El Instituto de Justicia y Derechos Humanos UNLa lleva adelante el programa Jóvenes y prácticas restaurativas junto con la Defensoría General de Lomas de Zamora, dirigido específicamente a adolescentes que se encuentran en tratamiento tutelar; la mayoría de los chicos tiene entre 16 y 18 años.

Lo mejor es que, en estos dos años desde su implementación, la experiencia está demostrando excelentes resultados: “La mayoría de los chicos que pasan por el programa son absueltos, y algo muy importante: las tasas de reincidencia son mínimas —dice Florencia Beltrame, docente y coordinadora de las prácticas profesionales de la licenciatura en Justicia y Derechos Humanos—. De hecho, en algunas decisiones judiciales citan el trabajo con la UNLa”.

En esta nota Beltrame nos cuenta las características y alcances de Jóvenes y prácticas restaurativas, “un proyecto —nos dice— en el que creemos y sostenemos porque vemos que tiene un impacto positivo”.

¿De qué se trata el programa?

Desde hace bastante tiempo tenemos un convenio con la Defensoría General de Lomas de Zamora: a través de ese convenio, comenzó la articulación con la Defensoría de Abordaje Restaurativo, hoy llamada “de Tratamiento Tutelar”. En base a los principios de la justicia restaurativa se entendía que era necesario hacer otro abordaje hacia los jóvenes que tenían una medida judicial, porque se veía mucho que después de atravesar el proceso judicial, había probabilidad de que el chico reincidiera en el delito. Muchas veces el atravesar la causa es casi un trámite, que no le aporta conocimiento sobre qué daño ocasionó a la sociedad, ni en el que se trabajan las cuestiones del por qué llegó a delinquir.

¿Esos jóvenes son pasibles de tener pena de reclusión, por ejemplo?

Sí, lo que pasa es que como no cumplieron 18 años, la justicia dice «Bueno, someto a este chico a un tratamiento tutelar de un año hasta que cumpla 18, y con instancias de control”. El juez o la jueza tiene una serie de medidas que incluye en ese tratamiento tutelar —que se realiza estando en libertad—, para favorecer la reinserción social: por ejemplo asistir al colegio, hacer un taller, un curso de oficios, y todo eso el chico lo tiene que ir acreditando. Una vez cumplido ese lapso, se llama al chico a una audiencia y el juez o la jueza evalúa si cumplió con las medidas socioeducativas de la sanción penal y logró la reinserción social esperada. La justicia lo puede absolver de la pena, se la puede reducir, o puede decir «No, continuamos con el proceso penal.»

¿Cómo comenzó la articulación con la Universidad que dio origen al programa?

La defensora titular en ese momento, Marcela Kern —ahora es Vanina Lamandía—, decía «Hay que trabajar ese año tutelar con otras herramientas, para que el chico entienda el daño que ocasionó, pueda mejorar sus lazos sociales, pueda fortalecer su trayectoria de vida, tener un proyecto más saludable…”. La Defensoría nos invitó a participar, y creamos un dispositivo por el cual, en las prácticas preprofesionales que tiene nuestra Licenciatura en Justicia y Derechos Humanos en tercer y cuarto año, los estudiantes actúan como referentes de esos chicos y les dan un acompañamiento integral. Con el conocimiento del juez, y si el chico o la chica lo acepta, le asignamos a cada joven un estudiante y nos encontramos una vez por semana en el edificio Dorrego de la Universidad.

¿Cómo se desarrollan los encuentros?

Proponemos distintas actividades para darles herramientas a los chicos e ir fortaleciendo las trayectorias subjetivas. También tratamos de definir sus intereses, porque estamos trabajando con niños, niñas y adolescentes y la etapa de la adolescencia es compleja: muchos estudios dicen que el cerebro todavía está desarrollándose, y es ideal que ese proceso sea acompañado, mostrándoles modos más saludables de vida. A lo largo de esos encuentros se genera una cuestión colectiva muy significativa, porque los chicos reciben mucha contención en este espacio. No solo de la Defensora y de la Secretaria (Dra. Estefanía Degano) —que es un gran pilar en todo esto—, sino de los estudiantes que los empiezan a conocer, les preguntan semana tras semana cómo están, si necesitan algo… Muchas veces se trata de chicos que vienen de un sector muy vulnerable, quizás sin apoyo familiar. Muchos estudiantes acompañan a los chicos a las audiencias, o a inscribirse si quieren hacer algún curso; algunos chicos querían iniciar un espacio de terapia y los estudiantes se ocuparon de gestionárselos. Y paralelamente se trabaja en que puedan comprender el daño que ocasionaron; si cometieron un delito, la idea es trabajar sobre eso, no desconocerlo pero sí darles herramientas para mejorar sus condiciones de vida y que después no tengan que reincidir. Al mismo tiempo hacemos distintas instancias de información con los estudiantes, y cuando se van los chicos nos quedamos una hora más para debatir, para ver qué problemáticas surgen, qué obstáculos encontramos, cómo abordar distintas estrategias.

¿Cómo trabajan ese darse cuenta del daño causado?

A través de varias estrategias. Una es el juego de roles: hacemos escenas de representación vinculadas a un delito donde quizás el chico tiene que actuar de víctima: ahí muchas veces entienden efectivamente cómo esa persona se pudo sentir ante la ocurrencia de un delito. También trabajamos muy fuerte en estrategias de cuidado, porque muchas veces también aparece la idea de la mala junta, el “me dejé llevar”: entonces acá nos enfocamos en las alertas rojas, para discernir cuál conducta puede ser riesgosa y cuál no.

¿Cómo reaccionan los y las adolescentes que están en el programa?

Observamos un montón de incidencias positivas. Hay chicos que por ahí venían un poco reacios y hoy son parte de la comunidad de la Universidad: participan, llegan y se saludan con abrazos con los estudiantes, y también entre ellos. Este tipo de dispositivos que funcionan con una perspectiva de derechos humanos, efectivamente tienen impacto en las tasas de reincidencia y demuestran que cuando vos a un pibe en situación de vulnerabilidad lo acompañás, el resultado es otro. Y si la justicia tiene esta mirada, para mí el cambio es abismal. En un chico intervenido por la justicia restaurativa, el crecimiento es muy distinto: la cuestión no es discernir qué está bien o mal, sino qué puede ser riesgoso, y cómo detenerse ante una situación de riesgo.

¿Cómo diseñan las actividades?

Cuando la Defensora trajo la propuesta fue todo un desafío. Ella trabajaba mucho en cuestiones de inteligencia emocional, pero se empezó a hacer un trabajo conjunto con profesionales de la universidad que aportan también la cuestión académica. Este año, por ejemplo, incorporamos un docente especializado en abordaje de jóvenes que trabajó en el programa de comunidades vulnerables. Las actividades las vamos construyendo a medida, según los temas que les interesan a los chicos.

En ese sentido la UNLa es hermosa: hemos tenido la colaboración de todas las áreas, desde la Escuela de Oficios, la radio que siempre nos invita a participar, la Dirección de Cooperación, los Departamentos, cursos de carpintería y de mecánica con el director de Patrimonio Histórico, Daniel López… Muchos chicos se pudieron anotar en el gimnasio de acá, o ser parte de los equipos de fútbol. Ahora estamos trabajando fuertemente estrategias de cuidado y consumos problemáticos porque visualizamos que era muy importante abordar ese tema, pero también vamos incorporando otras cosas que hacen dialogar a las distintas áreas de la Universidad. Todo esto hace a la UNLa diferente de otras universidades: la cuestión tan arraigada con el territorio, y la impronta inclusiva de la educación no solo con los estudiantes, sino también con la comunidad.

¿Cuántos chicos pasaron por el programa en este tiempo?

Entre 40 y 50. La materia era cuatrimestral, pero al ver que tenía muy buenos resultados la hicimos anual. Estos chicos vienen quizás con ausencias familiares importantes, y no es bueno darles un referente y cambiárselos a los cuatro meses; de hecho, tuvimos casos de chicos que cuando cambió el referente no quisieron venir más. Hay casos en que siguen en contacto después del cuatrimestre porque se genera algo muy positivo. Algo que también hace única esta experiencia es la perspectiva de derechos humanos que tiene la carrera.

¿Quiénes son los y las responsables de Jóvenes y prácticas restaurativas?

Por parte del Instituto de Justicia y Derechos Humanos, Daniela Margani, que es graduada de la licenciatura y forma parte del dispositivo; yo, como docente de las prácticas preprofesionales, estoy en la coordinación. También Héctor Quevedo —el tallerista que está todos los jueves con nosotros—, y Rodolfo Núñez del Departamento de Salud Comunitaria, que también está colaborando.

Por parte de la Defensoría General de Lomas de Zamora, la defensora de la Defensoría de Tratamiento Tutelar, Dra. Vanina Lamandía y la secretaria, Dra. Estefanía Degano.  También el coordinador del fuero de responsabilidad penal juvenil Dr. Ariel Castro y otros/as operadores/as de justicia de la Defensoría General de Lomas de Zamora. Y también agradecemos siempre el apoyo del Defensor General, Dr. Claudio Santagatti.

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