El programa permanente “La UNLa de los jóvenes” propone un trabajo sostenido desde el año 2011 y está dirigido a adolescentes de entre 13 y 20 años de Lanús, Avellaneda, Lomas de Zamora, Esteban Echeverría, Almirante Brown, Presidente Perón y Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Veintiocho talleres se abrirán en este primer cuatrimestre de 2018 en tres grandes áreas: oficios; artística y comunicacional. Si bien la población objetiva son los sectores vulnerables, asisten chicos con distintas realidades sociales. No obstante, la Dirección de Cooperación trabaja en red con varios organismos para llegar a los sectores populares: la Defensoría de Menores; las Casas Educativas Terapéuticas que dependen del SEDRONAR; Casas de Abrigo y Hogares de Tránsito de la zona.

Alrededor de 1600 chicos han pasado por este programa desde su creación: sobre ello conversamos con su directora, Carla Micele. Carla es psicóloga, Magister en Salud Mental y hace 20 años que se desempeña en nuestra universidad. Sus ojos, manos y miradas nos hablan del amor que le imprime a este proyecto.

 

-¿Cómo llegan los chicos al Programa?

-Al principio los chicos más grandes del Programa de Verano eran los mismos que en este, porque ya teníamos el nexo con las instituciones de las que ellos venían. Pero años después esto cambió, y se amplió la población con el boca a boca. Ahora son los jóvenes los que están atentos la publicación de las fechas de inscripción en la web y las redes sociales de la UNLa.

 

-¿Hace cuánto que se creó y por qué?

-Esta es la octava edición, aunque en realidad en el 2008 ya empezamos a pensar este proyecto. Cada año y cerca del fin de las actividades del Programa de Verano, los más grandes nos decían: “¿y ahora qué hacemos?”. Sentíamos que en el momento más crítico de ellos, la adolescencia, los empujábamos. Por eso pensamos este programa para esa franja etaria, y le pusimos “Programa Permanente” que quiere decir algo así como “que se queden”.

 

-¿Cuáles son los objetivos del Programa?

-Principalmente que los jóvenes puedan ver la UNLa como un lugar amigable, como una institución a la que tienen derecho a acceder, y que aquí no solo se vienen a “aprender cosas difíciles”. Y que quienes no tienen siquiera el horizonte de la escuela secundaria, ahora dentro del Programa se encuentren soñando con estudiar aquí. Esto va a permitirles proyectarse acá u en otras instituciones. Y como muchos de los talleres son de oficios, pueden también armar un proyecto productivo o conseguir un trabajo afín.

 

-En el contexto actual, ¿los objetivos se mantienen o es necesario renovarlos?

-Los vamos revisando constantemente en un espacio de capacitación que compartimos con los docentes. Hoy es necesario reafirmar los derechos de estos jóvenes. Quizás este sea el tema que trabajemos en el año como tema transversal a todos los talleres. Porque si hoy prendés la tele, hablan de los adolescentes como delincuentes: que mató a alguien, que robó, que fuma paco. De los buenos proyectos en que participan, no escuché en ningún medio. Así, los adolescentes parecen culpables de antemano, cuando en realidad si se mandan una macana es responsabilidad de los adultos que están a su cargo. Por eso evaluamos que es necesario reforzar sus derechos, aunque también trabajamos sobre las responsabilidades.

 

-¿Alguna anécdota?

-Sí, hay algo que me emociona mucho. Pasó con un chico que ahora se está formando como profesor de teatro. Vino obligado con otros jóvenes de una institución, pero él estaba negado. Un día estaba sentado en el hall con sus largas rastas con las que se tapaba la cara, silencioso. Entonces me acerqué y le dije “¿me acompañás al taller de percusión, que tengo que hablar con el profesor?”. Y él accedió a desgano. Entramos al aula, se quedó mirando al grupo y los docentes le acercaron un güiro. De a poquito él empezó a tocar. Ese pibe hoy te dice “la UNLa me salvó la vida”.

 

Sobre el Programa
El 15 de febrero abrió la inscripción al Programa. Las planillas, disponibles en la Dirección de Cooperación, deben ser acompañadas de una fotocopia de DNI. Y  en el caso de ser menor de 18 años, con la fotocopia de un responsable a cargo. La inscripción para el segundo cuatrimestre se abre en agosto. Los talleres se organizan en grupos mixtos de género y edad y son gratuitos. Se cursan en una franja horaria dentro de los lunes a sábados de 14 a 17 y la oferta contempla: Reparación de PC, Instalación de Cámaras, Periodismo Digital, Teatro, Caracterización, Vestuario y Maquillaje, Percusión, Ensamble Musical (guitarra, charango, sikus, teclado, bombo legüero, ukelele, etc.), Oficios y Patrimonio Histórico (carpintería, restauración y pequeños motores), Bandoneón, Tejido, Ficción, Danza Contemporánea, Radio, Batería, Serigrafía, Canto y Apoyo Educativo, Educación del Movimiento Corporal, entre otros. 

 

Los que se quedaron

Melany Ovando tiene 20 años. Ella entró al Programa Permanente a los 17. Se enteró porque su mamá asistía a la UNLa a una capacitación del Programa del Ministerio de Desarrollo Social “Ellas Hacen”. Melany se interesó primero en serigrafía, motivada porque “siempre me había llamado la atención cómo se hacían las remeras y cómo se estampaban”, dijo con entusiasmo. Pero como ese taller se abría en el segundo cuatrimestre, se anotó primero en ensamble musical, reparación de PC y ficción audiovisual. A lo que agregó sonriente: “gracias al taller de ficción hoy estoy cursando la Licenciatura de Audiovisión”. “Siempre tuvimos muy buena comunión con los profesores. Ellos siempre tenían muy buen trato con nosotros. Se hacía tan agradable estar acá que me vi viniendo cuatro veces a la semana, a pesar que vivo en Villa Diamante y a veces es complicado el tema del transporte” señaló con una mirada resplandeciente.

Melany es primera generación de universitarios en su familia, por ello valora lo importante que es que los chicos, desde la secundaria, puedan conocer la universidad. “Los que vienen por primera vez se dan cuenta de que la Universidad no es cerrada. Suelen querer quedarse a vivir acá y por suerte, algo siempre encuentran para continuar con actividades. En este programa se puede ver cómo piensa la gente de arriba. La idea de que ‘la UNLa es para todos’ se ve en concreto”.

Fanny Ayala tiene 21. Llegó al Programa porque su hermana estudia Enfermería. Al ser becada, participó en el Programa de Verano y allí conoció el Programa Permanente. De sus primeros días, Fanny recuerda: “Vine con una amiga porque no quería estar sola y no sabía si iba a hacer amigos. Me sentía un poco incómoda porque no sabía si me iba a gustar”. Siete estaciones de tren separan a Fanny de la UNLa. Ella vive en Glew. Desde el año 2011 pasó por varios talleres, pero el que más le gustó fue el de percusión. De su experiencia destaca: “Me abrió un nuevo mundo. Empecé a mirar la vida como más linda, con música y más ritmo. En casa, si algo se rompía, como en Audiovisión me enseñaron, lo arreglaba. Lo rompía más, pero también lo arreglaba. Por los talleres de oficios hice muebles para casa. Los tengo, me sirven y los uso. Fue muy importante el Programa, me ayudó mucho y me dio cosas para manejarme en la vida” dice decidida. Hoy estudia la Carrera de Gestión Ambiental Urbana. Está en tercer año y tiene aprobadas 22 materias. “Quiero ser inspectora ambiental. Trabajar en fábricas para contrarrestar la contaminación que estas largan al aire, el agua y el ambiente”, señaló con seriedad.

Rocío Dato tiene 20 años. Ingresó al Programa en 2016, pero ya conocía la UNLa porque desde los 14 años participaba en el taller de teatro, parte de los talleres culturales de la UNLa. El primero que le interesó, fue el taller de serigrafía. “Me gustó tanto que me ayudó a decidirme y ahora estoy cursando la carrera de Diseño Industrial Textil” dijo tímidamente. Rocío tuvo un paso por la carrera de Diseño en Lomas Zamora, pero no le gustó. Nos contó que cuando volvió a la UNLa estaba bastante desilusionada. “Eso se acompañaba con la descalificación de mi papá que esperaba que yo hiciera una carrera. Pero yo no sabía qué carrera quería seguir. Y con los talleres me sentí más identificada, como más haciendo lo mío. Y me di cuenta de que lo disfrutaba” dijo con los ojos cerrados evocando ese momento. Rocío tiene en su familia trayectorias universitarias, no obstante no conocía la serigrafía y confiesa que la sorprendió. Y más le llamó la atención que fuera parte de una carrera que ella podía seguir estudiando. Pronto se vio aplicando esta técnica en telas. Jugando, aprendiendo y disfrutando. Hoy en la carrera le va muy bien y está cursando materias de segundo año. Su familia la apoya.

El Programa le encantó y quiere seguir participando en los talleres, aunque sea como ayudante docente. Y de la UNLa, dice sonriendo que “me costó mucho entender que, al ser un lugar tan tranquilo, lindo y abierto, fuera una Universidad. Un lugar donde la gente venía a cursar con equipo de mate y se la veía contenta”. Y concluye ya a risa abierta y levantando su dedo índice: “yo tenía el concepto de que estudiar era algo que no gustaba, sino un mandato social así sos alguien. Qué tonto, ¿no?”.

Concluimos con las palabras de la directora del Programa, Carla Micele: “Logramos que los chicos que llegaron a la Universidad con el Programa de Verano, sigan por el Programa Permanente y pasen por una carrera universitaria. Esto está pasando y es importante”.

 

Al maestro con cariño
“Algo que me gustó mucho del taller de serigrafía es el profesor Marcelo Díaz, que cuando está con nosotros es un compañero más. Siempre incitándonos a que hagamos proyectos y que los llevemos adelante. Cada detalle que puede enseñarnos del oficio, lo hace. Le tenemos mucho cariño”. Melany Ovando. “Marcelo Díaz es un docente al que quiero mucho. Él tiene una frase con el que te carga siempre. Entonces un día y como homenaje, nos hicimos remeras con su cara y su latiguillo ‘escuchá la situación’. Todos tenemos su remera, porque es lo más. Con él uno sentía que aprendía, que aprendíamos juntos. Aunque la empatía fue buena con todos los docentes”. Rocío Data.

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