Como si fuese un logro moral, algunos piensan que en materia de contiendas político-electorales “todo vale”. O que todo debiera valer por igual. La experiencia prueba que se trata de una “ética” mercenaria que faculta al “dejar hacer y dejar pasar” con dispositivos ideológicos de “sentido común” fabricados ex profeso en los laboratorios de guerra psicológica y bajo la refriega del neo-colonialismo neo-liberal. Su expresión máxima es el fraude impune a veces, incluso, legalizado por los tribunales superiores solidarios al fraude.

Se trata de asustar al elector para reducir sus posibilidades críticas y obligarlo a optar por fachadas fáciles. La guerra mediático-psicológica busca, por un lado, hipnotizar al votante, derrotarlo antes de que siquiera pueda interrogarse si votará lo mejor para resolver sus problemas y los de su clase. La ofensiva de la “pos-verdad” y de las “plus-mentiras” opera para obnubilar cabezas y corazones para anular pensamiento e interrogaciones. La política de la anti-política.

Para eso se estudia, meticulosamente, el “big data” de la psicología de masas, de sus luchas y de sus líderes en el instante en que se desarrollará la contienda electoral. La presa más codiciada es crear, en el padrón electoral, un clima mental con senti­mientos que recorran los matices del miedo económico (transpirar con el bolsillo), del imaginario del pánico (fabricación de “malos”), de la desorientación (no saber en quién creer), del pesimismo (todo está podrido y corrupto), de la tristeza (nos han engañado y nos han robado): en suma, asumir el voto como un escudo contra la “derrota”.

Al mismo tiempo crear el “paraíso” mágico capaz de neutralizar todo temor y desconfianza, canalizar la rabia fabricada y combinar el discurso ofensivo y el defensivo, para denostar al enemigo fabricado y sublimar al “salvador” mesiánico. Conocemos bien las teorías de los operadores de la propaganda política alquilados como Durán Barba y su jefe J.J. Randón desde Colombia y Miami, altamente especializados en materia psicológica y que trabajaban en coordinación con grupos empresariales dispuestos hoy a entrar en acción en el campo de “la política”.

Anhelan complementar los sistemas ideológicos de la “auto-culpa” con los sistemas ideológicos de la “auto-mentira”. Así, en ausencia de, por ejemplo, “noticieros” (como si eso fuese posible hoy), el “usuario” votante dispone de fuentes de deformación inoculadas con las que se auto-proveerá de odio, escepticismo y anti-política para permanecer fiel a la mano de su proveedor de “plus-mentiras. Una especie de Mundo Feliz garante del abandono de responsabilidades históricas y políticas, a cambio de humo ideológico solipsista y nihilista.

Complejidades

Pero la cosa es más compleja. El dispositivo avanza ante nuestros ojos con impunidad e impudicia.

Aunque no se lo admita abiertamente, las personas acuden a votar distraídas de lo importante y convencidas de que solo los “políticos” pueden arreglar los problemas sociales. Se deja la participación y se la sustituye por la representación. Se cree que no hace falta contar con conocimientos profundos para poner los votos y que se puede “opinar” libremente sin requisitos de educación política básica. Se cree que es suficiente con acatar lo que dicen los “periodistas”. Especialmente los más “afamados”.

Existe una maquinaria propagandística dispuesta a inventar problemas “a modo” para soluciones “a modo”. Todos los políticos que tienen blindaje mediático de los monopolios, hablan de la “violencia”, del “empleo”, de la “carestía”, de la “educación”; inventan leyes y políticas en el abstracto y prometen, prometen, prometen… lo que saben que jamás cumplirán. Son maestros en inventar “crisis económicas” de las que jamás se reconocen como coautores, y venden idilios de bonanza solo si a ellos les va bien y le va bien al sistema. Negocio redondo. El problema electoral para ellos es solo problema de aritmética.

Las “pos-verdades” manipulan por encima de las reflexiones. Es una estratagema ensayada desde los confesionarios de la Edad Media para la utilización de sentimientos como vehículo excipiente para inocular ideas, deseos, miedo, obsesiones… e imponer conductas electorales a su antojo. Eso requiere mantener al electorado en la ignorancia funcional de los noticieros incluida su proverbial mediocridad. Hacer que la ciudadanía sea una inepta en materia de tecnología y su uso para alienar a las masas, en suma fingir una dinámica de “cambios” que en el fondo persigue que nada cambie. Esa es la típica lógica de la democracia burguesa.

El problema del “poder”, especialmente del “poder popular”, exige una revisión muy profunda de los mecanismos hegemónicos en materia de procesos electorales. Es urgente analizar la realidad desde la vitalidad de los clamores sociales y de sus luchas, que exigen dignificación del voto, elevarlo constitucionalmente a documento histórico y convertirlo en herramienta político-jurídica para exigir el cumplimento de las “promesas” hechas en campaña. Que nunca más se mienta sin sufrir las consecuencias.

La vida contiene una voluntad de poder que recorre, incluso, la de poder vivir, de la mejor manera posible, con oportunidades iguales pero principalmente en condiciones iguales. Crear prejuicios en contra el poder, suponiéndolo “malo per se”, es una de las taras que arrastran las sociedades “modernas” que no han podido consolidar su noción de “poder originario” (que es la forma suprema del poder social organizado) en beneficio de la vida en sociedad. De eso se aprovecha la democracia burguesa y de eso se aprovechan las operaciones de propaganda ideológica disfrazadas de campañas electorales. Lo sabe, por ejemplo, el empresariado y por eso causa los estragos que está causando.

Ellos anhelan electorados modelados como autómatas que funcionan con falacias dramatizadas por la coyuntura, donde domina ese punto de vista hegemónico que anula los cánones de veracidad. Que los “hechos” queden sepultados por el énfasis, por las exageraciones y por todos los estereotipos imaginables. La red de “plus-mentiras” en que se sustenta la “pos-verdad”, se propone recorrer a lo ancho y a lo largo, a lo alto y a lo profundo… el cuerpo social para hacerlo adicto a las mentiras. Adicto a la ingeniería de la “plus-mentira”. Inyectarle odio coagulado en intolerancia para aniquilar lo otro, lo que implique a lo diferente… lo que implique a lo popular y a lo revolucionario. Imponer la negación compulsiva de la “verdad”, su necesidad de existir, negarle su razón de proceder y negarle el ser.

La “pos-verdad” no es la maduración, el desarrollo y, en algún punto, el perfeccionamiento de la mentira sino un motor acelerador del embrutecimiento hacia un plano inédito del engaño que pone fuera de lugar hasta la más simple de las dudas. Eso que hoy se llama “pos-verdad”, su lugar en la historia, especialmente, en nuestra época y vida personal, es amontonadero de una calamidad social de clase que aquí llamamos “plus-mentira” insuficientemente denunciada y sancionada. Al preguntarse ¿qué es la “plus-mentira”?, sus semejanzas con otras formas del desfalco contra la realidad, enfrentamos un capítulo espinoso e ineludible. Su significación es de naturaleza histórica y paradójica, porque si bien la mentira destruye, al mismo tiempo constituye un producto social, expresión de una época determinada, que es condición de la existencia de la clase dominante. La “pos-verdad” consagra a la coyuntura, la convierte en transcurrir histórico de lo falaz y en estereotipo de espejismos.

¿Por quién (o qué) votas?

Queda en extrema tensión la conciencia, las inteligencias chocan transparentes lavadas de realidad, caídas del cielo. La razón de la mentira forcejea y envenena con blasfemias que hacen temblar la historia misma de la razón humana. Nada coincide con los hechos. Ese es el drama eterno, oscuro y profundo. A la realidad se la ataca con “plus-mentiras” impregnadas de abundancia verbal decorativa. Las mentiras brotan como chorros y no les basta ignorar una suma de conocimientos, van más lejos hasta que la realidad se reduce a “una búsqueda interior”. Búsqueda que en nada se parece al análisis; más que búsqueda, actividad psíquica carente de base concreta diseñada para provocar la pasividad propicia a la aparición de la resignación… de la derrota.

La “plus-mentira” que se ejerce sobre nosotros se presenta como una tensión trágica que quiere convencernos de que nuestro destino incluye someterse al engaño mansamente. Ausente la verdad, la conciencia se vuelve una experiencia peligrosa y sacrílega, una afirmación del rebaño en el dominio propio para después dominar a los demás. La mentira se vuelve una visión del mundo. Todo lo que llamamos cultura hunde sus raíces en la “plus-mentira” como si fuese la fuente de todas nuestras creaciones.

Así la “pos-verdad” reclama su justificación al tratar de no recibir respuesta crítica, de no dejar aguijones de realidad punzando en las conciencias. Cultivo de grandes mentiras que oscuramente el modo de producción capitalista necesita para perpetuarse en su dominación sobre los seres humanos. La “plus-mentira” pulula en la “pos-verdad” quitando el sueño a muchos -para bien y para mal- como asentimiento general de la falacia, como metafísica de todo lo objetivo, lo concreto, lo real. Hace de la experiencia de mentir la demolición de toda realidad y dispersa el motín de las dudas para convertir sus jirones en paraíso de lo oscuro, negación dinámica y cómoda de lo transparente y estética de lo opaco, de lo fácil y de lo que no exige compromiso ni esfuerzo, de lo banal y del escapismo. El engaño como un placer democratizado a fuerza de naturalizarlo con noticieros. Por ejemplo.

La “plus-mentira” se conduce como ente caprichoso y autónomo. “Como dice una cosa dice la otra” y, al mismo tiempo, sepulta al pensamiento crítico bajo los escombros de la realidad demolida con descargas de odio e ilusionismo mediático. Es uno de sus grandes logros. Es decir, la “pos-verdad” y la “plus-mentira” son baluartes de la “cultura de masas” y del coloniaje de la estulticia cínica que convirtió en enemiga a la verdad porque le representa un estorbo mayúsculo. La convirtió en algo del “más allá”. El pensamiento se desploma sometido al embrujo del espectáculo que no puede ser interrumpido por rachas de realidad incomprensible, dolorosa y comprometedora. La “pos-verdad” pretende reducirlo todo a sus propias leyes, y una y otra vez, rompe los diques de la verdad y de la semántica para que todo signifique nada y todo sea sinónimo de quietismo. Léxicos y gramáticas de la falsedad producidas para no terminarse nunca. La idea es que la mentira está siempre en movimiento para dejar la verdad en el centro del remolino incesante de ilusiones y engaños donde la certeza parece estática en una totalidad de “plus-mentiras” indivisibles para constituir una unidad significativa. La “plus-mentira” suelta no es, propiamente, la “pos-verdad”; tampoco lo es una sucesión de mentiras; para que la “pos-verdad” se produzca es menester que los signos se asocien de tal manera que impliquen y transmitan como verdad el sentido profundo de lo falaz, su ser y su esencia rentables.

Balcanización

Basta observar cómo engañan los que han aprobado los exámenes de la dominación (los gerentes de la oligarquía que ocupan cargos que ellos llaman “políticos”); en ellos, para comprobar la verdad de sus falacias, se ocupan de aislar los hechos. Balcanizarlos. El aprendizaje social de las “plus-mentiras” se inicia enseñando a dividir las realidades en anécdotas subjetivas y estas en pareceres individualistas. Nada tiene autoridad de consenso. Se sustituye con “pos-verdades” la conciencia de los hechos que son reemplazados con afirmaciones hiper-emocionalizadas capaces de sustituir, a su vez, el pensar, el habla y toda duda.

Aquellos que muerden el anzuelo de la “pos-verdad” saben que deben renunciar al dictado del pensamiento crítico. Lo ven como enemigo, como molestia y como inapropiado. Cada vez que nos distraemos aparece la “plus-mentira” con su halo mediático en estado natural, suplantando la experiencia. Forman por sí mismas unidades significativas como parte constituyente de un contexto superior que simultáneamente es un contexto de otras “plus-mentiras” que alcanzan efectiva significación como unidades semánticas de lo inexistente. Es un verdadero desastre para la humanidad.

Tal desconcertante propiedad de la “plus-mentira” es arma de fabricación minuciosa en laboratorios de Guerra Psicológica. El objetivo es que nadie pueda sustraerse a la “plus-mentira” con su poder mágico, ni siquiera aquellos que desconfían de ella una vez que se produce la fractura entre el pensamiento, el conocimiento de la realidad y sus enunciados. Se trata de agotar toda reserva de actitud intelectual crítica. Solo en ciertos momentos medimos y pesamos la realidad y en ese instante, le devolvemos su crédito. La confianza ante la verdad rompe su relación y salta hacia el campo de las creencias; flujo y reflujo, unión y separación, unas mentiras atraen a otras, se acoplan… se corresponden. La pos-verdad en su esplendor maligno sometiendo a millones de seres humanos bajo extrañas y deslumbrantes disociaciones como en el sueño, en el delirio, la hipnosis y otros estados de confusión inducida.

La “plus–mentira” no parece tener fin: una nos lleva a otra. Nos arrastra a un estado de unidad, de final reunión con la alienación eterna, para hacernos incapaces de oponer diques de conciencia crítica ante la realidad del capitalismo que nos marea y donde la conciencia vacila. Y de pronto la ideología de la clase dominante nos tiende su emboscada de “pos-verdades” como un destino inamovible y terminal. Un muro donde estamos encerrados con resignación y agradecimiento. Como si fuese una gran verdad.

Es una ofensiva dura en la Guerra Mediática, es un ataque en la Batalla de las Ideas, el futuro que se reduce al presente. Ahí radica el peligro ideológico llámese como se llame (“caso Zapata” en Bolivia, “amenaza inusual” en Venezuela, “armas de destrucción masiva” en Irak…). Cercenado el derecho a pensar libremente, a militar la vida con la razón y la coherencia, han secuestrado la producción de “sentido” para un mundo en el que lo importante es que el “relato” dominante parezca cierto siempre y aunque no lo sea. Un mundo en el que reinen el individualismo y el relativismo subjetivo-consumista contra la contundencia de los hechos históricos y la contundencia abrumadora de la realidad capitalista que devora todo: el planeta, las personas, los valores, las emociones, las creencias y la voluntad política del pueblo trabajador. El fundamentalismo del engaño rentable. Por todos los medios.

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Fernando Buen Abad Domínguez  es Director del Instituto de Cultura y Comunicación de la UNLa

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2 Respuestas

  1. Pilar Coromoto

    ¿Cómo hacer para desvelar ante la victima impotente, esta riquísima reinterpretación y recreación de un proceso alienante, producto de las más fina estrategia de encerrona siquíca y yo diría emocional, que conduce a cualquier ser humano desprevenido a las profundidades de la ignorancia, la negación de su propia libertad de pensamiento, a quienes colocados en su rol de víctimas experimentan su prisión como verdad absoluta? El reto nuestro es, no sólo explicarlo sino también que sea creíble para el que escucha o lee, significa aceptar que te han tratado y convertido con toda intención en sur anodino, marioneta de un sistema que todo lo percibe como un negocio, productor de consumidores inconscientes y felices de sus éxitos vanales.

  2. @conuquerito

    Eso está demasiado bueno compañero, realmente de colección, como material de consulta, en las dudas y en las rabias…Bendiciones y muchas gracias

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