 1930, en el despuntar de la Década Infame. En los años 50 se hizo cargo de la Dirección de Arte Contemporáneo en la Universidad Nacional del Litoral, y un año después fue nombrado director General de Cultura de su provincia. En 1953 se trasladó a Buenos Aires y fue uno de los fundadores de la revista La Poesía. En los 60 adaptó a la TV clásicos tales como Madame Bovary y Rojo y negro; escribió canciones y fue artista de café concert; además de escribir los guiones de Noche terrible y Turismo de carretera, fue uno de los guionistas de la emblemática Pajarito Gómez, incluida en el listado de las cien mejores películas argentinas: para ese film creó, junto con el director Rodolfo Kuhn y el humorista Carlos del Peral, los hits musicales Un cariñito y En el año 2000.

Hacia 1971 dice “La realidad que vivimos me parece tan dinámica que la prefiero a toda ficción” y empieza a escribir Los pasos previos, tragicomedia argentina que recibe Mención Especial del Premio La Opinión-Sudamericana. Dos años después, el 14 de febrero de 1973, es detenido en una quinta de Tortuguitas junto a otros militantes de las FAR y destinado a la cárcel de Villa Devoto. Julio Cortázar fue a visitarlo al presidio: algunos dicen que le entregó un habano enviado por Salvador Allende que Urondo le regaló a un compañero de celda, otros que no pudo verlo. Mientras tanto la Asociación de Periodistas de Buenos Aires y el Comité de Solidaridad creado en París por Jean Pual Sartre, Simone de Beauvoir, García Márquez, Marguerite Duras y Pier Paolo Pasolini entre otros, reclamaban por su libertad al gobierno argentino: pero Urondo no estaba dispuesto a aceptar prebendas que lo distinguieran del resto de los presos.

Al salir de la cárcel Rodolfo Puiggrós, rector de la UBA, lo nombró director del departamento de Letras de la Universidad de Buenos Aires, al que se incorporó en 1973. Desde allí encaró una transformación de los estudios, trasladando el foco en la literatura francesa hacia la literatura argentina y latinoamericana. Proyectó también una carrera autónoma de Medios Masivos de Comunicación, algo inédito en la época, con el fin de formar profesionales críticos para la batalla cultural; pero el claustro de profesores desplazados y los sectores estudiantiles más reaccionarios boicotearon sus ideas y, mientras la derecha avanzaba en la antes “Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires”, a los cuatro meses tuvo que presentar su renuncia. “La realidad se está poniendo rara”, advirtió en ese momento.

En 1976 la dictadura militar asesinó a su hija Claudia y a su yerno Mario Koncuart, a partir de lo cual la situación se volvió acuciante para Urondo, militante de FAR y Montoneros. No mucho después, el 17 de junio de 1976, fue emboscado y asesinado en Mendoza; estaban con él su pareja Alicia Raboy, su hija Ángela de 11 meses de vida y su compañera de militancia Renée Ahualli.

En su semblanza de despedida, su amigo y compañero Rodolfo Walsh escribió:

“Mi querido Paco:

Me han pedido que escriba una semblanza tuya. Es lo último que yo hubiera querido escribir, pero me doy cuenta que es necesario que alguien empiece a decir algo de tu hermosa vida, antes que otros, con más capacidad, puedan estudiarla junto a tu obra.

Lo primero que me acude a la memoria es la frase de un poeta guerrillero checo, al que mataron los nazis, que dejó escrito: ‘Recuérdenme siempre en nombre de la alegría’. Para nosotros, Paco, la alegría era muchas cosas de cada día: la compañera, la hija, el hijo y los nietos, un truco, un verso, una ginebra. Pero más que nada era una certidumbre permanente, como una fiebre del día y de la noche que nos hace creer que vamos a ganar, que el Pueblo va a ganar. Es en nombre de esa última alegría, la que vos no viste y yo no sé si voy a poder ver, que te escribo. Tal vez por ahí me salga la semblanza”.

Felipe Vallese

Escuché que unos chicos preguntaron: “quién parará la lluvia”; otras personas estaban escuchando la misma pregunta y, a su vez, comenzaron a formularla: el dependiente, el despachante de bebidas de importación; hasta pulperos y uruguayitas y otros hermanos continentales abandonaban la vieja y estúpida rivalidad, despejando las nubes del misterio y confusión sobre la tierra, para preguntar precisamente: “who´ll stop the rain”. Guardianes del orden se aventuraron en la desesperación para preguntarse también: “quién parará la lluvia” y la pregunta rodó de mano en mano, hasta llegar a los oídos acolchonados de torturadores, especialistas de toda calaña que nunca pudieron zambullirse en la gloria del sol: “quién parará la lluvia”, decían unos y otros y los tontos y los pillos trataban de conjurar el clamor, los nuevos aires que se desataban con las lluvias, el amor que arranca con las tormentas: “quién parará la lluvia”, decían los enfermos, los desamparados, los derrotados y los satisfechos que dejaron de serlo inmediatamente después de preguntar quién parará la lluvia”. De inmediato los éxitos se derrumbaron como pestes triunfales, el New Deal se enredó en sus cadenas doradas, el doctor Frondizi no se dio cuenta. Los muertos se plegaron al desafío: asesinados llegaron a levantar la cabeza lacerada y miraron de frente, requiriendo: “quién parará la lluvia”. Y la pregunta se generalizó como los temporales, empujó los cielos y abrió las luces del espacio.

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