En el marco de las celebraciones por los 20 años de la Licenciatura en Diseño y Comunicación Visual de nuestra universidad, se inauguró la muestra Pinturas en Transición de Carlos Bissolino, que puede visitarse en el edificio Scalabrini Ortiz de manera libre y gratuita.

Bissolino nació en Buenos Aires en 1952. Su padre era un pintor aficionado y de él aprendió diversas técnicas y a «ver los colores de las cosas para luego transferirlos a una mezcla».

Se formó de la mano del artista plástico Luis Felipe Noé y a principios de los ’80 se trasladó a Italia, donde continuó sus estudios gracias a una beca del Fondo Nacional de las Artes y la Embajada italiana. Tras una década, y ya de regreso al país, se convirtió en uno de los docentes más influyentes de la Universidad Nacional de las Artes y de la UNLa.

Tu muestra se llama Pinturas en Transición, ¿por qué elegiste ese nombre?

Porque no parto de un lugar, ni sé hacia dónde voy. Y un poco la palabra en transición tiene que ver con la idea de un proceso, en el que no hay un boceto previo, sino que la pintura se va haciendo en la medida en que la voy pintando. Es decir, no tengo un dibujito o algo delante que voy a transferir a escala, pero sí tengo un montón de cuadernos en los que dibujo y eso debe quedar en la memoria. Entonces, cuando me pongo delante de la tela, probablemente muchas de esas cosas van a parar ahí, pero no de una manera premeditada ni muy consciente. 

En una entrevista, dijiste que la pintura era acción y no meditación…

Sí, y me identifico con esa frase porque yo no parto de algo meditativo, sino de un accionar que se va a modificando y se va dando. De alguna manera quiero registrar una situación dinámica en el plano de la tela, entonces en general no hay estructuras, sino formas que se mueven. 

¿Cómo es la elección de los colores?

Yo necesito trabajar con una cierta celeridad, así que trato de comprar muchos colores y después los voy mezclando. Tengo una estantería donde hay un montón de tarros con pintura y ya veo el color ahí, entonces digo “va este u otro”. Ahora si no lo tengo o me imagino algo, bueno, lo preparo. Cuantos más colores tenga para mí es mejor, porque si no tengo que detenerme y como pinto en velocidad, todo tiene que ser dinámico, rápido.

Estas pinturas son distintas a las de los ’80…

Sí, ahí yo pintaba con aerógrafo, que es exactamente lo opuesto, o sea, tenía definido un boceto, los colores, lo tenía en escala para la tela, tenía todas las máscaras que iba a usar, porque para pintar una parte tenía que tapar todo el resto, y así. En un momento decidí ir saliendo de eso porque era una técnica que me daba un resultado, pero me perdía en el proceso. Durante mi carrera tuve varios períodos de dibujos, de pintura de objetos y medio fui a desembocar en lo actual, que es donde me siento más cómodo, porque para mí las exploraciones ya fueron hechas en el campo donde yo me muevo.

Vos calificás a tu taller como un espacio donde no hay restricciones, ¿es en el único lugar donde podés pintar?

El taller está en mi casa, tengo un sector para dibujar, que es un sector limpio, digamos, y un sector sucio para pintar que puedo hacer cualquier cosa. Y sí, digamos que es el espacio que a mí me invita a trabajar, donde está mi música, los materiales.

Puedo tener un espacio que no tenga ningún tipo de condicionamientos, por ejemplo, en una casa en la Quebrada de Humahuaca, pero mi cabeza va a estar en otra parte porque está ese paisaje imponente y no me van a dar ganas de hacer. Cuando salgo de la ciudad, la mente se me pone en blanco. Creo que el espacio es un poco mental también.

¿Tenés una metodología de trabajo o te impulsa la inspiración?

En general, inspiración nunca tengo, pero a veces puede ser que estoy leyendo o viendo algo y se me ocurre alguna cosa, entonces voy y lo anoto. Para mí la inspiración generalmente es un error de la mente, en el sentido de que cuando vos estás trabajando, es más real. La pintura te devuelve algo, se desdobla y te dice “acá tal cosa, acá tal otra”. Eso te hace seguir una especie de ritmo, de ida y vuelta.

¿Cómo influenció la figura de tu padre?

Él hacía copias de pinturas conocidas, era muy habilidoso. Y de él aprendí mucho de la técnica, anotaba todo, o sea, si ponía un color escribía en un cuaderno las cantidades que se necesitaban para armarlos y así. A veces salía a pintar al aire libre y me hacía armar los colores, entonces me decía “a ver, fíjate el color de esa palmera” o “¿cómo harías ese naranja?”. Entonces, aprendí a ver los colores de las cosas, a cómo transferirlos a una mezcla.

¿Qué sentís al exponer en la Universidad?

Estoy contento porque está bueno hacer una muestra. Además, soy docente en la carrera de Diseño y Comunicación Visual y estas obras tienen una característica gráfica en su alma neta, son abstracciones, así que pueden apreciarse correctamente. 

De izquierda a derecha: Gustavo Pedroza, primer director de DIseño y Comunicación Visual; Andrea Gergich, actual directora de la carrera; Carlos Bissolino; y Juan Lo Bianco, secretario de Cultura y Comunicación, y segundo director de la licenciatura.

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