Tras 15 años salió. La luz del sol entibió las marcas de su cuerpo provocadas por el largo encierro. La libertad tenía su costo, pero estaba convencido de que no volvería a ese lugar. “Hay que reinventarse”, pensó y delineó una estrategia. Sabía que en la cruzada no estaría solo.

Matías Dimicroff es el presidente de la Asociación Civil “El Grito Sagrado”, entidad integrada por exconvictos y familiares de detenidos que todos los días trabajan en cuatro cooperativas dedicadas a la gráfica, los panificados, el reciclado y la obra pública. Además, es referente de un club de barrio ubicado en Villa Jardín, Lanús.   

“Somos todos pibes que estuvimos en la cárcel y nos convocamos para poder trabajar y subsistir. No había chances de conseguir un laburo por medio de un convenio colectivo, formal, acorde a lo que queríamos. Era vivir de changas o volver al delito. Entonces encontramos esta forma”, explica Dimicroff.

¿Existe una deuda pendiente en lo que respecta a la reinserción en la sociedad?

No hay una decisión política de avanzar en esa línea y el delito es un gran negocio para que todo el tiempo regreses a la cárcel. Cada año, 12 mil personas recuperan la libertad y en un 90 por ciento vuelven a delinquir, porque no pueden hacer otra cosa, ni siquiera podés sacar un registro profesional para ser remisero. Los antecedentes penales te los piden en cualquier empleo. Así que tenés que inventarte tu propio trabajo porque el Estado no implementa ninguna política pública.

¿Cómo nació esta idea de impulsar una asociación civil y de conformarse en cooperativas?

“El Grito Sagrado” fue lo primero que fundamos, con un emprendimiento que fue la gráfica porque yo era monotributista. Después nos fuimos cooperativizando y armamos las otras. También tenemos un club y sociedad de fomento en el medio de la villa. Tratamos de darles posibilidades a las personas que salen, a través de emprendimientos productivos. Por medio de la asociación civil podemos firmar convenios con universidades, gremios, para que todos los recursos humanos, económicos, intelectuales, tecnológicos tengan un derrame sobre las cuatro cooperativas.

¿A qué se dedica específicamente cada una?

La gráfica, que fue la primera cooperativa, tiene un taller con venta digital y a través de distintas recomendaciones. La panadería vende sus productos en el club y en un local que tenemos alquilado. La tercera se dedica a la obra pública y en estos momentos estamos realizando tareas de desmalezamiento y limpieza en la UNLa. Y la última es la de recolección diferenciada para la reducción de desperdicios. También tenemos un convenio con la carrera de Gestión Ambiental Urbana de la universidad para desarrollar infraestructura en pos de que los estudiantes y trabajadores que quieran separar los desechos puedan hacerlo. Y después hay que generar conciencia ambiental. Ya se instalaron algunos contenedores para hacer separación desde el origen.

¿Y a nivel distrital?

Logramos aprobar una ordenanza, pero no se pudo reglamentar. La norma establecía, entre otras cosas, obligaciones para los grandes generadores de residuos. Creo que si hubiese más controles, ayudaría un montón.

¿Cuántas personas trabajan en las cooperativas?

Más de 100, entre exconvictos y familiares de detenidos. La idea es que cuando salgan esos pibes estén encaminados hacia algo distinto. Nosotros laburamos con los liberados, pero buscamos incorporar a los excarcelados.

¿Qué actividades brindan en el club?

Damos deportes y este cuatrimestre vamos a ofrecer 17 cursos de oficios a través de un programa del Ministerio de Desarrollo Social, gracias al que se van a capacitar cerca de 500 jóvenes del Patronato de Liberados. Calculamos que a un 20 por ciento de ellos le vamos a dar trabajo. Y si el Estado nos ayuda los vamos a emplear a todos. Somos humanos y queremos salvar a los pibes porque los conocemos a ellos y a su familia. Pero no somos el Estado.

¿Cuentan con ayuda de profesionales?

Sí, tenemos un psicólogo porque el problema de la adicción es muy grave y complejo. Nosotros no podemos dar mucha solución. Cada vez hay más chicos que no tienen un proyecto de vida, terminan en cana y ahí se empeoran. La cárcel es un lugar para hacer un tratamiento. El castigo es el encierro, no que la persona se pudra. Si se pudre la sociedad está en riesgo porque ese tipo va a salir. La cárcel imposibilita de futuro y expulsa al delito cada vez a más personas. Es un gran negocio para los operadores del sistema, pero se perjudica toda la sociedad.

¿Alguna vez pensaste que ibas a lograr todo esto?

No, nunca. Lo que pasa es que no se trata de trabajo y plata, nada más. La sociedad de consumo y los valores mandan a consumir y te hacen creer que si no hay consumo no hay felicidad. Todo es un gran error. Nosotros imponemos sensibilidad y sentimiento para con el otro. Por ejemplo, tenemos dos comedores que se sostienen con el sueldo de los que trabajan en las cooperativas. Porque si estás más cómodo, pero al lado tuyo tenés un chico que se va a dormir con la panza vacía no sirve. Tiene que haber un proceso de evolución, de cambio, de reinventarse. Si no hay evolución no hay un sujeto de transformación. Por eso militamos mucho la universidad pública, para que los jóvenes se repiensen en todos los aspectos. Este año anotamos a 40 pibes de la villa en la UNLa, así que esperamos que tengan un proyecto de vida distinto.

En 2019 y en el marco de la Jornada Anual de Cooperación, nuestra universidad realizó la entrega de la tercera edición del Premio a la Cooperación Educativa. La Asociación Civil “El Grito Sagrado” fue distinguida por su labor en las cooperativas y con los adolescentes del barrio.

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