“Me alegra la recuperación de Quinquela porque fue un tipo muy bastardeado -dice en esta entrevista el artista y gestor cultural Rubén Borré, actual Director del Centro de Arte de Avellaneda-. En la época del Di Tella, sobre todo: era como un pintor menor, poco moderno, no tenía nada que ver con lo que se hacía en Nueva York y en París. Creo que te puede gustar o no la pintura de él, a mí me encanta, pero es una suerte de ícono dentro del arte y la cultura en la marcación y recuperación de la identidad nacional del arte argentino. Quinquela fue un pintor de su lugar, pintó su gente, a los trabajadores. Fue un pintor social que el sistema trató de encasillar como un pintor costumbrista, e incluso decorativo”.
¿Por qué fue tan bastardeado?
Él se cría en la época de los inmigrantes, de los movimientos sociales en La Boca y los anarquistas, lejos de las escuelas de arte y las universidades. Había nacido en 1890 y estuvo en la Casa de Expósitos en Casa Cuna, se crió hasta los seis años en un convento en San Isidro y después volvió a Casa Cuna, donde fue adoptado por los Chinchella. Su mamá era una entrerriana muy cálida y afectiva y su papá era un italiano bastante duro, trabajador del puerto. Cuando lo escolarizaron solo cursó hasta tercer grado por la situación económica de la familia, para todos muy dura a principios del siglo pasado. Quinquela crece cercano a la militancia: de joven militó en la campaña de Alfredo Palacios, el primer diputado socialista de América, electo por La Boca. Ese ambiente anarquista lo empapó y empezó a defender la identidad del arte, porque si algo que hay que destacar de Quinquela es que no le debe nada a nadie. En esa época la Academia y la pintura oficial mandaban a los artistas a París o a Italia y todos venían imbuidos de los movimientos europeos. La formación de Quinquela Martín, en cambio, no es académica.
¿Cómo se acercó al arte?
A los 16 o 17 años empezó a ir a una pequeña academia en La Boca, la de los hermanos Tiglio, italianos, donde conoció a Juan de Dios Filiberto. Ahí se relacionó con mucha gente con la que salía a pintar: entre ellos, el maestro Alfredo Lazzari, con quien empezó a tomar clases. Mientras su mamá lo apoyaba y su viejo, que bajaba bolsas de carbón de los barcos y las vendía en su casa, quería que trabajara, Lazzari empezó a ver condiciones en Quinquela. Maestro y discípulo salían al puerto a pintar, y cuando podían se cruzaban en bote a la isla Maciel.
¿Quién fue Alfredo Lazzari?
Un pintor maravilloso, italiano, que viene al barrio de La Boca a los 26, 27 años, ya formado en Italia. Lazzari se hace cargo del paisaje de La Boca, de Avellaneda, de la costa, y forma a casi todos los pintores de La Boca, a quienes fundamentalmente les enseña color, cómo armar la paleta. Quinquela toma todo ese aprendizaje pero hace su propia pintura -incluso Lazzari pinta solo cuadros de pequeño formato y Quinquela al revés, hace esos grandes cuadros-, por eso digo que no les debe nada a los impresionistas, ni a los cubistas, ni a los surrealistas, a ninguno de los movimientos europeos. Eso le valió una gran crítica y bastante maltrato. Fue rechazado en el Premio Nacional cuatro o cinco veces.
¿Ahí promueve el “Salón de los Rechazados”?
Sí, lo arma con el grupo de la Boca, todos pintores de la orilla, de la periferia, que también eran rechazados en el Premio Nacional. En esos años, entre 1920 y 1930, se genera todo un movimiento artístico y político en Buenos Aries: aparecen los Artistas del Pueblo que son los artistas de Barracas, que se unen al Grupo Boedo donde se agrupaban escritores como Arlt y Castelnuovo. Se da una especie de puja entre la Academia y los pintores de la periferia: creo que de alguna manera la Academia reprodujo lo que hacía París, al erigirse como centro y tomar al resto del mundo como periferia. En ese momento en Buenos Aires está el Museo Nacional de Bellas Artes y, para centralizar el arte, no hay nada más hasta La Plata. El “grano infeccioso” que le sale a la Academia es el museo que Quinquela hace por su cuenta en el ’37 o ’38, con los “rechazados” entre quienes, además de él, estaban Daneri, Lacámera, Giglio, una cantidad de artistas excelentes. En ese tiempo había un gran apoyo de los sindicatos, que le daban gran importancia a la cultura.
¿Cómo empieza a hacerse conocer?
Cuando los Chinchella se mudan a Magallanes al 800, a una cuadra de Caminito, los padres ponen la carbonería a la calle y Quinquela atiende en el local. Se empieza a hacer ahí un lugar de tertulia, y en una de esas oportunidades Facio Hebecquer, uno de los líderes de los Artistas del Pueblo de Barracas le presenta casi por casualidad a Pío Collivano, gran pintor nacido en Barracas que vivió muchos años en Banfield. Collivadino era entonces el director de la Academia Nacional de Bellas Artes que rechazaba la pintura de la periferia, pero Collivadino era un tipo muy especial que salía a pintar a los barrios, pintaba el crecimiento de la ciudad, hizo incluso toda una serie de cómo se iba construyendo la Avenida de Mayo. Quinquela le muestra su pintura y a Collivadino le interesa y lo empieza a apoyar. Es ahí cuando arranca algo más profesional. Por primera vez, a través de Collivadino Quinquela sale de La Boca y hace su primera muestra en la galería Witcomb de la calle Florida entre los 18 y los 20 años. Para apoyarlo Collivadino le compra la primera obra que vende en su vida. Y ahí empiezan a comprarle los demás.
¿Siguió pintando toda su vida?
Hasta último momento. Y hasta último momento siempre estuvo preocupado por lo social, lo politico. Cuando volvió Perón a la Argentina en el ’73 fue el único o el primer pintor que le llevó una obra. Dentro de su compromiso social fundó el Premio Quinquela Martín: de vuelta de Europa de donde venía con mucho dinero, puso cien mil pesos argentinos para hacer el Premio como respuesta al Premio Nacional. Por años los dos grandes premios que tenía Buenos Aires fueron el Nacional y el Quinquela. Lamentablemente la gestión de M. Macri al frente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires sacó el Premio del presupuesto y se lo dio a Boca Juniors, de modo que ahora es un premio privado.
Quinquela fue un altruista, un tipo maravilloso: decía que la gente no se valoraba por lo que tiene, ni por lo que es, ni por lo que fue, sino por lo que da. Que la gente se valora por la entrega, decía. Y esto de la entrega él lo entendió muy bien.
Fotos: Quinquela Martín y sus padres / Pintura de Alfredo Lazzari/ «Reflejos» de Quinquela Martín/ Evita , Perón y Quinquela Martín inauguran la Escuela de Artes Gráficas (1947)/ Perón le entrega la réplica del sable de San Martín y el pintor le regala un cuadro (1973).
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